Ahora me siento buenísima, mejor que antes y sí, se me cayó el pellejo, la chichi, pero ahora está padre la relación con mi cuerpo
Genoveva desborda creatividad y simpatía, y resulta muy difícil no contagiarte de la fabulosa energía que desprende. Fueron varias las mujeres que me recomendaron contactarla e incluirla en este grupo de Poderosas 50 y ha sido el mejor de los aciertos. La vi en su casa, en Coyoacán, acogedora y llena de detalles, a los que ella les otorga un significado especial. Francamente, creo que está en una etapa de plenitud absoluta, que además reconoce y goza. En su caso, ya se ha desprendido por completo de cualquier atavismo o prejuicio de los que solemos cargar sin siquiera proponérnoslo, y eso lo traduce en una libertad que, incluso, alimenta con más ímpetu su fuerza creadora.
Me contó que teje y enseguida me mostró varias de sus piezas, para las que seguro nunca ha utilizado ni un patrón, pues todas salen de su imaginación: son lúdicas, sensuales, inocentes, traviesas… Cada una proyecta una gama amplia de emociones, que con certeza se potencian según la usuaria o usuario final. Para mí sorpresa, hace unos días recorriendo su Instagram (https://www.instagram.com/gigideangora/) descubrí a otra de estas Poderosas 50 utilizando una muy atrevida prenda creación de Genoveva: Cristina Picazo utilizó un tejido de una sola pieza de pies a cabeza que la hace aparecer “desnuda”, y lo eligió para presentarse junto con la artista mexicana Berenice Olmedo en la edición 2022 de la feria de arte Basel de Suiza, pues intervino en la realización del conjunto de obras denominadas Hic et Nuc. ¡Que fabulosa coincidencia!
Algunas de sus obras tejidas Genoveva las hace para ella misma, pues tiene cerca de dos lustros dedicándose también al burlesque, lo que me parece una joya. ¡Aún no la he visto, pero espero hacerlo pronto, en cuanto la oportunidad lo permita!
Al estudio de Blanca llegó guapísima, con un porte elegante, risueña… y con un ganchillo y estambre, pues ambos elementos ya son parte intrínseca de su personalidad.
Me parece que su charla es luminosa, tanto para reconocer las cargas que vienen acompañadas de la educación buena o mala que recibimos en casa, como las que a su vez le transmitimos a hijos e hijas. Cierto, hay herencias que se agradecen y tienden a fortalecer nuestra identidad, y hay otras que requieren de reflexiones que, en ocasiones, sirvan como sacudidas. ¡Gracias por esta generosa charla sobre los nuevos cincuenta, querida Genoveva!
Genoveva, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?
Me siento joven, como si mis dieciocho hubieran sido ayer, pero en padrísimo. Me siento muy segura, muy contenta. Ya tengo las cosas claras y sigo luchando. Siempre hay algo que hacer y que si no lo haces no pasa nada, es conciliarte por como eres, darte cuenta de que tus defectos casi, casi, son virtudes.
Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…
Siempre estuve traumada, tratando de ser diferente. Ahora me doy cuenta de que la relación con mi cuerpo es bastante buena. Ahora me siento buenísima, mejor que antes. Y sí, se me cayó el pellejo, la chichi, pero ahora está padre la relación con mi cuerpo. Tengo más herramientas para ser sana. Soy muy extremista, bebo a morir, fumo y de repente soy vegana, no fumo nada, hago ejercicio. Tenía un lunar en la espalda, cuando me lo descubrí no podía vérmelo; luego me tatué una sirena y listo. Me iba a casar y estaba tejiendo mi vestido de novia, finalmente lo usé para el burlesque y dije: “Claro, me estoy casando con el burlesque”. Fue a mis cuarenta y cinco años y lo festejé a lo grande. En el burlesque no es precisamente estar bien hecha, sino lo que transmites. Si dices: “No estoy buena, no puedo encuerarme, pues cómo chingados no, güey”. Siempre había tenido ganas de hacer un show de mujeres para mujeres. Tuve a mi hijo mayor a los veintidós años, tuve que vivir mi juventud con mi chamaquito, nunca me he podido perder del todo, pero empecé con el burlesque. Primero ensayé y me sentí súper mal, me sentí fea, me entró un complejo espantoso, porque no sabía qué hacer. Después me empecé a probar el vestuario, me vi en el espejo y dije: “Estoy fantástica”, surgieron ideas y al segundo ensayo, nada que ver. Me gusta hacer ropa, me prendo durísimo y hago mis vestuarios.
¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?
Padrísimo, veo a mis amigas divinas, de repente no ligan igual, pero eso es siempre, depende de la persona. Las veo tan lindas y qué maravilla, si yo fuera hombre escogería a una cincuentona, definitivamente, están lo máximo.
¿Qué ves cuando te miras en el espejo?
Depende de los días. Hablando de los cincuenta años me gusto, me caigo bien, me gusta mi estilo, mi tipo, mi edad. Me parece imposible que hasta ahorita esté aprendiendo a conocer mi cuerpo para yo misma trabajar mi dolor de espalda, porque no depende de otros, tu espaldita es tu cuerpo. Es tiempo de hacerme cargo de mi cuerpo, no de hacer ejercicio y ponerme buenísima, sino de comer sanísimo y no fumar, aprender a pararme y sentarme, llegar a eso.
Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?
Estoy en esas. Lo que me ha sacado de onda es que son unos sangrados abundantes, pero me ayudan a quedarme en cama. Es mi tiempo sudando, soñando increíble a todo lo que da. Sufres, pero gozas porque duermes rico. Cuando me entraron estos sangrados fue de terror, pero cuando no me baja, qué chido. Cuando me bajaba las primeras veces no quería que nadie se enterará, y poco antes de la menopausia yo decía: “Me sigue bajando, soy joven”.
¿Cuál ha sido su experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?
Cuando nací mi papá tenía sesenta y cinco años. Mi madre es hija de judíos polacos refugiados en Francia, su madre una amargura, una violencia, y su padre, si le preguntaba algo, su respuesta era: “¿Qué, no sabes?”. De ahí llega mi madre y se casa con un señor que le lleva treinta y dos años y que es celoso tremendo. Ella se dedicaba a él. Crecí con un abandono muy cañón. Soy la chica, mi padre tuvo tres matrimonios y cinco hijos en total. Mi hermana me lleva cinco años y estaba pegada a los libros, comía leyendo, mi papá en el cuarto oscuro y mi mamá en chinga. En la escuela nunca tuve problemas para hacer amigas, los chavitos me odiaban. Crecí como si hubiera estado en una escuela de puras mujeres. En mi casa todo estaba prohibido, de pronto una bofetada sin ninguna explicación. Todo era prohibido, pecado mortal. Yo nací para tener hijos, jugar a la señorita, pero mi mamá lo vio y tiró todos sus tacones para que no se los agarráramos. Jamás nos hablaron de sexo, pero ni de broma. Le preguntaba a mi madre sobre los hijos y cambiaba el tema. Jamás vi una toalla femenina de mi madre, ni una gota de sangre. Mis padres dormían en cuartos opuestos de la casa, tenía prohibido entrar con mi hermana al baño. Dos personas en el mismo baño, nunca. Y de adolescente fumar y tomar jamás fue prohibido, era absurdo. “¿Cómo es posible que el sexo esté prohibido y las drogas no?”. Tuve problemas de drogas muy cañón y de adolescente me dediqué a ver lo prohibido. Una amiga me decía: “Genoveva, escápate, ¿por qué andas pidiendo permiso?”. Ni siquiera podíamos ir al cine con un muchacho, así que me escapaba, me iba a las fiestas y terminaba en la cama con un tipo cada fin de semana. Luego pensaba: “No lo vuelvo hacer”, pero lo hacía con uno diferente el viernes y otro diferente el sábado. No me sabía comunicar con los hombres. A mí me hablaban y me mareaban. Sentía que hablaban otro idioma. Los veía a los ojos, para que vieran que, aunque no entendía nada de lo que decían, sí ponía atención. Me tardé la mitad de mi vida en darme cuenta de que esa insolencia de la que me tachaban era eso, que yo trataba. En las fiestas eran bien choreros, para que yo terminara en la cama. Toda la vida pensé que era bien puta, pero eres todo lo contrario. Quería hacer este show de mujeres para mujeres y dije: “Chin, necesito conseguirme un escritor, alguien que me ayude, porque soy nula para hacer trabajos de gente superior”. Porque por años me hicieron sentir en la escuela que no servía. Pasaron mil años, tomamos un curso de burlesque y la imaginación fluyó a todo lo que da con los escritores. En la prepa me salí de esa escuela, mi madre se híper infartó y me corrió de la casa. Yo feliz, pero cuando fui a decirle a mi papá adiós, me dijo: “Para nada, te vienes a trabajar conmigo” y mi madre me dejó de hablar años. Mi hijo Manuel es homosexual, con él hago burlesque y nos llevamos muy bien, somos uña y mugre.
¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?
Nunca he podido vivir sin pareja, no puedo, me encanta. No me importa darme contra el suelo con tal de estar enamorada y tener mis tres minutos de gloria. También he tenido relaciones largas. La vez que terminé con el padre de mi hijo mayor me dio mucho miedo, porque uno piensa: “Jamás voy a encontrar a uno así, no existe, ya me chingué”. Tenía veintitantos años y me sentía quedada. Decidí terminar con ese hombre porque era infinitamente infeliz, pero me costó un año entero terminar. Desde entonces me han caído veintes: “Por esto y por el otro terminé con este hombre”. Al principio, a los veintitantos años, estaba como si tuviera ochenta. Nadie se me acercaba, hasta que algo cambió y bienvenidas las parejas. Me entra una ansiedad tremenda si no tengo pareja, es como tener a alguien que te respalda.
¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tus hijos?
Nací para ser madre. Cuando Manuel, el mayor, era chico, tener horarios era esencial y funcionó muy bien. Todos los bebés marcan su ritmo. Con el segundo me pude dar el lujo de amamantar, lavar pañales, estar todo el tiempo con el bebito, pero de repente me enloquecía un poco porque el papá bebía, llegaba bien pedo y yo, que también soy bien peda, me provoqué que se me fuera la leche y dejé de amamantarlo. Decía que sus adicciones eran justificadas y yo no hacía nada para impedirlo. De Nicolás, mi segundo hijo, me embaracé planeándolo y pensaba: “Seguro voy a tener niña y me voy a conciliar con la feminidad”, pero cuando me hicieron el ultrasonido resultó que era niño. Primero me daban terror los niños, pero desde que tuve a Manuel agarré un amor por los niños gruesísimo y también estuvo padrísimo el chavito. Nicolás es lo opuesto al mayor, me da mucho amor y cariño, pero también me critica a todo lo que da. Tienen diez años de diferencia.
¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?
Es el gozo, el placer, la felicidad.
¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?
Sigue siendo muy interesante. A mi edad, ahorita, me toco y vibro. Mucho tiempo me sentí asexual, frígida. Creo que no es la edad, sino con quién y me encanta, me fascina. Es chistoso, porque la chava con la que hago burlesque, me dice: “No hay que olvidar ser sexy”. Y bueno, la piel es erótica. Cuando aflora lo erótico se me hace una maravilla, poder darte cuenta de que ahí está, que lo tenemos, no tener que esforzarte…
¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?
Yo esculcaba las cosas de mi madre, todo el tiempo descubría que era femenina y coqueta. Después mi mamá decía que era perezosa y que por eso no se arreglaba y que admiraba a las mujeres que sí lo hacen. Cuando era niña me daba cosa que fuera así, porque fue canosa precoz. Luego siempre la vi bellísima, nunca se hizo cirugías plásticas, andaba sin maquillaje, se vestía súper lindo. Nunca tiró nada. Le llegué a robar vestidos de los años cincuenta que le hizo su madre. Soy fetichista con la ropa. Las prendas de mi abuela y de mi madre me encantan, no tengo su mismo cuerpo, pero yo como las hermanastras de Cenicienta, todo me acomoda. Además, tejo y hago cosas locas. Es una compulsión que me da frutos y representa ocuparme, crear. Gastarme el dinero en la lana no me da culpa. Me gasto un dineral, pero tengo material, luego me conflictúa vender o no vender, poner precios. Me entra un bajón de duda entre lo que me gusta y saber si a los demás sí o no.
¿Retos?
No tomarme las cosas personales con todos los que me rodean, poder comprender sin azotarme.
¿Hay espacio para lo espiritual?
Trato de hacer las cosas con espíritu, me lo acomodo, lo tengo presente. Diario siento que en algún momento me agarro de lo espiritual.