Bailar es la expresión del cuerpo más maravillosa que existe, es la única manera en que soy yo misma, me dejo ir
Cuando mi abuela nos dio el archivo fotográfico de mi abuelo Tomás, en 2009, se me ocurrió ir a contárselo a Pedro Valtierra, gran fotógrafo y director de la agencia y la revista Cuartoscuro, quien se entusiasmó y me encargó un escrito al respecto. Al poco tiempo tuve la gran dicha de conocer a su esposa Ana Luisa, escritora de literatura infantil, libros de diversas temáticas y editora de la revista. Gracias a ella, después tuve oportunidad de hacer otras entrevistas y colaboraciones para Cuartoscuro. Es una publicación a la que le tengo mucho cariño, porque sé del compromiso y la gran dedicación de ambos.
Con el tiempo, a Ana Luisa y a mí se nos fue haciendo costumbre vernos cada tanto para platicar y platicar y siempre me ha parecido una mujer fantástica. Y he de confesar que con todo el gran cariño que nos tenemos lograr vernos es toda una aventura, porque Ana Luisa no sabe estar en un solo lugar: tiene unas alas preciosas que le crecen de forma espontánea e infinita y la llevan a recorrer diversos lugares, de modo que un día puede estar en un pueblito yucateco, disfrutando del viaje en carretera a Monterrey, maravillándose por el viejo Estambul o aprendiendo de otras místicas en la India o Japón. Y sabe hacerlo mochila al hombro y cargada de un asombro amplio por la vida, así que aún es larga la lista de aprendizajes a su lado.
Después descubrimos que teníamos a una amiga querida en común, Elisa, con quienes he compartido más de un café, muchísimos relatos y risas. Ambas fueron, además, de las primeras en comprarme fotobordados (https://www.instagram.com/yosoymartha/), lo que ha sido un gran aliciente para que yo siga cultivando esa expresión artística.
Durante la pandemia Ana Luisa se sumó a mi curso de escritura creativa aportando unas historias fabulosas y, sobre todo, agregó a dos amigas de ella y a una de sus sobrinas, que ahora forman parte de mi círculo de afectos especiales: Blanca, Alba e Inés. Fue un periplo que sin esas compañías creativas, lúdicas, ingeniosas y dispuestas a la escritura hubiera resultado cuesta arriba.
Ana Luisa y yo procuramos saber una de la otra, nos mandamos buenos deseos cuando la distancia nos impide vernos, hablamos de los hijos, de las preocupaciones, de la salud, los anhelos… le damos espacio a las risas y hacemos proyectos creativos con otras amigas más, como Cynthia, Mayela, Tere, Silvia… y tenemos un amigo de todas que es también fotógrafo y escritor, Jorge.
Gracias a la presencia de Ana Luisa en mi vida compruebo que las amistades especiales te pueden llevar por diversos senderos, todos de descubrimiento, empatía, crecimiento y asombro. ¡Mil, mil gracias, hermosa amiga!
Mi querida Ana Luisa, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?
Algo pasa que siempre me siento “en mi mejor época”. Esta vez, pues creo que tomé una decisión que había estado postergando: hacer realmente lo que quiero. Me acuerdo de mi papá: tenía muchas aficiones y ganas de hacer cientos de cosas, pero siempre dejó para después todo, porque fue primero la familia, el trabajo, el no sé qué… y cuando ya hubo un después, ya no tenía el entusiasmo, ni la energía, ni la salud. Por primera vez estoy marcando el plan o decidiendo distintos planes, a veces combinando también con el trabajo, pero ya diferente. No estoy pensando en que me quedan cinco años, sino en que no puedes vivir postergando o vivir a través de los demás. Tú sabes lo fundamental que es para mí viajar, es como tener baterías y llenarte de historia y nuevos entusiasmos, así que lo estoy haciendo más que nunca. A muchos les parece un escape, una supuesta búsqueda inerte, un exceso: para mí es vital. Y también estoy en un momento en que estoy tomando en serio mi escritura personal. No es que no lo fuera, solamente le estoy dedicando el tiempo que puedo darle, sin postergar. Es una etapa de volver a tomar conciencia de mí misma y vivir con lo que se convierta en un motor para el entusiasmo.
Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…
A mí siempre me dicen que soy súper calmada, que no me enojo, que la llevo bien con todos. En realidad, creo que todo lo guardo y empiezo a tener miles de enfermedades que no tenía, como una colitis nerviosa que me tiene asoleada. De alguna manera está bien, eso me ha hecho ser consciente de que nos debemos cuidar, porque nos creemos infalibles. En cuanto al cuerpo en sí, creo que por primera vez en mi vida me siento feliz de ser como soy y me gusta cómo me veo yo, no los demás. Me asombra a veces saber que soy flexible y ágil… más de lo que se supone que debería. Me sorprende cuando otros se sorprenden de que puedo hacer cosas que “no son de mi edad”. Por otro lado, bailar, para mí, pero el simple hecho de bailar es la expresión del cuerpo más maravillosa que existe, es la única manera en que soy yo misma, me dejo ir.
¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?
Podemos ser terriblemente crueles, en general, y más con las mujeres. Ceñirse a estos estándares que quién sabe quién fijó sobre lo que está bien y lo que está mal y lo que es bonito y lo que no es bonito y si se está flaco o si no, es de una crueldad espantosa. Es difícil con la presión, pero hay que aprender a quererse. No está fácil, lo sé, pero también se trata de adquirir una consciencia personal… y mandar al bote de basura los “debe”, que en realidad ni existen.
¿Qué ves cuando te miras en el espejo?
Estoy contenta, no porque me crea maravillosa, sino porque durante mucho tiempo tuve un complejo de fea y gorda. Pero ahorita me siento a gusto con mi cuerpo, me siento bien conmigo. Me preocupaban mucho las arrugas, porque soy como muy marcada, lo que tiene que ver con mi genética. Había estado un poco traumada, pero mi mamá, dos años antes de morir, tuvo una hemorragia cerebral muy dura, que le afectó el habla; tenía una cierta conciencia, pero no podía pronunciar las palabras: simplemente se le olvidaron e intercambiaba unas por otras. Un día llegué a su casa, se quedó viendo mis arrugas y me empezó a señalar, como marcando cada una, y me decía: “Victorias, victorias, muchas victorias”. Entonces adopté eso y dije: “Claro, cada arruga es una victoria” y dejó de importarme.
¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?
Creo que fui muy afortunada pues, aunque estoy consciente de que vivimos en una sociedad machista, de niña no la viví. Jamás vi a mi madre pararse de la cama cuando mi papá llegaba tarde del trabajo para darle de cenar o atenderlo. Ni tenía que servirle a mis hermanos hombres. Nos educaron como parejos, como “lo que puede uno lo pueden todos”. Nunca me di cuenta de que hubiera diferencias de género, sino hasta después, quizá ya en la vida laboral, pero será que las mujeres que estábamos ahí éramos muy independientes, tampoco nos dejábamos. Entiendo lo que pasa ahora y respeto los movimientos, pero ser feminista es, para mí, encontrar la equidad. No somos iguales, sino complementarios. Sé que vivimos en una sociedad y un mundo machista, pero creo que la raíz está en la educación que repite esquemas.
¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?
Me imagino que, como en todas las parejas, hay una especie de escalones. Subirlos no siempre es tan fácil. Pero por algo nos escogimos, en el sentido de que tenemos varias cosas en común y quizá nada más nosotros dos sabemos que las tenemos, no es tan obvio para el mundo. Ahorita, el reto es poder estar solos, disfrutarnos y realmente desear estar después de tantos años. Cuando llegaron los hijos fue difícil, la relación cambia, ya no estás solo, ya no puedes hacer lo que te da la gana, hay otras presiones y tienes que ver hasta dónde llega la responsabilidad de cada uno.
¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tus hijas y a tu hijo?
Los siento como mis compañeros, en muchos sentidos, y son lo mejor de mi vida. Perla, María, Pedro y Ana, los pequeños que he visto crecer, ya están todos en los treintas. Obvio que no son unos niños, aunque a veces se me olvida y quiero verlos igual. A lo mejor yo no pensé tanto en eso de la crianza. Ahora creo que lo hice bien, en el sentido del ejemplo que ven en ti. Nunca pensé dedicarme de tiempo completo a ser mamá. Cuando tuve a María me tocaban los tres meses de incapacidad, pero al mes y medio fui a tocar la puerta: “Por favor, ¿puedo regresar a trabajar?” y me la llevaba. La pobre creció en una redacción, con el bambineto y el corral por todos lados. Cuando nació Pedro dije: “Ahora sí me voy a tomar un año”, pero a los tres meses ya había inventado desde mi casa una agencia de información. Tuve el rol de madre y el rol de mujer que puede trabajar y el rol de la mujer que tiene otras actividades y necesidades y eso se permea con los hijos. Son tres mujeres y un hombre, y honestamente no siento que hubo una educación diferente. Todos se educaron igual, tuvieron los mismos permisos, hicieron los mismos desbarajustes. Más bien del carácter y la personalidad de cada uno surgieron sus propias censuras y capacidades. A lo mejor porque yo crecí en una familia que amo, pero que fue muy rígida de normas, de los permisos, sentí que me tenía que relajar y dejarlos crecer… a lo mejor se me fue la mano, pero siempre sentí que tenían que crecer con mayor libertad.
¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?
Mi estado más sensual es la música acompañada del baile. Es como una libertad del cuerpo y no importa lo que estés bailando, es el dejar que tu cuerpo se mueva, como sea. Para mí ese es un gran placer. Tengo momentos de éxtasis con el baile, también en la contemplación de algunos sitios. La entiendo como una sensación del cuerpo. En los templos de Japón, por ejemplo, sientes la carga de los años, el peso de las tradiciones, de la historia que hay en esos lugares y como están diseñados para que todo sea un acto de sensaciones. Al entrar, hasta me dan ganas de llorar. Entiendes perfectamente el porqué del silencio, el porqué del ruido del agua, el porqué de la perfección de la naturaleza.
¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?
Creo que cada quien tiene su propio concepto de feminidad, porque yo he visto muchísimas mujeres sin una gota de pintura, sin ropa exuberante ni absolutamente nada e irradian sensualidad y feminidad. A mí no me ha dado nunca mucho por arreglarme, cosa muy criticada en la familia: “¿Por qué no te arreglas?, péinate, ¿cómo vas a salir con esos pelos?, píntate…”. Los hombres pueden salir en calzones y no importa. Para mí, es algo mucho más profundo: me siento muy mujer, pues, en todos los aspectos.
¿Hay miedos?
No le tengo miedo a nada. Al menos, no siento que haya algo que me paralice. De repente me asaltan las angustias, que muchas veces son irracionales, sobre todo con relación a los hijos, pero la verdad es que no tengo por qué tener miedo, pues les tengo mucha confianza y yo sé que van a estar bien y sé que lo que decidan será lo correcto.
¿Y retos?
Hacer lo que me dé la gana y no solamente lo que tengo que hacer o lo que debo hacer. No dicho tan feo, pero sí me lo he planteado así. Es un poco eso. Realmente quiero hacer lo que tenga ganas de hacer, lo que me entusiasme. Estoy aprendiendo a decir que no, que ese es un paso gigante en mi vida, y me estoy diciendo a mí misma sí a lo que realmente sí quiero. Creo que estoy en un tiempo maravilloso para hacerlo, porque yo ni remotamente me siento grande, a veces siento como que tengo veinte años. Aunque se rían.
¿Hay espacio para lo espiritual?
Toda mi vida fui una atea en todos los sentidos, no nada más religiosa. Últimamente, a partir de la meditación y de esos encuentros sensuales, sí tengo una necesidad espiritual. Aprendí a meditar y lo practico. Sí hay una fuerza muy grande, como la naturaleza, o no sé qué es, y me pasan cosas que me sorprenden. No es una necesidad de creer, sino una necesidad de sentir y hay una felicidad como de encontrar una paz interior increíble, que hay que buscar, de verdad sí hay que trabajarla.
Sin duda, Ana Luisa es extraordinaria, un abrazo a ambas, gracias por mencionarme. Son muy importantes en mi vida.
Ana Luisa, qué gusto da leer a alguien que disfruta la vida, que cuando baila se deja ir. Me gusta su imparable actividad, su eterno ímpetu. Tengo que apreder de ella algo: hacer, en verdad, lo que me dé la gana.
Aunque casi siempre la jaula se queda vacía de tanto que le gusta el vuelo a Ana Luisa, de algún modo siempre me parece que voy con ella. Luego siento que me quedo aquí, esperando, sabiendo que volverá. Y verla, siempre, pero siempre , es un placer. ¡Las quiero mucho! Gracias, porque me veo en sus letras.
Muchas felicidades querida Ana Luisa.
Con esta entrevista, nos has compartido muchas cosas bellas, del camino de tu vida.
Te mando un cariñoso abrazo.
Maria Eugenia Cauduro