En cuanto a las oportunidades de trabajo, abogo porque sea una cancha pareja, yo me puedo abrir mis puertas y pagar mis cuentas
Tere llegó con total aplomo al estudio de Blanca Charolet, quien ya me había hablado de ella y me la presentó ese día. Tiene una seguridad en sí misma que percibes de inmediato, pero que en ningún momento proyecta como superioridad, porque a la vez te hace sentir cómoda en su presencia. Fue hasta que nos sentamos a conversar sobre estos nuevos cincuenta, después de la sesión de fotos donde fue clara la complicidad y el cariño entre ella y la fotógrafa, que supe que al igual que el resto de nosotras ha tenido altibajos en la vida y aprendió a desarrollar herramientas para salir avante.
Representa muy bien el perfil de esta nueva generación en la que yo deseaba ahondar: es una profesionista de gran compromiso, que compagina las responsabilidades que eso atañe con las de, en su caso, ser madre. Tiene mucho por aportar y no ve esta edad como una limitación, sino como un cúmulo de experiencias que enriquecen las decisiones y las veredas que se eligen para continuar evolucionando.
Ella trajo a colación un concepto que a mí también me gustó mucho: Life 2.0, porque los años que nos quedan por delante son como una segunda vida, para dedicarla a crear, a ser luminosas, creativas, productivas, felices.
Recuerdo que al término de la charla y dado que ya no había ninguna otra mujer citada para ese día, se dio una rica bohemia en el estudio. Sentí cómo se relajó Tere y, junto con Blanca, compartieron anécdotas, risas y novedades, como ocurre siempre entre las amistades de largo aliento. Un tiempo del que fui parte y que me dejó con dicha.
Gracias, querida Tere, por tu sencillez, por la confianza y por ser parte de estas Poderosas 50.
Querida Tere, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?
Plena, muy contenta, sana, ocupada, aprovechando todo lo que he aprendido en lo laboral, con un hijo maravilloso de veintisiete años que anda de novio y está buscando su camino como diseñador industrial, acompañada de una pareja en un segundo matrimonio, con una relación muy civilizada y cordial con mi ex, muy contenta en todo.
Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…
Creo que es muy buena. Me quiero, me apapacho mucho. Me sigo peleando con la báscula, pero con menos furia. Hago bastante ejercicio para mantenerme, no sólo físicamente, sino mentalmente. Muy a gusto con mi comida, he cambiado para bien. Me siguen encantando los chocolates, los tomo con mucha moderación y como muy sano. Ya no me mato de hambre, trato de cuidarme mucho más y comer más balanceada. En 95% soy vegetariana, como mucho pescado, pulpo, muchos vegetales, fruta, nueces, en cuanto a mi comida. En cuanto a apapacharme me gusta, cuando puedo, aunque con trabajo tengo poco tiempo, darme una escapada a caminar al aire libre, un masajito. En la parte sexual muy a gusto, pensé que se había acabado, pero la verdad es que está mejor que nunca. Respecto al ejercicio hago una combinación: voy cuatro o cinco días a la semana a un gimnasio, entre semana hago cardio y después hago otra rutina; a veces la cambio, me meto a la piscina y nado. Los sábados, cuando puedo, me escapo a una clase de salsa y de pilates con una amiga. Y los fines de semana procuro salir a caminar unos 4 kilómetros con los perros. Por supuesto, cuando salgo de viaje voy al gimnasio o me meto a la piscina para mantener el ritmo.
¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?
Creo que a las mujeres se nos exige mucho más. En general, en el tema de qué hacemos con nuestro cuerpo se nos juzga o se piensa que quien no atiende su cuerpo es quizá porque no tiene disciplina y no tiene las prioridades en orden. La gente tiende a juzgarlo como una falta de carácter, de “no me importa y crezco y crezco en tamaño”. Con las mujeres son más duros y tendemos a ser súper woman. Muchas nos demandamos mucho a nosotras mismas: no queremos ser sólo las mejores profesionalmente, queremos ser las mejores mamás, cocineras, las que hacen manualidades, las más guapas. No competimos con una mujer, competimos con la familia completa, nos exigimos mucho. Si alguien lo hace bien yo lo quiero hacer mejor. No sé si todas, pero muchas amigas y colegas tienen esa tendencia, nos exigimos mucho.
¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?
En comparación con la percepción que yo tenía estamos en otra época. La longevidad es otra. Mi meta es llegar a los noventa y tres, independiente, sin pañal ni letreros. Te toca reinventarte. Antes, los sesenta era jubilación y quedarse guardado en casa. Acabo de escuchar un concepto que me gustó mucho, le llaman Life 2.0 en donde ya se acabó la obligación, mi hijo se tituló y es independiente, a mí me quedan treinta años por delante, estamos en plena salud física y mental, con muchas cosas por hacer, pensando que haré en los siguientes años.
¿Qué ves cuando te miras en el espejo?
Me veo completa. Ha sido un proceso de aprendizaje, porque de repente no me reconozco. Me veo las arruguitas y me veo la barriguita y digo: “Eso no estaba ahí”. Uno tiende a verse lo que no estaba ahí y es bastante crítica. Cuando mi papá murió, tenía sesenta y tres y yo diecisiete. Un año antes le preguntaba: “Papá, ¿qué se siente estar viejo?” y me decía: “La verdad, yo me siento igual que cuando tenía dieciséis, pero ya no puedo hacer las mismas cosas”. Yo me siento igual que cuando tenía veinticuatro, pero me veo al espejo y no me reconozco.
Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?
A mí la menopausia me llegó de repente, porque hace cinco años me tuvieron que hacer una histerectomía y empecé a desarrollar miomas y hemorragias que ya no me dejaban funcionar. Quise posponerlo por unos años, padeciendo con la hemorragia. Mi ginecólogo me decía que ya estaba muy cerca de la menopausia, que normalmente los miomas se acaban cuando llega la menopausia y me decía: “Aguántate”, pero tenía anemia y esos sangrados constantes y llegó un día que mi cuerpo no lo toleró más, de hecho, me tuvieron que trasfundir. Me hicieron la operación y de un día para otro llegó la menopausia, pero es un tema que no he sufrido. Tengo sueños raros, pero ni insomnio, ni bochornos. Tiene que ver con la corrida. Mi ginecólogo me enseñó a correr. Es mi compadre, en una ocasión pasamos una Navidad en su casa y me platicó de un estudio que habían hecho con un grupo de mujeres que tomaba reemplazo hormonal y otro grupo que corría, donde se vio que las condiciones con las mujeres que corrían contra las que tenían la terapia hormonal eran muy similares. Me dijo: “Eso sí, tienes que correr el equivalente de 4 kilómetros mínimo y máximo 6”. Yo no corría nada, pero lo empecé a hacer y le fui aumentando hasta que empecé a correr los 4 kilómetros, y eso es lo que me ha tenido muy bien. Me puso en una condición física en el momento en que más lo necesitaba y no he tenido ninguna molestia.
¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?
Soy hija de yucateco, tengo una hermana más grande y nunca vi diferencias. Fue hasta la secundaria que empecé a caer en cuenta de lo que pasaba con algunas de mis compañeras: algunas tenían que ayudar en tareas domésticas, mientras los hermanos no. Me percaté que el mundo estaba dividido y las mujeres teníamos una carga más pesada. Más adelante, profesionalmente sí he visto que cuando ven a una mujer, es incompetente hasta que demuestre lo contrario. Existe mucho prejuicio en cuanto a las capacidades de las mujeres. Cuando yo estaba en prepa, la situación era bastante más equitativa, dividíamos la cuenta, no esperábamos a que nadie nos abriera las puertas. Me acuerdo de que, desde adolescente, decía: “Prefiero que no me abra la puerta y que me dé un trato equitativo”. En cuanto a las oportunidades de trabajo, abogo porque sea una cancha pareja, yo me puedo abrir mis puertas y pagar mis cuentas. De mi generación tengo extraordinarios amigos y no me tocó vivir un gran machismo, ni una gran agresión. Me atrevería a decir que ahorita me sorprende el nivel de agresión que hay contra el sexo femenino, yo no lo viví. Cuando salí de la universidad entré a trabajar en petróleo y ahora le llamarían acoso sexual, ahorita ya estaría tipificado, en esos tiempos era normal un jefe coqueto. Recién estaba haciendo mis prácticas profesionales y este jefe, en una inauguración me atrincheró, me acosó y en algún momento insinuó que de eso dependía que me quedará a trabajar. Por supuesto le di un empujón y salí corriendo de la organización, me ofendí, claro, pero no por el avance de este hombre, si no porque lo hizo como un chantaje, una cuestión laboral. Afortunadamente no me ha vuelto a suceder.
¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?
Mi papá me decía: “Hija, con ese carácter más vale que estudies, porque no vas a encontrar a quien aguantes ni quién te aguante”. Estaba muy acostumbrada a hacer las cosas a mi manera, no me gustaba que me acotaran demasiado y esperaba que una pareja se tuviera que acoplar y yo creo que no es fácil con la idiosincrasia mexicana que muchos se acoplen, o al menos no en mi época. Estudié Relaciones Internaciones, llegué al sector turismo y estuve trabajando muchos años. Después quise seguir estudiando y me inscribí en una maestría en la UNAM, y con un japonés que conocí en Japón me carteaba y hablaba por teléfono. Me propuso matrimonio por carta, yo le dije: “Estás loco, mejor ven a México y retomamos la conversación”, pero su mamá acababa de morir. Tenía veintinueve años, fui a Vanuatu y me enamoré del lugar. En esos tiempos sentía que se me iba el tren, sentía un gran reloj, se me antojaba muchísimo ser mamá y él estaba en las mismas. Decidimos casarnos, muy racional todo. Estuve casada nueve años y medio con este hombre y estuve fuera de México casi diez años. Vi que el lugar de la mujer en Japón es mucho más acotado que en México. Tuve una relación muy civilizada, pero las diferencias culturales nos ganaron y eventualmente decidí que quería divorciarme. Me regresé con mi hijo de siete años y seis maletas y aquí me tocó reinventarme y retomar el sector turismo. Cuando mi hijo era adolescente, empecé a salir de cafecito con quienes se acercaron en ese momento. Tuve que hablar con mi hijo, recordarle que era mi prioridad y darle su espacio. Eventualmente empecé a salir con mi pareja actual. Su hijo y mi hijo estudiaban en la misma escuela, yo digo que de alguna manera tenía que desquitar las colegiaturas. Nos conocimos ahí, en una reunión con consejeros, ofreció apoyarme en un tema de matemáticas con mi hijo, me enteré de que estaba divorciado, nos hicimos amigos y empezamos a salir. Llevamos juntos once años y tenemos cuatro años y tres meses de casados. Fue una buena relación, cada quien en su casa. Los hijos son diferentes, mi hijo es más bohemio, su hijo es más deportista y no quisimos mezclarlos. Justo cuando los chavos se fueron a estudiar fuera renté mi departamento y me fui a vivir con él, me animé y desde entonces estamos juntos.
¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tu hijo?
Él papá se quedó en Japón y fue un reto, porque mi madre ya había fallecido y mi hermana tenía su vida con su familia, así que me tocó apoyarme sobre todo en mis amigas y en una chica del Estado de México que me ayudó a criar a mi hijo. Mi prioridad número uno era estar enfocada en mi hijo, a quien también le tocó estar en un sillón de mi oficina y ver películas mientras yo terminaba, y cuando tenía que viajar alguna de mis amigas me sacaba adelante. Ha sido muy divertido. Hay muchas cosas que no hubiera hecho si no tuviera un hijo varón, porque es muy activo: me he subido en motocicletas, me he aventado de tirolesas, muchas cosas, jugar futbol, béisbol… Ya más grande veía que le faltaba una figura masculina. Por un tiempo estuvo como asistente del maestro de tenis, después fue cuando el papá de mi hijo se jubiló en Japón y me dijo: “¿Cómo ves si me voy a México?”, por supuesto. Antes, aunque estaba muy lejos, lo veía tres veces al año. Mi hijo a los siete años hizo su primer viaje solo, le dije: “¿Te animas a irte solo con tu Gameboy?” y lo llevó la sobrecargo. Haciéndome la fuerte, queriendo llorar y toda la sala viéndome despedir al niño chiquito, pero así se hizo un chico súper independiente. De repente venía su papá a pasarse un mes o se veían en Canadá para hacer veranos allá. Finalmente, terminó la carrera de diseño industrial y una de sus metas es hacer una conexión entre el diseño mexicano y el japonés.
¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?
Es un juego y coqueteo intelectual.
¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?
La vivo mucho más libre. Yo vengo de una familia muy conservadora, llena de prejuicios y tabús. En la adolescencia, a mí la sexualidad me generó una gran curiosidad y una gran libido, pero también miedo al qué dirán mis papás u otros, si me voy a embarazar, si me voy a enfermar de algo. Siempre el sexo estuvo acompañado del miedo, y bueno, casada con un japonés, ellos no son las personas más sexualmente abiertas, es otra sociedad llena de tapujos y las relaciones hombre mujer no son tan fluidas. Luego me caso con un europeo, de hecho, un alemán, y la combinación con mexicana fue muy buena. Son bastante más liberales con su cuerpo, me ha ayudado a quitarme todas esas telarañas mentales de mi herencia cultural judío-cristiana.
¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?
