Fue una mañana soleada cuando la artista plástica Laura Anderson Barbata me presentó a Carlos Barrera Reyes, junto con el imperativo: ¡Tienes que conocer su trabajo! A los pocos días lo visité y desde ese instante –hace ya como cuatro años– me convertí en una admiradora fiel y, además, con la fortuna de cultivar una amistad que aprecio en todo lo que vale.  

Es complejo describir el proyecto de Carlos en una sola frase. A lo largo de estos doce años que le ha dedicado hasta el momento (¡porque va por más!), puedo decir que es como las plantas que se reproducen mediante ramificaciones donde les crecen “hijos”, porque de una idea inicial han brotado otras que son igual de interesantes, y que, a pesar de tener sus propias características y bondades, permanecen entrelazadas gracias a su vocación, compromiso y generosidad.  

Él le llama: “Acciones de colaboración con grupos de tejedoras en México, a través del teñido con tintes naturales y el uso del telar de cintura”, y si bien enuncia todos los elementos que lo componen, exige su propia narrativa para conocerlo y enseguida querer saber más y más y más. 

El principio 

Artista plástico con experiencias colaborativas y el gusto por el textil como forma de expresión, como un paso previo para hacer su maestría se inscribió en 2008 en el taller de tintes naturales que imparte la maestra Leticia Arroyo Ortiz en la Academia de San Carlos, de la UNAM. Entre otros dones, es autora del libro Tintes naturales mexicanos, su aplicación en algodón, henequén y lana, cuya primera edición en 2008 obtuvo el Premio CONABIO, la segunda de 2015 una mención honorífica en la categoría Libro de Arte del Premio Antonio García Cubas que otorga el INAH, y hay prácticamente una lista de espera para cuando se de la oportunidad de una tercera reimpresión. 

 Maestra Leticia Arroyo en su taller de la UNAM

Maestra Leticia Arroyo en su taller de la UNAM 

“Cuando Carlos estaba en el taller me propuso repetir cada uno de los tintes y de los materiales que están en el libro. Estuvo tiñendo uno por uno y fueron saliendo nuevas cuestiones. Por ejemplo, que se nombra una planta de un modo en un lugar y de otro en otra, o pedíamos una planta y nos daban otra y él la usaba y salía otro color. Se sumaron nuevas experiencias y también se han ajustado los métodos o las cantidades”, rememora la propia Leticia Arroyo. 

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Carlos Barrera Reyes tiñiendo en la UNAM 

Cabe decir, que de cada color Carlos fue haciendo pruebas hasta obtener toda la gama de tonos, además de que tiñó lana, algodón, seda, henequén y pluma con cada uno. El muestrario actualizado, hoy día contempla 64 monografías, que incluyen las acuarelas originales realizadas por la maestra Leticia Arroyo Ortiz. 

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Fragmento del muestrario de materiales teñidos 

Al ver su interés, la maestra le recomendó a Carlos otros dos libros que, en conjunto, constituyen la brújula que lo ha guiado desde entonces: El Caracol púrpura: una tradición milenaria en Oaxaca, de Marta Turok y Presencia Maya, del antropólogo Walter F. Morris. En este último descubrió la belleza de los huipiles ceremoniales de las comunidades de Chiapas y eso lo llevó a ese estado del sureste de México: “Fui porque, en mi inconsciencia, quería teñir el huipil de la Virgen de Magdalenas y obsequiárselo a la comunidad. Me enfrenté con que las cosas no son así de fácil y que acercarse a las comunidades, en especial a la de Magdalenas, es complicado. Sucedió cuando estaba empezando toda la investigación de tintes aquí, en la UNAM, y desde la parte social sabía que era algo que tenía que compartir. Pero cuando fui, realmente no sabía nada de cómo estaban los tintes naturales allá, fue ir un poco a ciegas. Me acuerdo que, para no regresar tan triste a México, me dije, ‘por lo menos voy a comprar un huipil ceremonial y me lo voy a llevar a mi casa’. Lo quería de tintes naturales y no encontré ninguno. Pensé ‘a lo mejor ya se perdió el teñido’ y ahí se empezaron a abrir otras posibilidades”.  

Los primeros encuentros 

Gracias a un contacto del Instituto Casa de las Artesanías de Chiapas, en su siguiente viaje al estado lo canalizaron con un grupo de tejedoras de Zinacantán, concretamente con la familia de Pascuala Vázquez Hernández, y con María Luisa Mendoza Vázquez de Paraíso Grijalva, del grupo de tejedoras El Reparo.  

