Mi cuerpo es mi mapa de vida y me siento bien con este cuerpo. Mi cuerpo me ha respondido perfecto…
Después de conversar con mi querida Ana Luisa Anza, me dijo: “Tienes que conocer a mi amiga Virginia, ¡no te imaginas qué historia!” y me dio su teléfono, además de que le adelantó a ella que yo iba a comunicarme. Después de explorar agendas y encontrar el mejor momento, la fui a entrevistar a su empresa, en las afueras de la Ciudad de México. De inicio, me cautivó lo sencilla y amable que ella es, además de que las instalaciones no sólo eran pulcras, sino que también se sentían tan cálidas como su sonrisa.
El encuentro no tenía límite de tiempo, lo que nos permitió entrar muy pronto en un ambiente de confianza; a ella para conversar a gusto y a mí para prestar oídos atentos, y con gran interés, a una historia que en verdad es de trascendencia. Virginia hoy está brillando gracias a una voluntad férrea y a una enorme disciplina de trabajo. Ante eso, no pude dejar de pensar cómo sería su vida si desde el comienzo su papá hubiera alentado sus sueños y si los obstáculos que implican los prejuicios hacia las mujeres no se hubieran interpuesto en su camino. Las dificultades no serían menores, pues su ámbito de acción la enfrenta continuamente a temas de corrupción e inseguridad, que lamentablemente son escollos que México aún no logra vadear para navegar hacia otros puertos que desde hace lustros merece, pero probablemente contaría con otro bagaje para superarlos.
Como me ocurrió en cada una de las charlas con estas Poderosas 50 y fabulosas mujeres, salí de ahí cargada de reflexiones y enseñanzas; entre otras, que no importan los lastres que hayas acumulado o la edad que tengas, en cualquier momento puedes elegir otra vía para desarrollarte, hallar la plenitud y ser feliz.
A la sesión de fotos con Blanca llegaron juntas Virginia y Ana Luisa, lo que aprovechó nuestra querida fotógrafa para hacerles, hacia el final, unos retratos juntas. Que valiosa la amistad siempre, y más si es como la de ellas, de largo aliento, pues se conocen desde pequeñas.
Dado el profundo compromiso que tiene con esta etapa de su vida no nos hemos vuelto a ver, pero ambas nos seguimos en Facebook e Instagram, y cada tanto nos saludamos por WhatsApp. A mí me da gusto comprobarla feliz y realizada. ¡Se lo ha ganado a pulso!
Querida Virginia, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?
Muy realizada. Tengo cuatro hijos ya grandes, a los cuatro los veo muy bien y me enorgullezco de cómo se desarrollaron. Es decir, después de todos los valores que les inculqué y de todo lo que les he enseñado, los veo triunfando a los cuatro. Eso me enorgullece mucho. Por otro lado, me enorgullece poder venir a trabajar todos los días y que sigo trabajando con la misma emoción y disfrute como si tuviera veinte años. Gracias a Dios, también tengo salud y aquí estoy. Tengo trabajo, tengo hijos y la puedo hacer sin el señor que yo pensé era el príncipe azul, cuando me casé. A lo largo de la vida te das cuenta de que no hay príncipes azules y que esos cuentos de hadas son diferentes. Ahora se está viendo la mujer de esa forma y eso me da mucha energía, hasta por las películas que está haciendo Disney, como la de Frozen, que habla de dos hermanas y al final el abrazo son ellas y eso es el amor. Estás hablando de un cambio radical. Lo veo, sobre todo, porque tengo dos hijas. La mayor no se ha casado y está haciendo su futuro, es arquitecta. Eso también me enorgullece muchísimo, el verla y saber que no tiene que replicar un patrón, está abierta a otra expectativa de vida.
Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…
Muy bien, la verdad, porque sobreviví a un cáncer de tiroides a los cuarenta y dos. Me dijeron que iba a durar un año más de vida. Fue un cáncer muy fuerte: aparte de la tiroides me tuvieron que quitar veinticinco ganglios. Afortunadamente todos salieron bien y ya tengo más de veinte años de haber superado ese cáncer. Tenía un pronóstico fatal y, sin embargo, aquí estoy. Me siento muy fuerte, tengo un cuerpo muy fuerte, brazos y piernas fuertes, con las arrugas de la vida, que no me arrepiento, las estrías de ser madre de cuatro, con cuatro cortadas de cesáreas y con unos pechos quizá caídos, que no importa, porque amamanté cuatro hijos. Eso también me enorgullece. Mi cuerpo es mi mapa de vida y me siento bien con este cuerpo. Mi cuerpo me ha respondido perfecto.
¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?
El tema del cuerpo sí puede ser un poco una carga, porque no tan fácil me atrevo a presentarme ante otro hombre, ahorita. Por un lado, me siento orgullosa de mi cuerpo en cuanto a la fuerza, en cuanto lo que he mantenido de mi cuerpo, en cuanto a que es resistente y en cuanto que ha sobrellevado enfermedades, y por lo que ha pasado y que mis pechos están caídos y todas las arrugas. Pero sexualmente, ahí sí tengo un issue. No sé qué tanto puedo ahorita presentarme ante otro hombre, así nada más, porque al desnudo es uno diferente. Quizá porque tuve un esposo que toda la vida me dijo que estaba yo gorda, que mis pechos estaban caídos, que mis pechos no eran bonitos. ¡Toda la vida! Entonces, eso me lo fue metiendo y ahora yo solita me tengo que decir a mí misma: “No es cierto”.
¿Qué ves cuando te miras en el espejo?
Una mujer decidida a todo, que sabe lo que quiere y que ha vivido bastante bien, pero ha tenido sus caídas durisisísimas. Pero me he levantado de todas y cada caída me ha enseñado: “Pues ni modo mijita, hay que moverle, con actitud ante la vida, hay que volverle a echar en todo”. Así es cuando me miro en el espejo. Con mucha energía y seguridad en mí misma.
Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?
Bien, porque la acepté. No tomé nada, porque me dijeron que no podía tomar nada por el mismo cáncer. Ya imaginarás los calores y todas las hervideras. Pero sigo, porque nunca la dejas de pasar. He platicado con amigas de sesenta y cinco y es como que tienes un mes sin menopausia y otro mes en donde estos calores siguen viniendo, así como las hervideras. Nunca me pegó la depresión, o bueno, sí. Me pegó dos, tres momentos y al cuarto hay que levantarse; tres momentos, cinco momentos y al sexto hay que volver a levantarse. Creo que eso es la enseñanza de la vida, que aunque vuelva hay que volverse a levantar y lucharle, porque lo que es pasajero así es.
¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?
Mi papá fue muy machista, muy defensor de los derechos de los hombres. Tengo dos hermanos hombres, y aunque soy la mayor jamás participé y jamás me invitó a ser socia de su empresa de transporte. Siento que mi papá me vio de lado toda la vida. Él, como español, le dio todos los privilegios a mi hermano mayor. Al pequeño sí lo invitó, pero siempre privilegió al mayor. A mí me dejó completamente fuera de todo lo que era su trabajo, y lo que es la vida, ahora soy trailera. Pero es un lugar que no me dio mi papá, la vida me lo regresó y estoy no feliz, sino lo que le sigue con este reto, porque siempre luché porque mi papá me viera igual. He analizado por qué me vino el cáncer. Cuando estaba recién casada, mi hermano me citó para correrme de lo que era una participación que mi mamá había luchado para yo tuviera y donde yo había invertido un poco de dinero, comprándome dos o tres camiones. Era dueña, pero mi hermano convence a mi papá de que yo no debo participar, porque iban a entrar en una alianza muy grande con Walmart, y él decidió que yo no tenía que estar. Estábamos en una comida, y de repente me dijo: “Hermana, te los voy a comprar, aquí está tu dinero que invertiste”. Así, súper informal. Para mí fue un gran sufrimiento, un parteaguas de mi vida durísimo. Independientemente de lo que mi marido me pudo haber hecho, ese dolor