Trabajar a favor de una institución fundacional, el INAH: Diego Prieto

Martha Patricia Montero

El genuino interés de servir a la gente

¡Qué privilegio conversar contigo querido Diego! Cuéntame, ¿cómo surge en ti la vocación por la antropología? Inicialmente me había llamado la atención la genética, porque estaba en boga el tema del ADN, pero luego dije “mejor me espero a algo más social”. Entonces tomé unas clases como oyente de Ciencias Políticas, Sociología y apliqué para la UNAM, porque decidí que, como el marxismo decía que la determinación en última instancia era la base económica, pues había que estudiar Economía para poder cuestionar el capital. Quedé inscrito en Economía, pero un amigo me dijo que si lo que yo quería estudiar era marxismo –porque en esa época era el referente para poder cuestionar el régimen capitalista en un país sometido al imperialismo norteamericano–, lo ideal era la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), porque ahí estaba todo el planteamiento althusseriano. Vine a la ENAH y me gustó, era una escuela más pequeña, con profesores muy buenos, y estaba toda esta onda del marxismo estructuralista, inspirado mucho en el estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, sobre todo empujado por Louis Althusser y los marxistas estructurales y sus seguidores, como Maurice Godelier. Entonces, me inscribí también en Antropología y me incorporé un poco al activismo estudiantil con el grupo encabezado por el Comité de publicaciones, que hacía las veces de Comité de lucha, y me acerqué a una tendencia, por decirlo así, de inclinación maoísta.

La idea central, y por eso me atrajo, era servir al pueblo. Los del Partido Comunista me parecían demasiado distantes de la gente, yo les llamaba “revolucionarios de café”. Los troskos me caían bien porque estudiaban mucho y eran muy cuestionadores, mucho más que los maoístas, pero eran muy intelectuales y poco dados al trabajo con la gente, y yo lo que quería era hacer trabajo con la gente, con las colonias populares, con los obreros. Por eso me atrajo el planteamiento de servir al pueblo, que era el planteamiento central de la tendencia política con la que me acerqué a la ENAH. Terminé el primer semestre de Economía y Antropología, me inscribí en el siguiente semestre en las dos, pero surgió la posibilidad de irme a trabajar en el sector urbano popular y dije pues me voy ahí, de lo que se trata es de proletarizarse y de hacerse uno con el pueblo y todo ese discurso. Además, empezaba a intensificarse la participación política en la lucha social, estamos hablando del año 75, y decidí, poco antes de concluir el segundo semestre, que me iba a quedar sólo en Antropología. Marisa [su pareja de toda la vida] y yo nos fuimos a vivir a una colonia de invasión en Lomas de Padierna, a picar piedra literalmente y a todo este asunto de acercarse al pueblo y participar en la lucha popular. Y, bueno, esta consigna de servir al pueblo me llevó a un planteamiento más campesinista, aun cuando el marxismo hablaba que la clase obrera tenía que ser la vanguardia de la revolución. Nosotros, retomando de alguna manera la experiencia de la Revolución china, reivindicamos la importancia del campesinado y eso nuevamente nos dio una conexión con la Antropología, que al principio no asumimos con toda la fuerza intelectual y teórica que tiene, por un prejuicio del vínculo entre Antropología y colonialismo, más bien hablábamos de la crítica de la Antropología que de la Antropología en serio.

Estaba en eso y yo ya no tan presente en la escuela, porque me absorbía el trabajo popular, cuando –lo recuerdo bien–, me acerqué al profesor Guillermo Bonfil Batalla, quien, sin dejar de reconocer la utilidad, la importancia del marxismo, empezaba a desarrollar todo su planteamiento, por decirlo así, etnicista, de recuperar la importancia de entender a los pueblos indígenas en su especificidad cultural y la lucha indígena como una lucha que no se explica sólo en término de lucha de clases, sino que es una lucha que involucra una serie de cuestiones de índole cultural, étnico y lingüístico, fundamentalmente, pero en un sentido amplio de nivel cultural que había que considerar. Y, precisamente, la antropología nos daba claves para entender todo este tema de las relaciones interculturales del colonialismo y el sometimiento de las poblaciones originarias, lo mismo que la necesidad de una emancipación, sobre todo en la órbita cultural.

Por otro lado, en el marxismo, que ya estamos a finales de los setenta y principios de los ochenta, empieza a prevalecer la idea de que hay que dejar atrás todo economicismo, incluso muy de la mano de la crítica que hacen los chinos a la experiencia soviética, muy dogmática, muy economicista, muy instalada en una línea autoritaria y burocrática. Todo eso está y a la par empieza a desarrollarse la teoría crítica de Frankfurt, donde lo que subyace es la necesidad de explicar lo que ocurre en Alemania, cuando la clase obrera apoya a Hitler, y lo que ocurre cuando en Italia la clase obrera apoya a Mussolini. Entonces, el tema es cómo la acción cultural tiene que ser fundamental para poder pensar en cualquier transformación social, y yo diría en la construcción de un nuevo sentido común. En ese momento –yo ya casi voy a salir de la ENAH– es cuando descubro de verdad la antropología y me intereso mucho por estudiar, ya no sólo la crítica de la antropología colonialista sino todo el aporte de la antropología como un espacio en donde se ha desarrollado la crítica cultural de occidente. Es decir, paradójicamente, la antropología se ocupa de estudiar ciertas sociedades que están siendo sometidas por el imperialismo, sobre todo británico, pero también francés, belga, estadounidense y, al mismo tiempo, se ocupa de acreditar que hay otras formas de vida. La antropología suele normalizar esta frase muy usual de los zapatistas de que hay otros mundos posibles, pero eso no sólo por un ideal, sino porque uno lo constata: hay otras formas de hacer familia, otras formas de conducirse a la hora de comer, otras formas de sexualidad, en fin, la especie humana es tan diversa, que lo que sí queda muy claro es que la civilización occidental industrial capitalista es una forma de organizarse de la sociedad, pero no tiene nada ni de natural ni de inmutable.

Esto hace que me parezca muy importante recuperar las antropologías en este giro simbólico, lingüístico, semántico… La antropología que se va a ocupar centralmente del discurso humano, del estudio del espacio y de la interculturalidad, y de la contrastación entre universos culturales que construyen el mundo de maneras tan diferentes.

Y en eso ocurre el lanzamiento zapatista, ya en los noventa. Yo estaba metido ahí, en la ENAH, en mis temas, y se da la posibilidad de irme a Querétaro por una cuestión necesaria, porque mi hijo estaba enfermo y había que salir de la Ciudad de México por la contaminación del aire. Ahí decido que, aunque me voy a ocupar del INAH en Querétaro para hacer trabajo etnográfico, voy a entrar a un programa nacional muy bonito, que se está desarrollando desde la segunda mitad de los años noventa, muy en la onda de que el lanzamiento zapatista nos exigía a los antropólogos regresar a acompañar y a estar con los pueblos indígenas; ya no con la visión anterior integracionista, ocupada de incorporar a los indígenas al supuesto progreso nacional, sino en la idea de que la antropología acompañara los procesos de emancipación y conquista por reivindicación de la autonomía de los pueblos indígenas. Ahí hay todo un cambio en la visión del para qué la antropología, para qué la etnografía desde una institución como el INAH, que desde finales del siglo pasado habíamos dejado bastante el indigenismo por la crítica del indigenismo, pero también habíamos dejado la preocupación, el interés, la cercanía con los indígenas. Entonces viene este Proyecto de Etnografía de las Regiones Indígenas de México en el Nuevo Milenio, me incorporo desde Querétaro y ahí hubo una experiencia muy interesante de trabajo con las poblaciones indígenas del sur del estado, en Amealco, con poblaciones otomíes o ñañó o del semidesierto, de ancestralidad chichimeca, y en menor medida los xi’ui o pames de la Sierra Gorda. Bueno, por eso estudié antropología y por eso estoy aquí, en el Instituto Nacional de Antropología.