“Me pasaba mucho, al principio, que iba y sentía que les quitaba el tiempo. Lo que pasa es que te encuentras con una dinámica muy diferente a la que ves en los libros o en los documentales y llegas con esta idea romántica de quererles enseñar tintes naturales y que las tejedoras van a decir ‘sí, traigamos a todas las tejedoras y durante una semana vamos a teñir’. Y no es así, porque las tejedoras tienen mil cosas qué hacer: son madres, son abuelas, son amas de casa, son tejedoras, trabajan en la tortillería, trabajan en la farmacia, tienen que cuidar a los nietos, a los hijos, tienen obligaciones con las comunidades, con la iglesia o con la comunidad y entonces tienen juntas, tienen responsabilidades, tienen horarios. Es hasta que encuentras como un lugarcito en el que tú puedes empezar a trabajar con ellas y te tienes que adaptar a eso. Tienes que darle el tiempo necesario y se van meses y se van años. Ahora bien, como artista, para mí era importante dejar claro que no tengo un interés económico –lo hago porque me gusta–, pero también no ser paternalista ni creer que las iba a salvar o que necesitaban mi ayuda. Creo que hay ver a las comunidades desde su riqueza y no desde su carencia, porque todos tenemos carencias y todos tenemos riquezas”. 

La familia de Pascuala es con quien mejor se lleva porque han logrado tener más convivencia y, sin embargo, a la fecha no les ha llegado a interesar el uso de los tintes naturales, porque al estar más cerca de San Cristóbal de las Casas tienen un mercado que fluye si conservan los precios bajos. En cambio, con María Luisa se llegó a presentar una coyuntura favorable. Es una asidua participante de los concursos de FONART, por lo general con rebozos de petet, conocidos así porque se hacen con ese material, que hilan con ayuda de un malacate y que es muy finito. Un día, después de casi cinco años de trato, se acercó con Carlos para comentarle que ya no obtenía los primeros lugares, a lo que él respondió que no estaba mal su trabajo, pero al presentar siempre lo mismo llega un momento en que abren espacio a otras opciones. Fue cuando le propuso usar material teñido con tintes naturales, ganó de nuevo y fue el suceso que impulsó de manera decidida la impartición de los talleres. Pronto, las mismas tejedoras, y en ocasiones el propio antropólogo Walter F. Morris (1953-2019), el Instituto Casa Chiapas o el Instituto Casa de las Artesanías, se convirtieron en sus promotores para que tuviera acceso a otras tejedoras del estado, lo que la mayoría de las veces era una verdadera odisea. 

“No siempre había transporte o caminos adecuados para llegar. No había direcciones, no había números. Me decían, por ejemplo, llegas al zócalo, volteas a la derecha, te vas por esa calle derecho hasta llegar a una puerta verde y ahí tocas. Pero valió la pena. Tuve la oportunidad de trabajar con ellas. Al principio todas me decían:  

  • Oye Carlos, pero ¿quién tiñó estos hilos?  
  • Pues yo  
  • ¿A poco tú sabes? ¿Y sí son tintes naturales?  
  • Sí, son tintes naturales  
  • ¿Y no me quieres enseñar?  
  • Claro 

Juntaron a sus compañeras para que les enseñara y me puse a dar talleres. Iba, les daba el taller y, obviamente, terminando me regresaba a San Cristóbal y al otro día regresaba a sacar los hilos y a teñir los siguientes y así, durante toda una semana con un grupo y después el otro y el otro y se volvió muchísimo tiempo. Hasta la fecha sigo dando los talleres y ya pasaron siete años más. Por eso la palabra tiempo es muy importante en este proyecto”. 

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Con el grupo de tejedoras de Magdalenas 

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Carlos tiñiendo con Rosa Gómez Pérez 

En ese momento su aprendiz más pequeña era Rosita, de la comunidad de Tenejapa, “un lugar precioso”. Tenía diez años (ahora tiene 17), se interesó y hoy es una de las mejores alumnas. Las mayores rondaban los 40 años. Ahora el rango de edades es más amplio, por el interés, que viene acompañado por un apoyo de gestión de Carlos para que participen no sólo en los concursos (son numerosos los premios que han cosechado en los diferentes grupos de artesanas), sino también en ferias importantes, donde acuden compradores con mayor conocimiento y capacidad para adquirir sus piezas en lo que valen. Es el caso de la Feria de Maestros del Arte de Chapala, Jalisco, donde además Carlos provoca que varias tejedoras den pláticas sobre su trabajo, y si bien al principio empezaron de forma tímida hoy comparten sus saberes con total seguridad. 

