Tenemos la gran suerte de envejecer poco a poco, para irnos acostumbrando; te sale una arruguita, luego otra, no es todo de jalón
Llegué una mañana a la hermosa y luminosa casa de Pilar, gracias a mi querida Elisa Lozano. Además de que ellas cultivan una cálida amistad desde hace años, son vecinas, por lo que su relación es incluso más cercana. Aunque mucho antes de que germinara la idea de las Poderosas 50, cuando los hijos de Elisa y el mío eran pequeños, fuimos a llevarlos a ver una obra autoría de Pilar al Centro Cultural Universitario, si mal no recuerdo sobre un par de amigos, uno músico y otro boxeador, que logran encontrar más puntos en común que diferencias, siendo los protagonistas, por un lado, títeres, y por otro, la música. Ese grupo de cinco salimos muy contentos de la experiencia, tanto por la calidad de las composiciones y los intérpretes, como por la historia.
Y ese antecedente habla mucho de sus intereses. Además de que es pianista y violonchelista y ha sido miembro de importantes orquestas y agrupaciones nacionales e internacionales, hace ya varios años desarrolló un método propio para enseñarle música a los niños (https://violoncellodecolores.com/es/inicio/), da clases, tiene presentaciones especiales con sus alumnos y cada año organiza un campamento de verano cuyo distintivo es la música.
Sembrar en las y los niños y en los adolescentes este gusto es un don que sin duda trasciende, porque independientemente de que se vayan a dedicar o no a la música de un modo profesional, tenerla como presencia en su vida, desde el entendimiento y la habilidad para ejecutarla, me parece un enorme tesoro.
A veces pienso que yo fácilmente podría envidiar a dos perfiles de personas: aquellas que logran dibujar de una manera en apariencia sencilla, y aquellas que tienen el atributo de la música, ya sea para cantar, tocar un instrumento o componer; lo cierto es que a Pilar no la envidio, la admiro. Nos hemos encontrado en diferentes ocasiones, ya sea en casa de Elisa por su cumpleaños, o bien para acompañar a nuestra querida amiga en algún evento vinculado a sus logros. La última vez fue en la Cineteca Nacional, en la inauguración de una exposición sobre los 80 años de la película María Candelaria, aniversario que se aprovechó para mostrar, entre otras cosas, unos rebozos utilizados por Dolores del Río en el filme y que fueron donados a esa institución por la familia. ¡Fue en verdad un gusto grande encontrarme ahí a Pilar! Y más porque parece que la nueva normalidad nos hace referirnos a todo lo que ocurre después de la pandemia con la alegría de seguir por acá, vivos y plenos.
Pilar, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?
La verdad me siento súper bien. Pienso en la adolescencia y no regresaría por nada. Estoy en la etapa en que empiezo a ver el fruto de mi trabajo. Ahora, en los ensambles de mis alumnos podemos tocar mil cosas y es un placer, porque muchos han estado conmigo diez años. Tengo un alumno de veinte años que empezó conmigo a los cinco y está tocando muy bien. Nos divertimos muchísimo. Todos los sábados hacemos ensambles y ahora podemos tocar cosas mucho más complicadas, más ricas. Ahora tengo treinta y dos alumnos, niños, adolescentes y adultos –papás de los alumnos–, ya es toda la familia. Aunque sí me llevó mucho tiempo. Varios años tuve seis alumnos, porque es un instrumento poco habitual y caro, aunque últimamente se ha abaratado mucho, con la entrada de los chelos chinos. Los niños que empiezan a estudiar no lo dejan y la gran mayoría regresan, tarde o temprano. Además, tengo una orquesta de niños y adolescentes. Me encanta lo que hago, me encantan mis alumnos. Muchas veces he pensado: “Que suerte tener cerca gente tan encantadora”.
Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…
De adolescente sufría de migrañas, sinusitis, gastritis, de mil cosas y ahora me siento muy bien. Hago ejercicio, trato de caminar diario, porque siento que si cuidamos nuestro cuerpo no tenemos por qué sufrir. Me aterra cuando veo a la gente mayor encorvada, siento que no debe de ser, es descuido. La gente tiene que llegar mucho mejor a la vejez, definitivamente. Como toco un instrumento he sido disciplinada toda la vida, así que no me ha costado el ejercicio, para nada. Le conté a una amiga que tengo cincuenta y nueve y me dijo: “¿Qué vas a hacer ahora? ¿Nos vamos a poner Botox?” y le dije: “No, para nada”. Tenemos la gran suerte de envejecer poco a poco, para irnos acostumbrando. Te sale una arruguita, luego otra, no es todo de jalón. Desde muy joven me estoy preparando para la muerte, mis hijos luego se sacan de onda, pero creo que, así, cuando llegue el momento, estará uno tranquilo porque hiciste lo que tenías que haber hecho y estás listo para irte. Me lo decía una maestra de Tai chi, en Inglaterra: “mientras menos lo aceptemos va a ser peor”. También hay que prepararse y reconciliarse para la vejez y la muerte.
¿Qué ves cuando te miras en el espejo?
Para serte franca no me veo mucho en el espejo. La verdad me siento bien, quizá, a veces, me incomoda tener unas ojeras muy pronunciadas, pero las tengo desde muy joven.
Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?
Quizá alguna noche he sentido calor, fuera de eso no he sentido absolutamente nada. Mi mamá tampoco tuvo molestias, no sé si sea una cuestión genética. Nunca he tomado hormonas, ni nada, pero sí cuido mucho la alimentación. Una amiga que investiga todo me dice que no hay que comer mucha azúcar ni carbohidratos, porque sientes más bochornos. Yo no he tenido ningún problema.
¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?
En cuestión de género en mi familia no había diferencia. Somos cuatro hermanos y soy la mayor, tres mujeres y un hombre, y fue en todo parejito. Y en lo que yo hago nunca hay discriminación con las mujeres. A lo mejor en otros espacios hay discriminación, pero en el campo de la música a mí no me tocó. Es más, en España en la clase había más mujeres que hombres. Es un tema que ni siquiera me he cuestionado. La primera vez que me dijeron que era feminista fue como, “Ah, ¿de veras?”.
¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?
Sí es un tema muy importante, pero cuando eres músico estás más horas con tu instrumento. Es decir, es una parte importante como lo demás que haces. Veo amigos que están todo el tiempo con el novio y yo digo: “Que raro, yo nunca estaba con el novio”. Creo que en el momento en que la pareja se vuelve lo más importante, entonces empieza a distorsionarse. Es como cuando en el avión te dicen que primero te coloques tú la mascarilla con oxígeno, y después ya puedes ayudar a los demás. Es una cuestión natural, que sea más importante lo que tú haces para que puedas estar bien con tu pareja, porque si no, ni estás bien contigo ni estás bien con nadie más. Vamos a cumplir veintiséis años de casados.
¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tu hija y a tu hijo?
Mi hija que tiene veinticinco años y el chico que tiene veintiuno. Mi maternidad con ellos significa todo, absolutamente todo. Quiero llorar sólo de acordarme, porque esa sensación de tener a alguien que es piel de tu piel es una cosa increíble. Los disfruté muchísimo. Cuando nació mi hija estaba absolutamente dedicada a ella. Me acuerdo de tenerla y decir: “¿Cómo es posible que sea parte mía?”. Yo era súper disciplinada con todo, jamás tuve problemas para amamantar, porque, claro, estuve un año tomando sol, cuidando la comida. Todo perfecto, obviamente no dejé de tocar. Ella era la niña más bien portada, incluso me la llevé a un Cervantino un mes. Con mi hijo fue diferente, era mucho más inquieto y travieso, pero también lo disfruté muchísimo. Los dos tocan el chelo. Ahora ellos están agarrando su camino, pero hemos tocado muchísimo juntos y eso nos ha hecho más cercanos, porque hay una cuestión con la música: la comunicación es a otro nivel, es de alma a alma. Ha sido una crianza muy amorosa.
¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?
