Antes me decían “señorita” y me daba risa, pero cuando me dicen “señora” es como “¡híjole no, ya tengo cincuenta”

Elisa Orozco, diseñadora y amiga, con quien he coincidido en varios proyectos en los que suelo colaborar con mi querido amigo Luis Rodríguez, fue quien me sugirió incluir en estas Poderosas 50 a Cristina Picazo, hablándome maravillas de ella. Le llamé, le platiqué del proyecto y tras aceptar la fui a entrevistar a la Clínica de Rehabilitación Humana que ella dirige. Me parece en verdad un ser excepcional.

Poco después me invitó a desayunar a su casa, que en realidad es como muchas casas en una y al recorrerla sientes que estás en el maravilloso mundo de Alicia, con puertas que se abren a espacios mágicos. Su terraza, que está a la altura de la copa de los árboles de la avenida Mazatlán, en la Condesa, es un espacio acogedor donde destacan las orquídeas. Es tener un pedacito de paraíso para alejarte de las preocupaciones diarias y disfrutar.

El 19 de septiembre de 2017, como bien saben, a las 13:14:40 se produjo un sismo de magnitud 7.1 con epicentro en Axochiapan, entre Morelos y Puebla. Fueron muchos los estados afectados, incluyendo la Ciudad de México, donde se registraron derrumbes de importancia, entre ellos el de un edificio de oficinas localizado en la avenida Álvaro Obregón 286, a unos pasos de la clínica de Cristina, donde fallecieron 49 personas y lograron rescatar a 30 con vida. Era prácticamente imposible pasar por ahí, pues los servicios de emergencia tenían tomada la calle para estar más cercanos al lugar donde eran requeridos. Para apoyar, Cristina les abrió las puertas de su clínica a los rescatistas para que pudieran descansar, refrescarse, comer algo lejos del polvo inevitable. Sin duda, esa decisión describe muy bien su carácter generoso y solidario.

Después, nos hemos escrito y llamado algunas veces, pero en verdad espero se den los momentos propicios para cultivar más la amistad, pues es un ser digno de aprecio y de charlas gozosas e inspiradoras.

Cristina, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Estoy triste porque falleció mi esposo, pero a la vez tranquila porque vivimos veinte años como pareja más que el calificativo de feliz, con mucho amor y mucho cariño. De ahí en fuera estoy tranquila, tengo una hija de dieciocho años, un trabajo que me gusta mucho, que es una parte de mi desarrollo y, pues, estoy viviendo el duelo. Fueron veinte años con un hombre maravilloso, era arquitecto, Manuel Larrosa. En el caso de nosotros yo me quedé con una parte de él y eso es lo difícil. Hicimos muchas cosas juntos. Imagínate vivir con un arquitecto y estar en remodelación veinte años, porque él diseñó la casa. Era muy grande, entonces primero la dividimos en dos, pensando en la hija, y después hizo cinco casas de mi casa. Me dejó muy buen recuerdo de mi relación. Soy ortesista protesista y tengo la clínica, que nos costó mucho trabajo. Construimos la parte de abajo y nos fuimos subiendo: está dedicada a la elaboración de prótesis para gente que tiene algún tipo de amputación, por trauma o por enfermedad. Lo que hago los vuelve a la vida. También veo la cuestión postural, porque no somos tan simétricos. Soy la primera persona en México en poner una prótesis biónica, fue muy reconfortante. Significa estar en la última tendencia tecnológica para poder dar un beneficio; a la vez es muy decepcionante, porque el recurso que se necesita es muy alto, son carísimas, por lo que no llega a la población que yo quisiera. Me gustaría llegar a una cuestión de humanismo, donde la sustitución de las piernas no cueste. No vale más la pierna de un obrero que la de un empresario, es ponerlos a caminar y recuperar sus actividades.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

En esta etapa en que todo va cayendo por propia gravedad, mi planeación es quererme, hacer ejercicio, no dejarme, pero estoy en una etapa de una pérdida muy importante, aunque también me queda claro que aquí no acaba la vida. Voy a intentar trabajar con eso para volver a tener una vida satisfactoria para mí, no sé si con pareja o sin pareja. No sé si pueda desprenderme de esta compañía que todavía tengo. Fíjate que es algo que he experimentado, que yo soy parte de Manuel, porque estábamos como fundidos, muy compenetrados. Falleció de cáncer de pulmón. Era una persona grande cuando lo conocí, pero extraordinario, con espíritu joven.

¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a los que nos enfrentamos las mujeres?

Vivimos en una sociedad tan física, que tienes que estar de este tamaño, súper flaca, no tienes que tener un pelo, no tienes que oler… Oye, pero si nacemos con pelo. Por otro lado, estamos en una etapa de mucho confort. No queremos que nos duela nada y eso también empieza a dejar de ser un poco humano.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

Antes me decían “señorita” y me daba risa, pero cuando me dicen “señora” es como “¡híjole no, ya tengo cincuenta”. En los cincuenta dices: “Ya estoy más para allá, que para acá”, entonces te vas suavizando. Si tenías alguna diferencia con algún hermano lo suavizas, si estabas peleado con otro dices: “Ay, ya”. Hay cosas que cambian un poco, te suavizas o te relajas. Nosotros lo veíamos: mi mamá era muy dura y cuando grande se fue suavizando. A mí me daba coraje de chica, pues me traía en friega y ahora, por ejemplo, llora. Ahora la entiendo perfectamente, porque la vida es tan problemática, que ya no quieres estar metida en las discusiones y en la resistencia.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

Hay cosas que no me gustan, pero nadie quiere verse en el espejo. Yo lo veo con los pacientes que no tienen una extremidad, porque los tienes que poner enfrente del espejo. También es una cuestión de costumbre y aceptación y de decir: “¿Qué puedo modificar que no me gusta y qué no puedo modificar?”. Ya no tiene uno quince años, pero tampoco se trata de decir: “Aquí ya me dejé”. Hay que seguir viviendo estando bien con uno, como estés. No creo en las fórmulas que dicen que tienes que pesar 40 kilos y tienes que estar yendo al gimnasio. Desgraciadamente, perdemos mucho tiempo en eso. Cuando la gente tiene la pérdida de un miembro, que es muy cruenta, está enojada y llega conmigo de esa manera, enojada, rechazando la unidad protésica, claro, otros aceptándola, porque hay de todo, pero tienes que entender más que soportar. En ese sentido, por ejemplo, cuando te ves a la cara y observas que ya te salió una arruga, que no se te va a quitar o que ya tienes un poco de papada, luego dices: “Híjole, ya estoy a mitad de siglo, ya estoy más para allá que para acá”. Y de repente, a lo mejor dices: “Híjole, ¿y si me opero?”, pero dejas de ser un poco tú. Y sí hay gente que se opera, mi hermana se operó y está fascinada, lo importante es que te sientas bien. Entonces, no importa si te operas o no, el chiste es que te sientas bien, tranquila y a gusto contigo y con los demás.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

Ay no, me quitaron la matriz hace ¿cuánto?, cinco o seis años, aunque me dejaron los ovarios. No me interesa, soy friolenta, jamás he ido al ginecólogo para que me dé pastillas y demás. Creo que, o soy muy sana o nunca me he comprado la idea del deterioro, porque pienso que es un poco sugestión y otro poco realidad. A mí no me dolía absolutamente nada. Cuando me dolió horrible fue porque tenía miomas y tenía anemia.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Por supuesto que me han discriminado por ser mujer. Trabajé muy chica, desde los catorce años, y en mi medio en un porcentaje muy grande son hombres. De hecho, soy la única mujer en mi nivel. Casi no convivo con ellos, porque son de irse a cantinas. La socialización es en un nivel un poco primitivo y si tienes un amigo enseguida piensan que andas con él, eso lo he padecido muy fuerte. Un día si le dije a un colega: “Oye, si me acuesto con todo mundo estoy regalando mi trabajo, ¿no crees?”. Porque si yo me acostara sacaría más que en lo que hago, donde hay que usar hornos, estar aspirando la resina, soportar la tensión de ver caminar al paciente, que no se moleste. Pero hay machismo en todo el mundo, por ejemplo, trabajo mucho para una compañía transnacional alemana y ahí, si tú te enojas, parece que eres el diablo o la tonta o la histérica, o que ya le bajó o de seguro no se la cogieron, ya se sabe cuáles son los calificativos cotidianos de los hombres de mi medio. Ah, pero si se enoja un colega mío “¡Uy! se enojó el señor”, o sea, sí hay una diferencia. Ya no lo tomo como broma.

¿Qué papel ocupa en tu vida la pareja?

