La sexualidad es infinitamente más que órganos sexuales, que una vida en pareja, es mucho más

Angélica es una reconocida periodista cultural, pero no se limita a dar cuenta de lo que ocurre en ese ámbito o de sus creadores; ella misma es una protagonista del quehacer cultural en México, pues forma parte del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU), el cual busca proyectar el valor de la cultura en el desarrollo nacional. Además, organizan diversas actividades, entre las cuales una que me parece muy relevante es el análisis del lugar que ocupa este sector en los planes de quienes resultan candidatos a la Presidencia cada sexenio, pues eso los obliga a redimensionar su importancia y pensar propuestas claras. Cuentan con Paso Libre, un portal especializado en las áreas de su interés, que abordan más allá de la divulgación, con análisis e investigación.

Desde sus afanes más personales, Angélica elaboró una muy completa biografía de Francisco Toledo a partir de charlas con el artista, Se busca un alma; editó un libro con sus colaboraciones en La Jornada Semanal sobre mujeres que han destacado en diferentes frentes, Mujeres insumisas; publicó Guerrillera por amor al arte, una biografía sobre la gestora cultural Miriam Kaiser y, entre otras actividades, es fundadora del Museo de Mujeres Artistas (MUMA), cuya existencia es virtual, acorde a los nuevos tiempos.

Cuando nos reunimos para charlar acerca de estos nuevos cincuenta fue en un café cerca de su casa y fue como si ya nos conociéramos, por su amabilidad y su amplia disposición a abordar todas las temáticas con plena confianza. Me pareció una mujer con gran entusiasmo por la vida y muy comprometida con su vocación profesional. Al estudio de Blanca llegó con muy buen ánimo y con el tiempo suficiente para conversar antes con nuestra querida fotógrafa. Sus retratos la reflejan muy bien, porque además logra iluminar el espacio en que se halla con su sonrisa y la luz que irradia desde su mirada.

Creo que Angélica tiene el don de la generosidad, con sus saberes, con su trato, con su particular sabiduría. Es en verdad un gran privilegio que sea parte de estas Poderosas 50.

Querida Angélica, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Muy feliz, contenta, plena, libre. Con muchas ideas y con ganas de hacer muchas cosas, que a veces de tantas no sabes ni por dónde empezar. Muy contenta con mis gatos, porque desde el punto de vista personal me encuentro con un temperamento que creo que soy muy gato. Tengo dos gatitos machos y una hembra y ha sido como espejearme en los gatos. Me encantan, me caen muy bien, justo por esta actitud que podría parecer huraña, de repente, y yo creo que soy muy así: de repente muy contenida. Pongo distancia y después me enamoro de la gente o de las circunstancias y caigo redondita, pero siempre estoy manteniendo cierta distancia, cierto cuestionamiento para ver de reojo las cosas. Me encanta esa forma de ver la vida, no caerte como desbocada y tampoco ser de total sumisión, como un perrito, que además suele ser incondicional.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

Estoy en el mejor momento, creo que porque hago yoga desde hace quince años y sí te cambia, te alarga el cuerpo, te lo hace más dúctil, dócil, fuerte, pero suave. Esa combinación me gusta muchísimo y, pues, muy feliz. Bajé de peso, sin dieta. Nunca fui gorda, pero de niña mi papá me decía “chaparrita cuerpo de uva” y yo me ponía histérica. No quería ser gorda, no quería el cabello chino. Lo quería parejito y lo quería lacio y quería ser flaca, obviamente, como las chicas yeyé.

¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?

Creo que los estereotipos están ahí. Los alimenta la gente, los alimentan los medios, las marcas, la incomprensión, la falta de información y muchas veces los alimentamos nosotros mismos con nuestra forma de ver y de actuar, pero tenemos toda la capacidad de no hacerles caso. Simplemente darte la vuelta y decir: “Yo soy otra cosa”.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

Mi idea de los cincuenta era otra cuando los veía desde fuera, como una señora ya madura, grande, ya más cercana a la tercera edad que a la juventud. Y ahora, creo que los cincuenta y seis no se reflejan ni en mi cuerpo, ni en mi cabeza, ni en mi corazón y eso me parece maravilloso. Son otros cincuenta a los que tú veías. Mi mamá se murió a los sesenta y tantos, diez años más que yo, y en diez años quién sabe que vaya a hacer, pero seguramente no voy a ser esa imagen que tenía de mi madre.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

Una mujer intensa. Creo que la vida en colectivo está cada vez más difícil, es decir, socialmente es un momento muy álgido. A veces tomar decisiones drásticas o desde la emocionalidad sí ayuda, para ofrecer posturas críticas frente a algo que te disgusta, sea en lo profesional, amoroso o familiar y me gusta lo que veo, sin complacencias. No me gustan tanto las arrugas, pero uno trata de cuidarse. No me siento de cincuenta y seis, para nada.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

Creo que la menopausia no pasó por mí con todos los estragos que he visto en otras amigas, tiroidal y todo eso, subir de peso, tener bochornos. Quizá los cambios de humor sí. De repente si dices: “¿Por qué estoy enojada?”, pero creo que el yoga me ayudó un poco a matizar las emociones.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Vengo de un matriarcado, mi madre era guatemalteca y ella, con su abuela y su bisabuela, vinieron a México por la primera mitad del siglo XX. Eso me tocó, lo mamé y lo traigo en la sangre, entonces eso me ayudó toda la vida. Mi mamá fue una mujer que dejó de trabajar muchos años por mi padre, un hombre provinciano muy conservador que ahora vive conmigo, de noventa y tres hermosísimos años. Ya cuando fuimos grandes mi mamá regresó a trabajar y yo tenía esa imagen de una mujer fuerte, ruda, muy independiente. Ahora, incluso a la distancia, veo que ella jugaba el rol masculino, porque era la que llevaba las riendas, mientras mi papá es la parte más dulce, a pesar de ese machismo. También mamé eso. Decidí estudiar periodismo y trabajo desde los dieciocho años. Fui independiente de todas las maneras posibles desde muy joven, me casé y al principio fue un matrimonio de dos jóvenes, yo de veintidós y mi ex marido de veinticuatro, donde a veces yo era la que sostenía el matrimonio. La cuestión de género la viví así, no tanto de la teoría, sino de la práctica. Ya en la labor de periodista he conocido a mujeres fundamentales en mi vida, más allá de la teoría, más en la vida y en la amistad. Mujeres como Lucero González, que es una fotógrafa y una feminista maravillosa, muy libre y desmadrosa. Me gusta ese tipo de feminismo, que no es militante, que no es agresivo, que no es contra los hombres. Éste último no me gusta, porque creo que ahonda poco en el conocimiento humano, el conocimiento del otro. A mí me gustan muchísimo los hombres, los admiro, los respeto y también puedo odiarlos en sus posturas, pero prefiero más el diálogo. Prefiero eso a la confrontación, aunque no la rechazo de inicio.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

