Veo estas arrugas maravillosas que marcan una vida de sonrisas, que son las arrugas que yo primero me identifico en las comisuras de mis labios, en mis ojos…

Durante un tiempo, mi querida amiga Anasella Acosta trabajó en la revista Obras como directora adjunta y me invitó a hacer entrevistas y colaboraciones especiales. Fue una época de grandes aprendizajes y que, por lo mismo, disfruté mucho. En una ocasión me solicitó ir a Cananea con la tarea de hacer un reportaje sobre el Parque Tamosura, construido por Grupo México para la comunidad y que, por lo mismo, había sido reconocido como una obra de impacto social en las premiaciones que anualmente hacía la revista en distintas categorías. Hacerlo resultó una gran experiencia, primero, porque significó ir a un sitio que está íntimamente ligado con nuestra historia como nación, pero también porque eso me permitió conocer a Irma Potes y el equipo de personas de gran calidad humana con quienes ella trabaja y que, por sus actividades, estaban relacionadas con la génesis del parque y su operación. Irma es Directora Corporativa de Desarrollo Comunitario en Grupo México y, a lo largo de las charlas que tuve ese fin de semana, me enteré que es una de las tres directoras que a nivel mundial tiene ese consorcio minero.

Más allá de eso, que es por supuesto sobresaliente, he de decir que el alto compromiso social de Irma me impresionó, porque, además, son varias las zonas de México e incluso de otros países donde incide junto con su equipo, siempre tratando de tener una visión amplia del contexto para tener claro cuáles pueden ser los mejores apoyos y cómo establecer lazos positivos y de largo aliento con las comunidades. Fue así como me animé y unas semanas después de haber entregado el texto para Obras le llamé y le platiqué de las Poderosas 50 invitándola a participar. Me alegró mucho que aceptara. Desayunamos una mañana cerca de su oficina y de inmediato se dio un ambiente de confianza, como si nos conociéramos de tiempo atrás. Es una mujer apasionada de lo que hace, pues palpa de primera mano los beneficios y su impacto, de modo que la carga de trabajo no la ve como tal. Al final de la larga y grata charla que tuvimos, estoy convencida que en cada una de sus acciones, lo mismo que en su red de afectos, su corazón y sus convicciones son su guía.

Cuando se dio el tiempo para ir al estudio de Blanca se lo agradecí al doble, porque sé que no es sencillo para ella por la agenda casi a tope que maneja. Aun así, llegó, se relajó, conversó, se rio y nos iluminó con su luz. ¡Gracias Irma! 

Querida Irma, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Me siento una mujer privilegiada, y aunque me han pasado cosas tristes o malas, siempre he tenido el privilegio de elegir con qué actitud tomarlas en todos los aspectos: física, mental y espiritualmente, como mamá, como esposa, en el trabajo, como hija, como hermana, etc. En esta etapa de la vida aceptas muchas cosas. De joven peleas como todo buen revolucionario, después tratas de construir más y aceptar: “Esto me tocó vivir, esto parece que me toca en los siguientes años” y aprendes a aceptar y a ubicar toda tu vida en una sola historia. Eso para mí es la etapa de los cincuenta. De las necesidades que me marca la vida nunca había sentido tanta presión. Y a la vez estás más sola, porque ya no tienes a tus papás que te guían, tú eres la grande ahora. Tú eres la que ayuda, la que está con todas esas presiones, y a la par de esas tensiones tan grandes siento una plenitud enorme porque ya sé quién soy, ya he encontrado qué quiero en la vida, ya he encontrado esa ventanita desde donde yo era el mundo y desde donde me siento cómoda explorando y siendo yo. Y así he podido meter mis intereses y situaciones en mi día a día. Y luego ya ves los frutos. Por ejemplo, el fruto de mi hija Eugenia, que ya es una mujer de veintitantos años. Ves el fruto de esos años de crianza, y estoy orgullosa de ver el fruto de la relación con mi madre, estoy orgullosa del fruto también de mi trabajo, y estoy muy orgullosa de adonde he llegado, de las cosas que me han costado muchos años, mucho esfuerzo en los veinte-treinta. Me siento plena y orgullosa de estar en esta edad. Esto de los cincuenta para mí es una plenitud enorme. El sentido de la plenitud se traduce en paz. La paz interior es lo más importante, la paz que siento de estar bien, de estar bien con quienes me interesa estar bien, de estar en un trabajo digno, que me da un modo digno para vivir.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

