Teníamos que demostrar al mundo y a nosotras mismas que se podía todo y al mismo tiempo. Ser las mujeres maravilla. Una verdadera locura; cuando llegamos a esta edad, una se va relajando…
A Mónica la conocí gracias al Facebook, así que es totalmente una relación de los tiempos modernos. En particular, por algunos talleres de fotografía y poesía que impartió en la Fundación Pedro Meyer –súper interesantes, tanto el curso como los resultados–, lo mismo que por sus micro-historias, que comparte con frecuencia. Luego, en alguna ocasión nos vimos en casa de mi amiga Selva, justo para que la virtualidad adquiriera cuerpo. Como yo entré al Facebook a instancias de Selva, seguro éramos un grupo de pioneras en esta lid de las conexiones virtuales, por lo menos en México; de ahí que tengamos varias amistades en común, todas de esa red social. Me impresionó lo alta que es, su porte, su seguridad…
Desde entonces, –¿2009-2010?– estoy atenta a lo que postea, porque suelen ser cuestiones relevantes, así como a sus escritos breves, que me encantan. En una ocasión, por allá del 2014, recomendó ir a “Atl – concierto de arte sonoro nocturno sobre agua” al lago de la primera sección del Bosque de Chapultepec, a cargo de Hugo Solís y su hermano, el extraordinario flautista Alejandro Sánchez Escuer. Recuerdo que los asientos eran las mismas lanchas y que fue una experiencia única.
En 2017 nos volvimos a encontrar. Mi querida amiga Blanca Charolet y Charo Camus organizaron una exposición y trajeron a México a Philippe Brame, poeta y fotógrafo francés. En ese contexto Mónica lo conoció, coincidiendo que ella era en ese momento tutora en el diplomado de Fotonarrativa y Nuevos medios que impartían la Fundación Pedro Meyer y World Press Photo, por lo que lo invitó a dar una charla en torno a la arquitectura y la poética de la luz, sin duda dos de los temas que tanto le interesan a Mónica, y a la que tuve oportunidad de asistir.
Tiene un tiempo viviendo en Playa del Carmen, lo que le ha permitido conquistar el mar, pues participa con regularidad en competencias de nado, lo que me impresiona pues al mar yo le tengo bastante respeto y más en esa parte de la península cuyo océano, abierto, es el Mar Caribe.
También sigue vinculando su trabajo poético a la música y a otras artes, además de impartir cursos, que con toda seguridad han de ser sustanciales y amenos. La verdad, es un agasajo tenerla en mi universo digital, porque es un ser de luz de quien aprendo continuamente.
Querida Mónica, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?
Feliz, feliz, feliz. Una de las ventajas de tener esta edad es que ya no te preocupan muchas cosas y no te interesa quedar bien con todos. El futuro no lo ves de la misma manera y disfrutas más el presente. Quizás lo mejor es que ya no siento que camino desacompasada detrás de los otros. Por muchos años me pesaba que las circunstancias de la vida me hubieran impedido vivir y hacer las cosas que quería en el tiempo que se supone debían ocurrir. Pero ahora me siento bien, satisfecha, he logrado casi todo lo que imaginé, aunque el camino ha sido sinuoso y tardado. Una de las cosas que siempre quise, por ejemplo, era estudiar un posgrado en el extranjero y un doctorado. Cuando cumplí cuarenta terminé mi primera maestría en Estados Unidos y ahora en mis cincuentas hice el doctorado, aquí, en México, en la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM. En un mundo de hiperespecialización tener intereses múltiples ha sido un problema, no tengo una carrera destacada en un área específica, pero he logrado vincular todos mis intereses y obsesiones en mis trabajos académicos y creativos: la sociología y la literatura; la física y la filosofía; el tiempo y su percepción; la fotografía y sus dimensiones poéticas y narrativas; la enseñanza y la escritura; los textos híbridos, la música, la poesía en prosa, la narrativa breve. Otra de las cosas que me tienen muy contenta es vivir cerca de la playa y nadar en el mar, algo que soñé desde niña.
