En Juchitán, si estás muy flaca no sirves para nada; relacionamos la belleza con lo robusto, no con estos cuerpos castigados por las dietas

En 2004 estaba colaborando en la realización de Muksun Pa’pa Aroma Luna, un docuficción sobre el Totonacapan (http://vimeo.com/1486700). El viaje para realizarlo fue una aventura maravillosa, pues lo iniciamos en Chumatlán, el terruño del poeta y artista totonaco Jun Tiburcio, quien nos acompañó, y lo terminamos en Cuetzalan después de recorrer numerosos lugares, a veces más pequeños que un pueblo de pocos habitantes, siempre recibidos con gran hospitalidad. Recuerdo que hubo sitios donde sólo los hombres hablaban algo de español, mientras que las mujeres y los niños lo hacían en su lengua natal. ¡Cómo nos faltó prepararnos más y conocer su idioma antes! Aun así, resultó un viaje mágico y fue especial que terminara en Cuetzalan, pues coincidió con el día de su fiesta patronal dedicada a San Miguel Tzinacapan, que es cuando las cuadrillas de danzantes entran a la iglesia con sus atuendos tradicionales y bailando. Si nunca han presenciado algo así, puedo asegurarles que es bellísimo y muy conmovedor; seas o no creyente sientes el enorme agradecimiento con que lo hacen. Pues bien, después de esa inolvidable experiencia, justo cuando estábamos en el proceso de edición, mi querida Blanca Charolet me invitó a un homenaje a don Andrés Henestrosa y una de las participantes fue mi queridísima y admirada Natalia. Esa fue la primera vez que escuché su poesía, de su propia voz, en zapoteco y en español. Me impresionó tanto su presencia y su sonoridad, que enseguida la propuse y le propuse a ella ser la voz narradora de la pieza. Afortunadamente aceptó y, desde entonces, tengo el privilegio inmenso de contar con su amistad y cariño.

Es una artista en todo el significado amplio de la palabra: además de poeta, diseña textiles, crea piezas de joyería donde hay lagartos dispuestos a adornar oídos o peces de oro nadando hacia el profundo de los deseos, es una gran cocinera y, recientemente, se ha permitido explorar también su creatividad con la fotografía. Yo me he vestido con sus diseños, me he deleitado con su palabra y su alimento.

Recuerdo una vez, cuando Matías tendría unos cuatro o cinco años y lo llevé a un recital de Natalia, que al terminar mi pingo me preguntó: “¿De qué país es ella?”. Aún no sabía que el nuestro es un México rico en lenguas y, al compartírselo a Natalia, hizo el honor de ir a su escuela para leerle a las niñas y niños pequeños sus cuentos, tanto en zapoteco como en español. Con ella conocí a hombres que dividen su tiempo entre el trabajo tosco de la refinería o los talleres mecánicos y el arte paciente del bordado de huipiles floreados de seda. Durante un tiempo, junto con el lingüista Víctor Cata, llevó a cabo el proyecto El Camino de la Iguana, para enseñar a leer y a escribir el zapoteco con poesía, cuentos, adivinanzas, juegos. Gracias a Natalia sé que es un lenguaje poético. La palabra con que se nombra la playa, por ejemplo, significa “los labios del mar”, el granizo es “maíz de piedra”… Con el temblor de 2017 Juchitán fue de las zonas más afectadas y ella organizó el colectivo Binni Biri Gente Hormiga, que integrado por niños se dedicó a apoyar a los más necesitados y también a organizar actividades para los más pequeños. Yo invariablemente aprendo de Natalia, de sus ideas, de su corazón generoso. Bella amiga, te quiero:  Nadxielii.

Querida Natalia, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Estoy en una etapa donde todo tiene mucho sentido e importancia y, al mismo tiempo, en una etapa donde siento que ya nada es tan importante. Me gusta vivir en dos idiomas, ser bilingüe, pertenecer a dos culturas, como un pie adentro y un pie afuera. A punto de hacer las cosas, a punto de no hacer las cosas; hablando un idioma, hablando otro; estando en una comunidad donde se vive de una manera, luego venir a la Ciudad de México donde se vive de otra y donde se vive con muchísima gente a tu alrededor, pero no estás con nadie. Creo que estoy bien en general, porque puedo ver esas cosas y puedo estar en ellas y ser feliz por ser partícipe. Y siempre esta búsqueda de estar viendo: “¿Y ahora qué sigue?”, pero creo que esa es una pregunta que se hace todo mundo.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

