Gabriela Durán Beltrán

Una mamá en casa e infeliz hace más daño que una mamá fuera de casa feliz y realizada

Cuando terminé la universidad, hacia finales de 1988, ni siquiera me había planteado dónde me gustaría trabajar, cuando una amiga de mi mamá le comentó de una posibilidad. Así fue como fui a entrevistarme con Gaby y se convirtió en mi primera jefa. Era un área de Televisa que se llamaba Sistema de Información Logística (SILOG) y que se dedicaba al análisis de prensa, lo mismo que a hacer investigaciones exprofeso para apoyar la realización de programas especiales, entre otros, los que hacía Jacobo Zabludovsky cada fin de año o Ricardo Rocha cada final de década. Recuerdo que también investigamos, sin Internet (no existía) las semblanzas de todos los literatos e intelectuales que invitó Octavio Paz a unas reuniones que se televisaron y que fueron organizadas por la revista Vuelta. Como la investigación y el análisis siempre me han gustado fue un periodo que disfruté y del que aprendí, aunque Gaby duró poco tiempo como mi jefa, como cuenta ella en esta charla.

Recuerdo que, tiempo después, la apoyé en algunas actividades editoriales que hacía desde su casa. Luego, por muchos, muchos años nos perdimos la pista, hasta que el Facebook la regresó a mi vida y volvimos a vernos. Entonces ella trabajaba en el área de Recursos Humanos, con una visión muy enriquecedora, de un pequeño laboratorio mexicano y me invitó a hacer el libro por sus sesenta años. Fue una grata manera de reencontrarme con ella, no sólo en el plano afectivo, sino en el profesional. Aunque ya no se dedicaba a cuestiones de comunicación, puedo asegurar que era una versión mejorada de Gaby, pues se notaba lo mucho que se había preparado para esa nueva responsabilidad.

Volverla a tener presente en mi vida ha sido muy grato, tenemos amistades en común de esos primeros años de mi trayectoria profesional, como las queridas Verónica Alcérreca y Fabiola Murillo, lo mismo que de años más recientes, como Marina Rodríguez, quien también forma parte de las excepcionales Poderosas 50. Gaby nunca ha dejado de crecer y desarrollarse en todos los planos de su vida, y ahora ya de manera independiente se dedica a otra faceta desde la que ayuda a otras personas que, como ella, están en búsqueda de la continua superación. Con Gaby compruebo que nadie tiene un destino marcado y que, a la edad que sea, puedes girar el timón y encaminarte a donde la vida te haga sentir bien, en paz contigo y con los demás. ¿No es una maravilla?

Querida Gaby, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Estoy muy contenta, me siento orgullosa de tener a mis hijos ya grandes. Siento que estoy en una etapa de plenitud y completud, porque puedo hacer lo que yo quiero y no, porque también tengo responsabilidades. Me estoy dando cuenta de que mi cuerpo ya no es el mismo, estoy empezando a hacer yoga y me siento como hipopótamo de Fantasía, por la falta de flexibilidad. Puedo elegir con quien estar e incluso puedo elegir las reacciones que tengo con personas que no me agradan o que me generan conflicto. Todavía tengo energía para seguir haciendo cosas. Creo que cuando era joven no sabía disfrutar, siempre me preocupaba mucho por todo y ahora ya no. Es otra cosa que me gusta.

Platícame cómo es la relación que tienes con tu cuerpo…

He estado cayendo en consciencia de que por muchos años me olvidé de él. Hace diez años empecé a engordar y a tener un sobrepeso importante y hace seis empecé a ir con una doctora que me dijo: “Estás a un kilo de tener obesidad mórbida”. Me empecé a preocupar y es curioso, empecé a adelgazar al ponerle atención a la comida. Luego, desde que empecé a estudiar constelaciones familiares me empecé a hacer muy consciente de mi cuerpo, de lo que sentía, de las emociones y de cómo se reflejaban en el cuerpo. Ahora estoy haciendo otro pacto con mi cuerpo, como de reinicio y reconexión.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

Hemos oído que la menopausia es un gran monstruo que convierte a las mujeres en monstruos. Sin embargo, es importante mirarla con sus luces y sus sombras. Evidentemente es una transformación profunda, tanto física, como mental y espiritual. Todo este proceso es fuerte y es lindo. En mi caso ha sido liberador, es una etapa de fertilidad diferente. Ahora concibo proyectos y comparto la vida desde un nuevo lugar. Mi cuerpo, mi mente y mi espíritu están preparados para gestar amor, ahora, desde el corazón.

¿Cuál ha sido tu experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

No me gusta adoptar la postura de víctima, porque entiendo que sí es difícil ser mujer en este país, hay que luchar mucho. En mi vida ha habido desafíos muy complicados y van incluidos en este costal. Como mujer trabajadora, en mi primer trabajo mi jefe me dijo: “Gaby, estás embarazada, ya no serás tan explotable como antes, vete, ten todos los hijos que quieras y cuando ya no quieras tener hijos vienes y me pides chamba”. Me sentí muy enojada y ese fue el primer latigazo, mi primer enfrentamiento con la misoginia laboral. Posteriormente, me dediqué varios años a trabajar mucho desde mi casa, porque me casé y, por diversas situaciones, en algún momento, yo me sentí muy enclaustrada. Resurgí laboralmente cuando me divorcié. Curiosamente, elegí una empresa donde casi eran puros hombres. Mi jefe cuidaba mucho mi reputación, porque era un medio machista y era fácil que te etiquetaran. Pero hubo una asamblea en Mérida y yo tenía que contactar al tesorero, para unas firmas, y me dijo: “Te las doy, pero tienes que ir a mi habitación”. Me negué y al día siguiente el tipo me seguía, me agarraba la mano. Le dije a mi jefe y lo sacaron del consejo, pero un par de años después entró un nuevo presidente y me convertí en su capricho. Otra vez me enfrenté a un macho, pero esta vez con mucho poder y con una autoestima muy baja; un día en un evento social me acosó en extremo, hasta me dijo que me iba a violar enfrente de su chofer. Dos semanas después perdí mi trabajo. Llevaba seis años ahí. En otra ocasión, me invitó una amiga a su boda y me hospedé en casa de sus padres. Yo ya estaba casada, pero esa vez mi esposo tenía trabajo y no pudo ir. Regresé antes de la fiesta y me metí a dormir, al rato entra el papá de mi amiga bien borracho y me empieza a decir: “Gaby, eres el amor de mi vida” e intentó besarme. Me asusté mucho. Era un hombre al que yo respetaba y no me esperé jamás esto. Como pude le dije que se fuera y me dijo: “No me voy a ir”. Entonces, como no hay borracho que coma lumbre, le dije: “Váyase porque voy a empezar a gritar y aquí junto está la habitación de su esposa”, pero al día siguiente la que se sentía culpable era yo. Asumí una culpa que no me correspondía y este tema de liberarte de la culpa es lo que más me ha costado, pero creo que sí he hecho un buen trabajo para superar las secuelas de esto. El acoso sexual, que está tan normalizado, ha sido un tema en mi vida y hoy he logrado capitalizar el conocimiento que estas y otras experiencias me han brindado y puedo guiar a otras personas para que se liberen de este trauma y sepan cómo poner límites adecuados para su protección. Sé que los hombres también lo padecen, pero estadísticamente es más frecuente para nosotras. Creo que la equidad de género debe empezar por el respeto a SER y a EXISTIR tal como somos, diferentes en la forma, pero iguales en derechos. Debe basarse en que puedas caminar libre por la calle, sin riesgo a que te vulneren, en que puedas trabajar con las mismas condiciones salariales y sin que seas mirada como un objeto que alguien con poder pueda poseer.

¿Cuáles han sido los desafíos al educar a tus hijos?

