Si empiezo a hablar de la menopausia van a saber que soy de edad avanzada y me van a etiquetar como vieja, cuando en realidad estoy en la plenitud de mi vida

Mi prima Silvia y yo siempre hemos sido muy buenas lectoras y cuando éramos chicas coincidió que leímos al mismo tiempo, poco después de que se publicó, en 1976, Raíces: la saga de una familia estadunidense, en la que el periodista afroamericano Alex Haley logra narrar la historia de siete generaciones de su familia, hasta remontarse a un joven de nombre Kunta Kinte, que es raptado en su natal África, desde donde es transportado hasta América para ser vendido como esclavo. Una narración cargada de muchas emociones y que nos hizo voltear a nuestro propio árbol genealógico, con la fortuna que de esa pareja Montero Butzmann de nuestros abuelos hay muchas y muy buenas historias, partiendo desde los bisabuelos de ambas raíces. Así que siempre he sabido que tengo una familia muy extensa, si bien es cierto que no conozco a la mayoría. En gran parte, porque el núcleo cercano ya es muy grande. Fíjense: mis abuelos tuvieron seis hijos, tres hombres y tres mujeres y todos se casaron, por lo que de ahí tengo once primas, cuatro primos, dos hermanos, una hermana, catorce sobrinos, trece sobrinas y un hijo.

Cuando mi abuela nos dio el archivo fotográfico de mi abuelo nos propusimos hacer una primera magna exposición en su tierra natal, Michoacán, lo que conseguimos en 2010; y en 2014 logramos montar otra de igual dimensión, pero con otra temática, en la Ciudad de México. Algo que obtuvimos como obsequio de ambas muestras fue reconectarnos con muchos familiares que habíamos visto poco hasta entones y conocer muchos otros, entre ellos mis tías Gómez Montero y mis primas Mayela Montero Miranda y Marisa y Adriana Gómez Dantes, por quienes siento un enorme cariño y con quienes, para mi fortuna, pude gestar una muy buena relación porque congeniamos de manera muy rápida. Pienso que si se hubiera dado la oportunidad de crecer de manera cercana nos hubiéramos llevado muy bien desde pequeñas.

Así que para mí es una doble fortuna que Adriana haya aceptado platicar conmigo acerca de estos nuevos cincuenta, porque además de ahondar en los aspectos que me interesaban me dio la oportunidad de conocerla mejor y de acercarnos más. Un vínculo que también se vuelve estrecho por el interés que ambas tenemos por la cultura, que sin duda es un valor que enriquece la vida.

Querida Adriana, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Llevo veintiséis años ejerciendo como abogada, con la interrupción clásica por mis dos embarazos, que es una problemática que como mujer me pegó muchísimo. En su momento, quise avocarme al cien con mis dos hijos, dejando de trabajar en los dos embarazos, hasta que dejé la lactancia y, al reinsertarme en la vida laboral y tener que actualizarme y recuperar la cartera de clientes, fue difícil. Lamentablemente, tuve una etapa en que sí me sentí muy decepcionada, entre la burocracia, que desgasta muchísimo el oficio en este país, por la falta de vocación de servicio, la ineficiencia y la poca capacitación del personal, así como por la corrupción y la desintegración de la sociedad. Pasé de tener muchos asuntos civiles, como juicios hipotecarios, mercantiles, compraventas, a la cuestión familiar, que es toda la cuestión testamentaria, la patria potestad, divorcios, pensión alimenticia, es decir, la problemática familiar, la más íntima, la más violenta, la más árida, la más pasional. Esa parte, como mujer sensible y empática, me la llevaba a la cama, lo que me estaba desgastando físicamente y que, además, coincidió con una invitación de mis tíos Lourdes Gómez Montero y Hans Peter Doster, a quienes agradezco profundamente, a participar en la Fundación Doster, que se dedica al cuidado del medio ambiente, en Cuernavaca, Morelos. Empecé a combinar el litigio con ir dos veces por semana a Cuernavaca, como parte del Consejo de Administración de la Fundación y me dio el patatús, un colapso total y ahí me dije: “Me encanta la abogacía, el cuidado del medio ambiente, pero ¿cómo funcionar como abogada en otro ámbito, sin el desgaste que estaba padeciendo?”. Estoy casada con un artista plástico, Octavio Moctezuma, que tiene una trayectoria profesional muy importante y una obra de gran formato, que la hace muy interesante y espectacular; y, además, me gustan los artistas plásticos, son personajes maravillosos, muy curiosos, muy generosos, entonces dije: “Vamos a meterle al arte” y me involucré mucho en la difusión del arte, con artistas como Aldo Flores, Vicente Rojo, Alberto Castro Leñero, Pablo Rulfo, Mónica Deutsch… Ahora estoy en esa disyuntiva: si podré llegar algún día a dejar de litigar para poder dedicarme al arte, que la verdad es una parte de la vida que nadie debería de dejar a un lado, y que ahora ya no podré dejar nunca. Respiro obras de arte desde la mañana, hasta la noche.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

