La moda, el peso, el pelo, el maquillaje, el qué dirán… salen sobrando 

Sin duda alguna, Ana es la amiga más alta que tengo, pero, además, tiene ideas muy firmes y claras sobre una amplia diversidad de temas y las defiende con pasión y convencimiento. Es imponente, tanto por sus pensamientos como por su estatura, y a mi pingo y a mí nos acogió con todo el enorme afecto que es capaz de dar, prácticamente desde que nos conocimos.  

Pocas horas después de que nació Matías me enteré de que tenía Atresia esofágica tipo III, es decir, que su esófago estaba separado de su estómago, lo que lo llevó a estar sus primeros 44 días de vida en el Hospital Infantil Federico Gómez. Cuando por fin lo dieron de alta el proceso para integrarlo a una vida “normal” no fue sencillo y, entre otras cosas, significó hacer terapias físicas. Entonces, mi prima Lucy me sugirió llevarlo también a las clases de música para bebés que ella imparte en Artene, un instituto localizado en Coyoacán. Ahí fuimos por un largo tiempo dos veces por semana y desde el primer día dos de nuestros compañeros fueron Ana y José María, su precioso bebé de la misma edad que el mío. Como ocurre en cualquier otro tipo de cursos la primera actividad fue presentarnos y aún recuerdo con claridad que, cuando tocó el turno de ella soltó de lo más tranquila que estaba ahí porque había adoptado a su hijo y quería forjar un vínculo entre ambos. Así, entre canción y canción, se me fue metiendo en el alma esta mujer enorme de tamaño, experiencias y generosidad. Un año después testificamos cómo acogió a otro bebé con total amor y cómo se lo arrebataron luego de unos meses, porque la mamá biológica se había arrepentido, aunque, mucho tiempo después, sabríamos que volvió a cambiar de opinión y ese pequeño quedó en el orfanato, a la deriva como tantos otros. Para la fortuna de Ana y de León llegaría otro bebé a sus vidas, Juan, para terminar de forjar una imbatible familia de cuatro, más toda una manada de perros de las razas y tamaños más diversos. 

Con José María y Juan, Ana emprendió la nada sencilla tarea del homeschooling y organizó un club de lectura del que mi pingo fue parte y gracias al cual las niñas y niños de ese muy activo grupo se volvieron no sólo lectores voraces, sino críticos de lo que leían. El primero que leyeron fue La historia interminable, del escritor alemán Michael Ende; una sesión después de concluir Ana les puso la película dirigida por Wolfgang Petersen y todos aquellos críos coincidieron que “el libro era mejor”.  

Ana y León –también muy alto– se encontraron después de haberse divorciado de sus primeras parejas. Y si bien estaban casados por el civil, cuando los niños aún eran pequeños le dijo a Ana que se quería casar de nuevo con ella en una ceremonia que resultara especial. Como mi querida amiga no cree en la Iglesia católica, pero sí en ritualidades más antiguas, se casaron en un jardín en un rito oficiado por una bruja amiga de ella. Usó un fabuloso vestido largo, morado, de corte medieval, que le confeccionó su mamá, y un precioso tocado de flores en la cabeza. Era una maravilla verla, porque en verdad se veía espectacular. Si un día me casó pronunciaré lo mismo que ellos aquella mañana luminosa: “Hoy decido compartir parte de mi vida contigo, hasta que el amor dure”. 

Hace tiempo se fueron a vivir a la bella ciudad de Oaxaca, pero ella también habita en mi corazón. 

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Querida Ana, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida? 

En algunas áreas está completa, en otras se plantean retos nuevos. Me sorprende darme cuenta de que me ha tomado cincuenta años llegar a una madurez que me permite optar por decisiones más realistas. También me he desafanado de los juicios externos: la moda, el peso, el pelo, el maquillaje, el qué dirán… salen sobrando. 

¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres? 

Me molesta mucho la manipulación de la belleza en los medios y como, entre más joven, te sometes voluntariamente a la tiranía de la moda, de la mercadotecnia, de lo que digan los demás. Creo que las chicas jóvenes son vanidosas, más no bellas. Considero que la belleza no es física o que de nada sirve una belleza física sin algo que la soporte. La belleza es producto de la experiencia. 