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Charlas con diferentes tejedores 

Una nueva faceta colaborativa 

“Carlos tuvo la idea de llevarle diferentes materiales a las comunidades, para que cada una tejiera una pieza con una gama específica de color [un material tintóreo, planta o animal, con todas sus tonalidades posibles]. No se trata de los huipiles o de las otras prendas que hacen para la venta, pero no lo ve sólo como su proyecto, sino como una colección que se está haciendo de manera colaborativa con las comunidades. Una cuestión de ida y vuelta y que parte de la enseñanza del teñido. Eso es muy importante, porque no se guarda los conocimientos, no los deja en el taller, sino que los ha sacado. Está abierto para las personas que quieran aprender, tanto hombres como mujeres”, comenta con un dejo de admiración la maestra Arroyo Ortiz. 

En efecto, con las 16 comunidades tejedoras de Chiapas con las que trabaja ha realizado piezas colaborativas en telar de cintura, a las que se suman las que ya ha podido crear junto con algunas comunidades de Oaxaca, entre otras (porque a este proyecto, como comentaba al principio, le salen varias ramificaciones, todas interesantes y dignas de seguir con interés).  

 Elaborando un telar colaborativo con palo Brasil, Fidencia Pérez Hernández, de Paraíso Grijalva

En este campo, Carlos considera que “las relaciones se volvieron bien importantes para poder ir avanzando y para que se fuera entendiendo hacia dónde deseaba ir, porque el arte es tan conceptual, a veces, que es difícil explicarlo. Entonces, para mí lo más valioso sí han sido las relaciones humanas, desde lo que es la amistad, lo que es el dialogar, lo que es ganar la confianza e incluso hasta no estar de acuerdo por no tener la misma visión. Y no está mal, al contrario, eso hace la obra un poco más complicada, pero al mismo tiempo más interesante”. 

Un año para multiplicar los esfuerzos 

El compromiso, la generosidad y los resultados de este magno proyecto colaborativo tuvieron resonancia favorable en el estado. Carlos Barrera Reyes no ha sido alguien que buscó de manera esporádica un contacto o una información, sino que se arraigó en las comunidades como las frondosas ceibas del sureste. Fue por esto que, en 2016, recibió una invitación especial del Museo Na Bolom (Casa del jaguar). La casona que lo alberga en San Cristóbal fue originalmente hogar del arqueólogo danés Frans Blom y la fotógrafa suiza Gertrude Duby, así que además del recinto legaron una colección amplia de objetos precolombinos, etnográficos, históricos y documentales, así como fotografías de toda la zona.  

Tiempo después, y por el perfil y las dimensiones del recinto, el antropólogo Walter Chip Morris decidió poner en sus manos la colección de textiles de Los Altos de Chiapas, que fue integrando de 1970 al año 2000. Con el propósito de revitalizarla, la directora general de Na Bolom, Patricia López Sánchez, le pidió a Carlos Barrera que desarrollara una estrategia de trabajo para las piezas, dada toda su experiencia, no sólo con textiles, sino con las tejedoras de la región. 

“Como primer paso, emprendí una labor de catalogación y toma de fotografías de cada una, tarea que por la dimensión se ha prolongado hasta hoy día. Por otro lado, sugerí organizar exposiciones cuyo eje fueran las propias comunidades, con el objetivo principal de acercar las piezas de la colección a las tejedoras. Acordamos que para la primera exposición yo cubriría una parte de los gastos de montaje y renta de transporte para traer al grupo correspondiente a la inauguración y, si obteníamos buenos resultados, el museo absorbería esos rubros para las siguientes ocasiones”. 

Bajo el concepto rector de Guía textil de Los Altos de Chiapas, presentaron la primera exposición en abril de 2017, en torno a la comunidad de Magdalenas. Desde entonces han logrado presentar nueve exposiciones más: Chenalhó (septiembre 2017), Tenejapa (noviembre 2017), San Juan Chamula (mayo 2018), Carranza (noviembre 2018), San Andrés Larráinzar (abril 2019), Tenejapa – Casa de la Cultura (julio 2019), Cancuc, Chalchihuitán, Oxchuc, Pantelhó y Tenango (agosto 2019), Zinacantán (marzo 2019) y Zinacantán – Casa de la Cultura (agosto 2020, esta de manera virtual por la pandemia). Cabe resaltar que, además de presentarse en el museo, las de Tenejapa y Zinacantán también se instakarom posteriormente en las casas de cultura de las comunidades involucradas y, en cada ocasión, les obsequiaron una copia de las fotografías de la colección vinculadas a las mismas. 