Cuéntame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…
Ha sido fluctuante. De niña estaba feliz de ser flaca; pero en cuanto empezaron a crecer mis caderas las oculté bajo ropa muy holgada dos o tres tallas más grandes. A los veinte años me fui sintiendo mejor con mi cuerpo, era estético y no tenía que hacer dietas para mantenerme en forma. Pero nunca me atrevía a salir en traje de baño, algo frustrante para alguien que ama nadar: la verdadera pesadilla era y sigue siendo la celulitis que apareció en mis muslos de manera abundante desde los trece años. No importa cuánto ejercicio hacía: bicicleta, danza, pesas, squash, mis piernas envejecían prematuramente. Años de tratamientos, dietas, masajes, ejercicio no mejoraron la situación. Hasta que, viviendo en Estados Unidos, decidí aceptarlo a regañadientes y me atreví a ir regularmente a la alberca. Lo hacía en el horario menos concurrido, pero nunca me sentí tan libre. Ahora sé que lo que padezco no es celulitis, es una enfermedad que se llama lipedema, apenas considerada como tal en 2018, no está relacionada con lo que comes ni responde al ejercicio ni a ningún tratamiento. Las piernas y brazos sólo crecen, acumulan deshechos y tejidos atrofiados, pero puede uno mantener una cintura de avispa y un estómago plano si se lo propone. Saber sobre esta enfermedad me ha quitado la carga de la culpa, ahora sé que es una condición que no depende de mi esfuerzo ni de mi alimentación; me he reconciliado con mis piernas y me ha permitido, pasados los cincuenta, entrenar en un equipo de natación y pasear en la playa en biquini sin sentir vergüenza. Sobre el resto del cuerpo, siempre pensé que no me molestaría envejecer. Hace unos años hubo una ruptura: uno de pronto se ve en el espejo, ve las arruguitas y las expresiones, pero uno se siente mucho más joven de lo que ve. “¿Por qué si hago ejercicio y me siento tan bien eso no se refleja en la cara, así, como yo quisiera que se reflejara?”. Tuve una crisis sobre eso, y aunque es algo inevitable, uno no se acostumbra a envejecer. Paradójicamente haber entrado a un equipo de natación donde la mayoría son diez, veinte o hasta treinta años más jóvenes que yo me ha ayudado a darme cuenta de las virtudes y habilidades físicas que tengo, a ver cosas de mi cuerpo que no veía. Hoy valoro que puedo nadar perfectamente dos o tres kilómetros diarios, sin problema, que me siento muy vital. Ahora disfruto mucho más mi cuerpo, aunque de repente me sorprende verme con el rostro cansado, las ojeras abultadas, la piel ajada, un rostro que no corresponde a la vitalidad y estado anímico que tengo. Empiezas a sospechar que eso de “envejecer con gracia” no es algo fácil desde las primeras veces que, en la calle, en las tiendas y restaurantes te dicen señora. Y sabes que el desgaste natural apenas comienza. Hay que estar conscientes de estos procesos y empezar a ver las cosas de otra manera, porque si no te pegan muy fuerte, porque estamos viviendo una época donde se sobrevalora la juventud, la apariencia, la superficialidad, etc., etc.
¿Qué opinas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?
Creo que a partir de lo que hicieron en la generación anterior nuestras mamás, sobre todo con los movimientos de liberación femenina, nos abrieron la posibilidad de estudiar y trabajar en cualquier ámbito, pero a su vez generó mayores expectativas de lo que “debía ser” una mujer. La presión social que nos ha tocado a nuestra generación es ser perfectas en todo: debíamos tener una apariencia impecable, estar informadas, preparadas, ser guapas, inteligentes, profesionistas exitosas; madres dedicadas, divertidas, alivianadas; hijas modelo, amigas incondicionales, esposas atractivas, comprensivas y solidarias, excelentes cocineras, decoradoras de interiores, independientes financieramente; vivir una vida sana y espiritual pero exitosa y divertida. Teníamos que demostrar al mundo y a nosotras mismas que se podía todo y al mismo tiempo. Ser las mujeres maravilla. Una verdadera locura. No tiene ningún sentido. Y menos aún en un mundo donde la crianza de los niños y los deberes de la casa siguen siendo responsabilidad exclusiva o mayoritaria de la mujer. Un mundo donde los parámetros y exigencias laborales están dictaminadas por los hombres, sin tomar en cuenta las responsabilidades en el hogar. Esto se vio claramente en la pandemia como un problema mundial. Lo bueno es que a nuestra edad una se va relajando. Ya no importa tanto la apariencia, ya es una señora con un camino andado, sabes lo que eres, lo que has hecho, lo que ya no quieres hacer, tienes muy claras las batallas que estás dispuesta a luchar y las que no. Esa es una gran ventaja, una se relaja y dice: “No tiene sentido andar persiguiendo la perfección”.
¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?