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta? 

Me siento mucho más empoderada ahora y no necesito que el externo me lo valide. Me he tardado cincuenta años en adquirir habilidades, destrezas, experiencia, conocimiento y sabiduría. Me quedan treinta años para poderlos usar y creo que, a final de cuentas, ese es el poder. Soy consciente de quién soy y qué puedo hacer con lo que soy. Ha sido un camino largo y muy divertido. 

¿Qué ves cuando te miras en el espejo? 

Me doy cuenta de que ya estoy matrona, o señora, y en mi casa esa referencia tenía una connotación despectiva. Durante mucho tiempo me gustó pintarme el pelo como forma de expresión, ser pelirroja o traer rayos de colores y de un tiempo para acá, cuando me empezaron a salir canas, dije: “Tengo canas y quiero que se vean”. No tengo ninguna necesidad de parecer de veinte: tengo cincuenta, parezco de cincuenta y me ha costado llegar a los cincuenta. Cuando me veo al espejo estoy contenta y es un poco pelearme con el arquetipo o con la idea preconcebida del matrilinaje. Significa tratar de salir de este circuito donde tú vales en función de qué tan firme tienes la piel o qué tan angosta tienes la cintura. Durante mucho tiempo nos han enseñado a no querernos, a que nunca es suficiente y si no me quiero ahora no me voy a querer nunca. Ya tengo más tiempo vivido del que voy a vivir para delante, así que lo que no hice más vale que lo haga ahorita. Si no me aprendo a querer ahora, ¿cuándo?, porque te pasas mucho tiempo tratando de darle gusto a la sociedad, de parecer al grupo, de integrarte al sistema, de ser productivo… ¿En qué momento voy a hacer yo lo que yo quiero? O lo hago ahorita o ya no lo hago. 

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido? 

En mi caso fue una menopausia quirúrgica. Y sí creo que te da una libertad que no tienes cuando tienes estrógenos, porque van ligados quieras o no a la posibilidad de un embarazo, por muchas pastillas, por muchos condones, lo que haya, siempre hay un riesgo y, en cambio, la menopausia te libera y es muy maravillosa en ese sentido. 

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género? 

Entiendo y estoy de acuerdo con todo el movimiento sufragista, feminista de la posguerra. Había una razón y yo soy producto de ese movimiento al que mi madre perteneció, donde finalmente se ganó el derecho al voto, el derecho al estudio, el derecho al trabajo, a ponerme la ropa que yo quiero y a hacer lo que yo quiero. Pero siento que las mujeres ganamos eso y, sin embargo, no perdimos los trabajos que teníamos antes. Entonces, ahora tenemos que trabajar, producir dinero, liarnos en un trabajo empresarial y además criar y además casa y además costura y además cocina. Entonces, ganamos otro trabajo.  

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida? 

Siento que ya logré definir qué es lo que es importante para mí, después de un descalabro, un divorcio donde la pareja tuvo su función en ese momento: fungir como un pasaporte, en una sociedad donde las niñas buenas salían de su casa casadas y vestidas de blanco. En la segunda vuelta busqué un compañero en igualdad de circunstancias, pero para una repartición de trabajo que permita el crecimiento de ambos. A lo largo de más de veinte años de casados hemos sabido maniobrar tormentas bastante fuertes y hay cosas que voluntariamente sacrifico, como mi libertad, por una ganancia mayor. En esta sociedad soy un centro de costos y me queda claro. Yo no aporto económicamente, dependo de mi pareja y es una decisión que a veces me cuesta. Sí es ponerme un grillete, pero lo he hecho, en parte, porque reconozco que es una necesidad de él. El que yo sea económicamente independiente lo amenaza. Yo no necesito ser económicamente independiente y no necesito poner a mi pareja en esa amenaza. Inteligentemente no me aporta nada y, por el otro lado, él sí necesita este rol 100% masculino de aportar, de proteger, de ser el macho del grupo. Siento que en estos cuarenta años las mujeres hemos perdido el rol femenino, en el afán de demostrar que somos capaces. Me toca verlo con chicas muy jóvenes, donde son iguales a sus parejas y entonces ni ellas saben jugar el rol femenino ni los hombres saben jugar el rol masculino: hay dos iguales. Siento que en la pareja no puede haber dos iguales, sino que tiene que haber dos complementarios. Yo, como mujer, tengo que aceptar que soy dependiente económicamente y de fuerza y que eso no me hace menos, porque los hombres dependen de nosotras en otros roles, no en la parte emocional, pero sí en la parte intuitiva, la parte sensible, la parte conciliadora, esa nos toca a nosotras. Como le dije alguna vez: “Tú puedes hacer lo que tú haces porque yo estoy cubriendo el frente atrás”. Darme cuenta de que yo no necesito las medallas colgadas para jugar un rol importante me costó trabajo, porque tiene que ver con el prejuicio social de que ahora las mujeres también tienen que ser directoras de empresa.  

