Estos nuevos cincuenta son sin prisa, sin la compulsión que uno tiene siempre de ser aceptado, de quedar bien. Estos siguientes cincuenta yo me voy a dar gusto a mí…

Llegué a conversar con Tihui sobre estos nuevos cincuenta una mañana de sol, en su casa, gracias a la recomendación de mi querida Elisa Lozano. Ellas se habían conocido durante el proceso que le implicó a Elisa la elaboración del libro Lucero, mujer de todos los espacios, dedicado a la vida y obra de Lucero Isaac, quien ejerció sus muchos talentos y, además, fue la primera persona (no sólo mujer) en llevar el crédito de directora de arte en una película.

Con ese antecedente nos sentamos a platicar con entera confianza en un ambiente tan acogedor como ella. Tihui ha dedicado su vida al ballet, pues siendo niña obtuvo una beca para estudiar en Cuba –lo que también la volvió muy independiente–, y después de largos años de ser primera bailarina en la Compañía Nacional de Danza se convirtió en maestra, lo que con certeza es un privilegio para sus estudiantes, pues es una conocedora apasionada.

Sus reflexiones, al igual que las de las otras Poderosas 50 mujeres de este proyecto, brindan enseñanzas esenciales que, en su caso, parten del amor hacia sí misma, hacia su profesión, hacia la pareja, hacia la vida… Escucharla para mí resultó una invitación a voltear a ver mi cuerpo con otros ojos, sin crítica, pero con observación y escucha. Para Tihui es claro que ha fungido como su instrumento de trabajo, de expresión en un sentido muy amplio, pero de modos distintos también lo es para el resto de nosotras.

Después de conocerla encontré en YouTube fragmentos de los ballets donde participó (https://youtu.be/IByY_T2hc6E?si=h74Tw6_Zv7x1I3hB), sin duda, haberla visto en vivo debió ser conmovedor. Es un gran privilegio que seas parte de estas cincuenta mujeres querida Tihui, ¡muchas gracias!

Tihui, ¿cómo estás en esta etapa de tu vida?

Tengo un sentimiento ambiguo. Me siento más plena que nunca y creo que tiene que ver con que tuve una carrera que comenzó muy joven y me retiré del escenario a los treinta y ocho años, después de que logré el éxito total. Fue una carrera en donde yo nunca hubiera soñado con llegar a primera bailarina, a presentarme en Bellas Artes, con libros, reconocimientos, algo abrumador. Nunca me lo propuse como tal, sino que fue consecuencia de una vocación tremenda y de un llamado casi místico, que desde los cinco años sentí por la música y la danza. Todas estas mieles ayudaron a que muy joven me sintiera realizada, entre comillas. Desde que me retiré trabajo en el mismo ambiente, en la misma compañía, en Bellas Artes, pero ya como maestra, ensayadora, couch. Esto me ayudó a sentirme, en este momento, muy en paz con mi sueño. Primero conmigo misma y de paso con algo en lo que creo que nadie es impermeable y que te cala, que son las expectativas y las imposiciones de la sociedad, tus padres, tus amigos, o sea, uno quiere ser exitoso porque quieres que te acepten y que te quieran los demás. En esos dos rubros yo quedé como: “Cumplí” y eso me ha dado la libertad de decir: “Ahora sí voy a hacer lo que se me dé la gana”, sin esa presión de la carrera que hay en la sociedad, por hacerla, por tener éxito, etc. Esto me ha ayudado a disfrutar esa plenitud y esa paz conmigo misma, que te regresa a disfrutar lo esencial. En mi caso yo digo: “Qué bueno que pasó todo”. Me regresó a la capacidad irredenta que siempre he tenido por la contemplación, por hallarle el mayor placer a las cosas más cotidianas y sencillas. Creo que siempre lo intuí y siempre me tentaba, pero mi carrera es muy, muy celosa y demandante. En la niñez y en la adolescencia no pude explayarme en esta sensación, que siempre ha sido tan fuerte en mí y ahorita lo puedo hacer. Asocio esta edad de madurez con esa madurez emocional de sentirte a gusto, bien, en tu piel. No me regresaría ni un día, ni una hora. Sí tengo que reconocer que físicamente hay una revolución. Sí siento de repente que la cuestión hormonal es innegable y en ese sentido no sé si hay una supra conciencia de mi parte, pero, aunque veo a los hombres haciendo mil veces más descalabros y papelazos, como dicen en Cuba, es a la mujer a la que más estigmatizan con esta transición y de una manera horrible, porque es despectiva, incluso. Y me veo a mí misma con esa volubilidad, siempre tengo calor y todavía no me siento encontrando un nuevo equilibrio. Yo tengo una relación muy directa con todas las sensaciones de mi cuerpo, por la carrera que tuve. Siempre fue mi instrumento de trabajo y además a mí me encanta, me maravilla y me tengo un respeto absoluto. No tomo medicinas, dejo que el cuerpo y sus procesos tomen forma y tengo muy buena salud. En el tema del cuerpo y lo que le pasa yo lo respeto y trato pacientemente de que encuentre su equilibrio, pero en el sentido emocional también las hormonas te sacuden bastante. Sin embargo, sí creo que me encuentro plena y en paz.

