El uso de la falda te da poder, porque es un elemento ancestral que te liga con la tierra

Tuve el enorme privilegio de ser parte del equipo que conceptualizó Cumbre Tajín. Originalmente iba a ser sólo un espectáculo al interior de la ciudad sagrada para recibir el nuevo milenio, que en ese momento era una fecha cargada de esperanza. Todo 1999 nos la pasamos recorriendo de sur a norte ese maravilloso estado de Veracruz, conociendo de manera más profunda y cercana sus singularidades y su enorme potencial cultural. Todo iba viento en popa, pero en octubre de ese año ocurrieron dos depresiones tropicales que causaron una gran inundación, la cual dejó destrozadas todas las carreteras y una gran destrucción en las poblaciones aledañas a Papantla. Era impresionante y doloroso; la energía se tuvo que poner en ayudar y no en seguir pensando en un evento de esa naturaleza, que después, con los ánimos más serenos y encaminada la ayuda como prioridad, se decidió pasar a la primavera. De todos los proyectos en los que he participado ese resultó un parteaguas en mi vida, por la cercanía con la comunidad totonaca, por el conocimiento tan íntimo de ese estado y de su gente, por los otros numerosos proyectos culturales que detonó y en los que también tuve la gran fortuna de participar como directora de contenidos, lo que implicó, a la vez, grandes responsabilidades y grandes aprendizajes. Para mayor fortuna conocí a Guille, así que nuestra amistad va con este siglo XXI y la colita del 99. Si yo desgranara aquí los proyectos culturales en los que trabajamos juntas, pero sobre todo las anécdotas derivadas de cada uno, no me alcanzarían las páginas. Todo esto y más hace que mi admiración y mi cariño por Guille sean enormes.

En Veracruz celebran el Tradicional primer viernes de marzo. El de 1999 yo estaba en Papantla y Guille nos llevó a una limpia con doña Esperanza. Un par de años después nació Marifer, su hija, y la fui a conocer a la casa que entonces tenía en el puerto de Veracruz; le tomé una fotografía para que quedara testimonio de la ternura infinita que se le desparramaba en el abrazo a su bebita. Ese día, también aproveché y le compré un cuadro que tengo en mi sala, vinculado al poder creador, que es una de las fuerzas que la distinguen. Es una artista comprometida, mágica y con una sensibilidad amplia sobre los poderes femeninos, que sin duda ha acrecentado con sus contactos con los totonacas, los nahuas y otras comunidades originarias de Estados Unidos y Canadá.

Su obra me parece tan portentosa, en sus formas y en sus contenidos, que tiempo después de esta charla le hice una entrevista tan sólo para hablar de su formación, intereses y aspiraciones como artista. Pronto la compartiré en este sitio https://alrededordelfuego.com/

La última vez que fui a Coatepec, acompañada de mi pingo, lo hice para asistir a una obra de teatro musical creación de otra gran amiga, Cecilia Ladrón de Guevara, que también forma parte de estas Poderosas 50. Guille nos acogió en su casa, amorosa, generosa, haciéndonos sentir parte de ese cálido hogar que Marifer y ella han cultivado, con huerto, hamaca y un espacio destinado a su taller. ¡Gracias, queridas, por formar parte de mi vida!

Mi querida Guille, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Me siento plena, sobre todo, porque me doy cuenta de que la experiencia no es en balde. Puedo hacer muchas cosas que a los cuarenta no, porque me sentía insegura. La maternidad también ha sido una experiencia muy gratificante, estoy viviendo dos aspectos que para mí son fundamentales: educar a alguien y auto educarme nuevamente, con la maestría. Es un término medio, entre lo que da la experiencia y encontrar la juventud, a lo mejor a través de otras personas, pero me ubica, porque vivir en el siglo XXI no es fácil, es un poco complicado. Me encanta, porque contamos con la tecnología, que todavía a finales del siglo XX no existía, y eso me ha dado muchas posibilidades. Puedo vivir en un pueblo tan pequeñito como Coatepec y, al mismo tiempo, por la red, ser partícipe de las cosas que están pasando en el planeta. Y entonces, la energía se vuelve a llenar y no tiene fin. Esa plenitud no la había tenido tan presente como ahora, porque creo que también una, como mujer, tiene muchas oportunidades en la vida. A mí me pasa en el arte, a lo mejor ya no encajo en el estereotipo de “arte joven”, pero por la experiencia, la maternidad y lo que estoy viviendo a través de la red, el pensamiento ahora es más ágil y me da esa capacidad de ver la vida con una nueva mirada.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