Cartel de una de las exposiciones efectuadas hasta ahora

Cartel de una de las exposiciones efectuadas hasta ahora 

“Insertarme en el proyecto de Carlos para mí fue un shock, porque yo tengo una formación muy estricta y me parecía increíble la posición que tienen la asociación cultural Na Bolom, el museo Na Bolom y Carlos, como parte de este proyecto de socializar las colecciones”, comenta Ana Kateri Becerra Pérez, conservadora restauradora egresada de la Escuela de Conservación y Restauración del INAH, (ENCRyM). 

Ana Kateri agrega: “La exposición que a mí me cambió la vida fue la que fuimos a montar a la Casa de Cultura de Tenejapan, en Los Altos de Chiapas. Al principio estaba un poco tensa, porque yo pensaba ‘¿Cómo es eso de que van a tocar las piezas?’ y Carlos me decía ‘Tienes que dejarlo pasar, tienes que dejarlo fluir, tienes que relajarte’. Fue muy bonito ver cómo tocaban las prendas, las volteaban, se fijaban en la técnica de manufactura, sacaban su teléfono y le tomaban foto a los motivos iconográficos que están en los lienzos. Te das cuenta que no es un objeto inanimado, es un objeto que tiene una historia social y esa historia social sigue viva y se puede retomar. No era Carlos diciéndoles ‘Oigan, quiero que hagan esta pieza’. No, nació de ellas, de decir, me encanta este motivo, hace mucho que no lo veía, le voy a tomar foto para acordarme cómo se hace. La gente entraba, veía y le daba vueltas a las piezas diciendo ‘Ay, esta pieza ya no se hace’ o ‘Ay, esta la hizo mi hermana’. A mí me cambió la vida porque entendí para qué estoy conservando. Si las piezas no están en un buen estado de conservación o están hongeadas, la gente no las puede manipular y eso sí hace que se pierda el conocimiento. No sólo que se pierda el objeto, sino que se pierda toda esta cadena de elementos que permiten que una tradición siga viva, y no me refiero a una tradición estática, sino a una tradición entendida como un proceso dinámico que se va reinventando, porque ellos pueden decir ‘Este diseño ya no se hacía, lo retomo, pero le cambio el color o lo retomo, pero le cambio el tamaño o el material’”. 

Artesanos de Tenejapa admirando las piezas 

Puntos de convergencia 

Junto con la maestra Leticia Arroyo, Carlos logró no sólo replicar las fórmulas del libro Tintes naturales mexicanos: su aplicación en algodón, henequén y lana, sino encontrar nuevos colores y perfeccionar las técnicas. Este interés lo llevó inicialmente a Chiapas, donde al paso del tiempo –el gran aliado de este proyecto– ha podido impartir talleres de teñido a 16 comunidades tejedoras, acción que, por un lado, llevó a las participantes a mejorar sus ventas y a ganar varios concursos; y por otro, dio pie a realizar la colección de textiles colaborativos de telar de cintura, teniendo a los colores como eje. La presencia de Carlos y el interés de las tejedoras abrieron las puertas del museo Na Bolom y de su colección textil, lo que a su vez posibilitó concentrar los talleres de teñido en el recinto, reuniendo a todas las tejedoras, así como organizar exposiciones, tanto en sus salas como en las casas de cultura de las comunidades. Esto, a su vez, ha provocado que las tejedoras reconozcan piezas, rescaten puntadas y valoren con otra dimensión sus trabajos, al tiempo que ha facilitado los trabajos de catalogación desde otra perspectiva. 

“A mí esto me parece muy importante –dice Ana Kateri–. La colección adquiere un valor social que otras colecciones no tienen, porque están restringidas para grandes investigadores y eso puede llegar a ser, depende de la lectura, claro, clasista, racista, porque tú lo creas, pero yo lo entiendo, yo lo estudio, yo adquiero capital simbólico, yo lo trabajo… y eso es muy restrictivo. En cambio, aquí, si ellas necesitan ver una pieza, le marcan a Carlos y es tan sencillo como: ‘¿A qué hora llegas?’ O al revés, cuando estamos catalogando, si surge una duda Carlos toma una foto, se las manda con un mensajito y nos responden. Además, creemos que es súper importante mantener la nomenclatura en lengua tzotzil o en lengua tzetzal, y hacer un registro adecuado de las prendas, desde quién es la autora, quién la donó, en qué fecha, la técnica de manufactura, hasta el uso que han tenido, digamos, su biografía cultural”. 

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Conservadora restauradora Ana Kateri Becerra Pérez, trabajando en la colección textil de Na Bolom 

La conservadora-restauradora Becerra Pérez, concluye: “A mí me parece que la visión de Carlos es muy buena. Habría que retomar este tipo de acciones, que sean más recíprocas. Yo creo que es una buena manera de combatir extractivismos epistémicos, a partir de la reciprocidad, de la solidaridad y del trabajo en equipo. A mí por eso el proyecto de Carlos me fascina”. 