que yo sentí esa vez, creo que fue lo que ocho o nueve años después me causó el cáncer, porque la tiroides tiene que ver con lo que no puedes expresar. Me lo quedé aquí, me lo guardé. También relegó a mi hermano menor, pero él prefirió poner distancia y se fue a vivir fuera. Cuando murió mi padre, mi hermano mayor abrió el testamento sin mi presencia y se dio cuenta de que el negocio lo dejó en tres partes iguales. Se tardó cuatro años, y después de ese tiempo nos entregó lo que sobró, porque fueron migajas. El proceso fue muy duro, tuve que luchar y tuve que decirle: “Hasta aquí”. Ahora estoy completamente separada e independiente. Resurgí. Para mí es como volver a retomar la vida y volver a ponerme en mi lugar en la vida. Yo soy pedagoga y trabajé muchos años en escuelas. Ahora, como empresaria me veo sumamente bien. Es un reto grandísimo. Es un negocio más del lado masculino, casi no hay traileras, y las que hay son de patio. Es muy raro ver por las carreteras a una mujer, por todo lo que significa. Al frente de las empresas somos contadas las mujeres. Yo he tratado de poner un lado más amable, con un mejor trato para todos, en especial con los choferes, que tienen mala fama y en general muy malas condiciones. Y me ha ido bien en el negocio, porque el mejor legado fue el buen nombre que dejó mi papá. Una cosa que me ocurrió una vez, en una expo del transporte, en Guadalajara, donde solamente éramos dos o tres mujeres empresarias y las demás mujeres eran edecanes, vestidas como tal, es que me presenté como Virginia Anchustegui con el dueño de una empresa que hace cajas y me dijo: “Que raro, tu papá nunca nos mencionó que tenía una hija mujer”. Le dije: “Pues aquí estoy y soy la dueña”. Me pasó enfrente de mi hijo. Fue duro, y no porque no lo haya vivido toda la vida, sino porque me reafirmó lo que siempre pensé. Porque a veces una se juzga mucho y yo me decía: “Me estoy pasando del tueste de criticar a mi papá, me estoy pasando del tueste de criticar a mi hermano, tengo que ser muy objetiva y decir, mi papá fue un gran hombre, me dio todo en la vida, me dio educación, me dio todo, cariño, todo”. Pero esa vez vi que sí estaba en lo correcto, sí me hizo completamente a un lado de la parte empresaria. Me veía como una mujer de casa, una niña, la hijita y todo, pero jamás me dio oportunidad de nada. Ahí, en ese momento en Guadalajara descubrí que mi papá jamás les dijo que tenía una hija, jamás. Soy la gran sorpresa.
¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?
Me casé con la expectativa de que era para toda la vida, pasan diez años y sigues con esa expectativa, pasan veinte años y continuas así. Sin embargo, desde un principio vi muchas cosas que me dolieron de él: su forma de tratarme, su machismo. Creo que el patrón de esposo lo escogí según el patrón de padre, y nos criaron con la idea del príncipe y del “te aguantas porque así lo escogiste”. Así me pasé treinta y seis años de mi vida, hasta que casé un hijo y se fue, mi hija arquitecta se fue a Nueva York a vivir, el otro también se casó y me quedé con la hija chica y tuve enfrente a ese hombre real, a ese hombre agresivo, a ese hombre que nunca supo apreciarme. Nunca vio mi cuerpo como algo bonito, hacia mecánico el amor, sin buscar una verdadera relación entre él y yo. Cuando vi que su agresión se multiplicó e incluso me aventó un celular y las cosas verbales eran horribles para mí y para mis dos hijas, dije: “Hasta aquí, se tiene que ir” y empaqué sus cosas. Tenía un nieto en camino y el día que nació, cosa rarísima en mí, porque fui una madre muy apegada a mis hijos, le dije a mi hijo: “No puedo ir porque me tengo que separar de este señor, que se vaya él y yo llego después”. Muchas veces acusan a las mujeres de que abandonan a los hijos, que abandonan la casa, pero no sabes lo que traen atrás. A mí me costó, uff… dos años durísimos de dudas. Sé que no voy a volver con él, pero está esa presión del matrimonio de toda la vida, de que tienes que vivir con él hasta el final, luego la presión de vivir sola. Es otra vida completamente distinta, pero con todo y todo no me arrepiento.
¿Cuáles desafíos has tenido para educar a tus hijas y a tus hijos?
