El feminismo lo descubrí en mí misma como rebelión ante las restricciones que se les pone a las niñas, en comparación con lo que ocurre con los niños

Como les comenté en la introducción de este proyecto de Poderosas 50, no soy especialista en feminismo y mis lecturas al respecto han sido pocas. De manera innata suelo promover el trabajo de mujeres cuando tengo la oportunidad, pero igual lo hago con las y los escritores en lenguas originarias o con iniciativas que creo merecen conocerse más. Pero tiene poco más de un lustro donde me resulta claro que hay un resurgimiento de las luchas feministas, con un peso que a mí no me tocó vivir cuando era más joven. Puedo entender de dónde surge la rabia de las adolescentes, pues basta ver las estadísticas de feminicidios diarios en nuestro país, lo que en verdad es muy doloroso. No he ido a todas las marchas del 8 de marzo, pero una que me conmovió de manera especial y a la que fui expresamente a tomar fotografías fue la de 2019, poco antes de la cuarentena impuesta en México por el Covid-19. La diversidad que testifiqué de edades y perfiles socioeconómicos era por sí sola interesante, pero también las demandas en común que se reflejaban en las pancartas. Aun así, creo que hoy hay varios acercamientos y en ocasiones eso, a mí por lo menos, me parece confuso.

Por eso me resultó muy estimulante una mañana que alguien de mis contactos de Facebook compartió un escrito de Laura sobre el feminismo, que era claro, sencillo y luminoso. Poco después tuve oportunidad de ir al Péndulo de la Roma a una presentación que ella hacía de su libro Las mujeres son seres humanos, que además estaba ilustrado por mi querida amiga Jazmín Velasco, Jotavé, a quien sigo extrañando porque falleció en junio de 2021 de manera prematura, pues era más chica que yo. Se trata de un conjunto de ensayos breves que permiten entender con sencillez, en especial porque está dirigido a adolescentes, conceptos como feminismo y misoginia, entre otros. Más adelante fui a un par de sesiones de un club de lectura que Laura tenía sobre conceptos esenciales en torno a esos temas, que luego se discutían. Llegué a ir a tan sólo a un par, porque recoger a Matías en su escuela (estaba terminando la primaria) y trabajar eran actividades demandantes, y en ese omento poco compatibles con las distancias y los horarios. Pero gracias a esos acercamientos pude invitarla a charlar sobre estos nuevos cincuenta y así, entre todas, en esta conversación ampliada ir conformando un retrato más claro de esta generación diversa y rica que somos.

Querida Laura, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Diría que mi último año ha sido el más pleno. Me pude dar el lujo de hacer lo que más me gusta. Mi escala de valores cambió un poco; por darte un ejemplo, sacrifiqué los ingresos para dedicarme a lo que definitivamente más me gusta. He hecho mucho trabajo de voluntariado, que no trae consigo dinero, pero sí muchas satisfacciones. Estoy muy contenta en este punto de mi vida con lo que me ha pasado; ha habido revoluciones y momentos de crisis, pero qué bueno que di esos golpes de timón. Quiero seguir por este camino, estoy muy ilusionada. En realidad, he sido muy afortunada, porque siempre he trabajado en algo que me apasiona: los libros. Estudié filosofía, desde muy joven me independicé, tuve una beca e hice una maestría. Me sumergí de lleno en el mundo editorial. A los veintisiete años era la responsable editorial de Paidós Mexicana, un puesto importante que me gustaba mucho, que consistía en trabajar con los autores, coordinar el proceso de que los libros se hicieran de principio a fin, desde encargar o elegir manuscritos hasta enviarlos a la imprenta. Tiempo después, una amiga editora, que conoce mis inquietudes, empezó con la Secretaría de Cultura una serie de libros de ensayos para jóvenes y me hizo una invitación: “Se me ocurrió que podrías escribir un libro”, y fue así como me puse a escribir un instructivo accesible para ponerse las gafas moradas, que es la metáfora para describir eso que pasa cuando empiezas a ver las abundantes expresiones de misoginia con toda nitidez. Disfruté muchísimo el proceso de escribir el libro, trabajar desde el otro lado del escritorio, dialogar, ahora yo en el papel de autora, con mi editora. “Ahora la partera dio a luz”, escribí en Facebook cuando salió el libro, en alusión a que la etimología de editar es ayudar a que nazca, y ahora me tocó a mí parir, digamos. También empecé a escribir sobre temas feministas en un blog y fue como encontrar mi voz. Al mismo tiempo, después de años de trabajar en una oficina y alejarme paulatinamente de mis intereses universitarios, ahora me reencontraba de algún modo con la filosofía.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