En tu caso, ¿cómo fue la maternidad? 

Mi maternidad es una maternidad off road 4×4. Recibí los cuarenta luchando por un hijo y con la idea de que si no lo lograba ya no lo tendría, enojada con mi cuerpo por no haber logrado lo que biológicamente debió haber logrado y dándome cuenta de que había estado enojada con mi cuerpo toda mi vida, que eso era la manifestación de ese enojo y no con mi cuerpo, sino con esa parte femenina: con mi útero, con mis ovarios, con mi capacidad reproductora. Mis hijos, como siempre lo he dicho, porque ambos son adoptados, me costaron mucho trabajo. 

¿Cuáles serían los desafíos para educar a tus hijos? 

Para mí la crianza es darle las bases a mis hijos para que sean autónomos, productivos para ellos mismos y para la comunidad a la que pertenecen. En un momento pensamos: “Tanto trabajo nos costaron como para dárselos a criar a alguien más, con valores que no son los nuestros” y opté por dedicarme exclusivamente a maternar, al maternaje, lo que además no está bien visto. Tengo amigas que me han dicho “que sólo soy ama de casa” y ese “sólo soy” es muy prejuicioso. Incluso mi mamá, que perteneció al movimiento feminista, lo percibe como un desperdicio de educación y de capacidad intelectual. Sí creo que el homeschooling es un movimiento revolucionario o de resistencia, en el sentido de que los sistemas educativos están regulando la capacidad de crítica y análisis, y así es más difícil que los chicos puedan exigir un cambio social. Además, encuentro difícil que entiendan el trabajo colectivo y cooperativo cuando la escuela los pone en un sistema competitivo, porque es muy importante la calificación. Por otro lado, siento que me toca reforzar su masculinidad, que considero amenazada por las mujeres en roles masculinos. Las mujeres entendimos, porque yo me lo tragué también, que teníamos que competir con los hombres en el carril de los hombres, o sea, ser hombres. Yo puedo usar pantalones, cargar, manejar coches de carreras… y dejamos a un lado el rol femenino. Con el tiempo me ha tocado ver que hay hombres que no saben qué papel jugar. Entonces, me toca criar dos hombres en un papel masculino, mas no machista. No quiero hijos machos, pero sí con fortalezas, con sensibilidad, que aprendan a exponerse emocionalmente, lo que implica que confíen y que a veces las relaciones los lastimen, pero pues, te sobas y sigues adelante, porque eso pasa y nos pasa a todos. 

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida? 