Crecí bajo una paradoja: por un lado, en la infancia, los deberes de la casa eran compartidos por igual: mi hermano y yo teníamos que hacer el desayuno, limpiar nuestros cuartos y cuidar de nuestros hermanos menores. Ya en la adolescencia, con sólo quince años, después del divorcio de nuestros padres, vivimos con mi papá y la cosa cambió: como mi hermano mayor estaba estudiando dos carreras, él tenía el privilegio de manejar el auto, que se supone era de los dos, mientras yo tenía que ir en autobús a la escuela y caminar seis kilómetros en calles muy empinadas. Además, me hacía cargo de la casa, desde las compras y la limpieza hasta cocinar todos días. Él sólo lavaba los trastes y de vez en cuando me acompañaba al super. Siempre me hicieron sentir que las actividades de mi hermano eran más importantes que las mías, que él merecía el auto, el cuarto más grande y otros privilegios. Aún en la carrera, cuando ya trabajaba y estudiaba, tenía que hacer la comida, comer y llegar a la oficina en dos horas. Lo curioso es que no pensaba que mi padre fuera machista. Creía que con el hecho de poder trabajar y estudiar y no dedicarme sólo a la casa ya era una mujer moderna. Nunca me interesó el feminismo como bandera, pero sí como reflexión sobre las enormes diferencias sociales y económicas de género. Siento que hay muchos tipos de feminismo, que responden a diferentes momentos históricos y distintos aspectos de la lucha por la igualdad. Sin duda ha ido evolucionado. Han ido cambiando las cosas por las cuales luchar: el derecho al voto, a la propiedad privada, al cuarto propio; después al estudio, al trabajo y luego, conforme se fue avanzando y se fueron logrando metas, es claro que hay muchísimas otras cosas que todavía se necesitan trabajar, por ejemplo, la equidad en los salarios, en la crianza de los hijos, el cuidado de los padres, de la casa, etc. Pero estoy convencida que en la lucha de género tienen que participar mujeres y hombres, mientras sean nada más mujeres no funciona. Lo que me gusta de nuestra generación es que, con todo y su neurótico impulso por ser perfectas, muchas intentaron hallar un equilibrio entre familia y profesión, a diferencia de las mujeres de la generación de nuestras mamás, que sentían que la casa o el hogar eran exactamente lo contrario a la liberación femenina, es decir, liberarse era salir de la casa, ser profesional, y los hijos, la pareja, no eran tan importantes. Este balance es bien difícil y muy complejo, obviamente, pero creo que por eso hay mujeres de cuarenta y cincuenta años tan valiosas como seres humanos y muchas de ellas tienen hijos extraordinarios: se preocuparon tanto por su desarrollo profesional como por el desarrollo de sus hijos.
¿Qué lugar tiene para ti la pareja?
Para mí la pareja sí es algo fundamental. Estuve casada anteriormente, y era un hombre interesante, pero hay todo tipo de relaciones y esa no era para mí. Después de muchos años de vivir sola y pensar que jamás me casaría de nuevo, encontré a Pablo, al mes vivimos juntos y al año nos casamos. Toda una sorpresa. No tenemos una relación de codependencia, buscamos en la medida de lo posible crecer juntos. Pensar en mi pareja es pensar en familia, ya que él tiene dos hijos y ahora ellos son también mi familia. Creo que lo más complejo de nuestra sociedad contemporánea es la tolerancia porque, curiosamente, a pesar de los discursos de tolerancia tan difundidos, a nivel íntimo nos volvemos muy intransigentes; en lugar de comprender y valorar al otro por razones mucho más profundas que el éxito, el físico, o cualquier detalle cotidiano que nos moleste o rompa nuestro esquema. Cuando encuentras alguien con quien puedes ser tú mismo, reírte y relajarte, compartir tus preocupaciones y delirios, ambos deben procurar y cuidar ese hallazgo, porque no es algo fácil. Estamos viviendo una época complicada, tenemos la posibilidad de relacionarnos y estar conectados con mucha gente a través de las redes sociales, pero a la vez eso hace que las relaciones puedan ser muy frágiles. Es como una paradoja. Es difícil estar realmente presentes en una relación en medio de una sociedad donde hay muchos distractores.
¿Pensaste alguna vez en la maternidad?
Por razones circunstanciales no tuve hijos, pero sí los deseaba. Para mí eran una prioridad en muchos sentidos, pero no quería ser madre soltera porque no quería vivir la experiencia sola; en mi familia sucedieron varias tragedias que me marcaron: una hermana murió al nacer, mi media hermana murió a los ocho años de una enfermedad desconocida y tengo un precioso hermano de cincuenta años con autismo y otros problemas. Cuando encontré a Pablo, ya era demasiado tarde. A sus dos hijos los quiero muchísimo y llevamos una buena relación. No puedo decir que son mis hijos como tal, ellos tienen sus mamás y es muy importante que eso esté bien delimitado, es otro tipo de relación, sí maternal, no puedo decir que no, pero una combinación entre maternal y yo espero que en algún momento se vuelva también muy amistosa.
¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?
Es otra parte importante. Está presente en mi vida y en mi escritura. Uno no puede escribir sin seducir. Hablando de diferencias de género, por ejemplo, es muy diferente la narrativa erótica masculina a la femenina. Para mi gusto, la femenina responde al gusto por describir sentimientos y sensaciones, qué es lo que nos mueve y nos preocupa. Nos preocupa el todo: desde lo más sencillo y delicado hasta contemplar todo el proceso. En cambio, los hombres son muy pragmáticos, por eso luego, en la literatura masculina, hay una línea muy delgada entre lo pornográfico y lo erótico. Creo que las mujeres sí podemos ser más sensuales, más profundas y complejas en nuestros deseos, nuestros movimientos, nuestra mirada. Hay quienes buscan seducir con la ropa o el arreglo, para mí la sensualidad se refleja en la forma de percibir y comunicarse con el mundo.
¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?
Siento que a esta edad te liberas de muchas cosas. Aunque la menopausia puede atravesarse y generar ciertos estragos, se puede vivir una sexualidad más plena, menos acrobática, quizás, pero más divertida. Teniendo pareja también puede ser muy liberador porque no tienes que estar pensando en conquistar al otro en el sentido artificioso. Aunque se diluya la emoción de la novedad y la conquista de los primeros meses, la seducción y el coqueteo no debe perderse. La experimentación, la búsqueda y el juego son más intensos porque es tu pareja, una comunicación que se logra nada más entre dos que se conocen y se quieren.
¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?
Es algo que se da por natural y sin embargo no es cierto. Mis papás están divorciados y quien me compraba la ropa siendo niña era mi papá. Elegía siempre playeras y pantalones unisex, porque no tenía idea, zapatos así, todos toscos, o unos tenis de colores, pero de unos tonos chillantes que a mí no me gustaban. Cuando entré a la adolescencia, sufrí más la ausencia de mi madre en las compras de ropas y artículos femeninos, no sabía cómo vestir mi nuevo cuerpo que cambiaba y se ensanchaba. Ya en la prepa, me tocaba comprar la despensa, la ropa de mis hermanos, mi ropa. Ahí empecé a experimentar y sacar mi feminidad; también empecé a tomar conciencia y a valorar el hecho de ser mujer. Cuando era niña me encantaba el deporte y era muy aventurera, pensaba: “¿Por qué no fui niño?”. Después me di cuenta de que podía hacer todo eso y además podía ser femenina. Usar vestidos lindos, pulseras, aretes. No tenía que ser ruda para andar en bicicleta o jugar básquet. Creo que es importantísimo que desde la infancia enseñemos a nuestros hijos a apreciar las cualidades y fortalezas de cada género, la importancia de la equidad en el trato, los derechos y oportunidades, pero también que aprecien y comprendan las diferencias. El feminismo que lucha por querer que las mujeres sean iguales a los hombres es absurdo, qué bueno que somos diferentes, qué maravilla que somos diferentes, si no ¡qué aburrido! Como dicen los franceses: Vive la différence! En la prepa me negaba a caer en el estereotipo de lo que según la moda debía ser lo femenino, usaba tenis y jeans todo el tiempo, pero no por ello dejé de ser femenina. Los cánones de la moda siempre me han molestado un poco. Tuve un trabajo donde, por protocolo, me exigían vestir con tacones, entonces, aprovechaba mi estatura y me vengaba. Mido 1.77 y me ponía botas con quince centímetros de alto. Obviamente en todo el corporativo no había nadie igual o más alto que yo, y eso me divertía mucho.
¿Hay miedos?
La verdad es que no. Aunque, pensándolo bien, sí hay algo a lo que temo y se hace cada vez más presente: la vejez y las enfermedades que puedan venir con ella.
¿Y retos?
Siempre hay muchos, personales, profesionales, de pareja, hasta deportivos, ¿por qué no?: escribir todo eso que llevo en la cabeza y que no ha podido salir; nadar grandes distancias a un ritmo menor de 2:00/100m; viajar y disfrutar con mi pareja las transformaciones que vayamos experimentando; llegar a los ochenta lo más entera posible, lúcida y con un buen sentido del humor. Pero el reto más importante que puede contribuir a todo eso es vivir realmente en el presente. Parece sencillo, pero ahora estoy muy consciente de las cosas que he dejado pasar preocupándome por el futuro, ya no quiero eso.
¿Hay espacio para lo espiritual?
La espiritualidad, para mí, es vivir en el presente, observar, prestar atención a todo lo que ocurre en nuestro derredor y abrirte a la magia que guarda el mundo y la gente que nos rodea. Trabajar en mejorar el conocimiento de uno mismo y la comunicación con el mundo, la auto reflexión continua, ver cómo has sido y apreciar todas las personas y circunstancias que te han llevado a ser quién eres ahora. La vida no es una línea recta, las cosas no son tan racionales, la razón es sólo una dimensión del pensamiento, la realidad es mucho más compleja, somos energía, somos muchas otras cosas y la conciencia de esa suma es lo que nos lleva a percibir y vivir una dimensión más amplia, más libre. Creo que, si el arte tiene cabida, es justamente por nuestra dimensión espiritual.
Mónica Sánchez Escuer es sinónimo de dinamismo, de energía, de creatividad y, por supuesto, de belleza. Simplemente, me encanta.