Para mí lo más sensual es el contacto con la piel, el contacto amoroso y sensible de la piel. Es un espacio privilegiado.
¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?
No se tiene que perder, para nada. Es el momento en que puedes incluso tener más sexualidad, que cuando tienes hijos pequeños.
¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?
Viene de mi mamá. Ella aprendió a coser en España cuando era chiquita, llego aquí a los veinte años y nos hacía todo. También tenía esta cuestión de reutilizar las cosas, arreglar las prendas y darles un nuevo uso. Falleció hace cuatro años, tenía ochenta. Nos disfrutamos muchísimo. Siento que he cambiado en el sentido que me gusta ser mucho más sencilla. Ahora si veo un vestido o una falda bonita lo veo para mi hija, yo digo: “Que flojera un vestido”. Ahora me gusta vestirme muy rápido, ponerme un pantalón de mezclilla, un suéter cómodo y sin botones, por el chelo. Con este instrumento nunca puedes usar faldas cortas, ni ceñidas. Siempre he usado cosas muy amplias, sin botones para que no vibre, ni zipper, nada que vaya a vibrar con el instrumento. Uso estos aretes porque eran de mi mamá y no me los quito desde que murió, pero antes ni aretes me ponía. Ahora ya me pongo estos. Y que rico que diario me puedo poner lo mismo, es algo de lo que no me tengo que preocupar. Nada más me pongo bloqueador solar con color, porque hubo una época en que me empecé a manchar, y para las ojeras tantito color, para no asustar a los niños. Nunca me he maquillado ni me he pintado las uñas o el cabello.
¿Hay miedos?
Miedos, los del momento. A la inseguridad. Hasta hace bien poquito pusimos los barrotes en las ventanas. Yo no quería, pero empezaron a entrar a las casas, cerca, en la zona. Y cuando lo de Ayotzinapa, vivíamos con un miedo total porque mi hija se la pasaba en las marchas. En una ocasión no la encontrábamos, se quedaba a dormir en la facultad, y pasamos meses muy angustiosos. Por otro lado, siento que no nos debemos dejar aterrar, pero sí me da mucha tristeza que los jóvenes no puedan tener lo que nosotros tuvimos. Yo jamás sentí miedo en la escuela, ni en la ciudad ni cuando estuve fuera.
¿Y retos?
Tengo varios libros para aprender a tocar el violonchelo, el violín y la viola, quiero trabajar en los de contrabajo y hacer arreglos para que se puedan usar en las orquestas comunitarias.
¿Hay espacio para lo espiritual?
No sigo ningún rito, no soy budista, pero sí creo que hay que meditar, que hay que pensar sobre todo en la comunicación que no vemos. Para mí lo más importante es que nos tenemos que comunicar con las plantas. Arriba tengo un pequeño huertito, pero siento que ahí está el secreto. Siento que si nuestra prioridad fuera cuidar las plantas, tener un pequeño huerto y sembrar en donde pudiéramos, aprenderíamos mucho espiritualmente, porque las plantas se comunican de una manera que no nos imaginamos. Siento que esa es la esencia, que sí debemos conectarnos con el mundo en el que vivimos y eso nos va a dar una riqueza espiritual a otro nivel.
Admiro a las personas que tienen el don de la música, son generosas solo por eso, ya que nos hacen más vivible este mundo. Si, además, comparten su saber, fomentan su estudio y aprendizaje, su disciplina y esmero, entonces mi admiración crece a la par de su dedicación. Gracias, Pilar.
Para mí y mis hijas Pilar llegó en un momento muy delicado. A lo mejor ni ella lo sabe, pero el campamento en Atotonilco de 2017 cambió la vida de mis hijas. Ella es magnífica, vibrante y sobre todo humana. Te admiro Pilar, admiro tu trabajo, tu familia y agradezco infinitamente que compartas todo con nosotros!
Conozco a Pilar desde hace más de 15 años: es apasionada y fiel a sí misma. Fue la primera maestra de mi hijja que, desde entonces, vive abrazada a su instrumento.