Me casé joven y fui muy feliz. Fue una etapa de mucho goce, donde iba creciendo muy a la par con mi vida profesional, en una profesión muy demandante, que es el periodismo; estaba en La Jornada, en su mejor época. Aunque ahora, a la distancia, veo que por la chamba sí me perdí muchos domingos familiares. No hubo una etapa de confrontación, pero de repente las cosas cambian. Mi mamá murió luego de una larga enfermedad y cambió la relación conmigo misma, porque sí creo que la madre es tu raíz. Además, coincidentemente, renuncié a La Jornada después de quince años de estar ahí, muy arropada y de la estabilidad que representaba, no sólo económica, sino profesional. Me costó entender esa orfandad en que te quedas, que es muy fuerte. Me puse a hacer un libro sobre Francisco Toledo y a tener todo el tiempo para mí, lo que fue muy confrontante. Te das cuenta de que con tu pareja no estás mal, pero que quieres estar de otra manera. La frase que le dije a mi ex marido fue: “Mira, tú y yo podemos seguir, pero vamos a ser mediocres y yo lo que menos quiero en la vida, al menos conscientemente, es ser mediocre” y terminamos. Seguimos siendo muy buenos amigos, eso es un privilegio para mí. Tuve algunos novios y un viaje a Portugal que me cambió. Ahora no lo hago porque tengo la responsabilidad de cuidar a mi papá; aunque tengo dos hermanos, varones, siempre se hacen un poco de lado y también yo lo asumí porque soy la única mujer, el sándwich, la de en medio, y también porque mi papá me dijo: “Quiero estar contigo”. Tengo una muchacha que me ayuda, porque sí creo que es una carga fuerte, es una edad más vulnerable. Ahora, con esta nueva pareja ha sido menos tranquila porque ya no me volvería a casar. Me siento mucho más libre que antes, pero quizá somos muy parecidos. No coincidimos en muchas cosas, a veces hay choques, pero está padre porque te ayuda a mantener tu distancia, aunque a veces es un poco cansado. Asumo que me gusta la vida en pareja y la disfruto y trato de salir adelante de todos los posibles conflictos, porque una vida en pareja involucra conflictos de inicio, la etapa rosa y hello kitty no existe. Creo más en todos los matices posibles del amor y trato de que sea una relación honesta, aunque sea menos confortable. Vivimos juntos. Ahorita está fuera de la ciudad por un proyecto y creo que esos momentos te dan mucho aire y yo necesito mucho aire, te digo que soy muy gato; antes a lo mejor era más perro, ahora soy más gato. Soy muy feliz con esos momentos de aire, porque mi pareja es muégano. Yo le digo: “Tú eres muégano y yo soy anti-muégano”. Tengo un amigo que hace ese chiste de la pareja toalla: tú allá y yo acá, y me gusta, creo que de verdad es una relación más libre y abierta. Él tampoco tuvo hijos y eso facilita las cosas. No hay hijos de ninguno de los lados. En algún momento pensamos, no sé si lo vayamos a hacer, o por lo menos no todavía, en adoptar un niño, por ahora tenemos perros y gatitos. Sus dos padres viven, ya grandes también, con algunos problemas de salud y creo que con eso tenemos suficiente por el momento.

Cuéntame más de esa posibilidad de la maternidad…

No tuve hijos, fui de esa generación que decidió crecer profesionalmente. En el momento en que tuve la chispita biológica no se dio. Pero creo sobre todo que es una decisión y que puedes ser madre de muchas otras maneras.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

Vivir es sensual. Creo que en ese aspecto las mujeres y los hombres vemos diferentes las cosas. Tenemos la posibilidad de no dar por hecho lo que otras gentes dan por hecho y ver a la hermosura de un momento especial con un haz de luz. Eso es sensualidad, la capacidad de ver la belleza en las hojas, como cae la luz y es todo y es nada. Todo el tiempo estamos viviendo eso y no nos damos cuenta, porque estamos metidos en nuestro pedo intelectual, o porque se te va el pesero, o porque ya no llegaste a tu cita porque hay una marcha en Reforma, en fin, la vida nos come y no nos deja ver lo que es realmente importante.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Es la mejor parte, es de verdad la mejor parte. Me veo ahora y me veo a los veinte y digo: “Que desperdicio”, de verdad. Sí creo que entre más creces a uno se le abren muchos canales. Sí eres capaz de verlos, porque te conoces más, porque te gustas más. Pienso que es un regalo ser mujer. La sexualidad es infinitamente más que órganos sexuales, que una vida en pareja, es mucho más. Puedo hablar así porque tengo pareja y aunque no la tuviera.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

A mí me marcó muchísimo mi abuela. Ella se arreglaba mucho y yo crecí con ella, porque dormíamos en el mismo cuarto. Era una viejita súper coqueta, se pintaba el pelo y los labios, a diferencia de mi madre. Lo que mi madre hizo a los quince años fue darme una barrita de sombras de Avon. Me acuerdo muchísimo de los colores, era una gama de cafés, pero tenía unos azules. Me dijo: “Toma, porque no quiero que seas como yo”. Tenía un cutis precioso, pero sólo se pintaba los labios, jamás se maquilló, ni se puso rímel, jamás. Me quedé: “¿Cómo?, pero si mamá es tan bonita”. Después lo comprendí, era como decirme: “Yo quiero que te arregles” y a mí me gustó, me gustó la coquetería. Creo que soy una mujer muy femenina, me encanta serlo. Me gustan mis rulitos, ahora sí me gustan. Pero esa frase de mi mamá me impactó muchísimo. Aunque creo que ella era muy femenina, a su manera, sí me marcó mi abuela materna. En yoga te marcan mucho estas energías, la energía más suave, luna, y también tengo una parte muy masculina, puedo ser muy reacia y muy así, tengo todos los niveles.