Nos corresponde valorar 

Doña Juana Victoria Hernández, oriunda del municipio de San Juan Cancuc, es tejedora del telar de cintura desde los 9 años. “Me enseñó mi mamá”, dice. Conoce a Carlos Becerra desde hace como cuatro años y en este tiempo no sólo ha aprendido a teñir con tintes naturales conforme él le enseñó. “Con mi mamá y mis cuñadas nos dieron el proceso, primero en los talleres, luego empezamos a experimentar con algunas plantas que existen acá, en mi pueblo, y así nosotras vamos a enseñar a las demás”. 

Con una sonrisa clara y que ilumina a todo a su alrededor, comparte: “A mí me gusta utilizar todos los colores. Me gustan los rosados de grana cochinilla y palo brasil, que es en tonos rosados, rosados claros y fuertes, también el rojo. También el añil, del que salen los tonos azules. También los colores beiges, que son de plantas y cortezas de árbol que existen por acá. Y también colores amarillos, que están presentes en plantas como pericón y en unas flores que también existen acá, en mi pueblo, son los amarillos claros y fuertes. Me gustan todos”. 

Doña Juana Victoria tiñiendo con Carlos 

Ahora le gusta ir al Museo Na Bolom. Considera que es un espacio importante e interesante, “porque veo las ropas antiguas que siguen rescatando, así, para no perder las tradiciones de los antiguos y eso me gusta mucho”. Después, seria y ante la pregunta de cómo podemos valorar mejor todos sus trabajos, responde: “Entender cuántas horas lleva el trabajo de una sola prenda, cuánto tiempo desde buscar las plantas y todo el proceso, explicarlo así, para que entiendan y empiecen a valorar nuestros trabajos”. 

Una entrega recompensada 

Inmerso en el proyecto con todas sus vertientes, Carlos casi se olvidó del huipil ceremonial de la Virgen de Magdalenas. En 2019, sin embargo, el mayordomo responsable de entregarle a la santa patrona la nueva ofrenda textil, lo localizó. La comunidad se había percatado que, al paso del tiempo, habían ido perdiendo la riqueza iconográfica y habían demeritado con hilos industriales la hechura. Habían oído hablar mucho de él, de sus talleres y de la colaboración con el museo, así que le pedían su apoyo para contar con un diseño a la altura de la Virgen y con los hilos teñidos naturalmente.  

Tejiendo en sincronía el huipil para la Virgen, Juana Pérez Gómez y Patricia Jiménez Santiz.

Tejiendo en sincronía el huipil para la Virgen, Juana Pérez Gómez y Patricia Jiménez Santiz. 

La emoción de Carlos al contar el proceso, que debió hacerse en un tiempo corto dada la petición, es contagiosa. Retomó del libro de Chip Morris y de un huipil de la colección la iconografía y les donó todos los hilos que necesitaban. En Magdalenas dos jóvenes con poca experiencia en huipiles ceremoniales, pero tuteladas por una matriarca, tejieron al unísono –para lograr la sincronicidad necesaria– hasta tener los pliegos para el armado del huipil. Como una cosa excepcional, por ser ajeno a la vida diaria de Magdalenas, Carlos presenció el doblado de la pieza, la procesión para llevárselo a la Virgen en una canasta y la procesión con la Virgen usándolo. Todos los habitantes con sus ropas tradicionales, los músicos en la retaguardia, al frente las velas, el copal, la fuerza de la fe profunda y una Virgen con el huipil más hermoso del mundo. 

“Yo, la verdad, no tenía idea de que las tejedoras fueran a tener esta respuesta tan padre, tan bonita. Me compartieron sus conocimientos y he tenido acceso a rituales, a fiestas, a danzas, que como turista jamás hubiera podido. Me han invitado e incluso han tenido que pedir permiso, para que yo pudiera estar. Como académico, lo primero que yo quería hacer era tomarles fotos y grabarlos, porque te dices que lo tienes que compartir con el mundo. Pero con los años he aprendido que no. Tienes que respetar ese espacio y ese tiempo que ellos te dan y entenderlo como algo muy especial en donde tú estás para vivir el momento, guardarlo y agradecerlo para siempre”, finaliza en una pausa mi querido y admirado amigo, el artista Carlos Barrera Reyes. 

Si quieren conocer más del proyecto, pueden visitar el sitio: https://www.carlosbarrerareyes.com 

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