Un poco difícil, sobre todo porque en años recientes empecé a sufrir unos dolores articulares muy incapacitantes. En yoga, más de la mitad de los ejercicios no los podía hacer por el dolor. Estuve posponiendo mucho tiempo la ida al doctor, tenía mucho miedo de que me dijeran: “Vas a quedar paralítica”. Fui con una reumatóloga que diagnosticó espondiloartritis y me dijo que no había cura, pero el dolor se podía controlar. Estuve siguiendo las indicaciones y tomando unos fuertes medicamentos que me recetó. Tenía que hacer estudios para ver que no se fastidiara mi hígado, pero el dolor ahí seguía. Alguien me recomendó ir con alguien que practicaba medicina funcional y descubrimos que mi problema articular no era autoinmune, sino que tenía una causa externa, concretamente relacionada con la alimentación. Tuve que hacer una dieta bastante estricta, pero los dolores disminuyeron muchísimo y ya no tomo esas medicinas que, se suponía, iban a ser casi mágicas. No vivir con esos dolores es un gran cambio en mi vida. En cuanto al peso, definitivamente me siento mejor cuando los pantalones no me aprietan. De niña tuve problemas de peso, y no te diré que la amenaza de la gordura me tenga sin cuidado. De ninguna manera estoy libre de las inhibiciones por las que casi todas las mujeres pasamos; admiro a las que sí lo están. Es una pena, pero eso no se quita con la pura fuerza de voluntad.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

Curiosamente sigo viendo a mi yo de treinta años, que me cae bien, y eso que cuando cumplí treinta pensaba que ya estaba vieja. Es una gran edad a la que me gustaría volver. No reniego de mi edad, pero es eso lo que veo: sigo siendo aquella. Y a veces en el espejo veo a mi familia; a quien más me parezco es a un primo del lado materno. También veo a una persona que tiende a la melancolía.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

Es cierto que se ve con temor. Yo sigo menstruando, aunque ahora mismo sí noto que estoy más sensible, y cada vez que pienso que ya llegó la menopausia, me acuerdo mucho de una amiga que cuando la tuvo decía: “Yo extraño la menstruación roja”. Estoy bien, pero por otro lado es como ya, qué hueva. Uso copa menstrual y en ocasiones es muy cómodo, pero cambiarla cuando no estás en casa es un problema. En fin, no sé si voy a extrañar la menstruación. Por otro lado, no me imagino recurriendo a la terapia de reemplazo hormonal. No creo que el fin de la edad reproductiva sea algo catastrófico en la vida de una mujer.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

El feminismo lo descubrí en mí misma como rebelión ante las restricciones que se les pone a las niñas, en comparación con lo que ocurre con los niños, desde el preescolar. Y recuerdo un día, ya en la primaria, que teníamos que hacer unas cartulinas y ponerles un dibujito que nos representara. Yo quería dibujar una nave espacial, pero la maestra esperaba que las niñas dibujaran una catarina o una flor. Mi madre siempre fue muy consciente, poco sumisa; encontró el feminismo cuando se divorció o un poco antes. Fue una de las productoras de un programa de radio que se llamaba La causa de las mujeres y varias de las amigas feministas de mi madre ahora son amigas mías. El feminismo era algo presente en nuestras pláticas; también las lecturas de feminismo en la adolescencia. La violencia sexual hacia las mujeres me indignaba y me dolía profundamente, y la manera como pude dar cauce a esa impotencia fue unirme al Colectivo de Lucha contra la Violencia hacia las Mujeres. Ahí aprendí mucho. Los anhelos feministas de los últimos años los he estudiado más a fondo a partir de que escribí el libro Las mujeres son seres humanos. Las medidas paliativas, como los vagones separados del metro, sin ser una solución de raíz, son, desgraciadamente, necesarias. Quizá a veces pagan justos por pecadores, pero los hombres, en lugar de enojarse con las feministas que ponemos el dedo sobre el renglón, deberían enojarse con el hecho de que tantos hombres sean incapaces de ver a las mujeres como personas y se sientan con el derecho de agarrarles las nalgas, restregarles el pene o comentar sobre su apariencia. Aunque se forme a los hijos en los valores feministas, vivimos en un mundo en el que por todas las vías nos mandan el mensaje de que las mujeres son el sexo subordinado. En los talleres mecánicos, en los puestos de periódicos, nunca faltan el calendario o las revistas de mujeres desnudas… La publicidad sexista es omnipresente y hasta en lo que no es tan descarado siempre hay mensajes sexistas. El trabajo que tienen que hacer los hombres, además de revisar su propia misoginia, es ponerles un alto a otros hombres. El trabajo de educar a los otros hombres es fundamental y les toca a ellos, pues los hombres no escuchan tanto a las mujeres como escuchan a los otros hombres. Creo que el feminismo es un movimiento de mujeres para las mujeres. Los hombres pueden ser aliados, pero esa solidaridad se debe manifestar en actos, no nada más de dientes para afuera. En lo personal, no diría que he vivido grandes episodios de discriminación. En el mundo editorial hay muchas mujeres; tiene que ver con que es un trabajo invisible y en que las mujeres no tienen empacho en trabajar para otros sin que su aportación sea reconocida públicamente. Por un tiempo me tocó ir a reuniones mensuales de la comisión de libros para niños y jóvenes de la Cámara Nacional de la Industria Editorial. Era una mesa larga llena de mujeres con un hombre en la cabeza, que era siempre el que más hablaba, y en las paredes, las fotos de todos los presidentes de la cámara en sus varios años de historia: por supuesto, puros hombres. En otra ocasión un gerente me tiró la onda; no lo pelé, y no hubo acoso sexual y pude manejar bien la situación, pero se le quedó el rencor y cuando se enteró de que soy lesbiana le molestó mucho y me acusó con nuestros jefes. Pobre tonto, pretendiendo que me despidieran por eso, en cambio el despedido fue él.

