Estoy en ese momento de la vida en donde tengo que soltar amarras, las de arriba que me sostenían y las de abajo, que también me sostenían, pero de otra manera…

A Marina tuve el gusto de conocerla, hace ya varios años, en casa de mi querida amiga Rossana, pues ellas tienen una relación de largo tiempo, que va incluso hasta sus padres, lo que siempre crea historias bellas y dignas de rememorar. También comparten el gran universo del cine, lo que implica una fuerza creativa muy especial. Marina es guionista, ha participado en la realización de festivales de cines, como el que tuvo lugar unos años en San Cristóbal de las Casas, y fue la primera directora mujer del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), lo que significó un reto complejo, no por falta de capacidades de ella, sino por todas las trabas que se les ocurrieron a los integrantes del mundo masculino, que hasta entonces había mantenido el liderazgo. Salió airosa y estableció pautas para que otras mujeres de ese ámbito sean cada vez más escuchadas.

Me gusta su trato afable y delicado, respaldado en una formación cultural muy amplia e interesante, lo que a la vez le otorga una gran sensibilidad para comprender a otras y a otros. Quise conversar con ella sobre estos nuevos cincuenta cuando supe que, cuando tuvo que trascender tantos obstáculos por su responsabilidad ante el IMCINE, a la par estaba enfrentando una circunstancia de salud que nunca es fácil, para nadie. Fue una grata sorpresa reconocer que no era el único aprendizaje que para mí tendría ese encuentro. Todas las reflexiones que generosamente me brindó son enriquecedoras y hacen ver esta etapa de la vida bajo otras luces.

Nos seguimos mutuamente en Facebook e Instagram (¡cómo no hacerlo en estos tiempos de predominio tecnológico!). Me gusta la belleza que encuentra en lo que le rodea y su compromiso claro con las causas justas. Agradezco a la vida conocerla y espero que nuestros encuentros sean cada vez más sustanciosos. Es una presencia que difícilmente pasa desapercibida y le tengo un gran cariño. ¡Que la vida sea gozosa para ti, querida Marina!