Platícame más acerca de esa relación que tienes con tu cuerpo…

Mi cuerpo ha sido mi instrumento de trabajo. No sé cómo vaya a sonar, pero le tengo veneración en cuanto a que nunca se equivoca. No he encontrado, bueno, sí, en la naturaleza y yo soy parte de la naturaleza, esa sabiduría. Por ejemplo, tengo unas lesiones profesionales severísimas en la columna, tengo hernias y cosas bastante graves y, sin embargo, nunca me he operado. Me mantengo, hago ejercicio, voy al quiropráctico, al acupunturista, pero lo que ha hecho mi columna es francamente virtuoso y prodigioso, al adaptarse a todas estas lesiones serias y aun así permitirme continuar con todo el movimiento, permitirme caminar y moverme, básicamente, lo funcional. El ortopedista que me ve me dijo: “Te tengo que tomar un video, porque si enseño tus estudios nunca jamás creerían que eres la misma persona”. Hago esta analogía con la columna, porque yo siento que así es todo el cuerpo, si uno lo respeta, le da el mínimo y la mínima inversión de mantenimiento y de hábitos saludables. En ese aspecto sí tengo esa veneración y me gusta mucho observar en las diferentes etapas cómo se comporta. Básicamente escucho y con todo el respeto y la admiración apuntalo lo que él me dicta. No tomo ni analgésicos, ya no digamos una terapia hormonal. Confío en el cuerpo, el cuerpo sabe más que todos y para mí no hay mejor inversión. A mí me impacta que hay personas que cuidan su coche y no tiene ni un rayón y lo lavan y lo enceran y le ponen quien sabe qué tanta parafernalia y el cuerpo, que es lo que te acompaña, lo que te instrumenta, lo que te permite hacer, lo que te permite todo y sin el cual no puedes disfrutar, vaya, ni siquiera del coche, ni de los bienes, ni siquiera del amor, ¡ni de nada! y encuentro que pocos consideran que vale la pena esa inversión. Yo sí creo que todo vale la pena para uno sentirse pleno y bien y disfrutar.

¿Qué piensas de la presión social y los estereotipos a la que nos enfrentamos las mujeres?

En mi caso siento una gran liberación. De más joven tuve un muy buen cuerpo, porque era bailarina, pero en el ballet nunca estás lo suficientemente delgada. Hay otras neurosis y otras exigencias, así, inhumanas, pero digamos que, para la calle, como dicen los bailarines, yo estaba muy bien. Sin embargo, a esa edad me gustaba menos que ahorita a mí misma y sí me exigía. Por ejemplo, soy muy pálida, muy blanca y yo quería estar bronceada. Tenía una guerra contra la palidez, invertía cuando podía para ir a la playa y aunque no me gusta mucho tirarme al sol, lo hacía un poquito por el estereotipo de que hay que estar bronceado y delgado; en eso caía. Ya desde hace muchos años dije: “¿Qué necesidad?”. Ahora hay una aceptación total. Mi relación conmigo es muchísimo más liberadora a esta edad, por lo menos en como me siento yo con mi físico en general. Básicamente, me despierto y de verás le agradezco así: “Gracias, gracias”, porque sigo caminando y yo no tengo coche, lo hago todo caminando y mi trabajo también es muy físico.

¿Qué opinas de estos nuevos cincuenta?