Por un lado, creo que no pedí llegar a los cincuenta y ya paso de los cincuenta, tengo cincuenta y siete. Tuve una cirugía que cambió mi vida: me extirparon un ovario derecho y una Trompa de Falopio, porque apareció un día una mancha en un ultrasonido y el oncólogo pensó, por la forma de ramificación, que era una metástasis. Hasta el día de la operación salió que era un mioma con una forma muy extraña, y afortunadamente fue benigno, pero eso no lo sabes hasta que te abren. Fue una alerta. Yo decía que me alimentaba muy bien y que hacía mucho ejercicio, pero uno se da cuenta que ningún cuidado es extra. A pesar de todo, tengo un cuerpo sano y hoy mi compromiso, con mi hija y conmigo misma, claro, es ser más sana que antes. Por otro lado, a veces, un poquito, es una lucha contra el reloj e ir aceptando cada día. Es como un cambalache: la vida te da experiencia, pero pierdes la parte física.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Me costó años aceptar con esta confianza que soy feminista. Creo que yo era una feminista de clóset, lo fui descubriendo con los años, aunque empecé a tener contacto con el feminismo en el 87, en la época en que me divorcié. Para México yo no lo veo fácil, es un país muy machista. Por lo mismo, me ha quedado bastante claro que tengo que ser congruente conmigo misma si realmente quiero estar en paz y reconciliarme conmigo, con mi ser. La tesis de mi maestría fue la descolonización, lo que me llevó a abordar la descolonización feminista del cuerpo. Además, ver mi propia historia personal resultó también sanador, porque entiendo más cosas, sobre todo porque el estado donde yo vivo, Veracruz, desde mi punto de vista es súper machista, tenemos el ejemplo de todos los feminicidios y las desaparecidas.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

He tenido varias relaciones. Me casé muy joven, a los veinte años y a los veintisiete me divorcié. Alrededor de los cuarenta años tuve otra pareja, con la que tuve a mi hija, pero nos separamos. Han sido las dos relaciones más importantes de mi vida, contrastantes en edades. Hoy prefiero estar sola que vivir una relación dolorosa. Ese fue otro descubrimiento con la edad: está bien estar en una relación, pero también está bien irse. No pierdo las esperanzas de una posible pareja, pero en otro plano diferente. No sé si es por el arte o porque uno es feminista, pero a veces no es tan fácil tener una pareja estable. Ambas fueron relaciones disparejas. La primera porque era muy joven, mi ex marido me llevaba doce años y por la misma inexperiencia lo idealicé mucho. La última no fue lo mismo, pero finalmente vivimos en un país de hombres muy machistas y algo que está pasando en este momento es que las mujeres preferimos separarnos o divorciarnos, a seguir en una relación con una persona machista.

La maternidad, ¿cómo fue?

Cuando yo era muy chica mi abuela hacía el altar de muertos y era la única de la familia que lo ponía. Otra vez ella me llevó a curarme de espanto. Un tercer ritual importante lo viví en 1999, durante el primer viernes de marzo previo al festival Cumbre Tajín, con doña Esperanza: su sanación me dejó impactada y me ha llevado muchos años seguir entendiendo, porque seas creyente o no, siempre pasan cosas. Para mí se convirtió en una maestra y cuando yo decidí que sí quería ser madre, acababa de cumplir los cuarenta años y los doctores me habían dicho que mejor lo olvidara, me puse en sus manos en el sentido del camino espiritual y de tener mucha fe. Hicimos un rito, el Litlan, donde yo le pedía a la tierra ser madre. A los cinco meses estaba embarazada y, además, no tenía ninguna duda de que había otras fuerzas, más allá de todo eso, que me daban la oportunidad de vivir otras experiencias. De ahí para acá he forjado un vínculo muy estrecho con el rito, aun cuando el mundo del arte contemporáneo no lo ve con buenos ojos.

¿Cuáles han sido desafíos para educar a tu hija?