Marina, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Creo que es un momento curioso, como de sándwich, porque estoy viviendo distintos tipos de desprendimientos. Aunque es lo natural a esta edad, en realidad no estaba preparada. Uno muy importante es ver envejecer a mis papás y a esa generación de referentes tan importantes. Mientras eres niño y joven piensas que siempre van a estar ahí y, de pronto, están haciendo fade out o se enferman o mueren. Mi padre murió hace poco y fue muy duro para toda la familia, porque él era una figura referente y un padre muy cercano y amoroso. Tenía una relación súper cercana con él, de toda la vida, y fue como un descoloque, en general. Soy la mayor de los cuatro hermanos y siento que me quedé muy huérfana. Mi mamá está viviendo el declive de su edad, tiene ochenta y ocho, pero está frágil en términos de su independencia y su motricidad. Tuvimos que entrar mi hermana y yo al rescate y a resolverle la vida, casi totalmente. Es algo a lo que uno no está acostumbrado, porque ella es tu mamá y se hace cargo de ti y, de pronto, llega un momento en que depende de que estemos ahí. A mí y a mis amigas, que están pasando por lo mismo, nos está haciendo pensar mucho en nuestro propio futuro y en nuestra propia vejez y eso es algo que no me había pasado antes. Nunca me había cuestionado qué será de mí cuando ya no tenga la independencia laboral, profesional, doméstica. Afortunadamente, mi mamá tiene dos hijas mujeres que se hacen cargo. Yo tengo un hijo varón, que de entrada vive fuera de México, pero no veo para nada que vaya a hacerse cargo de mí. Tampoco es la idea, él tiene su propia vida. Con mis amigas, es decir: “Güey, tenemos que pensar cómo vamos a garantizar que alguien nos cuide”. Es la conciencia de esa impermanencia, del paso de la vida y la edad adulta o la vejez, que se viene en veinte o treinta años. Ahora la tengo tan presente que me asusta y estoy preparándome emocionalmente, no sólo para dejar ir a mis padres, que es fuerte, sino para lo que viene para mi generación, para mí y para mis pares. También han sido años en donde han fallecido muchos amigos, como que nunca esperas que a alguien le de cáncer y se vaya; es algo que no pasa a los veinte años y ahora nos pasa porque estamos en una mayor fragilidad física. Es algo que está pasando ahorita, en mi vida, y que me perturba, me angustia, me preocupa y me obliga a pensar en cosas en las que no había pensado antes, porque, por otro lado, está la joven generación de la que también hay que desapegarse, en este caso, mi hijo. Los educas para que vuelen y les das todas las alas, pero la sensación como de que te cortan un brazo cuando se van es muy fuerte. Eso también me está pasando y está siendo un aprendizaje. Estoy en ese momento de la vida en donde tengo que soltar amarras para todos lados, las de arriba que me sostenían y las de abajo que también me sostenían, pero de otra manera, porque le daban un sentido a mi vida. En este momento siento que tengo que reencontrar el centro, porque ha estado en función de otros elementos que están desapareciendo. Y es muy loco, porque, además, a nivel pareja, mi compañero, con quien llevo muchos años, tiene dos hijos mayores y la sensación de vacío se está empezando a revertir, porque empiezan a tener bebés. De pronto, me despierto pensando en los bebés y digo: “Voy a ver a los chiquitos, que emoción”. Estoy muy atenta a los ciclos de la vida, me siento mucho más reflexiva, más observadora. Estoy tratando de aprender a manejar el desapego, intentar vivirlo de verdad. Es bien fácil decir: “Soy bien desapegada”. En lo material me vale, pero en lo emocional es súper fuerte. Incluso desapegarte de cosas más íntimas, que tienen que ver, por ejemplo, con tu salud, con tu fuerza, con tu energía… A mí me dio cáncer hace algunos años y todavía no estoy en remisión. Estoy atenta, en tratamientos, y cada seis meses tengo revisiones, siempre con el fantasma de: “puede volver”. Fue una llamada de atención porque te crees muy chingona y muy fuerte, piensas que a ti no te va a pasar nada, haces ejercicio, comes saludable y, con la pena, sí te pasa porque es bastante random. Nada garantiza que no te vaya a pasar y cuando una enfermedad tan devastadora te toca, te preguntas: “¿Por qué a mí?” y luego un cáncer de mama, que además es una carga respecto a tu género, a tu feminidad. De pronto, todo es como golpeado y dices: “¿Dónde estoy yo, en medio de todo eso?” Es la evidencia de la fragilidad y la necesidad de desapegarse, de decir: “Voy a tener toda mi vida que vivir al pendiente, ya no voy a ser libre”. Mi cuerpo sigue siendo mi cuerpo, pero tiene sus demandas o sus carencias, que no eran las de antes. Tienes que acostumbrarte a verte la piel diferente. Son cosas inasibles, pero que en esta edad nos toca atravesar. Supongo que luego llega cierta estabilidad y lo asumes, pero ahorita me siento en medio de ese remolino. Por un lado, veo a mi mamá envejecer, a veces como una niña chiquita y no sé si quiero llegar a vieja. Es parte del ajuste y de un proceso natural, pero empiezo a ver mi propio cuerpo y no es el mismo de antes. Con todo, no me puedo quejar, porque estoy sana, estoy viva, estoy bien. La operación que me hicieron no fue tan terrible como otras y estoy bajo supervisión médica y todo va bien. Me detectaron el cáncer en agosto de 2014, nunca he dejado de trabajar, pero a veces pienso que esos años de tanto estrés a lo mejor contribuyeron. Han sido unos años muy duros, porque además coincidieron con una horrible campaña mediática en mi contra, porque me acusaban de una supuesta negligencia administrativa. Pasé por todas las estancias y tribunales. La Suprema Corte falló a mi favor, pero te queda la sensación de un sistema jodido, podrido, corrupto, que te bloquea y toca toda tu energía. Tristemente, coincidió con que físicamente estaba dando otra batalla, por lo que fueron tres años de un desgaste brutal en todos los niveles, por el tema físico de salud y el tema emocional, profesional, laboral. Lo bueno es que me he descubierto mucho más fuerte de lo que yo pensaba y ha sido un aprendizaje en muchos sentidos.

