Decidirme a dejarme las canas, mi mechón, ha sido un acto bien consciente, muy amoroso y muy cuidado
Elvia es amiga de mi hermana Claudia desde hace ya muchos años, así que ya sabía de ella y de su historia, y por eso le pedí que me ayudara a contactarla. Aceptó gustosa platicar conmigo acerca de estos nuevos cincuenta. Era community manager del canal de Arte y Cultura de Terra, una empresa digital próspera, cuando éstas empezaban, y un día visitando Cuetzalan, en la sierra de Puebla, decidió dejar todo, vivir ahí y aprender de su gente. Ese desapego de la vida urbana y su abrazo a una de las culturas originarias de nuestro país me parecía de entrada un atributo sobresaliente para nuestra conversación. Lo cierto es que fue sólo un detonante de lo mucho que yo aprendí con Elvia.
A mí me gustan los ritos, creo que es algo que desafortunadamente se ha perdido, quizá desde la Revolución Industrial, cuando todo lo sagrado (los bosques, el agua, la vida…) lo convertimos en mercancía. Entonces, dejamos de agradecer las estaciones, los ciclos corporales, la aparición de la lluvia… dando por sentado que seguirían sucediéndose, sin importar qué ni cómo. Elvia sigue dándole importancia a la ritualidad, yo creo que, en gran parte, por una intuición ya desarrollada en ella, y en otra, por esa convivencia íntima y de corazón que se permitió tener en la serranía poblana, en ese pueblo mágico que vive su cotidianidad entre los tiempos de lluvia y la neblina.
Tiene unos años que regresó a vivir a la Ciudad de México, pero va con frecuencia a Cuetzalan, porque ya es parte de su corazón. Yo sé de ella por Claudia, por el Facebook, por amistades en común, y hace poco pude volver a verla, pues combina sus actividades como fotógrafa con la responsabilidad de ser gerente del Hotel Boutique Patio 77, un espacio en verdad muy cálido y acogedor, en la colonia San Rafael. Ahí tuvo lugar la presentación de Los hijos de Gregoria: relato de una familia mexicana, libro de una pareja amiga de mi hermana, Claudia Adeath y Regnar Kristensen, que llevan muchos años viviendo en Copenhague, en Dinamarca, y vinieron expresamente para la promoción. Resultó una tarde muy especial, llena de detalles finos que a otros les pudieran pasar desapercibidos, más no a Elvia.
Espero ser cada día más atenta a cómo vivo, con quién comparto los días, cómo lo hago, celebrando los momentos valiosos y otorgándole su lugar al rito. ¡Gracias siempre por tantas enseñanzas, querida Elvia!
Elvia, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?
¡Celebrando! Me da muchísimo gusto encontrarme con los cincuenta, porque en mi caso los cuarenta fueron muy aleccionadores. Es como volver a ver la juventud desde otra mirada, porque, de pronto, se queda estacionada en la adolescencia. Ahora es sentir que eres joven, nada más que en otro ciclo. Muy inquieta de saber qué es lo que viene, pero con esta súper confianza del trayecto. También el asimilar en carne propia lo que es la muerte, pero me explico: a mí me queda muy claro que nacimos perdiendo. Desde que naces pierdes un mundo en el que estabas ahí flotando y vas entrando a otro. Si te fijas, realmente es ir en contraposición a lo que dice el sistema, de que vas ganando, ganando y ganando. Realmente somos como el árbol que va tirando y tirando hojas y cada minuto que pasa es más presente el pasado y el mismísimo presente, que el futuro. Hay ocasiones que celebro las pérdidas de una manera muy madura, enriquecida y espero seguirlo haciendo. Claro que hay pérdidas, como a todos, que me duelen hasta la llaga. Eso ahí está y es efímero, pero lo que sí va a venir seguro es circunstancial y es fuga. Otro gran valor que tengo es que a los treinta y ocho años conocí Cuetzalan y por una corazonada me quedé ahí a vivir, rodeada de gente que tiene una comprensión de la vida, en mi opinión, muy madura, muy sabia. Esas personas fueron mi universidad en ciencias humanas y sociales y políticas. Eso para mí no tiene otro valor más grande que la satisfacción, de verdad, y estuve con ellos todo el tiempo así. Recuerdo la primera tarde que llegué, cómo me impactó la neblina, el silencio, las culturas originarias: su garbo, sus miradas tan soberbias, pero no una soberbia como nosotras la tenemos, sino de dignidad. Me vino muy bien estar allá. Creo que era parte de mi crecimiento el integrarme y socializar con toda esta otra mirada. Ahorita llego a la ciudad y tengo una actitud completamente citadina y no tengo ninguna añoranza de la sierra y cuando voy a la sierra soy totalmente serrana.
Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…
Pues resucitó. Resucitó y he pensado que realmente las mujeres no hablamos de los impasses que nos dan sexualmente, lo ves siempre como algo muy lejano y no hablamos de ello. Pero ya socializándolo, me encuentro con muchas mujeres, entre treinta y siete y cincuenta y tantos, que están en un celibato. En mi caso nunca hubo ningún problema, lo viví muy atesoradamente y no había ninguna añoranza. Mi relación con los hombres siempre fue muy padre, pero sin otra expectativa, y como que ahora otra vez vuelve a darse un florecimiento, otra práctica conmigo misma, y como ya estás más madura y demás, híjole, lo disfrutas muchísimo. Es como un reencuentro con mi cuerpo. Te regala alas.
¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?
Nacimos en los sesenta y somos hijas de estas generaciones que ya soñaban con otro mundo, con otra construcción social. Por eso, nosotras miramos con ese respeto a todas esas generaciones que nos la dieron a mamar, nos la construyeron en la educación, en la casa, el respeto entre humanos, el ser gente útil, con otra relación con las culturas originarias. Somos el resultado de su lucha y por eso tenemos tanto compromiso, porque es un compromiso que no te obliga, sino que ya lo traes mamado, amamantado. Dices: “Así debe de ser”, y si ves cosas que no, pues las señalas.
¿Qué ves cuando te miras en el espejo?
Cuando me miro al espejo pienso que soy maravillosamente hermosa. Cuando me miro en una foto es terrible, ahí entra la mente. Y si no me miro en un espejo, soy súper feliz. Lo que a mí me causa un problema son las fotos, que digo: “Ay, caray”. Sí ha sido un trabajo de medrar, no ha sido fácil vivir el cambio. Tampoco ha sido tan tormentoso ni tan doloroso, pero sí tiene sus momentos álgidos donde no me quiero ver. Por otro lado, decidirme a dejarme las canas, mi mechón, ha sido un acto bien consciente, muy amoroso y muy cuidado. También creo que por eso a los cincuenta las mujeres nos volvemos más sanas. Comemos mucho mejor, cuidamos nuestros tiempos, las rutinas y eso te da mucha fortaleza. Ahora me acepto más que hace como dos o tres años.
Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?
Creo que pronto va a venir mi periodo de la menopausia. Yo soy alguien que celebra la menstruación, la guardo, la entierro, le hago fotos. Mi relación con mi ciclo es fabulosa. De pronto no apareció y dije: “¿Ya te fuiste? ¿así nomás? No, no me puedes hacer esto”. Me tengo que ir preparando, porque mi acompañamiento cíclico siempre ha sido muy puntual y casi siempre ha tenido que ver con las lunas y lo he disfrutado enormemente como mujer. Cuando no esté, siento que la voy a extrañar mucho. Por influencia de algunas amigas más jóvenes, en todo este asunto del uso de las copas y toda esta percepción del rojo y de lo sagrado, una vez que estaba en el estudio, hace ya varios años, me dije: “A ver qué sale” y le empecé a escribir: “Soy ave, alas”, según lo que iba sintiendo. Luego investigué y al parecer sirve muy bien que la regreses a la tierra. Soy una mujer muy cercana, bueno todas, pero algunas no tienen tanto tiempo, a lo sagrado, a lo espiritual. Entonces, al verla dije: “Que bonita, el color y todo, porque sale de ti y es la vida, es vida”. Y justo la vida me empezó a preparar para aceptar cuando ya no venga. De nuevo las pérdidas y se me prendió un foco: “¿Qué va a pasar con mi cuerpo después?”. Es un poder que tienes y se te arrebata, porque, aunque yo ya no puedo gestar, sigo teniendo ese power. En realidad, no nos preparan para nada, ni para recibirla ni para perderla. Pertenezco a una organización de mujeres que se llama Úteros Sagrados, sus percepciones me ayudan y me fortalecen. Ahí podemos poner sobre la mesa todo, nuestras angustias, nuestras dudas, nuestras alegrías, nuestras brujerías, nuestros temores y esos espejos tan caleidoscópicos que son ellas me han ayudado mucho. Qué bueno que el cuerpo me dio una señal, para irme preparando, despedirme y agradecer mucho esa parte.
¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?
