La menopausia fue una montaña rusa impresionante y desde un principio busqué cómo no tener que sufrir ni padecer

A Isabelle también la conocí en el estudio de Blanca Charolet. Disfruté mucho ver y palpar la relación de amistad entre ellas, lo que permitió que Isabelle estuviera en actitudes muy lúdicas, jugueteando con sus lentes, riéndose hasta con los ojos. Más adelante la fui a visitar a sus oficinas, donde nos sentamos a conversar sobre estos nuevos cincuenta.

Como productora y directora de teatro, televisión y cine sabe lo que son los desafíos de largo aliento; además, en algún momento aprovechó estas habilidades para ahondar en lo que diferencia a las mujeres que ejercen puestos de poder y lo que eso significa. Feminista por convicción, ha sabido labrar su camino con congruencia y disfrutando con plenitud de la vida.

La charla con ella resultó fluida, amena, clara en sus reflexiones y aprendizajes. Creo que es una persona que aún tiene mucho por compartir, pues tiene una fuerza creadora que imanta.

Para mí es un privilegio que sea parte de estas Poderosas 50.

Querida Isabelle, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Me siento muy tranquila. Voy a cumplir sesenta años y es un momento de hacer cuentas, de ver hasta dónde llegué, qué pude hacer, qué no pude hacer. Preguntarme si tengo pendientes y preguntarme también si tengo todavía cosas para hacer. Pero aceptar mi edad y ver que voy para otra etapa me da mucha tranquilidad y mucha paz interior, aunque a veces sí me preocupa decidir si quiero seguir en lo laboral, que en mi profesión es estar filmando o grabando o haciendo teatro, o ver si mis gustos ya cambiaron. Es un cambio de energía y veo como se mueve a otro lado, ya no quieres comerte al mundo y triunfar, ya no se trata de hacer todo lo posible para estar hasta arriba, sino que ya llegué a ciertos lugares, a otros no y aceptarlo, porque mi cuerpo ya no me sigue como antes.

Y hablando del cuerpo, platícame cómo es tu relación con él…

Mi cuerpo está muy bien. Soy ciclista, cuido de no dejarme engordar. Estoy llenita, pero no me dejo engordar, no quiero abandonar ese lado. Cuido mi aspecto físico, me obligo a peinarme, a vestirme bien. No puedo salir en shorts ni camiseta, porque ya no va con mi edad ni se ve bien. Se trata de cuidarme y verme lo mejor posible, dentro de la naturalidad que me caracteriza. No uso maquillaje ni esas cosas. Estoy bien, sé que lo tengo que trabajar, no lo puedo abandonar y quiero que mis músculos estén buenos y fuertes lo que me duren.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

La generación anterior a mi madre sí veía que cuando las mujeres entraban a los cincuenta ya se habían acabado. Muy pocas mujeres seguían su trabajo, eran las excepciones. A veces veo en la calle mujeres que se ven mayores que yo y me pregunto si tienen mi edad. Generalmente sí, pero es otra manera de haber vivido la vida. Creo que sí hay una diferencia: somos mucho más libres de pensar y de relacionarnos con nuestro cuerpo, de mantener la juventud que tuvimos y sabiendo que podemos durar hasta los ochenta impecables. Bueno, un poco más madreadas, se nos va a ver la edad, pero sí podemos llegar perfecto. Antes era el inicio del declive, ya habían cumplido, había que mantenerse en vida, pero no había nada más que hacer, con las excepciones de quienes fueron escritoras, actrices, músicas, científicas, pero eran pocas.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

A veces me pregunto qué es lo que no reconozco de mi juventud, cómo era yo físicamente. Pero sí reconozco en el espejo los trazos de la cara, veo las arrugas, veo la piel, no tan fresca, pero me gusta y está bien. Estoy tranquila conmigo misma y me gusta.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