Con lo que me has compartido, platícame cómo es la relación que tienes hoy con tu cuerpo…

Tiene que ver mucho con el tema de la enfermedad. No se puede hablar de convalecencia, ni siquiera de recuperación. Más bien es aprender a vivir con un cuerpo diferente. Tuve la suerte de que la intervención que me hicieron fue conservadora, me quitaron un tumor muy grande, pero estaba adentro de la mama, me quitaron dos ganglios y me reconstruyeron sin necesidad de implantes, que además yo no quise. Quedó todo un poco chueco, pero me vale. Finalmente, sigue siendo todo mío y aquí estoy. He recuperado totalmente la movilidad, pero sí hay partes del cuerpo que quedan muy afectadas, sobre todo por las radiaciones y la quimioterapia, ya ni siquiera por la cirugía. Lo más duro es la quimio y la radiación. Por la radiación quedaron muchas partes del cuerpo insensibles, por las quimios también y eso es muy raro. La piel se me reseca súper rápido, pierdes todo el cabello, las cejas, las pestañas. Eso me permitió vivir, además, cosas muy locas, como asumir que tú no eres como te ves, de manera tan evidente y hasta lúdica, porque me ponía pelucas y pañuelos y me divertía. Mi hijo me rapaba todas las semanas, él y mi pareja. Se volvió una relación con el cuerpo muy distinta. Nunca tuve reparos en contar cómo me sentía o cómo la estaba pasando. No tuve pudor, creo que fue bueno. Tengo amigas que no quieren hablar de eso, lo ven como un proceso demasiado privado. Tampoco lo andaba yo contando, pero si me preguntan cuento, porque creo que hay demasiado tabú y que las mujeres no están pendientes de lo peligroso que puede ser no cuidarse. Hay que hablarlo y decirlo con claridad. Hay un proceso de recuperación que es muy largo, y la angustia y el terror te vuelven a dar cada vez que vas y te metes a la máquina, y eso nadie lo vive. Todo mundo cree que es pan comido, vas a tus análisis y ya está, pero nada más pensar que pueda volver a salir algo mal, dices no, bueno. No eres un paciente más, es un tema muy delicado, porque se puede complicar horrible y puedes morir. No todo mundo tiene la suerte de la medicina a tiempo y de los hospitales, de los seguros. Es un tema grave de salud pública. Pero, volviendo al cuerpo, creo que por un lado me hizo bien esa conciencia de mi cuerpo y, sobre todo, la conciencia de la fragilidad, por otro, aprendí a ser más lúdica con mi aspecto. Dije: “Pues qué creen, hoy estoy pelona y mañana traigo una peluca”. Es difícil, pero me dio a la larga bastante libertad respecto a mí misma.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

Cuando éramos chicas una persona de cincuenta me parecía viejísima, clarísimamente, pero hoy en día tengo cincuenta y no me siento viejísima, para nada. Al revés, siento que está divertido, porque ahora veo cosas que antes no veía, tengo más información, ya no me cuezo al primer hervor. No es que sea uno más sabio, sino que está más viejo y está padre. Si extraño y me gustaría tener la energía que tenía antes, pero eso es lo único que extraño, la energía.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

No me importan las arrugas, me importa que no se me sienta acartonada la piel. Me salieron unas manchas por la quimioterapia, entonces ya sé que me tengo que cuidar del sol y hago un esfuerzo por ponerme bloqueador, porque no me gusta verme la cara manchada, pero ya es algo inevitable. Tampoco es que vaya a hacerme una operación, no estoy como obsesionada con eso. Creo que esta tranquilidad sí me la dio la enfermedad. Nunca estuve obsesionada por mi look, no soy así para nada, ni me maquillo, pero me relajé realmente en el sentido de que entiendo que el cuerpo cambia, tú cambias y no pasa nada. Te salen canas, pero ya no quiero pintarme, no quiero echarle más químicos a mi cabeza. Con las quimios yo le decía al oncólogo: “En el cóctel que me está metiendo, ¿no me podría meter algo para que me salga más pelo, o que me salga verde o algo así?” y se reía. Quién sabe cuánta cosa te meten. Sé que hay muchos métodos, muchas corrientes y mucha medicina natural, pero yo estuve muy atenta a lo que me dijeron mis médicos, en los que siempre confié. Creo en la ciencia y en los avances de la ciencia, y si bien estoy consciente del gran negocio de las grandes farmacéuticas y los laboratorios, y que es verdaderamente un asalto a mano armada, tampoco estaba muy dispuesta a experimentar.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