Me parece que estos nuevos cincuenta son sin prisa, sin la compulsión que uno tiene siempre de ser aceptado, de quedar bien. Estos siguientes cincuenta yo me voy a dar gusto a mí y voy a quedar bien conmigo. Son de aceptación.

¿Qué ves cuando te miras en el espejo?

Tengo una relación con el espejo muy especial, porque fue una herramienta de mi trabajo implacable, inclemente. Empecé mi carrera profesional como bailarina de ballet desde niña y en los salones de estudio, donde tienes las clases y practicas los ensayos, todas las paredes y de piso a techo son espejos, pero lo que estás buscando ahí es ver los defectos. Te ves en el espejo y estás escudriñando para saber qué está descolocado, si la cadera está mal, si no estás cuadrada. Entonces el espejo como instrumento de vanidad lo tengo con los cables muy cruzados. De hecho, no tengo en realidad muchos espejos. No tengo un espejo de cuerpo completo en mi casa. Normalmente, a veces paso por algún espejo, me veo y digo: “¡Ah mira! No estoy tan mal” y pasan periodos largos en los que no me veo mucho al espejo. Y cuando me veo, creo que soy muy agradecida con lo que me ha dado mi físico. Me ha dado de comer y yo le he exigido muchísimo. Sí veo que ya no tengo los músculos que tenía cuando me retiré como bailarina, me mantengo en forma relativa, o sea, bien, pero sí veo que tengo estrías o un poco de alguna lonjilla, pero soy amable y clemente, porque por otro lado tengo cincuenta y seis años y no creo ni siquiera que sea particularmente sano, así que sería incongruente pretender tener el físico de veinte o de veinticinco.

Y de la menopausia que no se habla, ¿cómo te ha ido?

Definitivamente, creo que es un tema tabú y está incluso llevado como en el oscurantismo. Sin embargo, en el aspecto de las relaciones sexuales, al no tener la presión de poder quedar embarazada, me parece que de entrada es un gran liberador del placer. También coincide con el sentirse uno más a gusto en su propia piel y con tu cuerpo y el gustarte a ti misma. Creo que la seguridad en una misma es en realidad el verdadero atractivo. He visto mujeres voluminosas cachondísimas, que no te las acabas y te hechizan porque ellas se sienten soñadas y despliegan esa energía, y en mi medio, de muchas bailarinas bellísimas, hay varias que no se sienten bellas y que se castigan mucho porque nunca sienten que están suficientemente perfectas. Me doy cuenta de que hay una relación muchísimo más fuerte entre lo que tú transmites y la sensualidad o el atractivo o la belleza. Sí llega a ser más una convicción personal. En mi caso, con la menopausia lo que sentí fue como bastante rotundo. De repente dejé de tener la menstruación y empecé a sentir cambios: voluble en el ánimo, poca paciencia, aunque no sé hasta qué punto es parte del estigma de lo que uno debe de esperar de la menopausia o una reacción a lo que en ese momento me estaba pasando y no tiene nada que ver con la menopausia. Simplemente, un día llega y ya decantaste una serie de cosas que ya no te interesan y no es que estés menopáusica ni intolerante. También creo que en cada persona es muy distinto. En mi caso encuentro que mi temperatura corporal subió, ya no tengo frío, lo cual está maravilloso. Para mí el reto es cuando se inhibe la libido, y ahí creo que uno debe estar atento a mantenerse creativo e invertir para compensar esa evidente parte del deseo que es hormonal y física, con imaginación, con creatividad y con otros estímulos.

¿Cuál ha sido su experiencia en lo que se refiere a la equidad de género?