Honestamente, a mí me ha ido muy bien siendo mujer. Tuve la fortuna de vivir en un núcleo familiar donde hubo total respeto a la figura de la mujer, con un padre muy entero, muy bello, muy sensible, como muy adaptado, porque además éramos puras mujeres. Cuando salí del núcleo familiar, absolutamente con todas las parejas con las que me he involucrado y con amigos hombres, nunca he tenido una mala experiencia y a nivel trabajo, al contrario. En el portal de Terra ganaba bien, no había competencia. Esto no quiere decir que no comprenda la terrible realidad que sí existe y me queda muy claro que está muy cerca. No pierdo de vista el hilo tan delicado que existe entre ser hombre y ser mujer, pero a nivel personal no la he sufrido. Al contrario, ser mujer ha sido un regalazo, pero mega regalo. Creo que si yo hubiera tenido hijos me hubiera costado más trabajo educar a un niño, porque ahora los hombres, a pesar de todo el patriarcado, están entrando a un proceso vulnerable, porque no están tan organizados como nosotras, los cambios les afectan y su mismo sistema patriarcal también les duele. Mi abuela fue Elvia Carrillo Puerto, que es un icono en el feminismo y demás, sin embargo, yo no puedo estar a la altura de sus exigencias, de sus firmas. Era una mujer muy difícil para todos, le tocó otra época y se forjó un carácter combativo, muy distanciado al mío.
¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?
Siempre le apuesto muchísimo a la pareja, me re-gusta, pero siempre he tenido parejas atípicas. Nunca he tenido el concepto de pareja social, porque siempre me ha gustado tener mi espacio. Puedo llegar a sus departamentos, a sus casas, exigirles, además, llaves, espacio, todo, pero ellos en el mío, no, para nada. Nunca he dejado mi espacio por irme con alguien.
¿Llegaste a pensar en la maternidad?
No se dieron los hijos. No te voy a negar que sí me hubiera gustado ver a una Elvita o un Elvito. Me imagino que esa experiencia hubiera sido maravillosa. No la tuve y no me pierdo de dolor por ella. A veces le digo a Diosito, porque me sale mi parte de la escuela de monjas, “Órale, ¿eh?, qué mala onda que nos cortaste el tiempo de estación a nosotras bien pronto, a diferencia de los hombres”, porque hubiera estado muy bien que nosotras pudiéramos tener hijos entre los cuarenta y los cincuenta años. Recuerdo que le dije, literal: “Oye, tú, si en el Primer Testamento todas tenían hijos ya de viejitas, si ya nos creaste esa literatura aspiracional, hazla real”, ¿a poco no?
¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?
Apenas estoy volviendo a retomarla. No sé hacia dónde va, lo que sí sé es que la consensualidad sí va a seguir, porque la sexualidad involucra muchísisimo al otro y hay que ver con quién te relacionas. Esta parte significa persistir en que tu cuerpo siga vivo y eso sí no lo voy a dejar aparte.
¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?
Sin duda alguna la madre es un referente, nos marca y nos da la mano para empezar. Mi madre se crió con Elvia Carrillo Puerto, era una mujer muy disciplinada, muy fuerte, pero también una mujer que se procuraba. No recuerdo a mi mamá de fachas. A mis hermanas, que me llevan quince y diez años, las recuerdo yendo a la universidad con sus cabelleras largas hasta la cintura y que en la noche se cepillaban todo su cabello. Cuando muere mi mamá, tenía diecisiete años y me fui a Vallarta. Ahí empecé a explorar mi propia personalidad, fui refrendando qué tipo de chava me quería asumir. Empecé a leer muchas biografías de mujeres, la de Susan Sontag, que tenía también su mechón, como el mío. Me acompañaron mucho cuando forjé mi personalidad como mujer, me gustaban mucho esos referentes de mujersotas: Frida Kahlo, Pita Amor…
¿Hay miedos?
Estoy libre de miedos y más bien pienso en la palabra fortaleza.
¿Y retos?
Mantener este espíritu y fortalecerme económicamente. Me cansé de sobrevivir. Es el momento de estar más metida en la fotografía, porque me doy cuenta de que tengo toda la vitalidad y es como una segunda llamada, o sea, apúrale. Ahorita que me puedo mover, que todavía veo bien, que tengo las habilidades, y creo que si mantengo ese ritmo otras muchas respuestas se van a ir dando fluidamente.
¿Hay espacio para lo espiritual?
Al 100%, yo vivo muchísimo de ese lado, tremendamente. Tenemos la gran fuerza en la mente, que se convierte en una expresión. Cuando haces algo bueno te sale un escrito hermoso o al músico una gran composición, y es porque hubo el perfecto alineamiento entre la mente y el espíritu. Ese cuidado siempre lo tengo. Por ejemplo, yo todos los días, en las mañanas cuando me levanto, veo el universo. Es una necesidad, abrir la puerta y sentir esa relación. Para mí lo espiritual tiene un valor preponderante.
El apego a la tierra y la espiritualidad de Elvia son inspiradoras. Su respeto a la vida y su alegría por estar en el aquí y ahora, un ejemplo.