El año en que el INAH vivió en peligro

Has estado 8 años al frente del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los últimos de Peña Nieto y el sexenio de López Obrador, ¿cuáles han sido para ti los retos específicos de estos dos gobiernos tan distintos entre sí?

Mira, llegué a la dirección del INAH casi por casualidad. Había dejado ya la dirección del INAH Querétaro, regresé a mi plaza como profesor investigador y, en septiembre de 2013, la entonces directora, Tere Franco, que acababa de sustituir a Sergio Raúl Arroyo, me pide hacerme cargo de la Coordinación Nacional de Antropología, sobre todo, le interesa  mucho recomponer su relación con los investigadores. Acepto y me vengo a la Ciudad de México a un cargo muy interesante.

Más adelante, por azares de la vida, motivos personales y circunstanciales, el secretario técnico del INAH, César Moheno, decide renunciar en 2015, casualmente también en septiembre, y Tere Franco me pregunta si me puedo hacer cargo de la Secretaría Técnica y decido que sí. El año siguiente, 2016, es un año muy complicado para el INAH y para la reciente Secretaría de Cultura, porque no tiene reglamento, se está apenas discutiendo y en esas discusiones –y me consta–, incluso pusieron en duda la existencia del INAH. Hubo ideas de desaparecerlo y repartirlo en dependencias, en subsecretarias o en áreas genéricas de la Secretaría de Cultura. Algo en lo que no estábamos de acuerdo y la primera que no estaba de acuerdo era Tere. Nos querían quitar las escuelas, se querían llevar los museos a una Dirección General de Museos de la Secretaría de Cultura, le ofrecían a Tere ser subsecretaria y, además, había un ingrediente adicional, muy lamentable, que Rafael Tovar y de Teresa, prácticamente empezando 2016 se empezó a poner enfermo de un cáncer que finalmente lo llevó a la muerte, desafortunadamente, en diciembre de ese año. La situación era tan incierta, tan complicada para el INAH, tan incluso riesgosa, que ese sí fue el año que vivimos en peligro. Tere decide irse, ni Rafael Tovar ni yo le creíamos, pero decide irse, y entonces yo me quedo como encargado del despacho, así, tal cual.

Sigo ocupando las funciones de la Secretaría Técnica, pero me ocupo provisionalmente del INAH desde el 15 agosto de 2016, prácticamente sin dinero, sin una interlocución clara con los niveles de decisión del Gobierno Federal y encima fallece Rafael Tovar. No había ni para pagar la nómina. Me tuve que apoyar en todos los ex directores y me ayudaron mucho, incluso el licenciado Alfonso de María y Campos me consiguió acercarme con el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, que nos ayudó, aunque también nos regañó mucho y pues, había que amortiguar el regaño, pero asumir la emergencia y salimos, no sé cómo de verdad, no tengo idea, pero salimos. Creo que Nana Tonantzin o Itzpapalotl o Tezcatlipoca Rojo nos ayudaron, alguna deidad, y salimos.

Una institución que alienta el pensamiento libre y la discusión de las ideas

Pero te tocaron momentos muy importantes de la Secretaría de Cultura y del Instituto…

Sí, claro, pero digamos, soy institucional, pero también tengo mis propias inclinaciones políticas. Nunca hice nada en contra del gobierno de Peña Nieto, aunque sí pensaba muchas cosas discordantes. Uno sabe distinguir lo que es como funcionario y lo que es como ciudadano, pero no había una gran afinidad desde el punto de vista de propósitos, anhelos. Cuando viene la nueva campaña presidencial, alguna vez platiqué con Alejandra Frausto, ella sabía que contaba con mi apoyo, pero que no podía involucrarme en la campaña porque no era correcto. A los pocos días del triunfo de Andrés Manuel López Obrador me invitan a una reunión donde se empieza a integrar el gabinete y ahí fue donde, por primera vez, crucé palabras con el en ese momento presidente electo.  La doctora Gutiérrez Müller fue la primera que me informó sobre la posibilidad de quedarme en el Instituto, y ya después López Obrador me preguntó y le dije que sí, que con mucho gusto. Afortunadamente pude hablar con la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, Maraki, antes de que se hiciera público. Recuerdo que hubo un acto curioso, porque en la primera reunión de transición entre el equipo de Maraki y el equipo de Alejandra, me habla Maraki y me dice: “Oye Diego, ¿de qué lado te vas a sentar?” y le digo “pues contigo, hoy soy director del INAH de ésta Secretaría de Cultura, que yo esté planteado para el próximo periodo pues está bueno y nos ayuda a una transición más adecuada, armónica, pero yo contigo, a menos de que tú quieras que ya deje el cargo”. Fue interesante, incluso el presidente alguna vez me dijo: “tú eres el único del gobierno anterior que te vas a quedar”. Todavía algunos rufianes periodistas sacan de manera muy tonta que yo era peñanietista. ¡Dios me libre! Los gobiernos no le pertenecen a un partido, los gobiernos sirven a la sociedad y puedes trabajar perfectamente en un gobierno que no sea tu partido siempre y cuando seas leal a ese gobierno y mantengas principios y tampoco te involucres en cosas que van en contra de tus convicciones.

Creo que desde la transición se fue generando una buena articulación con la secretaria Frausto y con el presidente, que ya desde entonces nos empezó a involucrar en lo del Tren Maya, por lo que empezamos a organizar reuniones para preparar el salvamento arqueológico y todo lo que significaba la intervención del INAH. Con el presidente López Obrador se fue generando una relación de cierta convergencia, de principios, de criterios, de ideas, y pues igual, él tiene sus ideas, yo tengo las mías, pero he sentido muchísimo respeto y reconocimiento de él hacia el INAH.

En lo personal, creo que el INAH ha tenido un papel muy destacado en éste gobierno, en esta transformación. Y aquí regreso a aquellos planteamientos, en donde sigo pensando que si no hay un cambio de mentalidades, que si no hay una transformación o una génesis de nuevas maneras de sentido común, pues los cambios se pueden tornar muy superficiales y pueden derivar fácilmente en el autoritarismo o en la descomposición de regímenes que en un momento dado fueron revolucionarios y que ahora son tan autoritarios. Para mí, para el INAH y para los colegas ha sido interesante ésta experiencia porque, además, el INAH es una institución que se caracteriza por la pluralidad. La gente puede opinar lo que le parezca, de verdad, y por ejemplo, respecto al Tren Maya, donde están sus más grandes críticos es en el INAH, ni siquiera en la UNAM, y está bien. Lo único que sí pedimos es que haya argumentos, que haya razón, no solamente panfletos. Eso le da una gran fuerza al INAH, el que se respete el pensamiento libre, la discusión abierta a las ideas, el diálogo crítico… Eso nos hace muy fuertes, porque además cualquier transformación intelectual parte no de anular las otras posturas sino del desarrollo de una lucha ideológica, con ideas que puedan convencer a la sociedad.

El universo contenido en unas siglas: INAH

Muchas personas, cuando pensamos en el INAH, quizá por el nombre lo relacionamos con los sitios arqueológicos, pero el Instituto es responsable de la investigación y la salvaguarda del patrimonio antropológico, histórico, paleontológico de México. Digamos que desde inicios de la historia del territorio hasta el año 1900, ¿cómo logran establecerse prioridades con una tarea tan vasta y compleja?