Me siento bien. Tengo una alimentación bastante sana y me cuido mucho. En términos generales, estoy contenta con mi cuerpo. Nunca tuve anorexia o bulimia, lo que denota la aceptación de mi apariencia, y de mi cuerpo en general.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

Miro una mujer ya grande, con experiencia. Tuve que hacer una reflexión alrededor mío y valorarme, ante mi pareja, ante mucha gente y decir: “¿Saben? lo que he estado haciendo implica una buena friega”. Me veo al espejo y es así de “Mmta”, ya se ven los años, ya se ven las canas, me ha pegado la vida bien duro, en especial todo lo que implica el litigio, más aventarme a trabajar en la fundación para el medio ambiente, que fue una experiencia maravillosa, y luego mi interés en el arte. Todo eso genera un nivel de estrés importante y, obviamente, se reflejó en mi persona. A pesar de eso, veo a una mujer madura y plena.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

Estoy en plena menopausia. Al principio me pareció una cosa muy chistosa, pero está horrible el bochorno, no duermes, estás de mal humor. Cuando me dio el primer ataque de ansiedad pensé que era un paro cardiaco, me asusté, pedía una ambulancia y tuve que atenderme. Mis doctoras, mi ginecóloga y mi psicóloga, me dijeron: “Tienes una cruda hormonal”. Por primera vez en mi existencia mi cuerpo me estaba pidiendo medicamento, aunque trato de no tomarlo y controlarme con la respiración y la meditación. Las hijas de mis amigas se enteraron y me pedían que hablara con sus mamás, porque estaban pasando por lo mismo, pero no lo hablaban ni se atendían. Me di cuenta de que alrededor había un estigma, es decir: “Si empiezo a hablar de la menopausia van a saber que soy de edad avanzada y me van a etiquetar como vieja, cuando en realidad estoy en la plenitud de mi vida”. Me hubiera encantado que me hubieran dicho que todo esto me podía pasar.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Reconozco que la violencia contra la mujer es brutal y global, más si es de escasos recursos o indígena, como lo manifestaba la comandante Esther, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Hoy en día existe un movimiento feminista importante para visibilizarla y frenarla, pero aún sin éxito, dado el poder que el hombre necesita demostrar ante sus pares y ante las mujeres. Intento combatirla desde mi trinchera, en los juicios en materia familiar, pero falta capacitación, empatía y sensibilidad de parte de la sociedad y de las autoridades. Advertí, desde hace mucho tiempo, que la inserción de las mujeres en la población económicamente activa iba a generar más violencia en nuestra contra, porque implica igualdad de oportunidades, evidenciar las inseguridades de algunos hombres y, en algunos casos, competir por plazas que por años estaban destinadas al género masculino. Por otro lado, en mi experiencia personal, no puedo dejar de advertir que también hay casos de violencia en contra del hombre. Ellos, no en la misma proporción, también sufren acoso sexual y violencia. Es algo que muchos jamás dirían y, es más, cuando los hombres acuden conmigo a pedir asesoría legal, sabiendo a ciencia cierta lo que ocurre, cuando elaboramos la demanda o contestación a la demanda, me dicen: “Eso no lo pongas, eso tampoco”, no quieren hablar de ello, pero están violentadísimos, son cuates golpeados, insultados, denigrados y muy rara vez acuden a las autoridades. También me he dado cuenta de que algunas mujeres empoderadas se vuelven egoístas y, a veces, violentas. En ocasiones me llegan a decir: “Mis hijos me estorban” o, “me aburro con mis hijos”. No es fácil de creer, pero existe. Por otro lado, en el trabajo, en el 90% de los casos que he llevado me ha tocado como contraparte que el abogado sea hombre y siempre hay un desdén hacia mí como abogada mujer. Por el sólo hecho de ser mujer abogada te miran de una forma retadora, porque por supuesto no les gusta, se sienten intimidados o que estás invadiendo su ámbito laboral. En las audiencias, los hombres son muy dados a llegar acompañados y yo llego sola. Lo hacen para intimidar y como un desdén para la mujer. Yo tengo que estar bien plantada, sabiendo a ciencia cierta en qué estado está mi juicio para asesorar de la mejor manera a un cliente y, por supuesto, dispuesta a enfrentar a los envalentonados, que llegan en grupo, en plan mafioso. Aunque hay sus excepciones, en las que me encuentro con un abogado decente, profesional, sensible, con el que puedes hablar. Hay de todo.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