Vengo de una familia muy, muy tradicional. Mi mamá cree que habló conmigo de sexualidad, se sentía muy avanzada porque mencionaba lo innombrable anatómicamente, pero en realidad se trató de fisiología. Al mismo tiempo, era impensable que yo tuviera relaciones sexuales fuera del matrimonio, viví con muchos traumas heredados. En cambio, los últimos diez años he estado trabajando para recuperar el papel sagrado de la sexualidad femenina. Soy un ser mucho más sexuado, mucho más abierto sexualmente y con más herramientas a mi alcance. Tengo más dominio de mi sexualidad ahora que a los veinte. Me atrevo a explorar áreas que no me hubiera atrevido explorar a esa edad, pero ni loca. Disfruto más de una amplia, amplísima variedad, porque la sexualidad tiene una definición mayor, no va conectada a un orgasmo ni se circunscribe a tres puntos genitales. Hace poco me enteré de que, en ciertas tribus de África, una vez que las chicas tienen su menarca, las abuelas les enseñan a masturbarse y a buscar su propio placer, entonces la relación de pareja es muy distinta, sin ataduras. Cada uno llega con un completo conocimiento de su corporalidad, de su sexualidad y de sus propios satisfactores. Yo he descubierto que la sexualidad es un abanico con el que puedo jugar libremente y sé que aún tengo mucho por aprender, pero es muy divertido hacerlo. Finalmente, me he dado permiso de hacerlo, como el entrar a una tienda de juguetes sexuales y comprarme algo para mí, que no tiene que ver ni con mi pareja ni con la sociedad. Es para mí, igual que me compro unos zapatos, igual que me compro una blusa. 

¿Hay miedos? 

¡Muchos! A la decrepitud, a ir perdiendo habilidades, a encontrarme, por ejemplo –que es un chiste y es muy real– conque te levantas a esta edad y todo te duele. Encontrar que mi cuerpo es limitado y que empieza a tener los efectos de la gravedad, de la edad, del uso y encontrar que no tengo la fuerza que tenía antes; el descubrir que mi mente piensa que mi cuerpo puede hacer algo y mi cuerpo ya no lo hace, cosas tan sencillas como, por ejemplo, jugar.  

¿Y retos? 

Es muy curioso, ya no tengo ambiciones, estoy contenta con la vida como es, como va, como fluye… Esta necesidad de sobresalir ya la rebase y estoy muy tranquila como estoy. Estar conforme conmigo misma creo que es el punto álgido, en todo lo demás creo que voy bien, estoy tranquila y estoy inmensamente agradecida, porque creo que he tenido una vida con muchísima fortuna.  

¿Hay espacio para lo espiritual? 

Creo que cuando enfrentas tu mortalidad empiezas a buscar alternativas, por muy agnóstico o ateo que seas. Entonces, encuentro que estoy cayendo en los patrones que vi en mis abuelas, en mis tías, en mi mamá, que llegando a cierta edad se volvían más místicas. ¿Aquí se acaba todo? ¿Esa es toda la historia? ¿A eso vine? Es el momento de plantearse esas preguntas y comenzar una búsqueda filosófica e interior. 

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3 Comments

  1. Ana, qué reveladoras respuestas. Conocer otras madres adoptivas siempre me ha conmovido. Cada historia es diferente y cada una ha resuelto de muy distinto modo la integración de nuestros hijos a nosotras, a nuestra entraña. Este es otro feliz encuentro.

  2. Tu amiga más alta y también la niña más grande de la primaria. La retratas de cuerpo entero, aunque yo no volví a verla desde los 12 años…

  3. Hola Ana, mi nombre es Martha, creo que es admirable la pareja que decide darle una segunda oportunidad a un niño para tener una familia, yo afortunadamente puede tener hijas propias, pero si no hubiera sido así, optaría por la adopción, sin duda. Una cosa que mencionaste en tu entrevista fue el desempeño de las mujeres en relación a las actividades propias de los hombres en general. Fíjate que yo escogí una profesión, que hace muchos años, cuando yo decidí estudiar arquitectura, era el 90% desempeñada por hombres, y desde que se los dije a mis padres no les pareció porque decían que ese trabajo no era para mujeres, sobre todo si quería dedicarme a la construcción, como yo se los había planteado. Con mis compañeros de escuela no tuve problemas ya que me trataban como su igual, sin embargo, el trato que nos daban los maestros a las pocas mujeres que había en mi clase, no era el mismo. Yo nunca pretendí competir con los hombres que se dedican a mi profesión, sino al contrario, mi intención era trabajar con ellos a la par y poder formar un buen equipo de trabajo, sin embargo, en varias ocasiones tuve que lidiar con ingenieros y arquitectos de poco criterio, que no deseaban trabajar conmigo por el hecho de ser mujer. Así las cosas. En fin, excelente entrevista. Saludos

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