Es cierto que el INAH tiene un campo de acción muy amplio, tanto por la expectativa social y gubernamental –expectativas considerablemente vinculadas con el fenómeno turístico y con el tema de prevenir los efectos de desarrollo urbano en centros históricos–, y también por su origen. El INAH tiene un centro gravitacional básico, que es la arqueología. De hecho, su origen se remonta al diferendo que hay entre el Gobierno de Oaxaca y el Gobierno Federal a raíz del hallazgo de la tumba 7 de Monte Albán, que da lugar a un juicio constitucional porque Oaxaca reclama para sí todos esos bienes arqueológicos y la federación sostiene que son de competencia federal. Finalmente, la Suprema Corte determina que son competencia federal y el gobierno de Lázaro Cárdenas se plantea que si la competencia federal va a ser sobre todos los bienes de la nación, pues se requiere una institución que se haga cargo. Así, la arqueología es un relato fundante del INAH.

Otra vertiente se refiere a la conservación de lo que se llamaba, en aquel entonces, monumentos coloniales; de hecho, en la Secrearía de Educación Pública (SEP) había un departamento llamado Monumentos Coloniales. Sin embargo, cuando Alfonso Caso y Lázaro Cárdenas deciden nombrar el Instituto no le ponen Instituto Nacional de Arqueología y Monumentos Históricos o Arqueología y Monumentos Coloniales, sino Antropología e Historia porque la idea es que se debe de insertar esa tarea arqueológica, histórica, arquitectónica, en un programa intelectual más amplio que tiene que ver con la recuperación del componente indígena de la nación, tanto en el pasado, pero también en el presente y que tiene que ver, por supuesto, con la recuperación del devenir histórico de la nación, tanto desde la caída de México Tenochtitlán y la instauración de la Nueva España, a la vez de considerar que la historia no empezó ahí, aun cuando en una visión muy occidental se pudiese pensar aquello de que la historia surge con la escritura, con aquello que se pensaba todavía hacia finales del siglo XIX y principios del XX, de que los pueblos originarios de Mesoamérica no tenían escritura, pero sí la tenían. Es antropología e historia, y es un programa que se amplía cuando, en 1985, se modifica la ley orgánica y la ley sobre monumentos y zonas, lo que también nos da la competencia para el cuidado, estudio y divulgación de los bienes paleontológicos de la nación. Todo ello refiere entonces a que el INAH no es una institución dedicada al cuidado del patrimonio monumental, aunque lo hacemos, sino más que nada una institución dedicada a ilustrar, fortalecer, configurar la identidad de la nación y, en el curso del camino que nos lleva a definirnos como nación pluricultural, también de las múltiples identidades particulares que ya comentaba.

Ahora bien, cómo se establecen las prioridades es una pregunta muy interesante. Creo que se establecen de manera triangular. Unas son las prioridades que el gobierno propone, ya que somos parte del gobierno y frecuentemente esas prioridades tienen mucho que ver con la expectativa del turismo. Desde que Porfirio Díaz, hacia 1888-1889 decide que hay que trabajar Teotihuacán y lo hace con la expectativa de que va a llegar ahí mucho turismo, cuando en aquella época el turismo todavía era marginal, pero ya era una actividad sobre todo de prestigio. El propio Díaz, cuando está en Francia hace turismo en Egipto, ahí están las fotos. Y bueno, estas prioridades de Gobierno tienen que ver con el turismo y con el desarrollo de la infraestructura, que exige que el Instituto pueda salvar, pueda rescatar, pueda hacerse cargo de la recuperación de los bienes arqueológicos que se puedan ver involucrados en una obra pública y, también, con el cuidado de bienes históricos. Esta tarea ha ido cobrando mayor intensidad, me refiero a que tal vez al principio no nos hacían tanto caso y no nos pedían permiso para muchas cosas. Otras son las prioridades que marca la sociedad, ahorita viste el compañero [un joven que se acercó a comentar su preocupación por reforzar la cultura de su comunidad y que su lengua, el tzeltal, no se vaya a perder con la llegada del Tren Maya], pero también el sector privado plantea iniciativas. De repente se interesa por ayudar a restaurar ciertos bienes culturales y se genera el programa Adopta una obra de arte, por ejemplo.

Por otro lado, también la academia influye. El INAH es en buena medida academia y tiene sus prioridades, que tienen que ver con cuáles son las corrientes antropológicas e históricas que prevalecen. Por ejemplo, es muy distinto el sentido con el que Enrique Flores Cano genera los museos regionales, todos obedeciendo más o menos al mismo relato. Fue muy bueno que se generaran, pero todos empezaban en el Estrecho de Bering y todos terminaban con Carlos Salinas de Gortari. Ahora, ese relato cambia hacia finales del siglo XX, con el cambio constitucional que define a México como nación pluricultural, y entonces hay que hacer que esos museos hablen de las particularidades de la región, lingüísticas, étnicas, históricas, y a lo mejor ya no le vamos a dar tanto énfasis al cura Hidalgo, lo cual no significa que no le tengamos mucho cariño, simplemente que hay que enfatizar qué ocurre con la Independencia en cada entidad, y a lo mejor ni siquiera tuvo gran impacto o a lo mejor empezó a tener impacto al momento de la consumación, o a lo mejor lo tuvo más cuando Morelos que cuando Hidalgo, o con Vicente Guerrero en el sur. Es decir, también la academia permea o recibe los mensajes que devienen de la percepción que se tiene en la sociedad, pero también prioriza respecto la responsabilidad social, ética y cultural de los antropólogos, los historiadores, los arquitectos, en general, los científicos sociales y humanistas.

Sin duda alguna, por ejemplo, nos impacta el fenómeno EZLN, ¿en qué sentido? A partir del gran influjo del marxismo, muchos se habían ido a trabajar temas de la industria, del movimiento urbano popular, de la migración rural urbana o el tema campesino, pero en tanto concebir al campesinado como clase. Y otra vez el tema, no es que no existan las clases ni la lucha de clases, pero la necesidad define otra manera de articulación en el seno de pueblos y comunidades que siguen asumiendo referentes anteriores a la ocupación europea del territorio y no nos podemos disociar. Otro ejemplo, en el INAH genera un impacto la caída del bloque socialista y la emergencia de perspectivas neoliberales que se ven acompañadas, paradójicamente, de la reivindicación del discurso de la diversidad. Eso antes se discutía poco, ¿qué ocurre entonces en el horizonte neoliberal al interior del INAH? Sí vamos a discutir la diversidad, pero ¿desde qué perspectiva?, ¿la diversidad desde una  perspectiva culturalista norteamericana, incluso a veces hasta con tinte racista en donde se mira lo diverso como lo folklórico, lo exótico? Como en Estados Unidos que luego, luego te clasifican: tú eres caucásico, tú eres asian, hispanic, en donde las diferencias se separan en estancos aislados relativamente… ¿O vamos a discutir la diversidad respecto a cómo podemos también igualar a los diferentes y cómo al mismo tiempo nos tenemos que hacer cargo de acreditar el pluralismo de la nación, pero también la equidad social, la justicia social? Esa es una discusión que corresponde a otro momento. Si tú ves el discurso de toma de posesión de Vicente Fox, es un discurso hasta cierto punto bueno, centrado en la diversidad, pero una diversidad que no deja de tener un sentido conservador: ok, somos diferentes y esa diferencia la asumimos con el relativismo propio de ciertas visiones antropológicas norteamericanas, en donde somos diferentes, déjame ser. Yo soy el señor Slim, déjame ser diferente, y mi manera de ser diferente es tener miles y miles de millones de pesos y tu manera de ser diferente es que no tienes en qué caerte muerto, pero que bonito porque tienes atuendo, tienes lengua, o sea, éste tipo de justificación para un status quo en donde cada quien se mantenga dónde está y como está.