Soy de un pueblo donde está sobrevalorado cada kilo, cada gramo. Al revés de todas las mujeres del mundo, en Juchitán, si estás muy flaca no sirves para nada, no tienes energía, no puedes tener hijos, no eres sana. Entonces, siempre relacionamos la belleza con lo robusto, lo erguido, lo que tiene fuerza cuando se para; no con estos cuerpos castigados por las dietas y por buscar ser de una sola manera. No, allá comer también es sinónimo de placer y de que has trabajado mucho, porque te lo permites y eres libre de comer lo que tú quieras. A mí me gusta mucho el concepto que tenemos de belleza, porque, por ejemplo, cuando vemos a un hombre o a una mujer guapa decimos: “Es limpio, es limpia”, pero no nos referimos a la limpieza de la higiene, sino a alguien que es recto, que trabaja. Es una limpieza con uno mismo. Me gusta mucho, e incluso Nietzsche habla de eso. Él dice que para llegar a ser quien eres o quien quieres ser, ser quien se es, se necesita la limpieza con uno mismo, el rigor. Entonces la limpieza tiene que ver con la disciplina del alma, pero también mucho con estar sano y para nosotros estar sano es tener un cuerpo fuerte. Hace un par de años tuve tifoidea, gracias a la cual perdí unos kilos, entonces, desde el punto de vista juchiteco, y desde el punto de vista ya mío, eso es estar enfermo, débil. Después recuperé mis kilos y ya estoy comiendo otra vez como se debe comer: con alegría.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

Hace poco estaba viendo unas fotografías de mi mamá a sus cincuenta años y se ve muy joven, no se ve de cincuenta y era la época en la que mi mamá estaba haciendo veinte mil cosas, mi abuelita era igual. Ella vivía sola y hasta los ochenta y tantos años se hacía de comer, iba al mercado caminando, compraba sus cosas, venía, hacía, barría su casa temprano, lavaba su ropa, a veces recibía migrantes en su casa para ayudarlos. Ya no tenía compañero, pero nunca la escuché quejarse. Hasta que ya no podía caminar, hasta ese momento necesitó ayuda, pero mientras tanto era autosuficiente y yo por ahí quiero ir. Yo cuidé a mi mamá en sus últimos días, pero mientras mi mamá pudo, claro que nos ayudamos, pero no en un sentido de dependencia, sino cada quien haciendo sus cosas, su vida, respetándonos. Querernos todos los días, pero no en esta cosa de ya asumir cargar con alguien. A esta generación de mis amigas, en estos cincuenta años, yo las veo muy bien, siguen haciendo lo mismo, no veo que hayan dejado nada, son más divertidas, menos dramáticas. Lo veo mucho, con las que yo crecí, ahora a veces decimos: “¿Cómo es que hicimos esas cosas, esas concesiones?, si tan bien que nos la pasamos ahorita y nos reímos muchísimo más”. Ahorita estamos más plenas, totalmente.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

Miro el paso del tiempo. Veo alguien a quien le ha gustado hacer las cosas que ha querido y las ha hecho, aunque siempre pongo en duda, aunque no parezca, mi capacidad de poder hacer algo: “¿Lo lograré?”, “¿Lo haré?, “¿Lo lograré a tiempo?”. Me invitan a hacer proyectos, ya le entré y luego: “¿Será que lo haga?, ¿será que no lo haga?” y de lo que me doy cuenta es que siempre he hecho las cosas. Eso sí es algo que me conmueve, porque pese a no estar en las mejores condiciones, de cualquier tipo, las he hecho, incluso en contra de mi propia voluntad, de querer abandonar todo, no las abandono. Me gusta darme cuenta de que cada proyecto que me he propuesto lo he llevado a cabo. No siempre en las mejores condiciones, porque a veces pospongo todo o entrego a la mera hora, pero me doy cuenta de que lo hago. Siento que me gusta la adrenalina del instante, ese veneno que te provoca medirte todo el tiempo. No sé de dónde venga esa patología, pero lo hago mucho.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