Para mí es muy importante. Tuve la fortuna de tener algunos novios antes de casarme y de tener un comparativo, no nada más como hombres, sino en sus distintas nacionalidades, porque anduve con un joven francés y uno español. Me di cuenta de que me encantaba el mexicano y me enamoré de Octavio Moctezuma cuando tocaba a Satie en el piano de la casa de mi padre, en San Ángel. Es un mexicano moreno, inteligente, maravilloso, que es médico y artista plástico. Ha jugado un papel muy importante en mi vida, por la estabilidad y la felicidad que me ha dado. Profesionalmente me ha apoyado siempre y es muy buen padre.

¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tu hijo y a tu hija?

Tengo dos hijos, Bernardo y Constanza Esther. Para mí, ser mamá ha sido maravilloso. Muy cordial toda su infancia, la adolescencia muy difícil con los dos, como todas las mamás, cometí errores que lamento y por lo que les he pedido perdón. Fue una etapa en la que había que ir soltando y aflojando y volviendo a jalarles las riendas, poniendo límites que, ahora veo, tuvieron buenos resultados. A mí Constanza me preocupa mucho, por toda la problemática de la violencia y trata de personas. Tratamos de guiarlos dentro de la problemática que estamos viviendo de inseguridad, con muchos valores y con mucha educación musical, literaria, artística. Lo que deseo es que sean felices, honestos, productivos, plenos.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

Me encanta, la sensualidad me parece algo maravilloso, porque está en todo. En muchas cosas, la sensualidad propia de una mujer, por ejemplo, desde la curvatura de su cabello o de su cintura; o la del hombre, en sus muslos, en sus brazos, en su tono de voz. O la sensualidad de un helado, con su textura. A mí me encanta la sensualidad y me encanta que la gente la use sin llegar a lo opuesto, que puede hasta ser vulgar. Pero es un tema que me gusta y me gusta que lo exploten las mujeres, para bien.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Obviamente se reduce, radicalmente. En el noviazgo sí era realmente pasional, no te quitabas los zapatos para el encuentro amoroso. Pero ahora sí hay relaciones sexuales, pero también hay mucho contacto, de todo el cuerpo, sin necesidad de tener una relación. Creo que también es un poco eso, o sea, suplir un poco la pasión, la entrega, por cuestiones menos intensas, el acompañamiento, como diría Kundera, lo importante de despertar con alguien, entrelazados. Pero sigue habiendo mucho amor, mucho contacto físico. Lo que yo procuro es mucho tocar, tocar y tocar. Por la menopausia la dejé por completo un rato, porque estaba completamente apagada, ya después resurgió.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

A mí me gusta ser una mujer sencilla, con propósitos y la exigencia del respeto a la mujer. También me gusta mucho lo superficial de la de la feminidad, la coquetería, me parece un juego agradable, siempre con buen gusto y la uso, sí, por supuesto. Mi mamá era muy coqueta, se pintaba el cabello, se pintaba las uñas, usaba unos aretes divinos, se maquillaba muy sencillo, se vestía muy bien e iba al salón. Del lado de mi papá tengo muchas tías profesionales y que también son muy coquetas. Organizaban en las reuniones familiares cantos y bailes, se súper arreglaban e incluso se disfrazaban, de ahí la coquetería, estaba en la familia.

¿Hay miedos?

Muchos, por la inseguridad, por los problemas del medio ambiente, por la política en manos de psicóticos como Trump o Bolsonaro, y los relacionados con el futuro de mis hijos y de su tranquilidad.

¿Y retos?

Un reto es la salud, otro la exigencia de la aplicación de la justicia en nuestro país, y uno más lograr contribuir más a la difusión del arte.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Lo estoy encontrando ahorita. Mi mamá era católica y nos quiso inculcar la religión, fuimos bautizados, y yo de muy chiquita veía la cuestión religiosa como un alivio a mi espíritu y a lo mejor me sirvió, sobre todo para sobrellevar la muerte de mi mamá cuando yo tenía catorce años. Pero no fuimos muy consecuentes, porque mi papá no era nada religioso. Ahora la cuestión espiritual la veo por el lado del arte, que nutre el alma y el espíritu.

2 Comments

  1. Adriana, una mujer hermosa que ha sabido equilibrar sus gustos, sus pasiones e intereses. Como ella, amo el arte, la cultura. ❤️

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