Entonces, esas prioridades se van articulando, se van entreverando. Obviamente, hay temas que la sociedad nos avienta como prioritarios: los temas del género, los temas de la diversidad sexual, la sociedad nos los presenta, pero también surgen de aquí. Es en la ENAH donde surge el primer frente homosexual de acción revolucionaria, con Xavier Lizárraga que acaba de fallecer. Él es de los organizadores de la primera marcha que se llamaba entonces del orgullo homosexual. Ahora esa palabra entra en desuso, pero en esa época era así y él hace una primera marcha en donde les fue pero del cocol, eran jitomatazos, chiflidos, ya mero patines y trompones. Ahora ya es una fiesta muy bonita.

Entonces, yo diría que son esas tres fuentes: lo que el gobierno le va demandando a una institución de gobierno, que esto es importante entender, porque luego, a veces, hay compañeros que no entienden que no somos una universidad autónoma –que la debe de haber–. Nosotros tenemos cierta autonomía, pero somos una entidad de gobierno y obedecemos encargos sociales y gubernamentales muy específicos y, además, aplicamos a una ley federal. Luego está lo que la sociedad nos va demandando, la sociedad en su conjunto, las empresas, el sector turismo, el sector inmobiliario, las comunidades… y lo que la academia, tanto interna como externa, le plantea a una institución como temas. Hoy, sin duda alguna que el INAH se tiene que hacer cargo del debate sobre las violencias, sobre inseguridad, sobre la migración, sobre la descentralización… Temas que son problemas nacionales y donde el Instituto tiene que hacer presencia, haciendo una distinción: una cosa es  cuando nosotros entramos como autoridad de gobierno para ejercer actos de autoridad con base en unas competencias muy particulares y otra cosa es cuando opinamos sobre la vida nacional libremente y cuando en el ejercicio de la libertad de investigación damos cuenta de problemas nacionales que abordamos en nuestra investigación.

El importante devenir de los conceptos y sus razones

En México, nuestra relación con los pueblos originarios ha ido cambiando, creo que para bien. Cuando estaba estudiando en la primaria, por ejemplo, se nos decía que el lenguaje oficial de México era el español, los demás eran dialectos; y tengo unas revistas de mi abuelo, donde le publicaron en los cincuenta sus fotografías de los rarámuris, y hay frases del periodista que lo acompañó que refieren a “la idiosincrasia de los pueblos hace que vivan así…”, que yo lo leo, casi 75 años después, y siento una distancia enorme con lo que yo pienso. Hoy los reconocemos como culturas vivas, con lenguajes complejos… ¿Cómo aporta el INAH a estos cambios de conceptos y de relaciones?

Creo que el INAH surge con una impronta muy arqueológica, y yo diría que se da una primera suerte de división del trabajo con el surgimiento del Instituto Nacional Indigenista (INI). Ahí parece que al INAH le van a tocar los indios del pasado y al INI, pues integrar a los indios del presente al progreso de la patria, muy en la idea de Manuel Gamio, que para forjar patria hay que diluir esas pequeñas patrias en la gran patria mexicana.

Esa es una primera decisión, pero de todos modos, como el INAH tiene el encargo de hacer antropología en general, nunca dejó de hacer antropología física, lingüística, etnología, social y se inventa esta cosa medio híbrida que se llama etnohistoria. En otros países casi no se estila como disciplina, sí como término; esto tiene mucho que ver con Wigberto Jiménez Moreno, lo de la etnohistoria. Entonces, de todos modos nos seguíamos haciendo cargo de poblaciones contemporáneas y hay un célebre ensayo de Roberto Stavenhagen, en donde habla de la antropología comprometida. Ahí dice que hay dos ejercicios de antropología social y cultural para esa época, los años sesenta, que unos tienen que ver con la antropología comprometida, que es la que hacen en el Instituto Nacional Indigenista, o sea, una antropología comprometida con el desarrollo de los pueblos indígenas, y por otro lado la antropología folklorista, que es la que hace Wigberto Jiménez Moreno, lo de la etnohistoria, así lo dice Stavenhagen, yo no lo digo. Pero es de aquella época y sí, incluso ésta escuela que surge en el 64, a mí me platicaron cuando yo llegué que al principio, un poco desde Moneda 13, pero sobre todo aquí, cuando la ENAH estaba en las instalaciones del Museo Nacional de Antropología, que muchos de los que estudiaban era gente de cierto nivel económico y que había casi un desfile de huipiles, a ver quién traía el más caro, porque de repente eso de que yo visto de huipil y eso es ser humilde, pues depende, yo veo funcionarias que llevan huipiles de 30 mil, 40 mil pesos y pues tampoco es así; pero así era aquí en esa época, había huipiles con aplicaciones de plata, con aplicaciones de oro, alternados con collares de jade.

Por una nación pluricultural y de justicia social

Pero no significaba que tuvieran una relación con los creadores de los huipiles…

Pues si una relación, pero más que nada folklorista, porque de todos modos se hacía etnografía. Hay una antropóloga célebre, que no diré quién, que cuando hizo su examen para doctorado puso unas señoras otomíes en el frente de la sala para que vieran los asistentes a las señoras, un poco como exhibir el sujeto de estudio. Después viene el cuestionamiento de esa antropología entre comillas comprometida, que sí creo que hizo mucho por comunidades indígenas, pero que no dejaba de tener un toque paternalista e integracionista. Hay una  conferencia magnífica de Alfonso Caso, de 1956, que dio en París y en Estocolmo, prácticamente la misma conferencia. Está publicada en una edición de dos o tres tomos y se llama INI 30 años. Ahí Antonio Caso dice que el INI surge para atender el problema indígena, ya la frase dice mucho, pero ahí el problema surge para poder integrar a los pueblos indígenas en el desarrollo nacional, al progreso nacional, al crecimiento económico social y él estima que en veinte años “el problema indígena” ya estará resuelto y el INI dejará de tener sentido, es decir, ya todos vamos a ser mexicanos. Esa era la perspectiva en ese momento, castellanizar, y eso sí, registrar las lenguas autóctonas para que no se perdieran en el sentido de que siguiera presente el registro, pero castellanizar, y Gonzalo Aguirre Beltrán, que es el que sistematizó de manera muy consistente desde el punto de vista académico el indigenismo integracionista, lo llama un proceso sistemático e intencionado de aculturación, ya esa frase hoy nos puede parecer fuerte, y él dice que es para recuperar, sostener y fortalecer lo bueno y contrarrestar lo malo y hasta hay una lista; entre lo malo, por ejemplo, menciona las prácticas de brujería y las prácticas de medicina no moderna, se tomaba como una cosa mala, de retraso. Todo eso se conflictúa ya hacia fines de los sesenta, coincide mucho con la ruptura de la academia con el Estado mexicano a partir del 68.

A partir del 68 en esta escuela ser del PRI era clandestino, y una vez nos tocó discutir si recibíamos aquí o no al presidente Luis Echeverría, yo estuve en la asamblea y decidimos que no lo íbamos a recibir, o sea, era una relación absolutamente distante y en esa relación distante la mayoría se va a otros temas más del movimiento social, en una idea de lucha de clases, pero otros, Guillermo Bonfil, Ricardo Pozas, Miguel Bartolomé, Alicia Barabas, Darcy Ribeiro en Brasil, muchos antropólogos generan las que llaman Declaraciones de Barbados, en donde se señala que el indigenismo integracionista es una acción paternalista y etnocida y denuncian también las tareas de las iglesias, sobre todo de las evangélicas, en el sentido de cómo están rompiendo muchos vínculos culturales comunitarios y se plantea que la emancipación de los pueblos indígenas debe ser obra de los mismos pueblos indígenas.