Es muy curioso, porque todavía sigo menstruando, aunque desde hace unos dos meses reglo con algunos dolores que antes no tenía. Mi primera menstruación fue muy dolorosa, recuerdo mucho a mi mamá calentando lienzos para ponerme en mi vientre. Recuerdo mucho ese día y yo no sé si ahora estos nuevos dolores me indiquen que ya estoy en otra etapa. No se comparan con esos dolores, donde aparte estaba asustada, porque no sabía de qué se trataba. Pero sigo menstruando. Creo que yo siempre he sido medio depresiva, los poemas se hacen en soledad, las lecturas se hacen en soledad. Hay muchas cosas que las hago apartándome de los amigos, de la familia, de la masa. Muchas cosas de las que yo he elegido hacer se hacen en solitario. Estoy lista para estar sola siempre, nunca he sufrido por estar sola, eso es algo que me gusta hacer, incluso hasta respiro mejor. Me gusta, lo busco, lo provoco. Cuando comparto mi vida con alguien hago la guerra, para que se vayan, y entonces pienso que esos pequeños episodios de depresión vienen una semana antes de mis menstruaciones, ahora más fuertes. No sé si hay una relación, si es sólo una apreciación o si es una coincidencia, pero he estado un poco así. Pero cae la primera gota y soy yo otra vez, riéndome sola, caminando sola, viendo y disfrutando todo lo que hago. Algunas amigas me dicen: “¿Todavía?” y se ríen. No creo que mi vida cambie mucho cuando llegue la menopausia, porque mi vida la hago yo. Mientras, veo el paso del tiempo, pero eso es algo natural. Que si las canas, y ahí mi abuelita tenía una frase en zapoteco que decía: “pa ca nahuiini’ checa’ gabiá, gabiá zinia’ laaca (Si las jóvenes van al infierno para ser jóvenes, yo voy con ellas)”. En otra ocasión, una señora le dijo: “Ay, señora, usted sigue sin canas”. Mi abuelita tenía como setenta años y le dijo: “Pues de tonta tengo canas, si existen las farmacias”. Esos son mis ejemplos, hay que tomar las cosas con un poco más de humor y resolverlas. Si no te gustan las canas, píntatelas, o sea, no tienes por qué padecer. Si te inflamas, ponte los lienzos calientes de tu mamá; si estás sola, pues aguántate, ve una serie, lee, camina, sal para que te orees como camarón, convive con tus amigas, porque las amistades te salvan la vida. Encuéntrale el chiste, pues. Porque mientras estás tienes que estar contenta, procurarlo. Y en ese sentido, no espero nada de la menopausia, ni bien, ni mal. Va a ser una etapa más, si es que sucede. Por ahora lo mío es la poesía y la cumbia.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Me ha tocado de todo, desde gente que hace chistes en torno a las mujeres y lo ven como algo positivo, pero lo que más me lastima y me choca es ver como aplaudimos esas cosas las mismas mujeres, en lugar de parar a la gente, y que sea gente cercana. Son esos chistes de mal gusto: “Ay, es que es mujer”, “mira cómo maneja”, “claro, tenía que ser mujer” y cosas así. A mí me han tocado mucho, tal vez porque siendo de Juchitán, en la Ciudad de México me ven como alguien con carácter, como alguien que dice las cosas. Pero es que no importa si eres hombre o mujer, eso no está bien, eso es agresivo contra la mujer. Entonces piensan: “Con esta mujer hay que tener cuidado”, pero así es mi cultura y digo las cosas como son. Por otro lado, tengo muchas amigas feministas, a las que respeto mucho, pero también caen fácilmente en estas calificaciones muy sexistas y muy duras, que nos separan de los hombres, de los compañeros o de las mujeres que no son tan feministas. Ellas dicen que no, que está bien, que ya son muchos años, que hay que liberarse y hay que soltar patadas e ir abriéndose camino, pero no sé. Estoy entre eso y la discriminación, porque sí me he sentido discriminada por hablar zapoteco e incluso, en algunos casos, por ser hija de Toledo. En una ocasión, por ejemplo, hice un proyecto para los Premios de la Juventud y entre los requisitos necesitabas la firma de una institución, fui con el director, que era un escritor en lengua indígena y me dijo: “¿Y tú para qué quieres este premio si eres hija de Toledo?” y le dije: “Yo tengo una vida, sí soy hija de Toledo, pero yo me gano la vida, yo vendo comida para poder comer y no tiene nada que ver con que yo sea hija de Toledo, porque Toledo no me mantiene, yo busco mis propias cosas”. No recuerdo si me dio la firma, pero entonces me di cuenta que tener cierto apellido no sólo abre puertas como se cree. No ven tu esfuerzo y no ven que tu forma de ser es otra y la forma en que te educaron es otra, gracias a la cual yo y todos mis hermanos tenemos cada uno su propio camino.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