En mi caso el cáncer llegó justo en el momento de la menopausia. Ya había dejado de menstruar cuando me diagnosticaron, tenía cincuenta o cincuenta y un años. Creo que desde los cuarenta y ocho estaba ya en un proceso de menopausia que nunca fue dramático. La neta no recuerdo bochornos terribles, recuerdo cansancio, pero todo estaba muy mezclado con el estrés laboral y a nivel físico tampoco era un buen momento. No viví trastornos hormonales y luego, entre el diagnóstico y la quimio, entré directamente a una siguiente etapa, sin pasar por la descompensación hormonal. En términos de actividad sexual, no quisiera usar la palabra declive, porque creo que es una re-transformación de tu cuerpo. Todos estos años han estado permeados por un tratamiento muy fuerte, donde yo visualizo todas mis células concentradas tratando de repeler el ataque tóxico de la quimioterapia. No nos estamos preocupando de otras cosas, la prioridad es sobrevivir a la quimio y al cáncer. Y como la menopausia coincidió tristemente con el cáncer, la depresión sí me vino durísima.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Tuve la fortuna de crecer en un ambiente donde no hubo diferencias. “Lo mismo que hacen los hombres lo puedes hacer tú, mijita”. En nuestra sociedad y en esa época fue un privilegio y así lo he considerado. Empecé con el pie derecho en ese sentido, por mi origen, por mi familia, porque tuve la fortuna de viajar mucho desde muy chiquita, ir a la escuela en otros países y eso, claro que me dio un bagaje diferente. Pero luego la vida profesional sí te enfrenta a algo que antes no era tan tipificado como diferencia de género. Aunque, si lo pienso un poco en retrospectiva, sí hemos pasado por lo típico de sentir que, si eres joven y guapa, tienes más chances que si no, eso es algo que se aplica a las mujeres, no a los hombres y eso claro que lo he notado. Fui la primera directora mujer del IMCINE y se siente entre tus colegas y el personal un: “Bueno, la directora”, como si realmente no tuvieras demasiada autoridad, porque tienes otro estilo. Sí creo que las mujeres tenemos otro estilo, porque si no te vuelves el tópico de “la perra hija de la chingada, arbitraria, autoritaria” y entonces también te estigmatizan. Mi estilo es bastante conciliador y tranquilo y siempre me ha funcionado. Pero fue complicado ubicarme como directora y encontrar un equipo donde hubiera sinergia y colaboración. En el fondo todavía, sobre todo en otras generaciones, mayores, había mucho prejuicio y en el ambiente laboral político es muy desagradable. No falta el que te quiere invitar a comer o invitarte una copa para conseguir cosas. Yo traté de hacer cambios, por ejemplo, un día pensamos que deberíamos tener en el IMCINE una especie de guardería para cuando a las mamás, sobre todo a las secretarias y empleadas de base, se les enferma un hijo o no tienen con quién dejarlo. Un cuarto donde hubiera juegos, libros y una nana para atender a los niños mientras la mamá estaba trabajando, pero por alguna u otra razón, cual más tonta y burocrática, nunca se pudo instrumentar. No encontraban el lugar, luego no sabían con qué rubro íbamos a contratar a la nana, luego no sé, luego tal. Ahora me arrepiento de no haberlo establecido como una obligación, que hubiera sido un precedente interesante. En mi equipo integré mujeres en las que yo confío muchísimo y en las que creo plenamente a nivel profesional y se dieron las típicas bromas de los hombres: “Claro, el IMCINE ya se llenó de viejas”, es esta cosita pinche que está en el tejido social, esa cosa incisiva. Y hubo un nuevo funcionario que entró a la SEP, que era nuestro consejero y no sé qué, que quería conocerme y hablaba porque me quería invitar a comer y yo le decía a la secretaria: “Dile que venga, hacemos una cita y con mucho gusto”. A mí no me gusta ir a comer con gente que no conozco, de entrada, me chocan las comidas de trabajo, pero quería comer conmigo a fuerzas y me llamaron la atención desde el CONACULTA, que porque yo no estaba aceptando la invitación de ese señor. Yo dije: “¿Por qué? Eso ya es acoso”, pero tuve que aceptar la comida. Lo cité en el restaurante de enfrente, cuando yo llegué ya se había pedido su tequila y dije: “Bueno, ¿a qué vinimos?”. Nunca encajé en esa manera de ejercer el poder público en este país.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