Estas Declaraciones de Barbados tienen gran impacto en la antropología y en lo que podría ser un nuevo impulso del movimiento indígena de Latinoamérica y del continente americano. De hecho, la segunda declaración ya no la firman académicos sino organizaciones indígenas y viene éste cambio. Sin embargo, no va a ser sino hasta después de dos acontecimientos que en el propio INAH podríamos hablar de un regreso a los temas y a las investigaciones centradas en los pueblos y culturas originales. Primero, la modificación constitucional de 1992, que aunque ya había muerto Guillermo Bonfil yo estoy seguro fue inspirada por él, donde se define a la nación mexicana como una nación pluricultural, condición que se sustenta originalmente en sus pueblos indígenas, así lo decía el texto, luego se fue agregando una serie de consideraciones y pasa del cuarto constitucional al segundo constitucional, que es del Estado. Por cierto, ahora se va a discutir una nueva reforma constitucional en materia indígena. Y segundo, el lanzamiento del EZLN, que significó una especie de llamado: “ok, ya cambiaron la Constitución, pero ahora cambien la sociedad”, porque las Constituciones pueden cambiar y en México somos muy dados a tener a veces leyes muy bonitas, pero que son letra muerta.

Creo que eso hace que en el INAH, como te decía, en la segunda mitad de los noventa se planteé este gran programa nacional de etnografía de los pueblos indígenas, que representó regresar a mirar y a esta incorporación del INAH a un programa que, a mi juicio, tiene que ver con un combate que todavía está a la orden del día de la lucha ideológica y la acción cultural de nuestro país, donde todavía hay segmentos muy clasistas, muy racistas, que siguen pensando que las culturas indígenas son inferiores. Incluso me acuerdo que, la primera vez que me trajeron de la escuela al Museo de Antropología, entre los profesores hubo uno que dijo: “no vamos a subir al primer piso porque ahí hay puros pueblos pobres”. O sea, lo bonito son las grandes glorias de las viejas civilizaciones.

Ahí me daba cuenta que algo había que no cuadraba, si ellos eran los representantes de estas gloriosas civilizaciones por qué estaban pobres y por qué no le interesaba a cierto profesor llevarnos a ver lo que hacían. El primero que nos planteaba ir a ver esas salas era Guillermo Bonfil, para que viéramos pueblos pobres, pero ricos en cultura. Creo que sí ha habido un cambio de visión, pero un cambio que a mi juicio todavía no permea en toda la sociedad. Probablemente, me atrevo a pensar que ya la mayoría de los mexicanos, aunque no estemos del todo conscientes de la importancia y de la fuerza de las culturas originarias, medio la intuimos. Es un poco como la cuestión del género, por supuesto que ha habido un avance y de ahí que tenemos la primera presidenta mujer, pero eso no quiere decir que ya somos una nación feminista.

Sí creo que el Instituto ha ayudado a favorecer ésta visión más plural, incluyente, y yo diría justiciera, porque sí creo que en el INAH, a pesar de que sí nos impactó duro la visión neoliberal, utilitarista de sociedad de mercado, de individualismo posesivo como el eje articulador de lo social, la ciudadanía pensada como individuos libres e iguales en el mercado, consumidores todos, creo que sí quedó y no se pudo borrar esa impronta cardenista que hace que en el INAH, en general, los colegas se inclinen más por posturas afines a la justicia social, no digo a una postura partidista en particular, a la justicia social, y en ese sentido, cuando el INAH se abre a comprender la pertinencia de las reivindicaciones étnicas y la justeza de las reivindicaciones por la autonomía de las poblaciones, de las comunidades originarias, lo hacemos sin dejar de alentar un anhelo de justicia social, de igualdad, de un país justo pues.

La región de México que nos sigue sorprendiendo

Comentabas muy al principio de esta charla sobre el salvamento arqueológico en la península yucateca con motivo del Tren Maya, el cual ha resultado sorprendente. Ustedes, en el INAH, ¿esperaban todos los hallazgos que se han dado, toda esa magnitud? ¿Cómo has visto tú toda esa riqueza que se ha ido encontrando?

Yo esperaba, pero no tanto. Ha sido una cantidad impresionante de material que se ha recuperado, elementos constructivos, bienes muebles, fragmentos de cerámica, enterramientos humanos, ciudades, que sobre todo nos hablan de una interesante red urbana. Fíjate que cuando hablo del centralismo, lo veo por lo menos desde el clásico, del año 300 de nuestra era hasta el presente, como un fenómeno que prevalece en el altiplano mexicano.

Eso no ocurre en el área maya, donde más bien lo que había era una red urbana y una red de ciudades-Estado que se disputaban el control de territorios estableciendo relaciones de alianza y de confrontación, pero tú no puedes decir cuál es el centro hegemónico en el periodo clásico porque son varios y, en el epiclásico, cuando está en todo su apogeo, pues son varios: está Chichén, pero también está Kobá; Uxmal mismo… La Ruta Puuc nos habla de toda una red de ciudades articuladas entre sí y toda la selva maya era un entramado de ciudades, pero además llegaron a tener una densidad impresionante. La Península de Yucatán sin duda alguna llegó a tener un entramado urbano y más si le incorporamos a la península la selva del oriente de Tabasco, el sur de Campeche, el sur de Quintana Roo, toda esa parte llegó a tener una población por arriba de los 850 mil habitantes, con una innumerable cantidad de poblaciones y ciudades medianas y pequeñas. Qué te parece que hacia 1970, cuando va a surgir Quintana Roo tiene  40 mil habitantes, y creo que lo que hoy es Quintana Roo en la época de mayor auge, tal vez poblacional, hacia lo que llamamos epiclásico o clásico tardío, me refiero al 800-850, llegó a tener no menos de 400 mil habitantes. Claro, todo eso declina con la ocupación española y la enorme caída demográfica que representaron las epidemias, y no se recuperó demográficamente la península y muy en particular el oriente de la península, sino hasta finales del siglo XX.

Y además de la vastedad, la belleza…

Y a tí, de las piezas que se han hallado en general, ¿qué es lo que más te ha sorprendido?

Además de la cantidad hay piezas muy hermosas, el joven Dios del Maíz de Palenque, la Estela tan importante dual de Uxmal, o el bajorrelieve del prisionero que está sujeto por una gobernante mujer en Ekbalam o el tablero jeroglífico de Kobá… Son cosas de verdad muy impresionantes. A mí, aun no siendo arqueólogo, me impresionan y, además, me doy cuenta de lo mucho que hay para sacar jugo a estos hallazgos.

Quiénes somos y cómo nos contamos

Parece que cuando hablamos del pasado todo está hecho y ya quedó, pero lo cierto es que con descubrimientos como estos, que no son los únicos, porque también están los mamuts, los nuevos hallazgos del Templo Mayor, lo que se ha encontrado con el proyecto de Chapultepec, entre otras cosas, volvemos o podemos reescribir lo que ya fue. La península maya creo que no nos ha contado todo, ¿qué nos va a contar en un corto o mediano plazo?