Mi mamá era una mujer muy luchona, tuvo muy poquitos estudios, pero cuando yo cumplí un año decidió estudiar cultura de belleza y tuvo su saloncito de belleza, desarrolló un oficio. Desde niña yo vivía en los salones de belleza. Para mí el ambiente de un salón de belleza es como estar en familia, es como estar en mi casa. Yo hacía mi tarea en las escaleras del salón de belleza de mi mamá. Podía estar en mi casa, pero estaba cerca de mi mamá, escuchando las conversaciones de las señoras. Quitaba los pasadores de los tubos, organizaba los papelitos de crepé. Me la pasé en un salón de belleza rodeada de mujeres. Cuando puedo apapacharme, a mí me encanta darme mi escapada al salón de belleza, me dejo ser, estoy con otras mujeres que no tienen ninguna conexión con mi trabajo ni con mi familia y que sólo vamos a apapacharnos y a estar bien. Así como dicen que los hombres tienen su cueva, que luego es el televisor y ahí se desconectan, para mí es el salón de belleza. Tuve una época en la universidad, en mis primeros años de carrera, que no conectaba bien con las mujeres. Empecé a tener conductas destructivas, medio suicidas, con depresión muy seria. Subí de peso, fumaba mucho, bebía de más el fin de semana, hasta que hice crisis como a los veintisiete años. Me tocó parar todas mis muletas y hacer una introspección muy seria de ver qué pasaba con mi vida y hacer revisión histórica de que había pasado conmigo, cómo eran mis relaciones. Estaba muy distante del mundo y enojada de ser mujer. Creo que en casa veía finalmente una relación de poder, tenía a mi papá en el altar y por un tiempo no quería identificarme con lo que era mi mamá. Rechazaba lo femenino, criticaba mucho a las mujeres, era muy buena para ver la paja en el ojo ajeno, pero toda esa introspección me ayudó a deshacerme de esas telarañas y ver a las mujeres de otra forma. Fue una reconciliación conmigo y con mi género. Me encanta estar con mujeres y mi arma secreta ha sido mi red de amigas. Mi mejor amiga es mi hermana, otra amiga queridísima, compañera de la universidad que emigró a Estados Unidos y que somos muy parecidas en querer hacer más. Mi relación con las mujeres es maravillosa y de todas las edades, tengo amigas desde una niña de doce años hija de una amiga, hasta amigas que están en sus setenta.
¿Hay miedos?
Difícil encontrar miedos.
¿Y retos?
Son muchísimos retos, no paro, yo lo llamo “el torbellino”. Me levanto a las 5 de la mañana, llego a mi casa a las 9:30 pm todos los días, a veces llego totalmente drenada de energía, pero muy contenta por la oportunidad. Aprendí que el sector público puede ser muy estimulante siempre y cuando tengas el apoyo y la confianza de la cabeza; si no, hay que salir corriendo. Yo así lo hice, abrí una consultoría y me deshice de la última de mis adicciones, que es la adicción a la quincena. Tenía mucho miedo de no poder proveer para mi hijo, pero mi lema siempre ha sido: “Que me derrote la realidad y no el miedo”. Tuve mi despacho ocho años y me demostré a mí misma que no necesito de un sueldo, tengo las capacidades para hacer muchas cosas que necesita el país y bueno, que Dios provee y se abren las puertas. Regresé a trabajar en el sector público a los cuarenta y siete años y ahí estoy. Quiero estar con mi pareja y mi hijo todo el tiempo que se pueda. Además, en lo personal quiero certificarme, aprender a bucear, quiero hacer el Camino de Santiago con mis amigas cuando cumpla sesenta y, si se puede, en bicicleta. Tengo una lista larga de viajes, quiero regresar a Vanuatu con mi hijo y tengo algunos proyectos personales por emprender, y tengo la idea y estoy buscando información para ver si me inscribo al doctorado.
¿Hay espacio para lo espiritual?
Cuando tuve mi crisis de los veintisiete años, tuve que encontrar algo más fuerte que yo y encontré a Dios. Hice mi shopping, anduve visitando templos budistas, a los testigos de Jehová, lo que se me ocurría. Al final decidí que, si venía de una herencia judío-cristiana y que si no había encontrado ese concepto de un ente superior, o el concepto de que el universo y la vida valen la pena dentro de la religión católica en que nací, era porque podían más mis prejuicios y limitaciones. Partí de que todos, creyentes o no, tenemos una base de que el universo vale la pena y no somos un gusano que nada más se consume y tiene una vida sin sentido; regresé y ha sido mi soporte. No soy muy adepta a ir a la iglesia, cuando voy a San Agustín me persigno; cuando tengo situaciones, le platico; cuando perdí mi chamba me levantaba a las dos de la mañana y le pedía. Siempre me ha iluminado, tengo esa fe. Michael, mi esposo, no era de iglesia, pero como para mí es importante le dije que si un día me encontraba hincada o le decía que tenía que ir a la iglesia que no se apanicara. Es algo que yo necesito. Después, cuando murió su papá decidió ir a la iglesia anglicana. Como divorciada, en la iglesia católica no puedo comulgar, pero en la iglesia anglicana no hay transmutación del pan y ahí sí comulgo. Tienen un coro espectacular. Entonces, solidariamente lo acompaño y conecto con mi Dios desde ahí y creo que lo puedo hacer desde cualquier lado.
Tere, es muy grato leerte. Positiva, determinada, muy disciplinada. Mujer independiente, que formó un hijo independiente y respetuoso. ¡Muy bien!