Tengo una posición muy privilegiada, porque en mi casa definitivamente no la sentí, al contrario. Tengo tres hermanos, yo soy la mayor y la única mujer y sin embargo nunca se me limitó, más bien yo les abrí la brecha a los demás. Mi papá trabajaba con mi mamá y en mi casa era: “¿Cómo van a dejar que su hermana se pare por el agua?, vayan y atiéndanla”. Había una educación de mucha caballerosidad hacia mi mamá y hacia mí, porque éramos las dos mujeres y yo pensé que eso era lo normal, que si a ti se te ponchaba la llanta tú podías exigirle a tu hermano que viniera a cambiártela, porque así me malcriaron. Luego me choqueaba mucho que en otros lugares era al revés, donde había que pararse y traerle el agua a los varones. Y en mi carrera, que ha sido mi mundo, desde los quince años empecé a trabajar profesionalmente. Estuve en Cuba de 1975 a 1978, me gradué y vine dos años, porque había recibido la beca de parte de los gobiernos de México y de Cuba, porque me gané una beca para irme a estudiar mi carrera de ballet como bailarina profesional a La Habana, Cuba, en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, luego entré a la Compañía Nacional de Danza de Bellas Artes, luego me regresé un año al Ballet Nacional de Cuba y luego ya regresé definitivamente aquí y en Bellas Artes hice toda mi carrera y como primera bailarina eres una reina, hasta en los roles, porque los bailarines te cargan. Cuando me he asomado, pero así, casi que sólo la nariz a un mundo de otra índole, sí lo he visto y me ha parecido imposible que yo a estas alturas pudiera ceder en ese sentido, porque es toda una vida donde yo he tenido la fortuna de no tener que lidiar con eso. Una de las cosas que más aprecio de mi carrera es que en el ballet el género, la preferencia sexual, las clases sociales, socioeconómicas, todo eso es irrelevante. El ballet no es un arte subjetivo, ahí es todo bastante claro, tienes talento y trabajo y no hay otros filtros. Ha sido como vivir en un mundo utópico. En ese sentido, qué bueno que puedo seguir trabajando en esto, porque yo no me podría adaptar, pero desde luego que lo hay, galopante y terrible.

¿Qué lugar ocupa la pareja en tu vida?

En mi vida es preponderante. Para mí el amor y el romance y las ilusiones y la ilusión de la pareja siempre fue muy importante, porque tenía una carrera tan celosa que nunca sentía la licencia de decir: “Bueno, ahora sí déjenme en paz, a mí lo que me interesa es mi marido”. En eso soy lo contrario del feminismo. A lo mejor lo digo porque yo sí he hecho lo que he querido, tengo una vida completamente independiente en ese sentido y me puedo dar el lujo de vivir ahorita para adorar a mi esposo, a mi pareja. Aparte tengo mucha, mucha, mucha suerte: es un hombre muy evolucionado y nunca he sentido de su parte nada que tenga que ver con un gesto machista. Para mí es muy importante, de hecho, es como la ilusión de mi vida, mi pareja, mi mundo. Llevamos quince años juntos y hay una gran complicidad. Es un mundo de los dos y ese mundo es el que más me gusta habitar.

¿Llegaste a pensar en la maternidad?

No tuve hijos por mi carrera, que es muy demandante. Ninguna bailarina de ballet clásico se embaraza. Bueno, sí hay y tienen hijos, pero yo me esperé mucho y ya después no pude tenerlos. Durante unos años sí sentí la necesidad y luego un poco de frustración, pero no me duró mucho, de hecho, nada. Al contrario, ahorita viendo el mundo, la sociedad y la humanidad, me siento francamente aliviada y liberada de no tener esa responsabilidad. Creo que me sentiría muy mal y sería para mí un pendiente. No me moriría tranquila. Sé que suena terriblemente ominoso y pesimista. Mi esposo, que sí tiene una hija, me dice: “Qué inconsiderada eres, ¿cómo dices eso?”, pero así lo siento. Tengo sobrinos y los amo y a la hija de mi pareja también, pero no he tratado de sustituir la maternidad que yo no ejercí con otros. Lo que siento es alivio, mucho alivio.

¿Cuál es tu percepción de la sensualidad?