La menopausia fue una montaña rusa impresionante y desde un principio busqué cómo no tener que sufrir ni padecer, porque era muy dolorosa. El cambio hormonal para mí fue muy violento: estaba en estados de ánimo estáticos maravillosos y, por otro lado, con una energía muy baja. Fui a ver un médico y le dije: “¿Qué pasa, soy bipolar?”, porque también tenía accesos de rabia muy fuertes y no los podía controlar. Me dijo: “Bueno, son equis número de cosas, de estrógenos y demás, tómate estas pastas y vas a estar muy bien” y santo remedio.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Tuve mucha suerte de estudiar en un colegio francés, donde aparentemente todos éramos iguales. No sentí la diferenciación del género. Yo era lidercita y no dejaba que me pisaran los talones. La sentí hasta que me independicé, cuando me convertí en mi propia jefa. Decidí a los treinta y nueve años que ya no quería alquilar mi tiempo ni mi energía y creé una empresa productora, para hacer mis propios proyectos. Empezamos muy bien, pero en un momento dado, en el trato con los empleados y en el trato con los hombres afuera empecé a sentir no un menosprecio, pero sí una actitud de no tomar mis proyectos en serio, sentir una resistencia porque era mujer y, sobre todo, sentir que los empleados hombres no me hacían caso. A veces cumplían mis encomiendas y a veces se las pasaban por el arco del triunfo. Ahí me empecé a encabronar y ahí decidí que iba a investigar cómo mandan las mujeres y por qué no les hacen caso. A partir de esa crisis de enojo, grandísima, hice una serie que se llamó Mujeres y poder. Entrevisté a diez mujeres que habían estado en el poder y cuyas decisiones habían tenido una implicación en la vida de muchos, secretarias de Estado, etc. y ahí caí en cuenta de lo que era el feminismo, lo conocí y lo entendí. Me quedó claro el famoso techo de cristal, cómo te hacen a un segundo plano para dejar pasar al hombre. Conocí a Martha Lamas y toda la banda feminista de México y me volví feminista. No lo he padecido en mis proyectos y no me ha afectado directamente en mi cotidiano, lo cual agradezco. También agradezco haber tenido maestras que eran unas hijas de la tiznada, que decían: “A ver, aquí no te dejes, sobres y vámonos para delante”. Tuve buenas maestras, buena energía para hacerlo y no era yo tímida, eso me ayudó mucho a decir: “Voy derecho y no me quito”, en cuanto a la discriminación de género. Pero creo que estamos igual: sí, las mujeres tenemos muchas libertades, podemos tener una carrera, pero de las chicas que salen de la universidad, muy pocas llegan a puestos de poder. Ahí sigue la discriminación en cuanto a sueldos. Podemos andar de minifalda, reventar en todas las discotecas, tenemos libertad de acción, pero no libertad de mando y el mando es el que afecta toda tu vida, porque si eres la patrona, eres la patrona, pero si no te dejan ser la jefa de la empresa o en el gobierno te quedas en una medianía, finalmente te afecta porque no llegas a sentirte completamente plena, enérgica y feliz. Afecta a cómo te manejas en lo cotidiano, si vas a una tienda y te tratan mal dices: “Ni modo, son unos hijos del maíz” y te vas. Yo no, yo reclamo cada vez que me dicen: “No se puede”. Si nunca te dejan pasar, te das la media vuelta y sigues por tu lado, tu espíritu combativo se va durmiendo. Lo contrario es cansado, pero te da satisfacciones increíbles, te da derecho a golpear la mesa y decirles: “No, así no va”. Hay que seguir poniendo sobre la mesa el tema del feminismo.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

A los diecisiete años descubrí que yo era gay. No me costó ningún trabajo, estaba en un ambiente en donde les sorprendía, pero entre mis compañeros lo veían como una cosa normal. Sí tuve muchísimos problemas con mis padres, les costó muchos años aceptarlo. Mi tío es médico y mi madre le preguntaba si no había un tratamiento para corregir “esas cosas”. Dejé de ver a mis padres muchos años. Hice mi vida y sólo he tenido dos parejas, una de quince años y otra, hasta la fecha, de veintinueve años. Siempre hemos sido colaboradoras, en la anterior y en ésta. Trabajábamos en el mismo rubro, entonces es un apoyo, mi seguridad, con quien puedes pelearte a muerte, pero es a donde siempre regresas, donde no hay censura ni juicio. Feliz de estar en pareja, me gusta. Siempre he sido muy transparente, como tengo un carácter muy arrojado decía: “Aquí está mi pareja, soy gay”. No hacía gala ni salía yo a anunciar, había personas con quienes sentía el rechazo y decía: “Bueno, pues ni modo, si me rechazan rapidito y de buen modo, sé en dónde estoy y sé con quién quiero estar”. Eso me ayudo, porque hice los amigos con los que sí cuento y me retiré de quienes me menospreciaban, me pensaban perversa, o me querían arreglar.

¿Pensaste en algún momento en la maternidad?

En un momento dado el reloj biológico llamó, lo hablé con un amigo gay y le dije: “Órale, vamos a tener unos hijos bien bonitos”, pero estaba produciendo telenovelas y cuando trabajas en producción trabajas de lunes a domingo y dije: “Bueno, no puedo tener las dos cosas, o tengo un hijo y tomo las responsabilidades o sigo haciendo lo que me gusta hacer y punto”. Lo decidí, no me causó ninguna culpa.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

Lo podría dividir en la cosa física, lo que es el placer sexual, pero también está el placer visual, olfativo y auditivo. Soy muy observadora y puedo estar muchas horas viendo un bosque o un manglar y detectar todo el juego de colores, como se mueve el agua, el aire, los pájaros… Para mí eso es muy importante. La música me encanta, te formas un churro, te pones los audífonos y escuchas música que te lleva a lugares fabulosos. También hay actitudes que te despiertan ternura. Y lo sensual en lo sexual es la libertad, la absoluta libertad:  puede ser desde una relación muy suavecita a una relación muy ruda, la cosa es que esté vivo el cuerpo y que el placer se detone, lo que te produce placer y poder producir placer en el otro, que es importantísimo. Tener la tranquilidad y la confianza de que puedes hacer que esa persona toque a Dios.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Baja, no desaparece, pero la tienes que trabajar. Buscar que no te dé flojera, que no prefieras estar cómodamente viendo tu película en Netflix o leyéndote tu libro, con tu pareja a tu lado, sino buscar que se mantenga ese lazo físico. Es difícil, pero hay que hacerlo, porque la reacción del cuerpo después de tener una relación sexual sigue siendo de energía y de mucha satisfacción. En una época tuve una amiga que era madam sadomasoquista y trabajaba en Nueva York. Fui a pasar unos días con ella y me dijo: “Vente a dormir, allá hay un cuarto”, cuando entré estaban todos sus instrumentos de trabajo y si me quedé de a cuatro. Como éramos buenas amigas le pregunté: “¿Hasta dónde están los límites del placer?” y me dijo: “Se puede abrir hasta donde tú quieras” y eso lo descubrí ahí. Me ayudó en mi propia sexualidad hacer experimentos. No soy sadomasoquista, pero sí descubrí técnicas que podrían ser muy afortunadas con algunas personas. Puedes ser gay, puedes ser poliamoroso… Estuve en varios congresos gay en San Francisco y fue un tiempo divertido y de descubrimientos. El territorio del placer es un lugar en donde también hay mucha timidez y un miedo a que te juzguen. Entonces te restringes y no te atreves a cruzar una puerta que podría ensancharlo todo, por miedo al juicio, pero vale la pena explorar.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

Mi infancia fue como de boys scouts. Éramos niños y niñas y hasta los diez años no había distinción de trajes de baño. Teníamos un calzoncito y todos con pecho al aire. Cuando me empezaron a salir los senos me ponía un bikini que era incomodísimo. Yo no tengo esa cosa porque soy funcional, desde siempre he tenido un uniforme: mis jeans, mis camisas, tenis, a veces tacones, porque había que ponerse más bonita, pero nunca aprendí a maquillarme. Cuando había que salir me ponía un vestido, raras veces, pero me gustaba más la cosa natural y salvaje. La coquetería no se me daba con objetos, estos aretes los tengo desde el primer cheque que recibí en mi vida: fui a una joyería y les dije: “Me da unos diamantes”, punto, tienen casi mi edad y no me los quito. No me atrae y no lo sé hacer, el decorarme. Mi coquetería viene porque estés bien, que huelas rico, limpia, por la comodidad, no usar plástico, ropa que al tacto se siente cómoda y con la que puedes moverte como quieres. Me maquillo un poquito los ojos y los labios, pero nada más. No tengo collares ni nada.

¿Hay miedos?

A la mediocridad. Me da pavor. No quisiera tener la agonía de una enfermedad, eso sí me daría mucha flojera, no miedo. Quedarme sola, perder a mi pareja, familia, amigos, perder los afectos. Me he pasado meses sola, hago mis cosas para mi propio placer, pero sé que ahí está la banda. Tu corazón está cifrado en un grupo y si ese grupo desaparece sería muy triste.

¿Y retos?

Mantenerme activa hasta que me muera, seguir trabajando o teniendo actividades, las que sean, pero hasta que me muera. No quiero retirarme, quiero seguir activa, no tanto como antes, pero sí seguir activa y tener proyectos alternativos. Entender cómo funciona la tierra para poder vivir de ella. Buscar otras cosas, pero estar en movimiento. Lo veo con mi madre, dejó de ser activa y está en las puertas de la depresión. Llevábamos diez años de no hablarnos, iba una que otra vez a las reuniones, la Navidad. En un momento su mejor amiga le dijo que también su hijo era gay, lo hablaron mucho y algo sucedió en mi familia. Decretaron que no era yo una persona normal, sino una persona con gustos distintos a los de ellos y, entonces me aceptaron y mi pareja ya podía visitar la casa de mis padres. Muy incómodo al principio, pero ya después tuve la suerte de tener dos parejas que eran muy platicadoras y simpáticas y se estableció muy rápido la relación con mis padres.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Soy atea y anti-religión. Aprendí a meditar. La espiritualidad es más bien decidir. Decidí no entrar en las preguntas de si Dios, un ser o una energía explica nuestra vida. Imposible, porque estamos en un lugar en donde no podemos entender todo lo que pasa alrededor. Lo que sí, es que mi espiritualidad está junto con la naturaleza. Para mí es el lugar donde veo cómo puede funcionar el mundo, ahí es en donde siento que está mi espiritualidad. Tengo muchos animales y veo como se relacionan entre ellos, donde el concepto de maldad no existe. La espiritualidad es más que nada dejar que fluya y pensar que sí hay unas energías de bienestar y colocar tu cuerpo en equilibrio.

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