Me siento muy completa con mi cuerpo, y cada vez más consciente de cuidarlo más. Recuerdo cuando era joven, pues me daba gastritis, porque quién sabe qué comía y a qué hora. Cuido mucho más la alimentación, me hago exámenes médicos para revisar que los niveles estén bien, al menos cada año. Estoy consciente que tengo que hacer más ejercicio… Es tener una relación más armónica, más de agradecimiento y de amor. Escucho a mi hija que me dice: “Mamá, me encantan tus arruguitas”. En esta etapa empiezas a vivir el cuerpo más maduro, más añejo, más curtido, con tus heridas de guerra marcadas. Y sé amar a cada parte de él y agradecerles a mis pies, que me sostienen todos los días, a mis manos, a todo lo que me va llevando en el día a día, y a lo que me ha llevado por estos cincuenta años. Me empiezo a ver mis canas que también marcan ya una madurez. Todavía me las pinto porque me gusta cómo me veo con mi cabello oscuro, pero también me empiezo a preguntar hasta los cuántos años voy a seguir pintándomelas. Ya me empieza a coquetear la idea dejarme el cabello blanco, porque tengo muchísimas canas por herencia de mi padre, y ya podría tenerlo completamente blanco.

¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?

Todo parte de los estereotipos. Por ejemplo, a la idea de que no estábamos a la par con los hombres en cuestiones intelectuales o que la diferencia física supuestamente no nos permitía practicar ciertos deportes, se le tenía que sumar el miedo social a atreverte a hacer cosas que no eran típicas en ese momento de una mujer, a la que sólo se le consideraba con la posibilidad de que se iba a casar y a tener hijos. Entonces, si te gustaban ciertas cosas que eran diferentes a lo que hacía el resto de las niñas, pues tú te salías del patrón, y eso era como mal visto socialmente. Al final lo agradezco, porque me hizo crecer mucho ese estire y afloje entre mi mente y la sociedad muy tradicional donde yo crecí, en San Pedro Garza García, Nuevo León, el municipio más rico de toda Latinoamérica. En las casas trabajaban personas que venían de los lugares más pobres del país: de Chiapas, de Guerrero, de Oaxaca. Y yo veía el contraste de esto al saber de niñas que tenían 16-17 años, que dejaban sus casas para trabajar en las casas ricas que estaban ahí, en San Pedro, de mucha gente con mucho poder económico. Esas niñas trabajaban igual con niñas de 17 y 18 años, pero que iban a escuelas, que tenían carros. Cuando veía esos contrastes empezaba a cuestionar muchísimo qué pasaba en los países, qué pasaba en las sociedades, por qué había esas diferencias y qué privilegios gozaban unos u otros, qué capacidades tenían unos u otros, y creo que ahí empezó mi epifanía, mi viaje hacia la parte social. Como parte de mi educación me invitaban mucho a misiones o a visitas de corte social. Me acuerdo que me invitaban a hospitales, íbamos a colonias con pocos recursos y esas realidades a mí me impactaron muchísimo, desde muy pequeña. En mi caso, también mi padre, particularmente, y mi hermano Juan me acercaron a otros mundos con algunas lecturas, recuerdo la primera vez que leí sobre el Holocausto o cuando leí mi primer libro que mi papá me compró, El Diario de Ana Frank. Tenía diez años y empecé a cuestionarme también esas atrocidades, esas carencias. Esas injusticias marcaron definitivamente mi crecimiento y, de alguna manera, me hicieron soñar con un mundo con otras realidades, donde entonces, quizás yo pudiera incidir de alguna manera, o al menos no pasar desapercibida. Fue muy importante para mí darme cuenta que yo traía ese fuego, esa fuerza dentro de mí, y esperar una realidad diferente del mundo, practicar muchos deportes, brillar en diferentes aspectos personales, intelectuales… Eran cuestiones diferentes a las de la sociedad en la que estaba viviendo.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