Primero, confirmar que la historia no se escribe del pasado al presente sino que se escribe del presente al pasado. Finalmente, toda historia es el relato de cómo acomodamos los acontecimientos que conocemos del pasado, que siempre serán unos cuantos. Cómo los acomodamos para explicar lo que hoy ocurre, para explicar lo que sabemos y para explicar lo poco que hemos recuperado como información tanto documental como constituida por elementos, vestigios, testimonios materiales… En ese sentido la historia va cambiando, no porque hayan ocurrido cosas diferentes sino porque nos vamos enterando de más cosas. Además, cambia no sólo porque tenemos más información sino porque también va cambiando la imagen que tenemos de nosotros y, por lo tanto, la manera como acomodamos ese devenir en una explicación. En ese sentido creo que, no sólo todo este material, sino además también la manera como los pueblos se están mirando a sí mismos, la necesidad de darles protagonismo y de hacerse cargo, como el compañero que nos dijo que el tren a lo mejor trae cosas buenas y a lo mejor trae cosas malas, pues sí, esto nos ayuda a no sólo enriquecer con mayores y mejores datos sino también a modificar las visiones que tenemos de nuestra propia historia y de estas historias particulares, locales, que estamos obligados a armar, a reconocer, a ilustrar.

Ahora mismo, por ejemplo, estamos confeccionando un libro que se habrá de llamar La nación maya, estación, devenir y resistencia y ha habido discusiones sobre por qué nación maya, si lo que encontramos son pueblos que se identifican en cuanto pueblo o comunidad y no necesariamente como una formación cultural unificada. Qué tanto enfatizas la similitud o la articulación y qué tanto la singularidad, qué tanto es pertinente regresar incluso a la manera de cómo en la Nueva España identificaban los peninsulares a poblaciones completas como naciones, porque veían que hablaban parecido, que tenían expresiones similares… Entonces, en el área maya mesoamericana sí hay muchas singularidades. El compañero dijo que habla tzeltal, en Palenque la mayor parte de los que hablan alguna lengua originaria hablan chol, y son lenguas que tienen semejanzas lingüísticas, gramaticales, históricas y regionales que sí nos permiten pensar en lo maya, en un tronco civilizatorio, pero son discusiones que ahorita tenemos que dar ya no sólo con académicos sino también con la gente.

La tarea de trascender los estudios aztecocéntricos y mayacéntricos

Con esta vastedad de hallazgos la joya de la corona es la Península de Yucatán, pero el país, lo decías tú mismo, es más amplio, ¿qué otras zonas o áreas destacarías, sobre todo para los que no estamos en el INAH?

Desde finales del siglo pasado, siglo XX, en el INAH ha habido una intención muy fuerte de mirar más al norte. Recuerdo también, hacia los años ochenta se estaba discutiendo, con esa emergencia de los discursos de la diversidad, cómo la arqueología ha sido considerablemente aztecocéntrica y mayacéntrica, o sea, la arqueología de prestigio era la del altiplano o la del mundo maya y no se había hecho un trabajo más insistente y consistente hacia el centro norte y norte del país, con toda la amplitud que esto puede significar y con todo lo que significa que en un momento dado los términos aridoamérica y oasisamérica casi sólo eran para describir lo que no es Mesoamérica, pero no había una claridad.

Tenemos que mirar para allá, obviamente que se entiende que la intención de canalizar una serie de proyectos prioritarios de inversión hacia el sureste y la Península de Yucatán tiene que ver con una necesidad de equiparar regionalmente al país, pero ahí estamos hablando del tema económico, y obviamente tenemos que estar de la mano con los proyectos gubernamentales y mirar no sólo la arqueología sino la antropología del área maya y mesoamericana. Es muy importante y más aún ahora, donde creo que la visión para el siguiente gobierno ya no va a ser tan centralizada o tan enfocada sólo hacia el sureste y la península sino también a mirar los territorios costeros, mirar el norte y repensar todo este tema de un sistema de intercomunicación ferroviaria mucho más extenso.

Para el INAH eso debe estar acompañado de fortalecer proyectos de diversificación en nuestra tarea de toda índole. De todos modos, no hemos dejado de trabajar otras regiones, y hemos hecho tareas muy importantes en Michoacán, en la huasteca, en el noroeste. Ahora con los famosos Planes de Justicia hemos estado trabajando muy fuerte, por ejemplo, con los pueblos wixárika, na’ayevi, o’odham y mexikan, también conocidos como huicholes, coras, tepehuanos y mexicaneros, para la reivindicación e identificación de sus lugares sagrados. Incluso ya se publicó un decreto presidencial para la conservación de los cinco principales lugares sagrados de estos pueblos, pero son muchos más lugares y ellos necesitan tenerlos ubicados para defenderlos. Y ahí estamos junto con ellos, por eso hago tanto énfasis en los famosos Centros INAH, porque si bien tenemos un buen número de colegas volcados al sureste y la península, al proyecto del Tren Maya, en sus museos y zonas arqueológicas, los demás Centros INAH están en sus temas. La gente de Nayarit, por ejemplo, no tiene tema con el Tren Maya y qué bueno, están en su propio tema.

Una herida postsísmica que había que atender

A ti también te tocó, en este largo periodo al frente del INAH, la recuperación del patrimonio que se dañó con el sismo del 2017, ¿por qué nos interesa tanto como mexicanos conservarlo y tenerlo cuidado?

En el caso del INAH porque es nuestra obligación. Por otro lado, mucho de este patrimonio en una medida muy importante fueron templos, exconventos, capillas, muchos de ellos están en uso religioso y la gente los identifica como sus lugares de veneración, como los articuladores de la comunidad, como los lugares donde se hace la fiesta, donde se veneran las imágenes protectoras, las imágenes que ellos estiman milagrosas y pues ahí la misma gente estuvo demandando que se avanzara y no ha sido fácil, porque fueron miles, pero ahí vamos. De hecho, ahorita podríamos decir que ya sólo nos queda algo de tarea y es menor en Ciudad de México, Puebla, Oaxaca y Morelos. Eran once entidades con afectaciones, en las otras siete prácticamente ya concluyeron la tarea.

El retorno de aquello que llamamos nuestro

Otra cosa que me parece súper interesante que te ha tocado a ti es la recuperación del patrimonio extraído ilegalmente. Leía que han sido más de 11 mil piezas y tan sólo hace unos días se regresaron 280 más. Es como poner una postura a nivel global de qué es lo que nos pertenece y por qué necesitamos que lo regresen.

Sí, en este periodo de gobierno se le ha dado una prioridad, que yo debo reconocer, a la recuperación de estos bienes. Nosotros por ley tenemos que hacerlo y lo hemos hecho. Sin embargo, no teníamos la misma cobertura, es decir, ahora se creó todo un programa institucional, con la Secretaría de Cultura, la de Relaciones Exteriores, de Gobernación, de la Defensa Nacional, con la Guardia Nacional. Entonces, hemos tenido mucho apoyo, muchas colaboraciones, incluso nos ha tocado dar charlas a los embajadores y cónsules que se reúnen siempre a principios de año para que tengan esa tarea, y así se los ha planteado la cancillería, como una tarea cotidiana. Muchos embajadores y cónsules se han estado aplicando y sí, ya a estas alturas son más de 14 mil bienes arqueológicos e históricos recuperados, la mayoría arqueológicos de acuerdo con las definiciones muy sui generis de la ley, otros históricos e incluso también un acervo de bienes etnológicos o étnicos que recuperamos para la tribu yaqui.

Piezas destinadas a maravillar y sorprender

De eso ¿qué es lo que más te ha sorprendido?, en especial, de cómo fue que se lo llevaron

Hay cosas muy sorprendentes. Una piedra que conocemos como el Xoc, es una deidad olmeca, esa piedra era parte de un acantilado y llegó alguien y cortó el acantilado y se llevó algunas toneladas de piedra hasta París, ¿cómo llegaron a Francia? Por supuesto se quebró esa laja de piedra cortada, extraída, entonces tenía detrás todo un bastidor para que los tres fragmentos estuvieran adheridos y su devolución fue un gesto muy interesante, muy bueno. Aparentemente el propietario fallece y los sucesores saben que no van a poder vender eso, porque ahí sí teníamos ubicado de dónde había salido y teníamos claro que era un saqueo y no hubiera podido hacerse ninguna transacción.