Las mujeres de mi familia no se casan, los hombres de mi familia no se casan. Mi mamá ya falleció, pero nunca se casó. Tuvo compañeros de vida y en cuanto terminaba la relación se salía el compañero de la vida de mi mamá y mi mamá seguía con sus hijos, con su vida, con sus cosas. Eso es lo que yo más o menos aprendí y vi. He sido muy libre para escoger con quién estar, para decidir cómo tengo que estar y también para irme a la hora que yo quiera. Además, me permito presumir, desde niños, en Juchitán, en el Istmo, nos enseñan a trabajar. Siempre he tenido mi propio dinero, mis propias ganancias y no dependo de un señor para quedarme con alguien porque tenga que quedarme, porque él paga la renta y me mantiene. No, nada de eso. Cada quien sus cosas y cuando ya no quieran estar, pues no estén y ya. Una vez estaba muy triste por haberme separado de un novio, pero de un novio con el que viví, y un amigo juchiteco me dijo: “No vas a terminar de recorrer el mundo sin que encuentres otro amor. El mundo es grandísimo y está lleno de gente, no hay que estar triste por un güey, nunca”, o sea, un ratito sí pues, pero ya más de lo normal no, porque puede llevarse tus mejores años y cuando abras los ojos ya vas a ser menopáusica y pues, no. He tenido buenos compañeros, gente a la que he querido mucho y me he sentido muy querida también. A mí me gusta tener pareja, he estado muchos años emparejada, pero también he estado sola y sin novio y me la paso muy bien. Así es este proceso y es divertido. Y aquí me gustaría agregar algo sobre el amor:

Qué puedo decir del amor, esa vieja herida.

Esa idea heredada que ha sido ejecutada de generación en generación, reforzada por un sistema patriarcal que siembra sus flores secas sobre el cuerpo de toda mujer.

Si como propone Francesca Gargallo, y otras mujeres que respeto y quiero, poner el cuerpo para defender el territorio, por qué he de defender una tierra que no es mía… ¿Cuántas mujeres tienen acceso a un pedazo de tierra? ¿Por qué los padres heredan al más juicioso? Al hombre que habrá de conservar el apellido de su descendencia.

Tengo dos momentos claves en mi adolescencia que trazaron mi camino en el amor, una es cuando tuve un novio de mi comunidad, que cuando vio que no me dejé penetrar embarazó a una chica que estuvo dispuesta a ofrecerle la prueba del amor. Por las reglas sembradas en mi cabeza desde pequeña, no quise entregarme a un muchacho porque no pensaba casarme con él y porque lo único que nos iba a unir iba a ser una penetración y después la nada, no nos divertían las mismas cosas.

Otra situación que me llevó decepcionarme de los muchachos de mi adolescencia fue en una fiesta, un muchacho que me gustaba me sacó a bailar y yo me emocioné mucho, él me dijo cuando bailábamos que yo le gustaba mucho, pero que no me pedía ser su novio porque yo no era seria, que siempre me veía reír y “echar desmadre”, cuando terminamos de bailar me fui a sentar, crucé la pierna y me quedé muda, fue otro muchacho a sacarme a bailar y le dije: “no, gracias”, pensando que él muchacho mamón me veía desde lejos; entonces lo seria me duró dos minutos y comencé a bailar con mis amigas, y desde entonces decidí que no iba a agradar a nadie, que si no les gustaba mi alegría, pues que se fueran a la chingada, yo iba a ser capaz de bailar sola.

¿Has pensado en la maternidad?