¿Hay miedos?

Tuve un miedo muy presente. La muerte de mi madre me pegó muchísimo. Es una mujer que me hace falta cada día de mi vida. Ahora lo puedo hablar, pero antes se me quebraba la voz. Tenía sesenta y tres, muy joven, una diferencia con mi edad que hoy no es nada. Eso me generó cierto miedo, pero en realidad hoy no le tengo miedo a la muerte, a lo mejor suena mamón, pero no, me ha ayudado mucho la meditación y he hecho algunos talleres. Hay uno que me gustó mucho por lo confrontante, porque era como enamorarte de la muerte o hacer las paces con la muerte. Fui con mi suegra actual. Ella perdió a su hijo de cuarenta y dos años y eso los marcó muchísimo. Así que fuimos y fue muy lindo porque era morirte, para ver de quién te despedías, qué querías decirle a la gente, a tus amores. Tenías que hacer una especie de ritual con una carta y dejarla ahí para el día que te mueras, decir qué quieres que hagan con tu cuerpo, cómo quieres ser recordada, cómo quieres despedirte, con una foto tuya. Me pareció muy bonito, porque ves la parte dulce de la muerte. Cuando murió mi mamá le agradecí infinitamente que nos haya esperado para exhalar su último aliento, hubiera sido muy feo que hubiera visto al techo o a una enfermera. Le agradezco que nos haya esperado, a mi papá y a mí, para morir, lo veo como un regalo. Tuve un poco de miedo hace unos años, me detectaron en el seno derecho unas pequeñas calcificaciones que dijeron que eran rango 4B no sé de qué madres. Me hicieron una biopsia y al final no era cáncer, pero ese lapso de incertidumbre era el dolor de decir: “Puta, cáncer, que horror la quimio y todo”. Ya estaba en otro pedo, eso fue de miedo, pero miedo ante esa parte dolorosa, no el desenlace, sino al proceso y a la eterna pregunta de por qué yo. La doctora Lara, maravillosa, me decía: “¿Y por qué tú no?”. Esa parte de mujeres fuertes que te confrontan me decía: “A ver pendeja, ¿y por qué tú no?” y tenía razón. Me gusta que me confronten esas mujeres, es: “Chíngale, tú vas a poder” y cambias el track de decir pobrecita. Salí bien, ahorita estoy bien, cada año que toca hacerme la mastografía voy temblando. Son como instantes y eso es lo chingón, que no te quedas ahí, estancada en el drama, ni en la euforia ni en el enamoramiento pendejo y eso está padre, la vida es eso. La felicidad, la tristeza y el miedo son instantes y el chiste es aceptarlo, decir: “Estoy de la chingada” y llorar. Soy rebuena también para hacer llorar a la gente y que la gente llore conmigo, porque está sanando, yo lloro con ellas y después estamos muertas de risa. Me gusta eso, la autenticidad de las emociones, no guardarte. Me caga cuando la gente dice: “No llores”. Llora cabrón, si estás triste llora y llora, lloramos juntos y al rato nos contamos chistes, porque así es la vida.

¿Y retos?

Disfrutar a mi padre, disfrutar más la vida y seguir siendo honesta conmigo misma.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Desde que hago yoga y meditación budista, hace unos quince años, encontré un sendero espiritual en mi vida que agradezco infinitamente porque es mucho más amplio y compasivo y acorde a mi cotidianidad, que la religión católica, apostólica y romana que mamé en el seno familiar por pura tradición y sin tanta convicción. En ese sentido, lo espiritual significa mucho: fuerzas superiores, incluso energéticas, a las que agradezco estar viva, sentirme privilegiada por tener un cuerpo más o menos sano y completo, salir a caminar en la calle con cierta confianza de que llegaré en la noche íntegra, hacer una tarea diaria para tener compasión y bondad ante todos los seres vivos que me rodean. Todo eso me ayuda a tener menos soberbia y a agradecer mi propia vulnerabilidad ante el aire que respiro, la movilidad de mis músculos y el misterio de la vida al plantearme las muchas preguntas que no puedo responderme.

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