He tenido pocas parejas, pero me han idolatrado y la mejor experiencia fue con Manuel, mi ex esposo, que es un compañero que todavía tengo dentro. Con él fue el compañerismo, el trabajo, las discusiones, el amor, la hija, los pleitos, todo se dio en una combinación de la que me siento sumamente satisfecha. No sé si me volvería a casar, pero sí tendría una relación, aunque Manuel me puso la vara muy alta. Por lo pronto estoy bastante tranquila. Me quedé con muy buen sabor de boca con las parejas que he tenido. Manuel falleció de ochenta y cinco años, cuando yo estaba por cumplir cincuenta y uno. Yo no lo veía con esa diferencia, sino como de mi edad. Era un hombre muy vital, muy talentoso en lo intelectual, compartimos mucho. Creo que él fue en parte protesista y yo en parte arquitecta.

¿Cuáles han sido los desafíos para educar a tu hija?

A mí me daba horror la posibilidad de un hijo, porque yo no quería hacer un macho, eso me preocupaba. Creo que mi hija me conoce demasiado bien, entonces siempre hay choques, que es lo que estoy viviendo ahorita, pero también por la adolescencia.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

La sensualidad la vivo todos los días, porque no es nada más la cuestión sexual, sino una parte de sentirte hasta bien contigo, de disfrutar la tela de algodón, los zapatos cómodos. La clínica es unedificio muy sensorial, tiene muchas curvas. Manuel decía que estaban inspiradas en mí, que soy redonda. La sensualidad la vive uno día con día, está en nosotros, en el trabajo, en el trato.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

Tuve una vida sexual con Manuel muy plena, a pesar de la edad. A partir de que enfermó se canceló. Ahora estoy bastante tranquila, pero en otra etapa sí pienso ejercerla, como se pueda, cuando se pueda y tengo que preguntarme para qué la quiero.

¿Cómo ha sido en tu caso la vivencia de lo femenino?

¡Ay, no creo que yo sea femenina! Mi mamá era muy femenina, yo soy la antítesis. A lo mejor porque me desenvolví con hombres tengo el lado rudo. Desde los catorce años soldaba aparatos ortopédicos para los de secuela de polio. Tenía una moto, iba y venía. Después trabajé en el negocio familiar, similar a éste y luego me independicé. Me fui a El Salvador para hacer prótesis para los amputados de guerra, siempre he estado en la trinchera. No uso falda porque tengo que estarme parando o hincando. Yo me hallé con pantalón, zapato de plataformas o piso. Por otro lado, sí tengo un gesto femenino, no como convencional, pero sí un toque. Tengo una colección de lentes de todo tipo de colores. Digo, si ya estoy miope, pues hay que usar los lentes de modo que uno se sienta bien.

¿Hay miedos?

El único miedo que me da es el mundo, que no está muy bien, por mi hija. Pero pues en todas las etapas también se ha vivido el temor.

¿Y retos?

Muchos, mi trabajo es lo primero y el desarrollo de mi hija. Tengo la fortuna de siempre estar cerca de la gente más pobre y de la gente mediana, en todos los aspectos económicos, nunca he dejado de atender a la gente y hacer trabajo social y espero seguir haciéndolo.

¿Hay espacio para lo espiritual?

Me hace falta, porque le he dado prioridad al trabajo. Soy un poco hiperactiva y no me he detenido, nada más por lo de Manuel. Pero sí quiero acercarme un poco a esa parte de la espiritualidad, llámese yoga, budismo, religión, lo que tú creas, pero algo que te haga bien a ti mismo, como un reencuentro contigo. Pienso que sí me hace falta. Me he distraído en el trabajo cotidiano, en lo inmediato. Sí necesito estar en mí.

One Comment

  1. Cristina, con su duelo a cuestas y su voluntad como motor. Yo, después del accidente, usé un tiempo una prótesis externa, la odiaba, pero fue muy necesaria para mi proceso de volver a caminar. En ese tiempo conocí a una amiga que como consecuencia de un accidente le amputaron una pierna. Tuvo la fortuna de que su seguro le cubrió el gasto de una prótesis biónica que le permitió recuperar prácticamente toda la actividad que hacía antes de su accidente. Quizá esa prótesis la hizo Cristina… no lo sé, pero sí me queda clarísimo que su labor le devuelve la calidad de vida a muchos. ¡Gracias!

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *