Ana Hidalgo Gamez

Somos el nexo entre el mundo antiguo y el de los jóvenes, tarde o temprano van a tener que venir a mirarnos

Desde que Matías era bebé y lo inscribí a las clases de música de Artene, con mi querida prima Lucy, me hice de dos amigas, con hijos varones de la misma edad que el mío: Ana Mansilla y Ana Hidalgo, mis dos adoradas Anas. Las dos vivían en Coyoacán y a mí nunca se me ha complicado trasladarme a puntos lejanos de la ciudad para hacer cosas que disfruto, y se nos fue haciendo regular vernos seguido: en casa de Ana M. para las fiestas de sus niños, José María y Juan, y más adelante para el club de lectura; en el parque ecológico El Batán para las fiestas de Darío, el hijo de Ana H., y luego en su casa para unas extraordinarias fiestas de disfraces que acostumbraba hacer para Día de muertos y donde no sólo los críos se disfrazaban, también nosotras (¡me encantaba ponerme pestañas larguísimas de color rosa y pelucas a juego!); o bien, en el jardín de mi papá para las fiestas de Matías y en otro montón de actividades, como días de campo, exposiciones y películas acordes a las edades que ese grupo de niños iba alcanzando.

Lo cierto es que, con el pretexto de juntar a los niños y hacer cosas que fomentaran su creatividad, fue creciendo un cariño que, en mi caso, iba acompañado de admiración por ambas, tan contrastantes entre sí y tan cercanas a mi corazón.

Ana es astrónoma y además imparte clases en el Politécnico desde hace ya más de veinte años, donde con certeza es una maestra dedicada y comprometida con sus alumnas y alumnos, pues en algunas conversaciones salían a relucir como uno de sus temas prioritarios. Recuerdo una vez que tuve que ir a una casa de cultura cercana a la Basílica de Guadalupe, por alguna actividad vinculada a mi muy corto periodo laboral en la Secretaría de Cultura, cuando me encontré a Ana el metro, concentrada en las clases que daría esa mañana. Basto verla y platicar con ella para tener un día feliz.

Me gusta la forma en que describe y cuida sus plantas; el amor que le tiene a su perrita Cachi desde que decidió adoptarla; cómo habla de sus viajes a su tierra natal, España, tanto cuando está haciendo los preparativos para pasar sus vacaciones largas por allá, como cuando regresa con nuevos recuerdos de su terruño, sus papás, hermanos, sobrinos…; la manera en que se emociona al hablar de la astronomía y te hace sentir cercano ese universo plagado de estrellas, planetas, agujeros negros y exoplanetas.

Desde que Ana M. se fue a vivir a Oaxaca y los chicos ya están perfilados a vocaciones más claras para ellos nos hemos visto menos, algo que en lo personal lamento. Lo que es cierto es que el cariño que cultivamos está ahí, muy dentro mío y es para siempre. ¡Gracias queridísima Ana, por formar parte de estas Poderosas 50!

¿Cómo estás en esta etapa de tu vida?

Me preparé mentalmente para esta etapa. Creo que son los cincuenta de muchas cosas. Me miro en el espejo y no me miro de cincuenta, me miro por dentro y no me miro de cincuenta. No nos vemos de cincuenta, la edad pasa a ser un poco: “Soy de cincuenta porque casi todas tenemos menopausia y no podemos tener hijos” y ese tipo de cosas, pero, no sé, a lo mejor dentro de un par de años me pega más y me deprimo, pero lo que es ahora mismo, no. Es un número. Me siento ágil y con ganas de emprender muchas cosas, tener cuarenta y ocho, cincuenta o cincuenta y nueve es mera cosa numérica.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

Siempre he tenido una relación muy difícil con mi cuerpo, porque nunca me ha gustado. Soy muy pequeña, tengo demasiado pecho, soy una persona muy redonda. Las caderas de otras son muy angulosas, las mías son redondas, entonces, siempre parezco mucho más gorda de lo que podía estar. Incluso con veinte años no me gustaba mi cuerpo, pues ahora siempre es lo mismo. Intentaré adelgazar y luchar con los kilos de más de la menopausia, que son horrorosos y desesperantes, pero básicamente no ha cambiado. No me gustaba, no me gusta y tengo que aprender a querer lo que tengo y a cambiar lo poco que puedo cambiar, pero nunca me ha gustado. La gente siempre me ha dicho: “Qué envidia, tienes mucho pelo, es quebrado” y como que nunca me ha gustado nada, tengo un serio problema con eso.

¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?

Muy mal y creo que ahora peor. Veo las revistas y a las chicas de veinte con vientre plano y me tengo que repetir: “Tú no tienes veinte años, no puedes competir con ellas”. Claro que al hombre de nuestra edad sí les gustan, buscan chicas de veinticinco y dices: “Chin, ¿ahora qué hacemos?”. Un hombre de cincuenta años no va buscando una mujer de cincuenta, sino una mujer de treinta y pocos. No podemos competir en cuerpo con ellas, tenemos hijos, tenemos una vida. Evidentemente no podemos tener la cara tersa, pero si los hombres no nos valoran por las otras cosas que sí tenemos, entonces estamos mal. Tenemos mucha más sabiduría ahora, por ejemplo, y sabemos amar. Una vez discutía con un cantante español por Twitter. Decía que vino a México y vio una pareja de cincuentones besándose en mitad de la calle, no dijo nada más, pero yo le dije: “¿Qué, acaso los cincuentones no tenemos derecho a querernos?”, me dijo: “No lo quise decir así”, pero sí que es un poco de esto. Cuando mis padres tenían mi edad, yo tendría veinte y no pensaba que mi madre pudiera tener ganas de estar con mi padre sexualmente, como si el sexo fuera de los veinte, pero no, a nosotras no se nos ha terminado el deseo sexual. Otro día, con mi vecino que tiene setenta y cinco estábamos de broma y decía: “Los vecinos de arriba me tienen harto. Se la pasan cogiendo, cogiendo y cogiendo, me tienen harto”. Yo también quiero, pero no puedo. Es parte del mito de los cincuenta. Lo que le comenté al cantante fue que yo creo que a los cincuenta se quiere de verdad, porque cuando tienes veintitantos estás dominado por la hormona, te enamoras porque quieres sexo y ahora si quieres sexo bien, pero quieres algo más, ves otra parte, quieres leer o beber el té con tu pareja, pasear por el parque con esa pareja tomada de la mano. Evidentemente quieres sexo, pero hay otras cosas que queremos hacer. Creo que los hombres sufren los gatillazos y piensan que si tienen al lado a una chica de veinticinco ya no los tendrán. No es un problema hormonal, sino del cuerpo. Una mujer de cincuenta dice: “Es normal” y no nos importa, las de veinticinco se van con alguien que tira toda la noche.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

Pensando en mi madre, en particular, creo que nadie le preguntó cuáles eran sus sueños. Cuando nuestras madres eran jóvenes no sé si se plantearon qué iba a ser de su vida: casarse, tener hijos, pero ¿qué más? Yo creo que nadie les preguntó y me parece que ni se los plantearon y con nosotras resultó completamente distinto. A nosotras desde pequeñas nos preguntaban qué queríamos hacer de nuestra vida: “No se trata sólo de casarse y tener hijos, tú vas a hacer algo, alguien por ti misma”. El casarse y tener familia es algo natural y normal de tu vida, pero no toda, sólo una parte, sigues teniendo tus sueños, tus ideas y creo que ahora tenemos más. Siento que ahora somos mujeres más inquietas, que no nos conformamos, que decimos: “Ahora quiero aprender más” y estamos buscando siempre más cosas para hacer. Somos el nexo entre el mundo antiguo y el de los jóvenes. Tarde o temprano van a tener que venir a mirarnos.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

No me miro al espejo para verme, sino para pintarme, por lo mismo que no me gusto. Sólo tengo dos espejos en la casa. Uno en el baño y otro en el dormitorio, que lo puse hace algunos años, precisamente porque no tenía y porque en el del baño me podía ver básicamente del cuello para arriba. Antes nunca veía si tenía una mancha en el jersey, pero lo hice también porque estoy en el proceso de aprender a mirarme y aceptarme como soy. Aún no lo consigo, pero ahí voy, poco a poco. Recuerdo una vez que nos invitaron a una fiesta y yo iba con mi ex marido y se acercó un chico. Quería ligar conmigo y no pensaba que iba con mi marido, entonces me comentó: “Tienes una belleza como de estatua griega” y sigo sin saber si tomármelo como un cumplido. No sé si soy guapa o no, pero soy clásica, pero al tipo de hombre que me gusta no le gusta la belleza clásica, le gusta más la belleza extraña. Siempre ha sido un conflicto.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

La empecé hace seis años. Ha sido muy difícil porque no me la esperaba tan pronto. La hermana más joven de mi madre me lleva trece años y casi empezamos con síntomas a la vez, fue muy chocante, porque de las tres mujeres que menstruábamos fui la primera que empezó con esos problemas y la más joven, era como: “No puede ser, no puede estar pasándome a mí, que soy joven”. Es luchar todos estos años contra el mito de: “Ya soy menopáusica, una señora mayor, ponte el pañuelito en la cabeza y siéntate y ya”, porque no es así.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

A los ocho años dije que quería ser científica y siempre lo tomaron como que eran tonterías. A los trece dije que quería ser astrónoma y me iba a preparar para ello: “No, es que esta niña está loca”. Yo no escogí astronomía, la astronomía me escogió a mí. Siempre me han gustado las estrellas y el universo, decidí que podía hacerlo cuando supe que podían pagarme por eso, que no era una afición, sino un trabajo. Cuando me metí a la carrera, me quedó muy grabado lo que dijo mi padre: “Tú puedes estudiar esa carrera, porque al fin y al cabo eres mujer, te vas a casar y tu marido te va a mantener”. De cierta manera tuve ventaja, porque eso es algo que en países anglosajones no tienen, porque ahí te dicen: “Tú no puedes estudiar eso, porque entonces no vas a aportar en el matrimonio y no te vas a casar”, mientras que los latinos dicen: “Bueno, el marido te va a mantener, estudia lo que quieras”. Y es curioso, porque todos los países latinos tienen mayor cantidad de mujeres en ciencia y tecnología que los países anglosajones, pero justamente por eso, porque somos machistas, pero lo cierto es que muchas de las veces no te mantiene el marido y ejerces. Yo no quiero pensar que hay machismo en la ciencia, pero sí hay y hay dos, en México sufrimos doble: si eres mujer te miran de una manera y, además, viviendo en un país en desarrollo como México no te miran de la misma manera. Yo trabajo como si no existiera, pero envío un artículo a una revista, pienso que el árbitro que lo revisará será suficientemente honesto para no mirar que soy una mujer mexicana, pero nunca ocurre. Cuando estaba en la universidad, en España, en los primeros años los chicos se acercaban a nosotras en plan de hombres súper sapiens, que nos iban a explicar a las pobres de las chicas. Cuando me quedé embarazada estaba en la UNAM y en el Instituto de Astronomía no me dijeron nada, las compañeras me decían que me llevara al niño a trabajar, porque todas lo hacían, que no había problema. Nunca sentí que me dijeran que no, en el Poli tampoco. Cuando mi hijo era chico me decían: “¿Qué haces aquí? vete con tu hijo”, nunca me presionaron, lo tomaron muy normal. Es curioso, después de ser un país tan machista, cuando llegas a la academia cambia, por lo menos yo he tenido mucha suerte y no he tenido nada de eso.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

Muy difícil. Desde pequeña, una de mis grandes ilusiones era ser astrónoma y tener una pareja, alguien con quien compartir, vivir y ser querida. Me clavaba mucho con esas cosas. Luego, lo que fue la juventud lo pasé mal en ese sentido, porque quería tener una pareja y me iba con novios espantosos, por una absoluta dependencia de querer a alguien. Mi anhelo de querer y ser querida hacía que fuera con gente que me absorbía y no me hacía bien. Ninguno de los novios que tuve me hizo bien, ahora estoy aprendiendo que la pareja es una opción en tu vida. Es un camino que me cuesta mucho trabajo recorrer, simplemente ver a la pareja y decir: “Si estás conmigo estupendo y si no, ni modo, porque yo no tengo que vivir a través de alguien” y es curioso, porque francamente he estado con pareja los años que estuve casada, porque nuestro noviazgo era a distancia. Estuvimos de novios seis años en países diferentes: yo estaba en Suecia, él estaba en España y después en Inglaterra. Realmente estuve en pareja cuando nos casamos y nos vinimos a México. Se suponía que cuando yo terminara, conseguiría un trabajo y él me seguiría; pero fue al revés. Yo sí me vine y no me lo pensé, llegué aquí sin conocer a nadie y me dieron trabajo de profesora en el Poli. Yo no sé si él lo hubiera hecho, no sé qué hubiera pasado en caso de que yo hubiera conseguido trabajo primero. Ahora estamos divorciados. La separación fue difícil, pero no solamente por el hijo, sino por mí. Las opciones eran seguir como estaba, con ese simulacro de pareja, o dejarlo para buscar una pareja de verdad, aunque aparezca en diez años. Fue una decisión que me costó mucho, tardé más de un año en tomarla, porque no era fácil.

¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tu hijo?

Siempre quise ser madre. Cuando uno tiene diez años y se ve en el futuro, yo me veía rodeada de niños, me gustan mucho. Sólo tuve uno y no fue decisión mía, por mí hubiera tenido al menos otro, pero a estas alturas te tienes que aguantar. Criar a un varón es difícil y fácil. Cuando tenía cuatro o cinco años era mucho de jugar a juegos de niños, de luchas y peleas, yo no sé jugar a eso, me costaba. Si hubiera tenido una niña, a lo mejor hubiera jugado más con ella. No me arrepiento de tener un niño, es una experiencia diferente y más ahora, que empiezan a entrar en la adolescencia. Tienes que ponerte en su piel y a entender más al hombre. Creo que es un reto criar a un hijo para que sepa vivir por sí mismo, para que sepa defenderse en el mundo.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

Algo como placentero con un contenido, sino sexual explícito, sí implícito y eso quizá es más interesante. Muchas veces no tenemos que terminar en una relación sexual, pero si hay todo un cortejo, ya es una situación en donde sabes que esa persona tiene un deseo sexual por ti y tú por ella, pero no se llega hasta al final porque no hay opción en ese momento, eso es mucho más erótico, te pone más.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Si tuviera una persona sí, pero ahorita no. Es un tiempo muy difícil para mí, lo disfruto y me gusta, pero a la vez hay algo que me retiene mucho. Tendría que hablarlo con un psicólogo, porque son cosas que pasaron en la infancia, te podrás imaginar. No le di importancia en ese momento, hasta que descubrí que mi respuesta en el sexo es muy ambigua: por un lado, es sí y, por otro, es no. Te cierras por cosas que no se cerraron en su momento. A mí, a los doce años las compañeras me llamaban “puta”, por lo típico en España: nos íbamos en un autobús escolar y yo era de las que, siendo extremadamente tímida, me ponía en la ventana y saludaba a las personas; había varias paradas comunes con colegios de chicos, mi colegio era femenino y saludábamos a los chicos de ahí y por eso me llamaban así. Tú dices: “A lo mejor ser puta es algo que se te ve en la cara” o “lo mismo si disfruto demasiado soy puta y tenían razón estas cabronas”. Se quedó y está ahí dentro, aunque intentas luchar están ahí esas voces.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

En mi caso es herencia de la madre y de mis abuelas también. Ha sido ser presumida, aunque sea sólo de estar en casa. Recuerdo lo típico de salir a la cuadra de al lado y tenías que salir con otra ropa, no con la de estar en casa. Mi madre todavía, al día de hoy, con poco más de ochenta años, cuando compra fruta tiene que cambiarse de ropa. Luego, para colmo de males, mi padre trabajó mucho tiempo en comercio de tejido y moda, lo tenía en casa: “Eso no combina, no te pongas la falda tan corta o larga porque así no se lleva ahora”. La moda para mí era lo típico. Mi madre era de tener el pelo decente y ese tipo de cosas, yo no me considero extremadamente femenina, pero sí hay formas que me gusta guardar.

¿Hay miedos?

Hay miedo siempre, de equivocarte y hacer las cosas mal.

¿Y retos?

Aprender a estar plena, pero sabiendo que puedo alcanzar cosas mayores. No ambiciono lo que sea inalcanzable para mí, pero sí ambiciono lo que puedo mejorar: hacer mejor mi trabajo, publicar artículos, dar clases en diplomados y aportar a la divulgación. Hoy lo veo como una ventaja, el que puedo hacer más cosas y no me conformo con lo que hay. Para mí ser astrónoma es intentar entender en dónde estamos, el por qué se nos escapa. Sería un punto más filosófico, pero sí entender lo que está a nuestro alrededor, lo que hacen las galaxias, las estrellas… Es como conocer un poco la ciudad en donde vives.  Al fin al cabo yo lo veo así: soy alguien que conoce el mundo en donde vive.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Siempre he sido muy espiritual y he tenido una parte religiosa. Soy muy religiosa y no me da vergüenza decirlo. Lo he intentado desarrollar, unas veces he estado más cerca y otras más lejos, pero siempre estoy buscando una forma de vivir esa religión y no la voy a perder.

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