Otra fue la recuperación de esto que llaman el Portal del Inframundo o el Monstruo de la Tierra o el Monumento 9 de Chalcatzingo, que está ahorita exhibido en el Palacio de Cortés en Cuernavaca, en el Museo Regional de los Pueblos de Morelos. Esa pieza ya la habíamos ubicado desde los años setenta, se la debieron haber llevado por allá de entre los cincuenta o tal vez los principios de los sesenta. Es una piedra muy grande, también fragmentada, también con un bastidor atrás para poder presentarla completa y ya la veníamos persiguiendo, hasta que logramos finalmente que con el apoyo del consulado de Nueva York se pudiera recuperar, paradójicamente, en Denver, Colorado, y regresarla para acá. Son dos que yo diría recuperaciones muy esperadas, muy emblemáticas.

Otra muy interesante, cuya gestión se inició desde el gobierno anterior, pero que se culminó en el 2019, fue esta colección como de 594 exvotos que van del siglo XVIII el más antiguo hasta el siglo XX, exvotos mexicanos sobre todo del centro del altiplano de México, de estados como México, Zacatecas, Guanajuato, Tlaxcala, Aguascalientes, que fueron decomisados en Italia y que habla mucho del apoyo que hemos tenido en muchos ámbitos de la Unidad de Tutela del Patrimonio Cultural del Arma Carabinieri de Italia. Estos exvotos son muy interesantes, porque además está documentado en casi todos de qué iglesia fueron extraídos, cuál sacerdote los vendió y cuánto cobró. Eso también nos habla de cómo los ministros de la iglesia no siempre se conducen cristianamente y lo hemos platicado con la Conferencia Episcopal, quienes nos deben ayudar a sensibilizar y en un momento dado a perseguir estas acciones. Obviamente no podemos intervenir, porque la mayor parte de esos sacerdotes ya no están para dar cuenta de la fechoría y, además, ya en todo caso el delito habría prescrito e incluso no estaría del todo tipificado, aunque sí es delito porque la ley que ya le da al Instituto toda la competencia en ésta materia data de 1972, pero sí fue una recuperación importante por el número y por éste significado. Esto nos obliga, al INAH y a las asociaciones religiosas, a hacernos cargo de nuestras obligaciones en el cuidado de este patrimonio. Además, es una colección muy valiosa, muy interesante. Creo que fue una gran recuperación. Otra que también es bien interesante es un ajuar de danza de Pascolas y Venados, que el Museo del Mundo de Gotemburgo tuvo a bien ofrecer para su retorno a la tribu yaqui. También hubo otra recuperación interesante, hacia finales de 2019, como de dos mil laminillas de cobre provenientes del estado de Guerrero, que funcionaron como medio de cambio en el postclásico. Además del cacao se empezó a usar este tipo de laminillas con forma de tachuelas, para el intercambio de mercancías.

Un Reglamento reflejo del INAH y su funcionamiento, que compromete a rendir cuentas

Otro logro que tiene que ver con tu responsabilidad al frente del Instituto Nacional de Antropología e Historia es el Reglamento de la Ley Orgánica del Instituto, ¿cómo se logró?

Mira, desde que hubo una reforma a la Ley Orgánica del INAH, en 1985, se le dio la tarea al Instituto de dotarse de un Reglamento, esto porque cualquier Ley Orgánica en la Administración Pública Federal tiene que tener un reglamento. Para el 2018 la Auditoria Superior de la Federación nos planteó que hacía falta el reglamento. Llegó a haber cuatro proyectos de reglamento, pero por angas o mangas ninguno fructificó.

Entonces, lo que planteo es que necesitamos hacer el reglamento y que este describa al INAH tal y como está, es decir, darle formalidad y alinearlo a la Ley Orgánica. Por lo tanto, la idea es que fuera un reglamento que reconoce una estructura jerárquica. Se formó un grupo de 22 especialistas coordinado por nuestra secretaria técnica, Aida Castilleja; por la abogada del INAH, María Villareal, que en paz descanse, y por Bolfy Cottom, un colega que tiene cierta ascendencia sobre grupos sindicales, con el que a veces suele haber diferencias de enfoque, y que bueno, pues la idea es que estuviera y que se formara un grupo plural. Les aclare que no era un tema sindical, sino que se trataba de discutir la estructura del INAH y su reglamento, pero que si un sindicato quería tener presencia podría haber personas, pero no como representantes del sindicato sino en todo caso de su sector o de sí mismos.

Con este grupo se trabajó por espacio de dos años para el anteproyecto, ese documento tuvo que tener manifestación de impacto presupuestal de Hacienda, de impacto regulatorio de la Función pública, y otras. Al final todos dieron sus anuencias y, obviamente, tuvimos que llegar a la Consejería, que nos sugirió una serie de cambios, sobre todo de la forma. Al principio el grupo dijo ¡no! Pero les recordé que el principio de la buena negociación es tener claro qué es lo irreductible y qué es lo negociable, y eso funciona para cualquiera cosa que vayas a discutir, desde un aumento salarial o el futuro de tu pareja.

¿Qué era lo irreductible? Los Centros INAH, los Consejos de área, el Consejo General Consultivo, la pertinencia de las escuelas como parte consustancial del Instituto, las coordinaciones nacionales sustantivas y administrativas como las tenemos, porque había coordinaciones de áreas que existían de facto pero no de jure, porque no tenían ni siquiera existencia en la estructura digamos orgánica y había que formalizar eso y eso nos ayudó luego con Hacienda.

Tuvimos que explicar lo de los Centros INAH; de los consejos nos dijeron “es que en ninguna parte existen esos consejos, para eso están las comisiones internas de administración”, sí, pero es un tema administrativo y en el INAH no todo es administrativo, por lo que necesitamos consejos de área que se hagan cargo de revisar la política académica, los lineamientos para el cuidado del patrimonio, para su investigación, para conducir las escuelas, y un Consejo General Consultivo para que revise las tareas y al cual el director le va a reportar año con año, en un informe, el programa presupuestal del año que viene –algo que no se hacía en el INAH y que no se hace en la mayor parte de las instituciones– y bueno, a lo mejor ahora hasta pueden ir aprendiendo del INAH.

Pudimos defender nuestra postura y no sólo eso, sino que hasta convencerlos de que era una buena idea y lo aprobaron. En mayo de 2021 se publica y, por primera vez en 82 años de existencia, el INAH contó ya con un reglamento a su Ley Orgánica.

Luego vino todo el trabajo constructivo de los Consejos de área, donde hay tres tipos de integrantes, los que son funcionarios de áreas que ya están previstos, los que son invitados del director y una mitad que son electos por los pares definiendo cuáles son los pares en cada área: investigación, conservación, museos y docencia. Por primera vez existen estos consejos, que ya estaban previstos, pues desde un principio se hablaba de un Consejo General Consultivo, pero no tenía estructura, y sí había consejos por especialidad, de arqueología, de paleontología, de monumentos históricos inmuebles, de conservación y restauración, pero no estos Consejos de área. Y al Consejo General Consultivo, que ahora existe por primera vez, el director del INAH está obligado a rendirle un informe anual, está obligado a presentar su plan de trabajo del año siguiente y está obligado a informar sobre el presupuesto del año que va a iniciar y sobre el ejercicio del presupuesto que ya concluyó. Con esto creo que el INAH sí es una institución, a mi juicio, mucho más democrática, que tiene ya más certeza institucional y está fortalecida.

Pausa para hacer retrospectiva y evaluar

Desde tu punto de vista, en estos ocho años de trabajo, ¿cómo quedaría esta balanza de lo bueno y lo malo?