Como todos los adolescentes, Marifer está muy en contacto con el Internet y la mediática, con lo global, pero ha vivido la experiencia de Cumbre Tajín desde que nació y el trabajo que yo hago con los artistas indígenas le queda muy claro. Además de los rituales, me ha acompañado a dos de los últimos viajes con los indígenas de Estados Unidos y con los de Canadá. La escucho hablar y me doy cuenta de que el discurso indígena lo tiene muy interiorizado y reconozco que tiene la capacidad de deslizarse en dos territorios. Por otro lado, para mí ella es como una lupa, mi peor crítica para bien y para mal. Además, hay un diálogo feminista que ahora es más claro y evidente que antes y lo podemos hablar, con lo que corresponde también a esta época.

¿Qué tan importante es la sexualidad en esta etapa de la vida?

Estoy puesta y dispuesta. A estas alturas y después de las cosas que he vivido, me queda claro que ya no va a ser a lo mismo que a los cuarenta. Quiero creer que depende mucho de cómo se sienta uno por dentro y con esa confianza querer compartir con otro ser humano la sexualidad, que es algo tan importante. Además, para vivir mejor la sexualidad uno tiene que estar completamente descolonizado, es decir, libre de prejuicios y de etiquetas, y de uno mismo también.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

Creo que la feminidad no choca con el feminismo, son dos cosas que se tendrían que complementar. También tiene que ver que el concepto del ser mujer para mí ha cambiado mucho. Estudié en La Esmeralda, trabajé para Bellas Artes y me desenvolví en un mundo de amigos artistas: escritores y pintores. Salí con una mentalidad cosmopolita y cuando llegué a Tajín, pero sobre todo cuando fui a vivir allá, en 2006, después de regresar de Canadá, tuve un periodo intenso de cuatro años de vivir con la comunidad y conocí que el significado del ser mujer hacia dentro de la comunidad es otro. Tiene que ver con la tierra, con los hijos, con el uso de la falda, que te da poder, porque es un elemento ancestral que te liga con la tierra. Es toda una cosmovisión y su arreglo personal es increíble, a mí me fascina: se ponen aretes de oro, aunque se ha perdido mucho la tradición por la economía, se ponen flores de jazmín en el cabello, toda una alegoría, es una fiesta viviente una mujer en la vida cotidiana, allá. En mí repercutió porque ahora me arregló con más conciencia, con mucho gusto también. Encontré un equilibrio.

¿Hay miedos?

Creo que conforme pasa el tiempo le tengo menos miedo a morir, porque sí creo que hay vida después de la muerte, ya lo decían los antiguos mexicanos. Pero más allá de eso, es como una certeza que tengo en mi corazón. Sufrimos más los que nos quedamos en la tierra que los que se van, pero creo que tendríamos, más bien, que prepararnos. Cuando me operaron, me tuve que enfrentar a esa posibilidad minutos antes de que me durmieran para la cirugía y tuve que estar dispuesta a lo que sucediera, y si le perdí mucho el miedo ese día. Aunque en el fondo yo sabía que no iba a pasar nada malo y que, aunque llegara a suceder, a donde yo fuera a ir iba a estar bien, me preocupaba más que se quedara mi hija en este planeta y no haber cumplido las cosas que yo hubiera querido hacer.

¿Y retos?

Sí, por supuesto, son tres: la educación de mi hija con solvencia financiera, la creatividad y la energía física.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Creo que lo pedí y lo pedí mucho. Cuando tenía dieciocho años estaba segura de que existía una manera de ver la vida más allá de lo aparente. A los veintisiete años empecé un proceso con algunas terapias, creo que he pasado por todas, y empecé una vida espiritual con esa base, porque tenía la esperanza de una vida mejor. Se fue dando con los años y se ha complementado mucho con la mirada indígena, porque ahí aprendí que hay que cuidar los pensamientos, porque lo que uno piensa es lo que se convierte en tu realidad. Es como cuidar el alma, eso es lo que he aprendido.

2 Comments

  1. Guille Ortega y su sonrisa que lo ilumina todo. Qué gusto conocerla. Leerla es aprender un poco del “poder de la falda”, que te acerca a la tierra y a la sabiduría indígena. Gracias.

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