¿Pensaste en la maternidad en algún momento?

No es que no lo haya deseado, pero no se dieron las circunstancias y mi pareja actual no quiere tener hijos, ya está decidido. El trabajo voluntario que hago en las escuelas suple en alguna medida el deseo de contacto con la infancia. Tengo dos sobrinas y disfruto mucho el papel de tía.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

Para mí es la capacidad de disfrutar lo que recibimos a través de los sentidos, de comunicarte de cierto modo con el entorno. En realidad, es eso, disfrutar la flor que se está abriendo, ver la luz que pasa por la ventana, la música, saborear café o mango.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

No sé si mejor o peor que en otros momentos, porque no es una necesidad, es un gusto. Creo que lo que hay con la pornografía permea todo, vemos sexualidad en todos lados, oyes gemidos, oyes saliva, besos… Eso me harta y francamente me da hueva. Esa omnipresencia de la sexualidad hace creer a la gente que para tener una vida sexual plena tienes que coger con cierta frecuencia y de cierta manera.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

Lucho contra la idea impuesta de feminidad. Lo femenino es eso, las imposiciones que se han hecho por el hecho de ser mujeres. Mi trabajo como feminista es luchar contra eso. Una siente una serie de papeles asignados en virtud de ser mujeres; quitas eso y hay mucha más libertad de ser como una quiera ser. Los vestidos, por ejemplo, nunca han ido conmigo. Me pongo la ropa que a mí me gusta. Los zapatos de tacón me parecen un horror. Evidentemente, no performo feminidad. Mi madre no me puso hoyitos en las orejas, le parecía un horror. Eso sí, a los trece yo me los hice, porque quería experimentar y saber qué se sentía usar aretes, pero no crecí con esa imposición.

¿Hay miedos?

Es imposible vivir sin miedo en este país. Siempre he sido temerosa de que a la gente que quiero le pase algo. Miedo a una enfermedad incapacitante, a perder la vista, a perder el oído, porque la lectura y la música son de mis grandes placeres. La muerte es un miedo. Siempre he sido atea y no creo en el infierno ni mucho menos, pero no quisiera que la muerte interrumpiera cosas. Quisiera morir cuando esté cansada de la vida, y ahorita no estoy cansada, al contrario: quiero mucha vida porque todavía tengo mucho que hacer.

¿Y retos?

Escribir mi siguiente libro, que está en proceso. Hay un sueño que tengo: me gusta mucho cantar, la música coral, la ópera; disfrutaría horrores estar en un coro. Estoy queriendo dar talleres. Tengo muchos proyectos de trabajo feminista presencial y un círculo de lectura de textos clásicos de feminismo radical. Hay un tema feminista en el que estoy trabajando, que me tiene muy preocupada: son los vientres de alquiler. Se le ha hecho creer a la gente que es bueno rentar el cuerpo de una mujer pobre para cumplir el deseo de tener un hijo. Creo que hay que deshacerse de ese afán, porque es una forma vil de explotación de las mujeres. Hay un trabajo de manipulación de opinión pública, porque hay un financiamiento multimillonario de las empresas intermediarias entre las mujeres pobres y las parejas dispuestas a pagar una buena lana. Las implicaciones son terribles y las mujeres no tendrían que verse obligadas a eso. Formé una organización de mujeres feministas para tratar de hacer frente a esa nueva embestida y espero, por lo menos, ayudar a que la gente no sea tan fácilmente manipulada, y sensibilizar al público sobre lo que representa la mal llamada gestación subrogada. Estamos trabajando en eso.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Yo no creo que exista el espíritu y no crecí en un hogar religioso. Mi abuelo materno era el ateo de hueso colorado más anticlerical, por darte un ejemplo. Pero aunque no hubiera sido así, estoy segura de que tarde o temprano me habría vuelto atea. Me interesa, más que la espiritualidad, la racionalidad. Claro que hasta las ateas podemos tener algo que pueda llamarse una dimensión espiritual, que no exploramos rezando o yendo a misa, sino escuchando música, leyendo poesía, viendo cine, estudiando ciencia, asombrándonos ante el ingenio humano y la vastedad del universo.

One Comment

  1. Soy editora y por obvias razones había escuchado hablar de Laura Lecuona, pero no la conocía, y me encantó leerla. Me gusta su estilo freso, su palabra franca, su gusto por el canto y por los libros. Qué grato conocerla.

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