Soy orgullosa madre de cuatro, dos hombres y dos mujeres, fue lo ideal, lo perfecto. La crianza fue feminista. Es una de las partes que peor me ha criticado mi ex esposo, que a las hijas las protegí, las defendí y las hice completamente independientes, luchonas, contestonas. Eso no me lo perdona. Tanto la mayor como mi chiquita notaban sus barbaridades y sus groserías y se las contestaban, y bien contestadas. Él me agredió más cuando se fueron los dos varones de casa, porque ellos eran como un muro de contención, un colchón, porque no es lo mismo insultar a tres mujeres, que lo hacía seguido, a insultarte cuando estaba enfrente uno de los dos varones. Siento que la crianza con mis hijos fue excelente, que hay un vínculo muy especial entre ellos y yo. Eso también es porque siempre les enseñé a respetar a sus hermanas y a procurar su hombría, pero como debe de ser. Creo que se desarrollaron al parejo, que los cuatro han tenido las mismas posibilidades.
¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?
Es toda la vida, desde la inteligencia, desde el poder que tenemos como mujeres, ahí está la sensualidad.
¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?
Me gustaría volverla a vivir. Yo la tuve que detener, porque con tanta agresión de mi esposo me empezó a dar asco. Creo que la mujer no puede tener sexo por tener sexo. Tienes que tener un gusto por la otra persona y yo comencé a retirarlo de mi vida. Lo mandé a otro cuarto y cuando se casaron mis hijos ya estábamos en cuartos separados. Se me acercaba y yo le daba repele, así lo pongo, pero quiero volver a vivir la sexualidad. Se me antoja muchísimo y siento que no es cierto que en la menopausia se acaba, porque me excito hasta con una película y me interesa volverla a vivir. También creo que estamos rompiendo todos los estereotipos en esta generación y la veo padrísima. Veo a mis amigas que tienen novio. Sé que no tengo vida sexual todavía, ahorita, porque me tocó acomodar cosas muy duras, pero quiero y estoy dispuesta para cuando se presente.
¿Hay miedos?
Miedo a que se me acabe mi actitud buena, nada más. Miedo a que me dé por vencida, miedo a mí misma, a que no siga con esta fuerza, pero a lo demás no.
¿Y retos?
Primer reto, sacar adelante a mi hija pequeña, que encuentre su espacio. Segundo reto, esta empresa, sacarla adelante. Y otro reto, mi vida personal, mi vida sexual. Espero que caiga un varón por ahí, hay que ponerlo en la lista de los deseos. Ahorita no tengo tiempo para salir, pero ya vendrá, no tengo prisa. La vida de alguna manera se va acomodando y pues, llega y todo hay que enfrentarlo.
¿Hay espacio para lo espiritual?
Parte de lo que he sobrevivido es porque conocí a Ricardo Villareal, un sacerdote católico apostólico que me enseñó la vida de Jesucristo y la religión, la apertura y el budismo desde otro punto de vista. Lo encontré como un camino espiritual. Su misa era meditativa. Tomé clases con él, me enseñó a meditar, me enseñó mi parte espiritual. Fui a retiros con él, varios, pero falleció. Para mí ha sido uno de los peores dolores, porque este sacerdote dejó huella en todos. Siento que en esta vida necesitas tener ese respaldo espiritual, porque no tenemos explicación para muchas cosas. Este padre decía que la vida es un constante orar, un constante meditar y un constante estar contigo y con Dios, en una relación de darte al otro y darte a ti mismo. Necesitamos volver a encontrar ese centro.
Amé leer a Virginia y me conmovió muchísimo. Me recordó lo duro que es vivir con un abusador, en su caso su pareja y primero su padre, y en el mío mi padre. Porque los abusos abarcan los insultos, la descalificación y, por supuesto, las relaciones sexuales violentas o impositivas, al punto de generarte asco. La abrazo de corazón a corazón. También la admiro por sobreponerse a todo y hoy ser empresaria y dar un nuevo sentido y poder a su apellido, ganado y trabajado para que sea propio y no una herencia. Virginia es un cierre de oro para este proyecto extraordinario.