Bueno, yo diría que sí ha habido un fortalecimiento institucional. Al final del sexenio anterior conseguimos dos cosas: por un lado sobrevivir con una institución que tiene mucha energía para defenderse y también afrontar con bastante entereza las afectaciones de los sismos de 2017, a los cuales hay que agregar otro, en febrero de 2018, para el caso de Oaxaca. Como resultado once entidades federativas con más de 2 mil 340 inmuebles arqueológicos e históricos de propiedad federal, más los que fueron apareciendo, sobre todo de orden estatal, municipal o de la comunidad, que se fueron agregando y que hemos trabajado con la Secretaría de Cultura.

Esos fueron los logros de ese sexenio: que la institución permaneciera, sortear el vendaval y de alguna manera asegurar cierta cohesión. El INAH es una institución muy cohesionada, hasta los compañeros que impugnan al director general están muy cohesionados. Es una institución donde los sindicatos pueden discrepar mucho con nosotros en algunas de sus expresiones, pero están comprometidos, no sólo con el derecho y las prestaciones de los trabajadores sino con el Instituto, a diferencia de otros sindicatos que más bien ven su interés como trabajadores, aquí se prioriza el interés del INAH y del patrimonio cultural.

Luego, ya en este gobierno creo que lo más importante es este fortalecimiento institucional, que no sólo es el reglamento y los consejos. Tenemos una plantilla de directores de Centros INAH mucho más sólida, no deja de haber algunos que a lo mejor no son los mejores, pero en general la gran mayoría de los directores de Centros INAH son por lo menos idóneos cuando no muy buenos y, por supuesto, que nos hemos hecho cargo de ordenar una Institución que ahora tiene una normatividad más sólida. Actualizamos la norma para la investigación arqueológica, lo que nos costó más de dos años y medio de trabajo.

Acabamos de emitir, por primera vez en la historia del INAH, los criterios para la conservación del patrimonio edificado competencia del INAH, que ya te define criterios para el cuidado, conservación de monumentos históricos inmuebles colindantes a monumentos históricos, zonas de monumentos históricos, centros históricos o sitios históricos patrimonio mundial, lo que le da más certeza, sobre todo a la ciudadanía, porque antes llegabas con tu permiso, con tu solicitud y por qué me la aceptó o por qué no me la aceptó, a veces no se sabía. Ahora tenemos ciertos criterios referenciales, donde los arquitectos que trabajan para propietarios de monumentos históricos o para entidades públicas que tienen en su cuidado monumentos históricos pueden apoyarse.

Otro logro es que estamos por sacar las bases reglamentarias de las juntas de monumentos históricos de los Centros INAH, para que estas reuniones, que a veces no tenían formalidad, a veces sí se acudía a ellas, a veces no, tengan ya una existencia más formal. Creo que también fue un avance reactivar y darle más formalidad al Consejo de Paleontología y a lo que ya está siendo la Dirección de Paleontología, que antes era sólo una Subdirección.

También me parece que es una avance constituir por primera vez la Dirección de la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Norte de México, que antes era sólo una Subdirección y, por lo tanto su percepción, a menos de que fuese investigador de base, era totalmente raquítica, pero no sólo eso, también su nivel en el organigrama era como de segunda, ya no es una escuela de segunda. Eso a mí me da también mucho gusto. Por supuesto, todo lo que hemos podido hacer en materia de salvamento y me da mucho gusto lo de los Planes de Justicia.

¿Qué es lo que se queda pendiente? Mucho rezago en materia de cierta infraestructura que no pudimos atender; se queda pendiente la terminación de la restauración de la ex penitenciaría de Hermosillo, Sonora, donde está el Museo Regional; se queda pendiente la rehabilitación del exconvento de La Merced aquí, en el Centro Histórico de la Ciudad de México; se queda pendiente el destino que debe tener el exconvento de Jesús María, también en el Centro Histórico, en la parte oriente; y algunos otros pendientes que ya no alcanzamos a atender, sobre todo porque, obviamente en el horizonte presupuestal hubo una serie de prioridades sociales y luego una pandemia que obligó a un ajuste presupuestal muy complicado para el Instituto, y nos dejó un presupuesto considerablemente limitado. Se queda pendiente la terminación del sistema de conservación de la fachada del templo de la serpiente emplumada en Teotihuacán, desde el gobierno anterior empezamos a buscar financiamientos, a generar las bases para un concurso, se sacó a concurso, se asignó el concurso, logramos mucho apoyo del Gobierno del Estado de México en su momento y ahorita ya tenemos el esquema de financiamiento, pero el proyecto de intervención sí supone que nos tenemos que alargar por lo menos hasta fin de año.

No obstante pudimos atender lo indispensable y creo que también pudimos hacernos cargo de atraer otros apoyos. En los Centros INAH logramos con frecuencia que nos apoyaran los gobernadores, los presidentes municipales, las universidades, las fundaciones, logramos acuerdos con CONAHCYT, con grupos de la sociedad civil. Entonces ahí quedan pendientes, pero también queda una vertiente que no debemos descuidar, que es incorporar a los sectores de la sociedad en general, ya sean comunitarios o incluso de empresas privadas para que nos apoyen.

El tiempo de los anhelos personales…

Y para ti, Diego Prieto, después de este largo e importante periodo como director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, ¿qué te aguarda?

¿Qué te puedo decir? Tengo tres impulsos..

Uno, no quiero dejar descobijado el INAH, si me gustaría estar claro de que estoy entregando bien, de que estoy terminando todo lo que se me encargue y de que si en un momento dado se requiere que yo me haga cargo de ciertas cosas o durante cierto periodo, por supuesto que lo haré. Estoy seguro de que en el INAH quedará gente muy valiosa, y además está la ENAH, que para mí fue mi casa y es un compromiso conmigo, con la comunidad a quien aprecio y quiero enormemente y con el gobierno, dejar bien todo.

Dos, sí me gustaría regresar a la investigación y la docencia. Aunque mi plaza está en Querétaro, quisiera moverme en este caso a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la ENAH, le tengo mucho cariño y creo que el INAH durante algún tiempo desatendió a la ENAH y los tiempos se han hecho cargo de recordarnos que ahí está y que le hacen falta muchas cosas. Me gustaría ir a la ENAH y, por supuesto, dar clases e investigar, nada más, porque la ENAH tiene sus propias formas de dotarse de dirección y están reglamentadas.

Tres, también me gustaría seguir colaborando con la transformación del país, con esto que comentaba al principio de la acción cultural en un sentido más incluyente, plural, igualitario, fraternal, justiciero si tú quieres. Sí me gustaría ver si en ese terreno puedo atender más que un cargo un proyecto, proyecto que puede ser obvio desde algún cargo o no. Igual también podría ser muy interesante trabajar en el ámbito de lo federal, que ya lo he hecho, pero también en los estados, donde creo que hay mucho por hacer, mucha tarea ahí y, de repente, si con quien vivo estuviese de acuerdo, pues me puedo mover a algún lado.

Aunque sí he estado platicando con la gente que viene, con Claudia Curiel, yo no tengo prioridad, vamos a ver qué viene.

Nota personal: Tengo una deuda de gratitud infinita con Diego Prieto Hernández por esta muy generosa y luminosa conversación, pero también con Marisa Gómez Dantes y con todo el equipo de Difusión del Instituto Nacional de Antropología e Historia: ustedes hicieron posible que esta charla trascendiera y resultara, también, una revisión amplia de ciertos aspectos relevantes de la historia y el momento actual de un Instituto que, como bien dice Diego, es fundacional de México, nuestro país. ¡Gracias!