Tengo una hija, Rocío. Hicimos un colectivo, mi mamá y yo, y las dos la abrazamos desde chiquita, fuimos creciendo con ella y sobre la marcha he aprendido. Ninguna de las dos la hemos tenido fácil, por las razones que sean, por las cosas que se presentan, pero nos hemos querido mucho. Primero están esos días en los que uno está incondicionalmente, porque son bebés y no participan, y luego viene la adolescencia que es súper difícil, y donde uno tiene que recordar que se trata de la misma persona y que tienes que seguirla queriendo y respetando. Porque es muy fácil empezar a pelearte con los hijos en esa etapa, más si hay mucho carácter de los dos lados. Entonces, hay que procurar el cariño y no cambiarlo. Y hablar mucho, porque es mucha responsabilidad el cuidar de alguien. Ahora Rocío ya tiene veinte años, ya se puede cuidar también ella. Le enseñé a cuidarse igual que yo y eso es básico, ahí sí. Le enseño a trabajar, ahora lo manejan como explotación infantil, pero allá en el Istmo, entre los zapotecas, no está mal visto que tus hijos aprendan tu oficio desde chiquitos y te ayuden a conseguir las cosas de la casa, la comida. Yo trabajaba: lo que hacía mi abuelita y lo que hacía mi mamá yo lo iba a vender. Es muy bonito comprarte tu primera moneda de oro para hacerte unos aretes, para mandarte a hacer el huipil que quieres, para la tela que quieres, para poder viajar con lo que ahorraste, es muy así esta cultura. Cada quien tiene su dinerito guardado. Aprendí eso, somos zapotecos, somos comerciantes, nos gusta el dinero, nos gusta vivir bien, nos gusta comer bien, nos gusta ir a las fiestas, nos gusta todo eso y todo eso cuesta y pues eso lo pagamos. Eso es algo que admiro mucho de las mujeres de Juchitán, esa fortaleza que tienen para trabajar, para darse a los otros. Van, trabajan, van al mercado, regresan, hacen la comida, se bañan, descansan y se van a una fiesta y al día siguiente despiertan y están haciendo sus cosas, nada de que estoy cruda y no puedo ir, no. Cuando yo me quedo en mi casa porque me desvele, me siento muy culpable, porque en mi casa no era así.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

Las mujeres que más he admirado son las mujeres que se saben reír. Para mí esa es la belleza real, porque tú empiezas a ver a alguien y quieres estar cerca de alguien que sabe reírse de las cosas y de la vida, que sonría a la menor provocación. Para mí ese tipo de gente, la que tiene ese entusiasmo por la vida, es a la que admiro mucho, porque sé lo que cuesta reír.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Muy bien, yo nunca he tenido prejuicios para esas cosas. Yo me siento muy bien, me sorprendo de mis alcances. Creo que sí te mantienes vital, puedes seguir así hasta que te de otra tifoidea, ¡jajajaja!

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

Yo puedo estar en dos versiones. Durante mucho tiempo no usé brasier. Lo empecé a usar a los treinta y cinco años y eso, por sugerencia de una amiga, que me dijo que se me iban a caer las chichis, pero nunca se cayeron. Es más, hasta ahorita tengo buenas chichis, ya más relajadas, pero siempre vi a mi mamá y a mi abuela en este rollo de ser juchitecas. Cuando iban a una vela, a una fiesta, sacaban su refajo, su enagua, su huipil, los listones con el color del traje que iban a ponerse. Todo un ritual para vestirse y eso es muy bonito. Mi mamá y mi abuela no se pintaban mucho, sólo una base de maquillaje y con la misma pintura de la boca, mi mamá se pintaba los cachetes y ya. No usaba rímel, se pintaba las cejas porque se las quitó de muy chiquita y ya no le crecieron. Tenía un pelo que le marcaba la cara, larguísimo, negro, muy bonito y abundante, ese era su lujo, y como parte de nuestra indumentaria es usar oro, porque ahí se ve tu trabajo y tu dedicación, sí usaban aretes, collares y pulseras. En mi caso sólo uso aretes, los collares me estorban mucho, los anillos nunca los he aguantado y las pulseras tampoco me interesan. Yo puedo o no pintarme, puedo arreglarme mucho y puedo no arreglarme. Generalmente no me arreglo mucho, pero las juchitecas parecen reinas por los textiles, pero eso es normal para nosotros. Todos los días puedes usar un huipil bordado, una enagua bordada, pero eso no significa que lo pienses mucho, es parte de tu indumentaria, sólo te lo pones. Ya sabes cuál es la ropa para la fiesta, cuál para la casa, cuál para ir a enterrar a un muerto, porque hay huipiles para distintas ocasiones, son distintos y unos son más caros. Hay prendas que usas para la fiesta de tu santo patrono, que en mi caso es la de San Vicente, del barrio de los pescadores. Ese día yo me pongo más alhajas, bueno cuando se podía, ahorita ya no se puede, por la inseguridad. Todo esto lo aprendí yo con el ejemplo. Aunque mucha gente se pinta muchísimo, se pone listones y flores en las trenzas de dos pisos, yo nunca hago eso, siempre arreglo muy simple mi cabello. Tengo amigas que cuando hay fiesta se van a peinar, yo no. Hay muchas que se saben peinar y me da una envidia, porque ellas solitas se hacen sus trenzas tipo Frida y con flores se peinan bien bonito, a mí nunca me ha gustado ese peinado para mí, pero verlo me fascina. Me encanta que las juchitecas no le tememos a los colores: nos ponemos muchos colores en el huipil, en la cara, en el pelo, en los listones, en la enagua, siempre muy coloridas y eso me fascina, porque hay gente que le teme a los colores, visten nada más con negros o con colores oscuros. Allá es más brillo, más color. Las veo y digo: “Esto se ve elegante”. Incluso las viejitas se visten muy bonito, con trajes muy sobrios, y sus caras son bien interesantes, porque son como más puras, más indígenas, con una estructura súper bonita.