Cuando joven, no tenía el sueño tradicional de casarme y de tener hijos. Sin embargo, las circunstancias de la vida me lo propusieron como un camino viable. Encontré un hombre lindo y empezamos un proyecto juntos, y a los seis meses de casada ya estaba embarazada. Esto estaba fuera de mis planes. Yo quería seguir trabajando y desarrollándome. Me sentía frustrada, porque intuía mi futuro laboral inmediato. Sin embargo, un amigo muy querido me hizo recapacitar y me hizo darme cuenta de que recibiría el regalo más grande que alguien puede recibir, y gracias a esto empecé a disfrutar el lado bueno de ser madre joven. Me divertí mucho y hoy extraño muchísimo el tener hijos chiquitos, porque jugaba mucho con ellos y ahora ya no me invitan. Me las he arreglado para estudiar, para viajar, para hacer lo que me gusta, para divertirme, para conocerme y para mis hijos. En algún momento me sentí muy culpable por haberlos dejado para salir a trabajar, pero entendí que una mamá en casa e infeliz hace más daño que una mamá fuera de casa feliz y realizada. Hoy veo como se parecen a mí y como son completamente diferentes: uno es abogado y el otro es músico, uno es la razón, la estabilidad, como soy yo de responsable, de cumplir, de encontrar un trabajo en una empresa y crecer; y el otro es todo lo contrario, es la sensibilidad, la responsabilidad desde un lugar diferente, el querer hacer una carrera difícil y completamente creativa. Eso está de lujo.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

Mi mamá no salía a la calle si no se bañaba y se maquillaba. Siempre fue muy coqueta, se tejía sus vestidos y como a los quince años, o antes, nos llevaba a la peluquería y nos ayudaba a peinarnos, bueno a mí, porque mi hermana era más reacia. Yo sí era muy seguidora de mi mamá, quien sólo tenía un gusto caro: su maquillaje, porque no le gustaban sus pecas. Yo aprendí primero a ponerme el rímel, luego el delineador, luego el resto del maquillaje. Pero me casé con un misógino y para no darle motivos me adapté, dejé de usar faldas, dejé de maquillarme, era más como un mecanismo de defensa para que no me estuviera fregando. Cuando me divorcié volví a vestirme como mujer.

¿Hay miedos?

Algo que sí me da miedo real es envejecer, pero envejecer y quedarme sin el uso de mis capacidades físicas e intelectuales. No tanto parecer viejita. Me imagino que de viejita podré leer todos los libros que me faltan, pero si no tengo mis ojos, ¿cómo le haré?

¿Y retos?

Laborales, todos. Otro reto es encontrar una pasión de vida que sea fuera de la empresa, porque no siempre voy a poder trabajar en una empresa. Esta debe estar en línea con mi propósito de vida, que es guiar a otros a desarrollar sus capacidades. Creo que estoy en el camino, sin embargo, este trayecto no termina jamás. Eso es lo que me gusta del área del desarrollo humano.

¿Hay espacio para lo espiritual?

A raíz de estudiar las constelaciones familiares contacté con otras maneras de ver la vida, que no tenían que ver con la religión católica. Me di cuenta de algunos poderes sanadores que tengo, que no te los explica ni la ciencia ni la religión. Con base en estos descubrimientos, empecé a estudiar y obtener conocimientos diferentes, a experimentar y a desarrollar mi parte espiritual poco ortodoxa. He tenido contacto con ser, desde lugares que nunca me imaginé. He estado en lugares extraordinarios que provienen de mi propia divinidad. La razón me regresa con frecuencia a dudar, pero la experiencia me sigue llevando a concebir mundos más allá de la realidad concreta. Hoy sé que puedo construir mi mundo a través de mi pensamiento. He luchado mucho con el pesimismo que aprendí en edad muy temprana. Hoy valoro la gratitud y trato de vivir en función de agradecer cada minuto de vida, cada experiencia. Eso me ayuda a construir un mejor escenario para mí y para los míos. Esa es, hasta hoy, la base de mi espiritualidad.

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