La verdad es que desde los cuarenta ya se perfilaba cómo se podían conjuntar todos los gustos, pasiones, capacidades, todos mis intereses. A los cincuenta los llamo la plenitud de todo eso. Es el momento de mi vida en que me siento más jaloneada, más estresada que nunca, porque se juntan las exigencias: la de ser madre, la de cuidar de mi madre, la de responder a las amistades, la de ser una buena amiga, la de ser una ejecutiva de alto rendimiento. Y esa madurez, esa confianza que da salir adelante, creo que te hace tomar una perspectiva y decir: “A ver, hay tres cosas en la vida que uno tiene que voltear a ver siempre: la primera, que estés bien físicamente, en salud, bien contigo misma; la segunda, que estés bien alrededor con la gente que te interesa que sea parte de tu vida; y tres, que te dediques a algo que, primero, sea legal, que sea productivo y que sea bueno”. Entonces, un trabajo y estar bien con tu gente y estar bien contigo misma es lo mejor de esta etapa… lo demás es la vida. Punto. Lo bueno de esto es caminar y caminar feliz, de frente, diciendo: “¡Venga!, ¿qué traes hoy?”, para darle patadas a la vida, como decía mi tía América.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

Los estándares con los que crecí fueron de muchísima delgadez, las referencias eran cuerpos de supermodelos que tenían curvas, y así fue hasta que llegaron las Kardashian. Me siento muy cómoda con mi cuerpo con curvas, con mi relación con el espejo. Veo estas arrugas maravillosas que marcan una vida de sonrisas, que son las arrugas que yo primero me identifico, en las comisuras de mis labios, en mis ojos… Qué bueno que no se me arruga tanto la frente por enojo, sino más bien de sonrisas. La aceptación de la edad se refleja también en la aceptación del cuerpo. Es aceptar que el cuerpo no tiene la lozanía o la juventud, pero que tiene unas marcas de heridas de guerra, de batallas que he luchado por mi salud, en el deporte, que me he hecho buenas cicatrices, muy orgullosa de esas heridas de guerra. Eso me da mucho carácter y mucha personalidad y me da presencia. Estoy en este mundo y ya es mío después de tantos años de andarlo, ya me pertenece y puedo decidir con él.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

La menopausia es un cambio importante en lo físico, en lo emocional. Empieza el cuerpo a despedirse de la posibilidad de la maternidad, que en un momento te define como mujer, porque culturalmente así fuimos creadas. Entonces, que el cuerpo se despida de esa posibilidad, creo que sí es un cambio muy importante porque nunca nos prepararon demasiado para eso, o nunca nos hablaron demasiado de eso, y pues ahora hay que estar buscando recursos para estar a la altura de un cambio y poder enfrentarlo con paz y con tranquilidad. También tiene unos aspectos que no son muy agradables. Por ejemplo, ¿a quién le gusta de repente sentir que se te sube la temperatura? De cualquier forma, creo que sí podemos hablar de la temida menopausia, porque no hay una preparación para hacerle frente. Pero es darle la bienvenida a esa mujer que cierra esa etapa y se despide de la posibilidad de ser mamá, más ahora que hay una posibilidad de elección desde la perspectiva social.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Mi mamá venía de una familia hiper tradicional y, además, era muy conservadora, de modo que el contraste en casa era mi papá. De mi mamá heredé esta parte de la estabilidad, de la lealtad, de los valores, de la fidelidad, y de mi papá heredé la semilla feminista a todo lo que da. Creo que mi papá sí supo lo que sembró. Creo que en el fondo era un hombre que en la práctica cómodamente le sentaba bien tener a una mujer a sus órdenes, pero en su intelecto, por supuesto que no compartía esas cosas y él quería que su hija brillara en el mundo. Me educó y me decía todo lo que las mujeres podían lograr: me hablaba de Amelia Earhrt, me hablaba de grandes mujeres en la historia, de Marie Curie, etc. Y crecí con esa semilla. Y cuando una mujer piensa tan progresivamente creces rompiendo muchos límites en todo. Mi hija Eugenia también me enseñó algo importantísimo, me enseñó muchas cosas acerca de quién era y cómo hay otra manera de ser mujer, esta mujer artista que ella es. Sin duda, eso enriqueció la educación y la manera de relacionarnos en esta perspectiva de género. Las mejores alianzas que hay en este planeta tierra son entre mujeres. Se ayudan con los hijos, se ayudan con los problemas. Tú velo, en cualquier situación extrema de la humanidad, los lazos entre mujeres son indestructibles, son los más fuertes que hay. Y eso, uno lo aprende con los años. Cuando estás chiquita hay mil cosas que no entiendes, y ves a la mujer de al lado y ves cosas que quisieras y no tienes. No te sientes empoderada, no te sientes libre. Pero a esta edad, al contrario, ya caminaste eso y ya entendiste el camino de la fuerza femenina. La relación con otras mujeres, a las que no conozco, pero que poseen cierto liderazgo o tienen un nivel importante de empoderamiento, es como si nos miráramos a los ojos y nos reconociéramos. Siento esta sororidad, esta hermandad, como si el fuego ahí estuviera. Sientes que ellas se recargan en ti y tú en ellas, sin envidias, al contrario, ¡qué bueno que a esta mujer le vaya bien o qué padre conocer sus éxitos en cualquier rubro que se le estén presentando! Es como una alegría, un gozo de hermandad muy especial, y te empoderas, vas creando un círculo virtuoso y aparte de proteges. Eso es muy importante en una sociedad tan machista como la que vivimos, ¡caray! Así como yo admiraba a ciertas mujeres y decía “quiero ser como ellas”, a esta edad de los cincuenta ya te ven y empiezas a oír esas frases: “cuando sea grande quiero ser como ella”. Te ven con cierta admiración y eres un modelo a seguir y eso te carga de mucha energía, la egoteca se llena, se siente muy padre y también sientes mucha responsabilidad. Con respecto a las mujeres que están más arriba de ti, yo siento una devoción y una pleitesía por decir: “hijas de… la madre tierra, estas mujeronas que abrieron el camino para llegar donde estoy”. Les quieres poner un altar y de verdad rendir ese homenaje a sus vidas, con una admiración profunda a las mujeres mayores que tú, que han brillado. Y a tus pares, ¡ni se diga! Siento que las protejo con los dientes, que las acompaño y las ayudo, y me da un montón de orgullo su éxito y quiero que les vaya mejor. Ese fueguito de mujeres fregonas se alimenta de manera muy ardiente. Es una relación de protección, de guerreras donde el fuego salta, y vivir ese gozo es algo que te impulsa a ti también.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

Mi visión de pareja se ha modificado sustantivamente en el paso de los años, al igual que yo. Creo que quien no ha cambiado en la vida no ha vivido. No sólo tenemos derecho a cambiar, sino que la vida nos los exige con el paso del tiempo. Cuando yo era chiquita creo que lo mejor que me podía pasar era salir con mi bicicleta, una bicicleta que me encantaba y que tuvieron a bien regalarme mis padres. Esa bicicleta fue como el símbolo para mí de libertad, la primera vez que me sentí libre en mi vida, o sea, cómo es que yo podía montarme sobre ella y recorrer cuadras y cuadras y cuadras. En esa época no muchas niñas tenían bicicletas y sentir mi cabello volar era lo mejor que me podía pasar para sentirme en libertad y muy poderosa. Creo que esa es la sensación que se repite en poder encontrar y tener una pareja: que te sientas así, en libertad, y que en el camino ambos vamos juntos compartiendo el viaje que es esta vida, porque nos gusta la cultura, la comida, todas aquellas satisfacciones que alimentan el alma, no sólo el intelecto.

¿Y la maternidad?

Estaba recién casada con el papá de Eugenia y pues me entero que voy a ser mamá. Y mi vida cambió radicalmente porque tuve un riesgo de salud que me hizo tomarme tres meses previos al parto. Eso me obligó a renunciar a mi trabajo y no había las facilidades virtuales que hay ahora. Entonces, no pude seguir trabajando y tuve que interrumpir mi carrera profesional para cuidar a Eugenia y que todo saliera bien en el parto. Eso fue algo realmente difícil de manejar y aceptar en su momento, pero a la vez, pues ha sido lo mejor decisión que he tomado. En ese momento esa era la prioridad.¿De qué se trata ser mamá? Para mí se trata de ser mejor persona. Y en este compromiso de la maternidad, tomé la decisión de ser una mamá que tomara lo mejor de mi madre, que fue muy entregada a sus hijos; tomar lo mejor de ella, pero también poner en práctica las cosas que a mí me parecen correctas.

¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tu hija?

Con mi hija Eugenia ha sido para mí difícil entender e impulsar algo que no conozco. El reto ha sido cómo fomentar en ella, cómo cuidar en ella el proceso de convertirse en lo que quiere ser. El reto más importante que he tenido con ella es reconocer su vocación tan diferente a cualquier cosa que yo haya vivido: es una bailarina profesional. Yo soy más bien una ejecutiva y deportista de campo, de carrera, de bicicleta. Hoy considero tener una relación muy cercana con Eugenia. Muy cercana, pero muy firme a la vez, por la manera en cómo he sido su madre. Con límites muy claros en las cosas que yo creo que deben formar a un ser humano. Y todo ha sido con mucho cariño, muchísimo amor y comprensión. Ser mamá también se trata de dejar ir, de dejar volar, de entender que los trajimos al mundo a ser ellos y hay que dejarlos partir eventualmente. Es un dolor muy fuerte, son dos partos. Un parto es cuando nacen y otro cuando se van de casa. Nadie te prepara para el parto de cuando se van de casa, a veces cuando se casan es un poco más fácil porque sigues con una liga, pero en el caso de Eugenia, que se fue a los 16 años a perseguir su sueño de bailarina, rompe el alma.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

Hace poco leí un libro que se llama Nacidos para correr, de la filosofía tarahumara, de ellos como corredores, y hubo un capítulo que me enamoré de él porque correr es una de las disciplinas que practico con asiduidad. Una de las corredoras describe que para ella salir a correr era su momento más sensual y sexual del día, porque “es el momento en que escucho mi corazón, siento mi sudor, mi cuerpo, mis movimientos, y me emociono de salir a correr y sentir todo eso”. Bueno, ¡pues cuando corro yo siento eso mismo que dice el libro! La sensualidad la resumiría como todo aquello que despierta a los sentidos, que te hace sentir cosas que no puedes explicar con palabras, pero que te despierta el alma y te eriza la piel.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Al igual que con la corredora tarahumara que describía, para mí desde que me levanto y puedo dedicar un tiempo para mí, salir a correr, escucharme, sentir cómo vibra mi cuerpo con el esfuerzo que hace, es súper sensual. Cuando regreso y me como una fruta, disfruto el sabor y la textura, el olor, cómo se escurre esa fruta en mi boca: eso es sensual. Y así ocurre con los siguientes momentos del día. Y bueno, no se diga cuando estoy en pareja, logro tener esos momentos maravillosos, ya sin preocupaciones de si me embarazo o no, o de pensar si alguien entra y me regaña o me dice algo. Nada de eso, tienes una libertad total, un control total que es súper delicioso y súper pleno. Lo relacionado con lo sexual siempre estaba relacionado con algo malo, y esa percepción era parte de esa colonización que yo tenía en mi cabeza. Conforme uno va creciendo vas entendiendo que la sexualidad tiene que ver con la sensualidad y tiene que ver con cualquier clase de expresión que permite el goce. Para mí eso fue la aceptación del goce en la vida. Yo celebro esa madurez de la sexualidad a esta edad, la libertad que eso te da. Hay una expansión hacia todos los aspectos de la vida, incluso al intelectual, porque una vez que acomodas muchas cosas en la mente, en mi caso, pues te das cuenta que puedes estar enamorada platónicamente de hombres, de mujeres, mayores o menores que tú, a nivel intelectual, porque te excita que tengan una manera de pensar que a mí me resulta fresca, me resulta retadora, o me resulta curiosa. Y me puedo enamorar de esas ideas al pensar que esa compañía, ese ser, es sensual para mi vida. 

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

A muy temprana edad aprendí a encontrar modelos femeninos de cómo ser mujer. En mi formación, como mis primeras influencias recuerdo a mi maestra de cuarto año, que fue una mujer que se mudó de una ciudad más pequeña a Monterrey, sola, sin su familia, para ser maestra en una escuela de monjas, y era una mujer bastante guapa, libre, inteligente, paciente, con mucha calidad humana, y en cuarto año ella fue un primer modelo que a mí me impactó. Dije, ¡órale!, se puede ser esta mujer, que era diferente de mi mamá, que era como la mujer que yo más conocía. Mi mamá tenía seis hijos, era una mujer totalmente subyugada a su marido y, en cambio, esta maestra era una mujer libre y es un modelo del que me acuerdo. Me fueron marcando diferentes modelos de mujeres, y fui viendo cómo iba creciendo esta fuerza femenina. Todas esas mujeres hicieron ese mosaico que soy. Hoy busco mucho a esas mujeres que acuden a su llamado, que se siguen cuestionando, y hoy tengo un grupo muy selecto, muy pequeño de mujeres que admiro mucho, con las que me gusta mucho convivir. Puedo mencionarlas con los dedos de una mano, entre ellas están mis compañeras de trabajo en Grupo México y en el sector minero, que son mujeres espectaculares.

¿Hay miedos?

He tratado de desprenderme del futuro, como parte de una filosofía que invita mucho a dejar los miedos. Lo he practicado y, sin embargo, sigo sintiendo que hay cosas que me dan miedo: me dan miedo, por ejemplo, las siguientes etapas de la vida, ¿cómo las voy a vivir?, ¿qué va a pasar?, ¿cómo va a cambiar el mundo? Me da miedo la guerra, lo que está pasando ahorita en el planeta. Me da miedo lo de las pandemias, lo que nos acaba de pasar. Creo que hay varias cosas que todavía me dan miedo en el mundo porque se siente un equilibrio demasiado frágil; pero a la vez me siento con muchas herramientas personales para afrontar cualquier cosa que venga. Me siento lista para luchar todos los días, pero a la vez me reconozco frágil, porque al vivir estamos expuestos. Entonces, esos miedos siguen ahí, en algunas noches me despiertan y me hacen pensar en ellos, y cuando amanece pienso, “ay, todo está bien”. También están el miedo a perder la salud, el miedo a perder mi modo de vida, el miedo a perder el cariño y respeto de quienes yo admiro en familia, en sociedad; el miedo a perder la posibilidad de hacer algo por alguien más, el miedo, pues, a otras etapas o cosas que no alcanzo a ver. Entonces, trato de vivir más en el presente.

¿Y retos?

Tengo unos niveles de compromiso muy altos en todo lo que emprendo. Normalmente me estoy retando automáticamente, no necesito que nadie me ponga los retos afuera, que alguien me diga qué hacer. Yo misma siempre estoy pensando en qué más me pongo de reto. En la vida, en cualquier aspecto que yo tenga siempre me estoy auto retando, así es mi esencia. Creo que los siguientes retos de mi vida tienen que ver con consolidar mi relación de pareja, seguir acompañando a Eugenia, mi hija, en una etapa de mujer madura, cómo podemos llevar esa relación tan bonita que tenemos a una siguiente etapa. Hay muchos retos en mi trabajo, hay muchas cosas que podemos hacer. Y el reto de mantenerme positiva y con ganas de mejorar. Creo que ese es un reto que he aceptado desde hace mucho en mi vida y lo sigo manteniendo.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Creo que he logrado transitar a otra etapa diferente de como fui educada, con monjas, en un ambiente súper ortodoxo, católico. Ahí tenía el mismo significado religión que espiritualidad. He vivido como una persona espiritual en el sentido que estoy pensando, viviendo, respirando y, sobre todo, sintiendo mucha energía, presencia, trascendencia, desde esa parte espiritual que no tiene nada que ver con religión, que fue con lo que yo crecí, sino ya más bien después de conocer y vivir varias religiones y tomar un pedacito de cada una de ellas, y he hecho mi propia espiritualidad y mi propia plenitud en ese sentido de trascendencia. Yo me siento en un proceso, en un nuevo ciclo de crecimiento y de entender lo que ocurre. Me siento como un ser flotante más en el planeta entre todos los seres vivos que hay, con mucha curiosidad de entender el mundo. No es preguntarme qué vine a hacer aquí, para qué vine, creo que esas preguntas a mí ya no me se causan tanta conmoción como entender el mundo, el mundo en lo micro, en lo macro, cómo funciona, y qué puedo hacer para ayudar a los que están a mi lado, y también ayudarme a mí misma a vivir una vida más plena. Yo diría que para mí eso es la felicidad. En esta etapa de mi vida defino la felicidad como el placer de poder ser y dejar ser a los demás, y tratar de simplemente hacer algo por una vida en el día a día.

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