La sensualidad es difícil por todo lo que nos bombardean de preconcepciones sobre ella. Nos contaminan desde muy temprano, acerca de cómo experimentarla. Para mí es simplemente la contemplación. Permitirte la sensualidad creo que está en el terreno menos fértil, justamente por este frenesí. Se vive de prisa, se espera que todo sea más rápido, más eficiente, como si la eficiencia fuera qué tan rápido lo tienes. La sensualidad te exige estar en paz contigo, saber estar y disfrutar de tu propia compañía antes que de la de nadie más. En ese sentido yo sí he sido irredenta. De niña yo me chupaba el dedo, me lo sigo chupando a mis cincuenta y seis años. Para mí siempre fue una actividad importantísima y formativa del ser humano en el que me convertí y sigue siendo, probablemente, junto con comer, respirar, beber agua, esa parte en donde uno no hace, entre comillas, nada, sino simplemente estás contigo y empiezas a deducir, a filosofar, a sacar conclusiones, a reflexionar o simplemente, mejor todavía, a dejar que se te revele la maravilla de la vida. Para mí es muy importante, lo necesito. Creo que también por eso me procuro este espacio que es pequeño, pero es donde yo controlo justamente mis momentos de estar conmigo misma, de soledad. Creo que cuando uno se está formando es vital y a mí me preocupa que hoy en día el tiempo de atención sea nulo. Yo jamás me he aburrido. Cuando nací había dos canales en la tele, blanco y negro, y no eran todas las 24 horas del día, entonces sí pude echar mano y echarme un clavado del cual no me he vuelto a salir de los placeres infinitos, de apelar a la imaginación de uno para entretenerse y para construir fantasías y mundos alternos. Cuando era niña tenía un mundo alternativo, con una casa y amigos. En ese aspecto mis padres fueron extraordinariamente cómplices. Me veían, y no dudo que les preocupara un poco, pero me dejaron ser y me dejaron construirme este mundo interno, muy rico, y nunca he dejado de necesitarlo como una cuestión vital. Es un buen caldo de cultivo para la sensualidad, porque para mí la sensualidad tiene que ver con el estar a gusto contigo, en tu propia piel y luego compartirlo y explorar otras personas que también se sientan en esa disposición.

¿Y la sexualidad en esta etapa de la vida?

No comulgo mucho con tanta parafernalia. Me acepto orgullosamente como un animal quesque racional, o sea, soy muy orgullosamente animal y me gusta que la sexualidad la dicte esa parte. Nunca he echado mano de terapia, siento que racionalizar la sexualidad mata la sexualidad. A mí me mata, porque estamos apelando a áreas distintas. Es como el arte, que para mí es algo que también apela a la víscera, a la entraña, a la emoción. Creo que la parte más erótica es el cerebro, y aun así no entiendo que se tenga que sobre analizar. En la sexualidad, a mí me parece que mientras más animal mantengamos esa área, va a ser más congruente.

¿Cómo ha sido para ti la vivencia de lo femenino?

Mi mamá nunca pisó un salón de belleza. Era muy linda, preciosa, no usaba aretes. Tenía su estilo muy propio, pero no era como el patrón a seguir. Lo que pasa también es que yo me hice mujer en Cuba, donde las mujeres son muy, muy coquetas, y muy en ese sentido casi estereotipadamente le entran a los afeites. Entonces, yo no iba a estar impermeable. Me acuerdo de que me perseguían porque querían depilarme las cejas y a mí me gustan mucho mis cejas sin depilar, eran el orgullo de mi papá, entonces yo decía: “No, no”. En este tema soy muy particular, prefiero salir sin calzones que sin aretes, por ejemplo. Sin los aretes me siento encuerada. El día que salga sin aretes estoy grave, porque es algo que me puede mucho. De lo demás, no me peino y en ese aspecto creo que soy muy, muy sui generis. No me gusta el manicure, no me gustan las uñas pintadas. Me gusta la gente más natural. Me impresiona cómo se hacen homogéneas todas, desde la moda del maquillaje, o peor tantito, ahora con las intervenciones cosméticas, como el Botox. Son como un machote y me parece espeluznante y horrible.

¿Hay miedos?

No siento que sea una persona aprehensiva, para nada, ni siquiera miedosa, pero sí me da miedo que mis seres queridos sufran o les pase algo.

¿Y retos?

Sigue siendo el mismo que cuando yo era niña: ser feliz. Creo que cuando uno está en esta dimensión sí es una obligación moral ser optimista y ser feliz. Y puede sonar muy complaciente, pero mi otro reto es ser congruente. Cada vez más me doy cuenta de que eso es a lo que más aspiro, a ser congruente entre mis acciones y lo que pienso. Ahí es donde tú puedes ver el impacto que tiene tu vida cotidiana, con los demás, dentro de la sociedad y contigo misma.

(Fotografías proporcionadas generosamente por Tihui Gutiérrez)

One Comment

  1. Tihui es, simplemente, impresionante. Al ballet le debe todo y el ballet recibió de Tehui todo, son uno mismo. Me impresiona su claridad, tanto como su belleza y congruencia. Qué privilegio leerla.

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