Yo sí soy bien Susanita. He tenido tres parejas fundamentales en mi vida, con las cuales he vivido. No es que me cueste trabajo estar sola, pero me gusta la vida en pareja y la compañía. Me gusta la familia, me gustan los hijos, me gustan las familias numerosas, me gusta mucho la casa, me encanta cocinar, trabajo en mi casa. Soy una persona muy de casa. Me encanta viajar, pero me costaría trabajo no tener un lugar de referencia. Llevo viviendo en la misma casa treinta años, la he hecho a mi modo, es mi hogar. Aquí nació y creció mi hijo. Soy muy hogareña. Juntar a la familia me hace ilusión, me gusta recibir gente en casa, hacerle de comer a mis amigos. Es algo que disfruto. Soy cáncer y soy todo lo que mi signo dice que soy: cursi, romántica, hogareña, sensible, de hueva, pero así soy. Con mi compañero hemos construido una pareja en la conciencia de que es una edad complicada para cada uno. Él está viviendo su propia madurez, también de manera íntima, complicada por el hecho de que ya es abuelo y por su propia vida profesional. Hay muchas cosas que cada uno tiene sobre la mesa, pero hay un ámbito compartido en donde sabemos que estamos el uno para el otro y hacemos equipo. Aunque cada uno viva sus batallas de manera personal, ahí hemos estado para los padres, amigos, hijos cuando nos necesitan, en la manera en que podemos. Hemos hecho una familia grande y eso está padre. Estoy muy agradecida y contenta, porque creo que tengo una linda relación con sus hijos, que son los míos ahora, y creo que mi hijo lo quiere muchísimo también. Así son ahora las parejas, ahora sí que los tuyos, los míos y los nuestros.

¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tu hijo?

Nunca me lo cuestioné. Mi hijo llegó cuando tenía treinta años. Simplemente me embaracé, me dio mucho gusto, el papá también estuvo muy feliz y ha sido muy buen papá. Nos separamos cuando Diego tenía tres años y siempre pienso que esa pareja fue para tener al hijo, que ese niño nos escogió. Fue lindo mientras duró, luego fue muy doloroso, pero creo que hemos sido buenos padres a pesar de un divorcio feo. Después llegamos a un punto de tranquilidad y de respeto mutuo y somos buenos amigos. Quiero que a él le vaya muy bien y creo que viceversa. Estamos atentos el uno del otro, ahora con nuevas parejas, y el hijo convivió siempre con los dos. Es un chavo muy lindo, muy pilas, muy amoroso, muy generoso, muy comprometido. Estoy muy orgullosa. Le encanta cocinar, igual que a mí y a su papá. Siento que está peleando por forjarse un futuro luminoso y es lo suficientemente generoso y consciente de lo que le rodea, como para hacerlo en comunidad y eso está chido. Fui mamá divorciada y sola con él mucho tiempo. Él era mi compañero. Hemos platicado mucho siempre y mi relación con Diego era intocable, independientemente de la pareja. Lo extraño mucho porque somos buenos amigos; bueno, no soy su amiga, soy su mamá, pero con una buena relación. Yo sí recomendaría tener hijos, creo que son una cosa maravillosa, pero, sobre todo, te obligan a estar en todo lo nuevo y lo más importante, te obligan a no pensar en ti. Tu prioridad cambia, dejas de ser tú. Los hijos son el ejemplo de que hay que mirar hacia fuera. Tampoco se trata de poner tu vida en función de los hijos, pero si te pone en el lugar del espejeo y de decir: “No todo soy yo y mis prioridades”. He sido una madre muy feliz y plena. He vivido la maternidad con mucha gratitud y mucha diversión. Conocí a los hijos de Gerardo, mi pareja, en su adolescencia, entre los doce y los quince años. Una edad muy ingrata y difícil para ellos, pero recuerdo haber pasado un poco por lo mismo cuando mis papás se divorciaron y yo tenía doce años. Mirando para atrás, creo que mis papás no lo hicieron muy bien, sobre todo mi mamá, porque siento que se quedó un tiempo en el resentimiento y triangulándolo con nosotras. No quiso ir a una terapia, nunca se permitió a sí misma tener otra pareja. Se instaló en el lugar de la abandonada y eso fue muy duro para mí y para mi hermana, porque siempre sentíamos culpa de ir a ver a mi papá, hasta que pasaron los años y cada quien tuvo su vida. Me fui de casa de mi mamá a los diecinueve años y mi hermana igual, porque el peso era terrible, muy opresivo. En cambio, creo que en el caso de mi hijo y los de Gerardo, todos los adultos involucrados hicimos un esfuerzo grande por respetar los espacios de los chavos y por tratar de no estarlos metiendo en nuestras complejidades. Todos hemos hecho un esfuerzo por rehacer una vida propia, incluyéndolos siempre a todos y creo que con el tiempo las cosas se acomodaron, pero ha sido un esfuerzo de todos, de tirarnos buena onda, de nunca hablar mal de los otros, como intentar hacer familia y creo que ha sido un aprendizaje generacional.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

La sensualidad y la sexualidad son temas nodales y han tenido que ver con ir recuperando un equilibrio general, la confianza y las certezas de que voy bien. El deseo ya no es como cuando tienes dieciocho o veinte años. Creo que está más vinculado a todo un ejercicio emocional, mental, del entorno. Es natural, es tu cuerpo el que te pide más cosas y no nada más lo físico. Estos años han sido para volver a encontrar los equilibrios necesarios para esta nueva etapa.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Ahorita me apena, porque pasa por el filtro de un tratamiento brutal que me dejó físicamente quemada. La sexualidad se ha visto relegada a una especie de backstage, donde primero he tenido que echar a andar todos los otros mecanismos biológicos de la sobrevivencia celular. La sexualidad está permeada por todo esto. Pasaron muchos meses desde la operación, donde ni por acá se me ocurría pensar en sexo, porque además cualquier roce, por el tema de la cirugía, la herida, la piel quemada… Y no es una quemadura superficial, sino por dentro. Sientes que te arde y tienes toda esta zona insensible. Me pueden meter agujas y no siento nada, si me tocas menos. Entonces ha sido tener que despertar sexualmente con otro cuerpo, con otras sensaciones, con otra manera de hacer y de aflorar tu sensualidad, tus estímulos. Ha sido muy complicado. He hecho acupuntura, que me ha ayudado muchísimo a recuperar la sensibilidad en muchas zonas del cuerpo, porque es devastador. Que se te caiga el pelo es el menor de los efectos. Se te cae porque se mueren todas las células. Lo primero que afecta la quimio son las células de reproducción más rápida, que son todas aquellas que tienen que ver con la piel, el cabello, las membranas, la saliva y las mucosas. Haz de cuenta que todo eso está quemado, es lo primero que se lastima. No es que te vayas a humectar, así nomás, son procesos que hay que reactivar desde el origen mismo de la reactivación celular. Es como yo lo interpreto. No tiene ningún fundamento físico-científico, pero sí ha sido como recuperar el origen mismo del deseo, pero no es sólo físico. Implica que te vuelvas a sentir suficientemente atractiva, suficientemente energética, suficientemente sensual, suficientemente despierta para volver a echar a andar los mecanismos de la sexualidad.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

No tuvimos un ejemplo muy jacarandoso, mi mamá es muy austera y las mujeres en mi familia, una familia europea, también. Mi abuela paterna era una mujer muy elegante, con un mundo vinculado a los artistas, la pintó Diego Rivera, por ejemplo. Mi abuelo tenía una colección de arte prehispánico espectacular y crecimos en medio de los cuadros. Una familia de emigrantes judíos que llegó cuando la guerra, muy culta y con mucha relación con la cultura mexicana de esa época. Siempre estuve en los museos, fuimos a los conciertos y fue una impronta del gozo estético y la apreciación de lo estético.  De parte de mi mamá también, pues fue antropóloga muy cercana a las expresiones de la cultura popular mexicana. Muy cercanos mis padres, antropólogos, al mundo indígena, a los pueblos originarios, a las festividades. Cuando éramos chiquitos recorríamos cuanto pueblo y fiesta popular había en México. En mi casa había mucha artesanía popular mexicana y sigue habiendo. Recuerdo que mis abuelas tenían textiles y piezas muy hermosas, pero nunca bisutería, sino como las arracadas de oro que se usan en Oaxaca. Lo mío no es maquillarme, no lo sé hacer, yo me pongo rímel y una rayita negra de toda la vida y estoy a nada de tomar la decisión de irme a poner pestañas, porque siento que ya no tengo, y quiero que por lo menos se me vean los ojos. Pero sí soy súper aretera, si no me pongo aretes siento que voy desnuda, pero nada más, ni anillos, ni pulseras. Tengo unos collares divinos, que de repente me pongo cuando hay que salir a algún lado, pero luego ya se me atoró y mejor me lo quito. Tengo un collar de perlas, que era de mi abuela, que no he usado nunca. El lápiz labial me choca y no me pinto las uñas porque siento que no respiran.

¿Hay miedos?

Estoy preocupada porque deseo una vejez en otra circunstancia, no quiero ser una carga para mi hijo, pero lo voy a resolver. Mientras, es un miedito que veo reforzado todos los días, cuando veo a mi mamá declinar, cuando vi cómo se fue mi papá, cuando veo a los padres de mis amigas, cuando nos veo cada vez más frágiles.

¿Y retos?

Recuperar el equilibrio después de la enfermedad y recuperar el centro después de estas separaciones. Hay mucho que quiero escribir, mucho que quiero ver, mucho que quiero conocer. Tratar, todavía, en los años que me quedan activa, de poner mi granito de arena porque algo sea mejor. Me siento muy comprometida con eso. No me veo encerrándome en una capsulita de bienestar personal, creo que es la única manera en la que voy a tener energía para estar en el mundo en que me toca estar aportando.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Soy una persona muy espiritual. No práctico ningún tipo de fe en concreto, pero es algo que me llama muchísimo la atención. Sí pienso que lo que nos hace humanos, lo que nos diferencia de otras especies, es el espíritu, la conciencia, la relación con los otros, con el universo, la capacidad de analizarlo. Hasta la ciencia es espiritual. La ciencia y la matemática me parecen fascinantes como un ejercicio del espíritu y de la mente humana. Yo digo: “Bienvenida toda la bendición de donde venga”, sí creo mucho en eso. Me encanta y ocupa un lugar muy importante. He leído y he aprendido aquí y allá, la cábala, el budismo, las escrituras bíblicas, lo recibido de mi familia que es de origen judío. Pienso mucho en el chamanismo y en todos los rituales que vienen de nuestra impronta prehispánica. En mi casa siempre ha habido altar de muertos y siempre lo va a haber. En el velorio de mi papá había música, copal, menoras judías, todo mundo en una comunión tan profunda de agradecer la vida, fue muy bonito. Creo mucho en la importancia de la vida espiritual.

(Fotos proporcionadas generosamente por Marina Stavenhagen)

One Comment

  1. Por supuesto sabía quién era Marina Stavenhaguen, ¿quién no?, pero no la conocía y me encantó leerla. Me conmovió porque me hizo recordar mis propias luchas contra la enfermedad, o todo lo que tuve que superar después de mi accidente. Al leerla también reconocí aspectos comunes del cuidado de sus padres con lo que yo pasé con mi madre, pero con una diferencia inmensa: ella es y ha sido siempre muy unida a sus raíces y yo no. Amé su delicadeza que convive con su fuerza. Amé sus batallas y victorias en el ámbito profesional. Ahora que la siento cercana, espero que la vida me dé el regalo de conocer a esta hermosa, inteligente, sensible y brillante mujer.

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