¿Hay miedos?

Cuando me dio la tifoidea estaba muy asustada, porque no se iba. Tardó mucho en abandonar mi cuerpo y eso sí me daba un poco de miedo, porque yo iba viendo como me consumía físicamente. Estar tirada para mí es lo peor que me puede pasar, porque soy muy de salir, de caminar, de involucrarme con las cosas, pero era una cosa a nivel físico con la que no podía y me deprimía mucho, porque dejé todo. No podía ver a la gente porque no tenía ánimos. Hasta hablar, para mí era mucho esfuerzo. Mi miedo es no tener buena salud, porque hay muchas cosas por hacer con el colectivo Binni Biri Gente Hormiga, que se formó para ayudar tras el temblor del 2017 y luego siguió haciendo cosas. Hay que continuar con ese trabajo y si quiero seguir ahí necesito tener buena salud, porque son niños y jóvenes, tienen mucha energía y, si no hay energía, no hay colectivo.

¿Y retos?

Seguir sintiendo que esto de escribir versos tiene sentido. Hay días en los que veo todo con mucho optimismo y hay días que digo que ya no hay nada que hacer y también lo pienso en mi escritura. Si me entusiasma un tema y empiezo a escribirlo, ahí me pongo contenta y digo: “Sí, todavía tengo algo que decir”. Ese sería mi reto, tener algo que decir. Y no quiero cambiar de oficio, aunque hago varias cosas, sigo diseñando, entusiasmándome muchísimo por los resultados de algunas prendas y otras que hay que mejorar. Este tema me gusta mucho, porque a mí no sólo me ha gustado hacer un trabajo intelectual, me encanta estar en un lugar donde yo pueda involucrar mi cuerpo, mis manos, la cosa física es muy importante para mí.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Hago cosas espirituales, aunque tal vez nadie lo sepa. A veces voy a las procesiones que van a los lugares sagrados de los zapotecas. Me gusta hacerlo como un ejercicio de limpieza, de paz. También para conectarme y reconocerme en la naturaleza. Porque se va al mar, se camina y se va a ciertos puntos donde los zapotecas pusieron sus linderos y se separaron las ciudades. Me gusta hacer eso, tal vez no lo hago tanto, pero cada año voy a una o a dos. También crecí con unas monjas un año de mi vida, cuando tenía once años, y conozco la importancia, cuando ya estás con el agua hasta el cuello, de comenzar a cantar. Es un ejercicio que sí hago, que puedes llamar rezo, mantra, lo que quieras, pero es algo que aprendí y me gusta hacerlo. También porque creo en la sanación con las palabras, nada más con el hecho de poder decirlas, de cantarlas, empiezas a crear una sensación diferente en tu cuerpo cuando estás enfermo, cuando te sientes muy solita, cuando sientes que las cosas no tienen sentido. Empiezas a cantar y ves cómo cambias. Cuando he estado en situaciones límite o muy dolorosas, si empiezo a caminar y a cantar algo cambia y cada día gano otro pedacito, hasta que me siento completa.

(Fotografías proporcionadas generosamente por Natalia Toledo)

2 Comments

  1. Bellísima, talentosa, pero sobre todo muy libre, muy natural, muy potente, así percibo a Natalia Toledo.

  2. ¡Qué hermosa entrevista! Conozco sus versos y la conozco a ella de oídas, por gente cercana. ¿Vivir en dos idiomas? ¡Qué belleza! Sé que vivimos cerca así que algún día me la he de topar…

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